Aquí tienes la primera parte del diario de viaje de Esposa acudiendo al festival SUNS Europe, que es una especie de Eurovisión pero en versión molona.
El festival SUNS Europe es un certamen internacional que, desde 2009, en la región italiana del Friuli y, concretamente, en la ciudad de Udine, trata de impulsar las artes performativas realizadas en lenguas minoritarias europeas. Dentro del apartado musical, varios grupos y solistas exhiben sus canciones en actuaciones en directo que son valoradas y votadas hasta obtener un nombre ganador. Sí, has dado en el clavo: en este sentido, el SUNS Europe es una especie de Eurovisión en versión modesta. Pero, más allá de anecdóticos paralelismos, su gran valor reside en el hecho de que tiende un puente entre pueblos e identidades que conviven dentro de Europa en un ámbito reducido pero rico y que luchan por preservar sus diferentes (y diferenciadas) culturas.
A su edición de 2017, celebrada entre los pasados 30 de noviembre y 2 de diciembre, acudieron Esposa en representación de Galicia. Para quién no conozca todavía a esta banda fundada en Santiago de Compostela por Mar Catarina (voz y sintetizador), María Villamarín (voz y sintetizador), Xacobe González (voz y guitarra) y Cibrán Tenreiro (voz y batería), debe saber que se ha situado como una de las grandes revelaciones del indie-pop galaico gracias a su álbum de estreno, “Xardín Interior” (Prenom, 2017), un dechado de indie / twee / jangle pop que se mueve entre la urgencia y la calma para expresar tribulaciones propias del gran salto que supone pasar de la juventud a la madurez y de los confusos tiempos que nos han tocado vivir.
Como se suele decir, lo importante es participar. Una sentencia que, en el caso del SUNS Europe, adquiere todo su verdadero sentido ya que, en realidad, el deseo de obtener el primer puesto en su concurso se difumina por la experiencia de intervenir en el festival y las situaciones que se disfrutan a su alrededor. Por ejemplo, paseos al pie de montañas nevadas, conversaciones de todo tipo, degustación de placeres gastronómicos, creación de nuevas canciones, reflexiones compartidas… A Esposa les dio tiempo a vivir eso y mucho más en su breve pero intensa excursión transalpina que nos relatan en un detallado diario dividido en dos capítulos que abrimos a continuación.
Vamos juntos hasta Italia de la mano de Esposa.
PEQUEÑAS DIFERENCIAS
LUNES 27 DE NOVIEMBRE. El aeropuerto de Venecia tiene conejos y puedes marcharte de él en taxi acuático. Son dos pequeñas cosas que lo distinguen del resto de aeropuertos del mundo. Llegamos de noche, así que, al salir de allí, en principio sólo vemos la autopista y, desde ella, un Carrefour, un Leroy Merlin y un Mercatoni (?). Más pequeñas diferencias que nos indican que estamos en un lugar nuevo: hay muchísimos camiones y la gente conduce fatal. Quedamos a las afueras de Udine con Leo (el director del festival SUNS Europe) y Roberto (técnico de sonido) para que nos lleven a Maranzanis, la aldea de Carnia en la que nos quedaremos dos días de residencia artística. No sabemos nada de lo que nos vamos a encontrar.
Cuando llegamos a nuestro punto de encuentro, el bar en el que habíamos quedado está cerrado. Intentamos comunicarnos en italiano con los camareros y Cibrán hace el ridículo de una manera increíble. Eso sí, a lo largo de los días, su italiano inventado va mejorando insospechadamente. Al final, los encontramos en una pizzería cercana porque les había entrado hambre y nos conducen hasta nuestro destino.
Según nos acercamos en coche a la montaña hay cada vez menos luz, pero comprobamos que aquellas pequeñas diferencias se van haciendo más grandes. La autopista se termina y entramos a toda velocidad en una carretera estrecha, serpenteada y llena de más coches que conducen de forma temeraria. Estamos preocupados pero también entusiasmados con la belleza que intuimos: a través de la niebla se adivinan la enorme altura de las montañas, sus picos nevados y muchas sombras de campanarios con cúpula en forma de cebolla.
Al llegar a Maranzanis, nuestra anfitriona, Agata, nos instala en un apartamento dentro de la casa en la que vivió Leonardo Zanier, uno de los poetas friulanos más importantes e iniciador del Albergo Diffuso en el que estamos. Es una cooperativa de alojamientos instalados en diferentes aldeas de la comarca que pretende gestionar las visitas a la zona de una manera sostenible económica, ambiental y culturalmente.
Antes de dormir, intentamos imitar nuestra rutina de los lunes para que el salto cultural no sea tan brusco, pero no se ve TVE (aunque Telecincue nos ofrece “Grande Fratello VIP”). Nos conformamos con seguir la gala de «OT» vía Twitter y dormir con ganas de que sea de día para comprobar por fin qué aspecto tiene este lugar.
MARTES 28 DE NOVIEMBRE. Abrimos las contras de las ventanas y descubrimos dónde estamos: rodeados por todas partes de niebla y los altísimos picos nevados que sospechábamos haber visto ayer en la oscuridad. Paseamos por la aldea y encontramos algún parecido con las aldeas gallegas, porque hay muy poca gente pero la que hay saluda desconcertadamente (la organización del festival nos invitó a integrarnos con la gente local, así que saludamos con entusiasmo a todos los vecinos y ellos nos miran con extrañeza).
