Cualquiera podría preguntarse dónde está la gracia de leer dos versiones de un mismo relato escritas por un mismo autor. De entrada, lo normal sería pensar que la segunda inhabilita a la primera, puesto que si un escritor se toma la molestia de retomar uno de sus escritos y entregar una nueva versión, ha de ser porque el original le parece imperfecto o, cuando menos, pulible. Al fin y al cabo, este es el proceso habitual de creación literaria: escritura, rescritura y más rescritura. Lo más normal es que este proceso, sin embargo, quede en la sombra y sólo tengamos oportunidad de leer el relato final. Pero, ¿qué ocurre cuando podemos disponer de las dos versiones de la misma historia porque entre ellas transcurrieron varios años y ambas fueron publicadas? Es el caso de «Encender Una Hoguera«, una historia corta que Jack London publicó originalmente en el año 1902 en la revista The Youth’s Companion y que, varios años después, concretamente en 1908, volvió a publicar en una versión completamente renovada en The Century Magazine.
El punto de partida de ambas versiones es idéntico: un hombre que camina a través de la nieve en temperaturas gélidas comete una serie de errores de supervivencia y ve cómo su vida peligra de forma inminente. En ambas versiones, sobre la cabeza del viajero sobrevuela la sombra de un consejo que ha decidido desoír (el de no viajar sólo a través de parajes semejantes). Y en ambas versiones, también, brilla con fuerza deslumbrante la magistral pluma de Jack London, tan certera a la hora de capturar la violencia de la Naturaleza en toda su agresividad, pero también en toda su belleza (como, por ejemplo, esa barba de cristal con la que el viajero empieza a sentir el peso de la tragedia en ciernes). Como es habitual en este escritor, el hombre y el entorno natural se trenzan en una dialéctica hermosa pero tendente a espasmos violentos, dejando siempre al descubierto la fragilidad de la posición de un ser humano que demasiado a menudo subestima a la naturaleza.
Es en el campo de las diferencias entre ambos relatos donde se revela lo pertinente de esta edición en la que la editorial Periférica ha juntado ambos relatos epilogados por un emotivo postfacio a cargo del traductor, Juan Cárdenas. Ya no es sólo que la segunda versión incorpore la muy londiana figura de un perro que acompaña al protagonista (y que, al final, deviene en despiadado observador de la tragedia), sino que la principal diferencia entre ambos relatos está en su resolución: sin ánimo de cometer ningún spoiler, simplemente diré que el primero se cierra de forma optimista y el segundo, por el contrario, se deja empañar por el pesimismo. Hay que tener en cuenta que, en el caso de London, la eterna lucha entre hombre y naturaleza cada vez parecía tener un vencedor más y más aplastante: la naturaleza. Así que resulta inevitable que esta visión cada vez más dramática acabara plasmándose sobre aquí explicado…
Porque vuelvo a preguntármelo: ¿qué ocurre cuando podemos disponer de las dos versiones de la misma historia porque entre ellas transcurrieron varios años y ambas fueron publicadas? En el caso de «Encender Una Hoguera«, lo que ocurre es que sirve para ofrecer una certera panorámica de la evolución en las letras de Jack London… Pero también para certificar que, al final, la Naturaleza acaba siendo una fuerza arrolladora y aplastante. Algunos lo llamarán pesimismo. Muchos otros preferiremos hablar de realismo.