Así se llama el nuevo disco de EMA, última artista en apuntarse al club de los jinetes del Apocalipsis. Erika M. Anderson se une así a ese grupo de chicas que en mayor o menor medida han venido hablando de los peligros de Internet y las nuevas tecnologías, gente como Janelle Monáe, Karin Dreijer Andersson (The Knife, Fever Ray) o, más recientemente, St. Vincent. Grupos como Arcade Fire e incluso Wild Beasts también se han subido al carro del miedo. ¿Motivos para preocuparse? Unos cuantos. A EMA, sin embargo, el grito de advertencia no le llega tan alto, tan claro, y el resultado de su nuevo disco palidece en comparación con la fuerza de los artistas anteriormente citados. “The Future’s Void” (Matador, 2014) es un buen trabaj,o pero da la impresión de que su ambición le supera y, con las miras apuntando a lo más alto, termina quedándose corto.
EMA empieza a tope, con una descarga de ruido seguida de un ominoso sonido de bajo que hace presagiar oscuros, muy oscuros minutos de música por delante. “Open the satellites” repite con urgencia la de South Dakota, mientras su voz rasga nuestros oídos como ya nos tiene acostumbrados y la percusión termina siendo un constante bombardeo de electricidad al más puro estilo Nine Inch Nails. Por desgracia, lo que parecía ser un experimento de grandes proporciones es en realidad una muy melodramática canción pop. Dado el sobrecogedor comienzo de su anterior trabajo y debut “Past Life Martyred Saints” (Souterrain Transmissions, 2011), que sorprendía por su descarnada agresividad emocional, “The Future’s Void” a su lado es un poco decepcionante. Una impresión que se hace más evidente en su segundo corte. Todavía no alcanzo a comprender qué hace “So Blonde” en este disco: parece que se ha colado Courtney Love o, peor aún, Meredith Brooks (ouch)… todo muy años 90, muy fiebre de pre-cambio de milenio. Para ser un disco que hace uso abundante de recursos electrónicos, no deja de sonar un poco pasado de moda, casi ingenuo.
Y hasta aquí los comentarios negativos. Porque “The Future’s Void” es un trabajo irregular, inconsistente no sólo en estilo sino sobre todo en calidad. Ello significa que también tiene sus pelotazos, la mayor parte de ellos, sorprendentemente, vienen del lado más dulce y delicado. Un álbum que a primera vista podría destacar por su fiereza, alberga su fuerte en sus momentos de baja intensidad, aunque no por ello menos poderosos. “100 years” es una preciosidad, y “When She Comes” una gran balada donde se olvida de funestos presagios tecnológicos y muestra su componente más humano. «3Jane» es la pieza central del disco. Que temazos como estos se encuentren junto a cosas como “Smoulder” o “Neuromancer” habla del resultado dispar que nos ofrece esta vez EMA, después de su fantástico debut. En “Cthulu” parece haber dado con la tecla, la dosis justa de azúcar y pimienta, a medio camino entre lo humano y electrónico, pero es un escaso ejemplo de una mujer que ahora mismo no parece saber con certeza qué quiere ser y que, a lo mejor, se ha embarcado en un proyecto que le queda un poco demasiado grande. De alguien con su talento sólo cabe esperar que termine encontrando su camino.