El Vilar de Mouros 2018 ha confirmado un rumor que siempre ha corrido por ahí: que este festival es lo más parecido que tenemos a un Woodstock ibérico.
Según el plan trazado en su retorno en 2016, tras un paréntesis entre 2007 y 2013 y una desilusionante edición en 2014, el Vilar de Mouros se disponía a recuperar el fulgor de su dilatada historia para volver a estar a la altura de su condición de festival decano no sólo de Portugal, sino también de la península Ibérica.
Coincidiendo con la conmemoración de su 50 Aniversario (el certamen nació en 1965 como reunión de carácter folclórico) y con la intención de seguir siendo una de las citas más emblemáticas del país vecino hasta, al menos, el 2021 (cuando se celebrarán las cinco décadas de su primera edición internacional, la de 1971), el Vilar de Mouros reinició su andadura con fuerzas renovadas, una imagen actualizada y una estrategia musical basada en la nostalgia y en la actualidad a partes iguales con el fin de atraer a un público multigeneracional y de diferentes gustos. Visto el resultado de su capítulo de 2018, se puede concluir que su idea de partida se está materializando con un éxito imparable.
Para empezar, el Vilar de Mouros 2018 alcanzó un total acumulado durante sus tres días de duración -del 23 al 25 de agosto- de 31.900 asistentes, superando los 26.000 del año precedente. Eso sí, esa mayor afluencia no modificó un ápice el confortable y agradable ambiente que, como una reminiscencia de los años primigenios del festival considerado el Woodstock portugués, siempre se respira en la pequeña aldea del ayuntamiento de Caminha situada a la orilla del río Coura.
El mejor ejemplo de ello se vio en la playa fluvial de las Azenhas, reflejo de que, pese a sus reducidas dimensiones y su especial distribución, la parroquia es capaz de absorber sin problema a los miles de visitantes que llegan a ella en peregrinación musical.
Uno de los motivos que explican que el Vilar de Mouros 2018 hubiese contado con una audiencia más amplia se halla en la mayor presencia, por fin, de público procedente de España. Y recalcamos el ‘por fin’ porque en las ediciones anteriores nos extrañaba que, a pesar de los carteles con los que contaban (que incluían, entre otros, a Happy Mondays, OMD, Echo & The Bunnymen, Primal Scream, The Jesus & Mary Chain o The Boomtown Rats), no hubiera en tierras mourenses tantos espectadores españoles como cabía pensar, sobre todo teniendo en cuenta que el festival se ubica a escasos kilómetros de los pasos fronterizos entre Portugal y Galicia a través del río Miño.
La otra causa -más evidente- de la creciente atención que despertó el Vilar de Mouros 2018 fue su programación, quizá la más compacta y deslumbrante desde su regreso definitivo. Sin olvidarse de la escena local, el cartel del festival aglutinó a una serie de grupos y artistas internacionales significativos y fundamentales en sus respectivos géneros, con lo que sus fans (y no tan fans) estaban obligados a acudir a su llamada para no perderse la oportunidad de ver a sus ídolos. Quedó claro que la táctica revivalista (que abarca de los 80 a los 2000) del Vilar de Mouros funciona de maravilla, hasta el punto de que se ha convertido en su principal santo y seña.
Ahora bien, no sólo del pasado vive el Vilar de Mouros, sino también del presente, con lo que el evento no es un simple escaparate de viejas glorias, sino que va más allá al establecer puntos de conexión entre diferentes épocas y estilos que confluyen en un único escenario. De hecho, es posible tomarlo como una vía para revisar en vivo importantes referencias de los últimos cuarenta años de la historia de la música popular, testar cómo han resistido el empuje de las modas y comprobar cómo han influido en determinadas bandas contemporáneas con las que incluso comparten cartel.
