Después de un verano de megablockbusters en el que cada uno era más mega que el anterior, «Elysium» se planteaba como «el blockbuster inteligente», el que iba a recuperar el espíritu de parábola distópica de los clásicos de la ciencia-ficción y elevar al cine de acción un nivel por encima de lo que acostumbra últimamente. Y el director de «District 9«, Neill Blomkamp, parecía un buen candidato para lograrlo. Aunque al final parece que hemos acabado cayendo en unos vicios pasados ya conocidos y nada buenos.
El planteamiento es, desde luego, estimulante: en el año 2159, la Tierra está devastada, superpoblada y prácticamente en ruinas. Sus habitantes malviven entre la pobreza, la insalubridad y la delincuencia mientras los más adinerados han huido a una estación espacial llamada Elysium, donde han recreado las condiciones de vida idílica de lo que solía ser la Tierra, blindándose contra cualquier invasión exterior. En Elysium, la vida es placentera, todas las enfermedades tienen cura y, ante todo, ante la idea de que cualquier agente externo pueda arruinar ese paraíso, los extranjeros no son bienvenidos.
Pero las ideas hay que saber desarrollarlas, y empieza a quedar claro que eso es algo que Neill Blomkamp no lleva demasiado bien. Así, de la misma manera que «District 9» se derrumbaba clamorosamente después de una brillante media hora inicial, aquí da la sensación de que ocurre lo mismo, pero algo antes e incluso algo peor, porque tampoco el prólogo deslumbra como hacía el de su predecesora. «Elysium» introduce conceptos interesantes (la sanidad, la inmigración, las diferencias sociales, cómo los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres), pero no acaba de quedar muy claro qué quiere hacer con todo eso. La cinta acaba paralizada, víctima de su propio debate interno entre el espectáculo y la denuncia, y no acaba de rematar ninguna de sus dos vertientes. Parece que quiere emular aquellos relatos subversivos de Paul Verhoeven, pero le faltan las armas, los argumentos y la mala hostia que tenía aquel y todo acaba resultando decepcionantemente inofensivo.
Ante este panorama, cabría la esperanza de podernos refugiar en los personajes. Agua. El héroe encarnado por Matt Damon es insulso, la niña que debe ser su catalizador emocional (en los trece segundos que comparten) es un pegote de guión y los malos hacen poco más que gesticular y chillar de una manera bastante irritante (ojo al tal Wagner Moura, que puede que haya entregado la peor interpretación del año). Particularmente decepcionante es lo de Jodie Foster, cuyo personaje amaga con dar mucho de sí hasta que el espectador se da cuenta de que su obvia inspiración en Christine Lagarde es la única gamberrada que se permite una película que está pidiendo a gritos algo de humor, o al menos de cinismo, algo que la saque del letargo, que evite que el film acabe siendo lo único que de ninguna manera podía ser: vulgar.
Nos queda la portentosa creación visual, la razonable dosis de entretenimiento y el inteligente uso de unos efectos especiales orgánicos y perfectamente integrados, como demuestra esa sorprendente pelea cuerpo a cuerpo entre Damon y un androide. En otras palabras: «Elysium» funciona meramente coma una película de palomitas (correcta, además, en ningún caso brillante) y eso parece un resultado más bien exiguo para sus pretensiones de partida. Blomkamp se mete en un berenjenal del que luego, ante la fragilidad de su discurso, acaba saliendo por patas. Y, en fin, para acabar entregando una película de acción con cámara lenta, voces en off, coros heroicos y flashbacks requeteexplicativos no hacía falta tanto lío.