Hola, amigos y amigas, somos Espanto y hemos lanzado «Tres Canciones Nuevas» para obligaros a pensar en algo en lo que normalmente no queréis pensar: ¡la muerte!
Hubo un tiempo en el que la muerte acechaba detrás de cada esquina. Metafóricamente (y es que, ya fuera por numerosas enfermedades o interminables guerras y hambrunas, en la Edad Media la gente la palmaba con una notable frecuencia), pero también literalmente. De hecho, literalmente no es que la muerte estuviera detrás de cada esquina, sino al frente de cada pared, en los versos de cada poema, en cada escenario improvisado en el medio de cada plaza. La muerte estaba tan presente que, antes de salir, tu abuela no te decía que te acordaras de coger una rebequita por si refrescaba, sino que te soltaba “Memento mori!”, una especie de «Hardcore Will Never Die, But You Will» pero sin post-rock de por medio.
Es como si cogiéramos toda la publicidad de hoy en día, desde los banners en los medios digitales a las marquesinas de los autobuses, con sus cremas anti-edad, sus seguros dentales, sus fotos de cuerpos torneados y morenos, y la sustituyéramos por dibujos de esqueletos y gente putrefacta, por parcas y cadáveres. Ni siquiera las fotos en las cajetillas de tabaco aguantan la comparación: ahí lo que te ponen son imágenes macabras o asquerosas para disuadirte, para convencerte de que cuides tu salud a través del miedo.
Pero ,en la Edad Media, las numerosas representaciones de la muerte no tenían tanto que ver con meter yuyu a los fieles, sino más bien con familiarizar al pueblo del fin inevitable, ya que era muy probable que les llegara más pronto que tarde. De hecho, escribía Umberto Eco -un hombre que puedes estar seguro de que cualquier cosa que puedas decir ya la dijo él antes y mejor- en “Historia de la Fealdad” (Lumen, 2007): “La muerte aparecía como una presencia ineludible mucho más que hoy en día, cuando, a base de vender modelos de juventud y de belleza, nos esforzamos por olvidarla, relegarla a los cementerios, nombrara solo mediante perífrasis, o bien exorcizarla reduciéndola a simple elemento de espectáculo”.
Salvando las distancias, las tres nuevas canciones de Espanto se colocan un poco en toda esta tradición medieval del alegre triunfo de lo fúnebre. Tres canciones nuevas que, bajo el título de “Tres Canciones Nuevas” (Austrohúngaro, 2018) se convierten en la ya octava maravilla de la serie de 7” de edición limitada Golden Greats de Austrohúngaro. Y es que, con “El Jersey”, “Los Esqueletos” y “La Corriente”, los de Logroño se encargan un poco de rescatar la muerte de los cementerios, de nombrarla sin pudor -siguiendo la estela de su último elepé, “Fruta y Verdura” (Austrohúngaro, 2016)-, de retratar un cierto Apocalípsis medioambiental, y hasta de convertir el amor en algo a medio camino entre lo grotesco y lo bufonesco.
El 7” se abre con un ukelele que promete sueños hawaianos de vida y sosiego. Nada más lejos de la realidad… A los diez segundos, “El Jersey” se convierte en una canción de pop con toques casi circense gracias a lo rápido que van los sintes. Ambiente que no le podría ir mejor al tema, ya que la canción deforma el concepto de pareja sentimental hasta convertirlo literalmente en un monstruo de dos cabezas, un solo cuerpo y mazo manos gracias a una original metáfora sobre el amor: enfundarse ambas partes de la pareja en el mismo jersey. Y es que las personas que quieres son un poco como eso, como tu jersey favorito: un lugar calentito, que te hace sentir como en casa y en el que te quedarías a vivir toda la vida. Pero, si el jersey no es de buena calidad, empieza a picar y ya puede ser lo más calentito del mundo, que lo acabas odiando (“los disruptores endocrinos hicieron un buen trabajo / y ahora que somos uno al fin / nos damos cuenta del mal resultado del / jersey con dos cabezas”, canta Teresa). Mola especialmente el toque apocalíptico final («el mundo entero pronto será plástico / y más monstruos de dos cabezas / desesperados por comprar barato«) tanto medioambiental como moral: comprar plástico produce plástico, y el sueño de un amor-comodín produce monstruos.
En «Los Esqueletos«, en cambio, tenemos una verdadera danza macabra (o Danza de la Muerte) en todo su esplendor, pero pasada por el filtro de un bolero (y a mí, confieso y lo siento, se me hace difícil no acordarme de «Coco» (Lee Unkrich, 2017) la última peli navideña de Pixar, que justo va de esqueletos cantantes en el Día de los Muertos mexicano). El caso. La canción mantiene la misma ironía y sátira social de las danzas macabras medievales, que mostraban imágenes de esqueletos sacando a bailar a gente de todos los estratos sociales, de reyes a siervos, de jóvenes a viejos («los saludamos [a los esqueletos], se creen muy especiales / pero en el pueblo no los reconoce nadie). Y los esqueletos dibujados por Teresa y Luis bailan, beben Coca-Cola, se manchan y les da ya todo tan igual que ni se limpian. Pero en realidad no todo es tan festivo como parece: «están vacíos, no tienen nada adentro / no tienen vísceras, no tienen corazón«, se encargan de recordarnos. Y, a mí, me recuerda a una de las mejores obras de esqueletos que he leído, «Ojo de vidrio. Memorias de un esqueleto» (1922) de Castelao. Una de las cumbres de la literatura del “Y si alguna cosa va mal / me río por no llorar” por decirla junto a otros de la casa Austrohúngaro: “me dieron ganas de reír” -escribe el esqueleto protagonista del libro-, “pero no pude. Los esqueletos no ríen a carcajadas. El estómago es la fuente de la carcajada, y sin estómago no puede haber carcajada.”
Finalmente, en «La Corriente» convergen todos los palos tocados por el siete pulgadas: el amor, la vida después de la muerte y el desastre medioambiental. La canción, tranquila y cantada a dúo, es una especie de «Something Changed» de Pulp pero en versión suicida. Y es que los protagonistas aquí no señalan la casualidad de haberse encontrado una noche en el mismo bar, sino de haberse tirado al mismo río, del mismo puente y en el mismo exacto instante. El tema se va construyendo poco a poco, con coritos celestiales primero, una melodía de guitarra suave un poco más tarde, ahora unos tambores y unas flautas, y va fluyendo como sus cadáveres enamorados por el río, pero por un río que, en realidad, de paradisíaco no tiene nada: «Nadar en el fondo del río/ entre bolsas de plástico y residuos […] / viscosos, turbulentos y extraños seres con ojos fluorescentes aplauden fuerte«, nos cantan Espanto.
“La muerte en una hora lo destruye todo«, escribía Hélinand de Froidmont en el siglo XII. Pues, a Luis y a Teresa, con nueve minutos y medio les sobra. [Más información en el Facebook de Espanto y en la web de Austrohúngaro // Escucha «Tres Canciones Nuevas» en Apple Music y en Spotify]