«Em» de Kim Thúy es un libro que confirma que ni una guerra es capaz de romper las redes afectivas que forjan los desposeídos.
Resulta prácticamente imposible entender «Em» si no es en relación con dos de las novelas anteriores de Kim Thúy: «Mãn» y «Ru«. «Mãn» era el nombre de la protagonista de un libro en el que una inmigrante vietnamita afincada en Canadá reconectaba con sus memorias a través de las recetas y sabores de su tierra natal. Y, por su parte, «Ru» hacía referencia a la palabra coreana para «canción de cuna» y al vocablo francés para «río».
Siguiendo con la tradición de titular sus libros con palabras vietnamitas que ilustren todo lo que vamos a encontrar entre sus páginas, Thúy explica lo siguiente en el prólogo de su nueva novela: «La palabra em existe sobre todo para designar al hermano o hermana menor de una familia; o al más joven, o la más joven, de dos amigos o amigas; o a la mujer de una pareja. A mí me gusta pensar que la palabra em es el homónimo del imperativo del verbo amar en francés: aime. Em. Aime. Ama. Amemos. Amad.«
De esta forma, desde un buen principio, la autora ya está estableciendo una polisemia que irá dando sentido poco a poco a las historias interconectadas que encontraremos en el interior de «Em«. No mucho después del mencionado prólogo, de hecho, Thúy dedica todo un capítulo a listar un buen puñado de palabras francesas que los vietnamitas han adoptado de forma casi inconsciente: «Todos los vietnamitas usan al menos un centenar de palabras francesas sin ser conscientes de ello«, afirma. Y así señala hacia el lenguaje como una red que conecta diferentes lugares en el mundo incluso a un nivel inconsciente.
A partir de esa red lingüistica, Kim Thuy teje otra red de sentido mucho más profunda. De forma similar a como «Ru» no era una novela río, sino un arroyuelo formado por pinceladas que, vistas desde la distancia, adquirían su sentido narrativo, «Em» juega a las vidas cruzadas de múltiples personajes que se van entrecruzando de forma casual. Desde la Guerra de Vietnam hasta el presente, varios personajes van encontrándose y desencontrándose a partir de una ley no escrita básica: «Las personas que no poseen más que lo puesto saben que deben y pueden apoyarse unas en otras«.
La hija de un matrimonio es adoptada por la niñera cuando sus padres mueren en un ataque vietnamita, un niño callejero se hace cargo de un bebé abandonado que aparece bajo el banco en el que suele dormir, la dueña de un orfanato se deja la piel para que los niños vietnamitas con padres yankis puedan volar a EEUU a la búsqueda de un mejor futuro… «Em» arranca en el presente, vuelve al pasado y empieza a andar hacia su propio punto de partida como quien sigue el hilo de Ariadna para darle sentido al laberinto que le rodea y así encontrar la salida.
La misma Kim Thúy advierte de lo vaporoso de su propio relato en el primer capítulo: «En este libro, la verdad aparece fragmentada, incompleta, inconclusa en el tiempo y en el espacio. Entonces, ¿sigue siendo la verdad? La respuesta la dejo a vuestra elección: será el eco de vuestra propia historia, de vuestra propia verdad. Mientras tanto, en las palabras que siguen os prometo cierto orden de las emociones y un desorden inevitable en los sentimientos«. Se intuye aquí, entonces, algo que establece una diferencia radical con sus anteriores trabajos: mientras que en «Mãn» y «Ru» se intuía cierto grado de autoficción, en «Em« se presupone un exhaustivo trabajo de documentación.
Muchos de los capítulos de libro abandonan la dimensión personal y se atreven con una nueva dimensión histórica a la que no se le caen los anillos a la hora de explicar operaciones militares o posicionamientos políticos de figuras que existieron realmente. Y todo ello, en vez de alejar al lector del relato, le ayuda a formarse esa «propia verdad» que menciona Thúy. Su literatura impresionista practicada como acumulación de pinceladas no busca una verdad absoluta, porque al final todos sabemos que la verdad es pura relatividad.
Por el contrario, los micro-capítulos de «Em» sirven para reforzar una estructura en la que la casualidad queda desterrada de la trama por otro valor mucho más importante: el amor que viene del término francés «aime». Un amor que hermana a personas que, sin ningún tipo de lazo familiar, acaban siendo unos para los otros más importantes que cualquier familia. Si esta concatenación de casualidades fuera la base de una peli hollywoodiense, probablemente quedaría retratada como un deus ex machina facilón y barato. Pero la autora construye una red de doble sentido (lingüístico e emocional) que hace creíble el periplo de sus personajes.
Hermanos mayores y menores, amigos y amigas que se aman porque las circunstancias que les ha tocado vivir han sido adversas y trágicas. Kim Thúy podría centrarse en el drama de la guerra visto desde el punto de vista victimista de los vietnamitas… Pero «Em» va más allá. Puede leerse así. Pero la mejor lectura que puede hacérsele no es la del victimismo, sino la de la celebración de la familia en todas sus acepciones amorosas. Incluso aquellas que no implican consanguineidad. [Más información en la web de Periférica]