El arte está obsesionado con enterrar cuerpos, artistas, ideas… De mucho más que eso habla Marisol Salanova en «Enterrados. El Ocaso de los Cuerpos».
«Decía Oscar Wilde en «El Retrato de Dorian Gray» que en realidad el arte no refleja la vida sino al espectador«, escribe Marisol Salanova en uno de los mise en abyme más deliciosos de su «Enterrados. El Ocaso de los Cuerpos» (editado por Micromegas). Puede, sin embargo, que este sea un mise en abyme que sólo yo perciba debido al hecho de encontrarme totalmente perdido en una exultante ignorancia de la que he de dejar constancia aquí y ahora: me he acercado a este tomo de Salanova sin ser yo un especialista en arte ni mucho menos (de hecho, no soy nada especialista en arte y esta sigue siendo una de mis carencias básicas). Puede que, precisamente debido a eso, precisamente por el hecho de haberlo disfrutado como un neófito, chapoteando en lo desconocido y congratulándome cada vez que a lo lejos veía un faro guía mínimamente conocido, vea en esta referencia a Oscar Wilde un gancho al que agarrarme a la hora de afirmar que he gozado «Enterrados. El Ocaso de los Cuerpos» como reflejo de mi mismo, de mis conocimientos y mis carencias, de mis gustos personales y de aficiones como la música, el cine… o el sexo.
Al fin y al cabo, ese el estilo del que Salanova hace gala en este tomo. Me explico. El punto de partida está ahí: analizar la obsesión del arte contemporáneo por la acción de «enterrar» (cuerpos, obras, conceptos, ideas…) como negación de lo enterrado. Pero, ahora bien, lo sublime de este «Enterrados. El Ocaso de los Cuerpos» está en que, en vez de perderse en un sinfín de referencias culteranas sólo comprensibles para los art heads conocedores de la ultimísima actualidad, se dedica más bien a construir una riquísima y viscosa tela de araña cultural en la que resulta inevitable quedarse atrapado al cien por cien. Recalco: cultura. Porque todo el arte es cultura, pero no toda la cultura es arte. Y, de esta forma, Marisol Salanova tan pronto sorprende con referencias tan elevadas como el cine chino de última generación como que se embarca en entroncar todo lo explicado con las lagartas de la serie de televisión «V» o con Lady Gaga (a la que, por cierto, acabas respetando profundamente después de entender todo el marchamo feminista del tinglado pop que ha montado).
Este ensayo se abre dejando bien claro el derecho y el deber del artista como alertador de incendios, poniéndonos sobre la pista de que, si en las obras de un gran porcentaje de artistas contemporáneos existe el «humo» del enterramiento, eso significa que hay un fuego ardiendo debajo de nosotros y probablemente no lo sabemos. De esta forma, «Enterrados. El Ocaso de los Cuerpos» podría haberse estructurado en un sinfín de nombres de artistas y comentarios de sus obras: de esta forma, la tesis de Salanova quedaría justificada por el trabajo de todo el lobby artístico. Pero, de esta forma también, el discurso sería hiper-simplista… Cuando, en verdad, el problema no es nada simplista. Marisol prefiere estructurar su ensayo como un viaje a través de las diferentes caras de estos enterramientos, empezando por los cuerpos yacentes que parecen inertes y siguiendo con la relativización del concepto de «tumba» que muchos artistas están llevando a cabo con sus trabajos.
Pero aquí llega la sorpresa: «Enterrados. El Ocaso de los Cuerpos» empieza a urdir su tela de araña desde el centro (esos enterramientos) hacia las periferias, buscando conexiones que expliquen de forma elocuente el sentido más profundo de la problemática central y, sobre todo, intentando descubrir dónde nacen los hilos que sujetan la totalidad de la tela. De esta forma, Marisol Salanova no se amedranta a la hora de hablar de feminismo, postfeminismo y ciberfeminismo, tampoco de sadomasoquismo o de la problemática glabal de lo «trans» (transgénero, transmedia, transfronterizo). El retruécano último llega con las últimas líneas del ensayo (que reproduzco aquí sin ánimo de spoiler): «Sobre nuestros cuerpos se libran batallas constantemente, se cuestionan libertades y se infringe violencia, especialmente en cuanto al cuerpo femenino, por eso en el arte contemporáneo representarlo es clave. Las mujeres necesitamos el apoyo de otras mujeres pero sobre todo necesitamos comprensión y alianza por parte de los hombres que generacionalmente van recibiendo una educación menos sexista y están más receptivos o deberían estarlo, porque el feminismo trabaja por un bien común: la convivencia en armonía con una calidad de vida digna para todos, desde el comienzo hasta el ocaso de los cuerpos«.
Es en este punto del libro donde todo cobra sentido: cuando, por fin, vemos una panorámica de la tela de araña urdida por Marisol Salanova al completo. Y, por si esto fuera poco, el tomo se completa con «Postpornografía«, otro ensayo de la autora que no sólo guarda relevantes e importantísimos puntos en común con «Enterrados. El Ocaso de los Cuerpos«, sino que ayuda a contextualizar lo explicado… y a quien lo explica. Al fin y al cabo, este ensayo no sería ni la mitad de interesante si en él no se viera reflejada la propia autora, con su visión desafiante (por estar fuera de las normas más clásicas) del feminismo y con su abordar desprejuiciado de la sexualidad en todas sus acepciones. Ahí está el mise en abyme del que hablaba al principio: «Enterrados. El Ocaso de los Cuerpos» es un juego de espejos en el que, hacia el infinito, se van sucediendo las imágenes reflejadas de la materia de estudio (los cuerpos enterrados), de la autora… y del lector. Incluso de un lector que, como yo, aterrice aquí sin ningún tipo de background artístico pero que acaba descubriendo nuevos mundos gracias a la habilidad de la autora por ponerlos en común con los de quien lee.