Así avanzó el Vilar de Mouros 2018, montado en una máquina del tiempo con la que saltar de década en década sin abandonar un recinto que, en cada una de las tres jornadas, se agitó bajo una atmósfera de goce, alegría y, en definitiva, de auténtica pasión musical, sin prejuicios, imposturas ni artificios.
JUEVES 23 DE AGOSTO. 80 x 60. La primera acrobacia temporal se practicó para caer directamente en los 80. Esos fueron los años que envolvieron por completo el día inaugural del Vilar de Mouros 2018.
La fragancia del synthpop de aquel decenio impregnaba parte del sonido de Cavaliers Of Fun, encargados de levantar el telón del festival con la pegada de su pop electrónico bailable al que añadían unas gotas tan tropicales (en la línea de Cut Copy) como los estampados de sus camisas. La relectura insertada en su tema final del “We Are Your Friends” de Justice vs. Simian resultó adecuada para poner la guinda a un directo ideal para arrancar con ímpetu bajo el sol y el calor veraniegos.
Otro grupo luso, Plastic People, llevó el espíritu ochentero al siguiente nivel. Por sus gestos y maneras, resultaba sencillo creer que provenían de la Gran Bretaña de hace treinta y tantos años… De hecho, su frontman, João Gonçalo, debido a su pose, actitud y registro vocal parecía una versión más contenida de Ian Curtis; y sus compañeros, por extensión, mostraban trazas de Joy Division al construir un post-punk tan contundente como melodioso.
A la vez, en ciertos segmentos, la banda de Alcobaça también se regodeaba en el new wave de pura cepa, ejecutado con precisión como dicta su libro de estilo. Y, en otros tramos, pasaba al indie-pop vibrante y adhesivo. Es decir, que Plastic People vendrían a ser la traducción portuguesa de los rusos Motorama con una paleta sonora más potente y rocosa. Gracias a sus prestaciones sobre las tablas, conviene seguir la pista de una de las nuevas bandas más prometedoras del país vecino.
Con PiL empezó a resolverse la multiplicación expuesta más arriba: 80 x 60. El primer factor ya se imaginan a qué se refiere… El segundo, se basa en la edad de las figuras que, a partir de aquel momento, desfilarían por el escenario hasta el final de la noche: 60 años… o más. Sin embargo, la edad no supuso ningún obstáculo para que esas leyendas de la música demostrasen sus cualidades y buenos estados de forma actuales.
De acuerdo, hay que reconocer que John Lydon, en ese sentido, no era precisamente el paradigma a tener en cuenta. Lo manifestaba su aspecto de profesor de instituto con gafas y su libreto con las letras bien cerquita. Exacto, los años no pasan en balde, ni siquiera para tótems de su talla… Pero Lydon se empeñó en luchar contra sus efectos recurriendo a su habitual teatralización ante el micrófono, aunque su voz (pese a puntuales enjuagues de whisky…) no le ayudaba a alcanzar los puntos más álgidos de su interpretación.
Las canciones de PiL, eso sí, mantenían el poder de antaño, lo que evitaba que Lydon cayera en la autoparodia. “The Body”, “I’m Not Satisfied”, “This Is Not A Love Song” o “Rise” recordaron, por un lado, por qué PiL son los pioneros y continúan siendo pilares básicos del post-punk; y, por otro, por qué Lydon es uno de los personajes clave de la cultura pop. Su aura mítica hacía que el respetable no se fijase tanto en su falta de fuelle y sí en su afilada lengua, que se desbocó en “Shoom”. Cuando terminó, arengó a joder el sistema, cogió su libreto y se retiró. Las deidades musicales también deben descansar, naturalmente.
Una sensación opuesta transmitió Philip Oakey, hiperactivo a lo largo de la actuación de The Human League y perfectamente flanqueado por Joanne Catherall y Susan Ann Sulley, imponentes divas que dieron el toque glamuroso y elegante a la fiesta tecnopop que organizaron los de Sheffield. Si hay un símbolo ochentero por excelencia, ese es The Human League, quienes no se dejaron ninguno de sus hits sintetizados en el baúl de los recuerdos.