Aun así, el aspecto de Maranzanis es muy distinto a un pueblo cualquiera de Lugo, porque aquí las casas son altas, grandes y bonitas, muy parecidas a las típicas casas austríacas con tejado y balcones de madera. Algunas tienen frescos religiosos en las paredes y siempre están identificadas con el nombre de la familia junto a la puerta. También apilan la leña de forma cuidadosa y elegante.
Estamos aquí para una residencia artística, lo que es genial y, a la vez, se hace raro por no tener que ocuparse de ninguna otra cosa. Somos artistas pero también tenemos que ser otras cosas, y normalmente el tiempo que podemos dedicar a Esposa es reducido y depende de un equilibrio complicado y frustrante entre las obligaciones de los cuatro. De hecho, Xacobe no ha podido venir por trabajo y se nos unirá el jueves para el festival. Así que estamos Mar, María, Cibrán y Rubén (Pantis), que ha venido al festival a ejercer de jurado representante de Galicia.
Decidimos colaborar e intentar hacer alguna canción en el espacio que nos han cedido para tocar. Esposa componemos normalmente partiendo de ideas que alguien trae de casa un poco trabajadas (un riff, una melodía de voz…); y Rubén nos cuenta que, desde que trabaja con el ordenador, se centra más en sonidos que le interesan y que va juntando y puliendo.
Aquí hacemos algo distinto aunque no sea nada nuevo: él toca la guitarra de Xacobe del revés (es zurdo) con un pedal de delay que había entre el material que nos prestó el festival, y nuestra primera canción juntos parte de unos acordes que improvisa Mar con su teclado. Tienen un aire algo melancólico, así que los contrastamos con un estribillo algo más movido en el que la batería rompe el ritmo y un puente un poco psicodélico en el medio. A lo largo del día va cogiendo forma.
A mediodía, Agata nos lleva campo a través al Caffé Centrale, un bar-estanco-librería-herboristería en el que Marco, un paisano del que sospechamos por su talante que es el alcalde, nos descubre las bondades del spritz bianco: vino prosecco con agua con gas y una aceituna. Dice que te puedes tomar ocho sin emborracharte, y que lo mejor es tomar cinco. Tomamos dos. Probamos también el sciroppo di sambuco, que va estupendo para la gripe (o eso dice Marco). Compramos un libro de Zanier con traducciones a muchos idiomas y hablamos con Agata, ella en italiano y nosotros en castellano o gallego. Nos explica que, desde que el friulano tiene reconocimiento oficial, hay familias que se quejan de que sus hijas e hijos tengan que perder tiempo aprendiendo dos idiomas. Nos suena…
Comemos en un restaurante y probamos algún plato local. El frico es una especie de tortilla de patata que, en vez de huevo, lleva queso. Riquísimo. Lo sirven con polenta, una masa dura de harina de maíz que no nos convence mucho. Rubén prueba los cjarsons, que son parecidos a los ravioli pero tienen una salsa hecha con mantequilla y canela que es dulzona y pesadísima. División de opiniones, al contrario que con una pasta picante que nos flipa a todos. Salimos de allí rodando y volvemos al local para seguir avanzando en la canción.
De noche, visitamos Pesariis, un pueblo de relojeros en el que hay relojes enormes con mecanismos fascinantes por todas partes. Agata nos presenta a su amiga Natalia, que es gallega y uruguaya y está un poco decepcionada porque no toquemos la gaita, pero nos trata muy bien igualmente. Vienen hasta nuestro apartamento e insisten en prepararnos los spaghetti carbonara más ricos que hemos comido. A cambio las invitamos a un Ribeiro que hemos traído, pero se nos ha quedado en el coche y está al borde de la congelación.
MIÉRCOLES 29 DE NOVIEMBRE. Leemos un poco a Zanier, que es lúcido y divertido:
Cibrán parte de algunos poemas de Zanier para escribir una letra para la canción de ayer, después de que discutamos sobre pros, contras y contradicciones del turismo rural:
Cada vez outra fiestra / que de noite non encende ninguén / pronto o bosque vai comer o xardín / ata que só quede un hotel // E non, non fun eu / quen marchou / eu só son / cliente // da pequena diferenza / que salva as nosas casas / de ser iguais // E estou a gusto aquí / e non, eu non son / problema / nin solución / por culpa // da pequena distancia / que nos salvou ás dúas / de ser a mesma persoa
Empezamos otra canción, más movida y con Rubén cantando. Cuando compone canciones nuevas con Pantis, Rubén las prueba en directo improvisando las letras con lo que se le pasa por la cabeza, y aquí le escuchamos cantar lo que hemos vivido el día anterior y esta mañana, cuando ha empezado a nevar y casi no somos capaces de volver a casa después de haber comprado el pan. La frase que más repite es una observación que ha hecho María mirando por la ventana: “Aquí as noites son de cor añil”.
Gritamos y, a ratos, jugamos un poco: Mar canta una cosa arábica que se inventa y baila haciendo la guitarra imaginaria, improvisamos una versión de Sr. Anido… Agata viene a recogernos y nos lleva al cumpleaños de su amigo Lorenzo, al que nos han invitado y no hemos sabido decir que no, aunque nos da vergüenza.
La gente allí es tremendamente hospitalaria, y nos atiborramos de comida típica (unas alubias picantes riquísimas y una especie de salchicha / criollo deliciosa). Bebemos mucho vino e incluso limoncello hasta que nos vamos haciendo todos amigos, chapurreamos italiano, friulano y castellano y la gente empieza a sentarse al piano a tocar a cuatro manos. [Sigue leyendo aquí la segunda parte de este diario de viaje]
[Texto: María Villamarín y Cibrán Tenreiro] [Fotos: Rubén Domínguez, Mar Catarina y María Villamarín]