El chispeante inicio con la spectoriana “Mirror Man” dio paso a una sucesión de extáticas fases de baile que se combinaban con pullas lanzadas contra la clase política mediante los visuales que reforzaron “The Lebanon” y baladas marca de la casa como “Human”. El objetivo consistía en dejarse llevar por la euforia , y eso fue lo sucedió con “Seconds”, “Tell Me When” o “(Together In) Electric Dreams”, que cerró un espectáculo (cambios de vestuario incluidos) culminado por una de las instantáneas que quedarán grabadas a fuego en los anales del Vilar de Mouros: todo el mundo coreando a grito pelado en medio de la apoteosis general el estribillo de “Don’t You Want Me”. Difícil encontrar un clásico de los 80 de tal magnitud…
… a no ser que, justo después, Chrissie Hynde decidiera responder vaciando la incontestable colección de grandes éxitos de The Pretenders. En principio, prefirió centrarse en su trabajo más reciente, “Alone”, y exhibir su cara más rockera para, de paso, demostrar que su discurso se conserva lozano y vigoroso. Desde el primer segundo, Hynde certificó que por ella no pasan (ni pesan) los años, tanto al micro como a la guitarra.
Ella sola se bastó para dirigir con firmeza y garbo a una banda perfectamente engrasada, ya fuera al ejecutar con furia sus piezas más incendiarias o las más románticas, como “Let’s Get Lost”. Hynde aprovechó ese cambio de tercio para comenzar a destapar su tarro de clásicos inmarchitables. No faltaron “Kid”, “Back On The Chain Gang” o, por supuesto, “Don’t Get Me Wrong”. Aunque la palma se la llevó “I’ll Stand By You”, catalizadora de recuerdos varios que derivaron en múltiples lágrimas derramadas por todo el recinto. Para compensar tanta emoción a flor de piel, The Pretenders apretaron de nuevo el interruptor eléctrico hasta finalizar con brío un set que condensó la esencia del Vilar de Mouros en general y de su edición de 2018 en particular. A sus pies, Mrs. Hynde.
La noche se tornaría oscura y albergaría horrores con la entrada de Peter Murphy, que ya había dejado su lúgubre huella en el festival sólo un par de años antes. Pero esta vez no volvería a tierras mourenses como artista en solitario, sino acompañado de David J en el marco de la conmemoración del 40 aniversario del nacimiento de Bauhaus. Murphy, transformado en maestro de ceremonias de un siniestro ritual, sumergió a la audiencia mediante su profunda voz y sus sugestivas expresiones faciales y corporales en un sombrío mundo que tenía como banda sonora las canciones que pusieron las semillas de las que germinó el goth-rock, el after-punk y el dark wave.
Entre esas coordenadas se movió su concierto, un amplio repaso a su tenebroso catálogo ejecutado en medio de una densa y, a veces, amenazante ambientación que potenció el impacto de “She’s In Parties” y “Bela Lugosi’s Dead”, fogonazos que retumbaron en plena madrugada como ecos psicofónicos en un mal sueño.
[/nextpage][nextpage title=»Viernes 24 de agosto» ]VIERNES 24 DE AGOSTO. ALÓ, PRESIDENTE. La segunda jornada del Vilar de Mouros 2018 fue, probablemente, la más calurosa desde su retorno, en cuanto a la meteorología reinante y a los ánimos del público, los cuales empezaron a caldearse desde bien temprano.
Por eso Scarecrow Paulo, alias de Paulo Pedro Gonçalves, músico enrolado en el pasado en varias bandas emblemáticas de Portugal, tuvo ante sí a una todavía no muy numerosa pero sí entregada audiencia que disfrutó con su rock de hechuras clásicas.
Tirando de ese mismo hilo, aunque dentro del terreno del pop, los también esenciales GNR hicieron las delicias de sus fans abrillantando unas canciones que se seguían al dedillo. Seguro que eso también quería hacer uno de sus adeptos más ilustres, que había irrumpido en el recinto del Vilar de Mouros cual estrella de rock: António Costa, primer ministro de Portugal.
De repente, la atención se desvió del escenario hacia su figura, que rápidamente quedó rodeada por los medios y simpatizantes de todas las edades. Vamos, que no sólo a Pedro Sánchez le gusta acudir a festivales de música… ¿António Costa habría llegado allí también en avión oficial?
Quizá al mandatario luso le hubiese encantado quedarse a ver la actuación de uno de los artistas más completos del país vecino: David Fonseca, quien siempre persigue entretener al respetable a base de canciones pegadizas y toda clase de elementos extramusicales. La presentación de su último disco, “Radio Gemini”, fue la excusa ideal para que Fonseca ejerciera su papel de showman de variados registros hasta provocar bailes, karaokes colectivos, agitación y devoción por una de los astros del pop portugués.
Como acostumbra, Fonseca no escatimó esfuerzos a la hora de sorprender con versiones de diverso pelaje que enardecieron a la muchedumbre: “Da Ya Think I’m Sexy?” de Rod Stewart, “O Corpo é que Paga” de António Variaçoes (artista único e inimitable en la Portugal de los 80 de quien se está rodando un biopic) y “Just Can’t Get Enough” de Depeche Mode, que elevó el tono festivo propiciado anteriormente por “Oh My Heart” a través de un perrito antropomórfico que brincaba sobre las tablas y del lanzamiento de confeti y de bolas hinchables gigantes con las que el gentío se lo pasó en grande. A Fonseca se le puede achacar que enfoca sus directos desde una perspectiva populista, pero su fórmula es efectiva, algo que quedó claro al ver las caras de alegría una vez terminado su show. Así que, misión cumplida.
Después, del júbilo exultante se pasó a la épica desbordante de Editors. Los de Birmingham habían aterrizado en Portugal rodeados de la incertidumbre generada por el irregular resultado de su álbum “Violence”. Pero enseguida disiparon las dudas cuando en el arranque con “Cold” y “Hallelujah (So Low)” revelaron que el sonido melifluo de sus nuevas composiciones en versión álbum iba a engrandecerse en directo.
Menos mal, porque temíamos que Tom Smith y amigos se perdiesen en sus intentos por parecerse a ese grupo desconcertante que mezcla influencias de U2, Coldplay y Muse. Sin embargo, en Vilar de Mouros Editors fueron Editors; y Smith, pese a sus histriónicos balanceos al más puro estilo del Thom Yorke del vídeo de “Lotus Flower”, exhibió poderío en los diferentes saltos por lo más granado de su discografía, desde la arrebatadora «Smokers Outside The Hospital Doors” hasta “The Racing Rats”, pasando por “Formaldehyde”, “An End Has A Start” o “Munich”.
Sólo hubo un tramo en que el terremoto guitarrero decayó: cuando a Editors se les ocurrió lucir su lado más depechemodiano enlazando “Nothingness”, “Violence” y “No Harm”, como si quisiesen testimoniar el sentido de sus experimentos sintéticos. Superado ese intervalo, el broche lo pusieron las bombásticas “Papillon” y “Magazine”, el single que justifica por sí solo que Editors hubiesen publicado “Violence”, un trabajo que frenó su recuperación de años anteriores pero que en Vilar de Mouros supieron reconducir para ofrecer un recital rotundo.
Una maniobra similar realizaron Incubus cuando entraron en escena. Todos aquellos que echaban de menos el rock que antaño acaparaba el cartel del festival veían a los californianos como un salvoconducto con el que regresar a aquellos tiempos. Aunque no sólo podían expresarlo los más veteranos del lugar, sino también los más jóvenes que se zambulleron de lleno en unas canciones que, unas veces, situaban a Incubus como una versión comercial y dulzona de Rage Against The Machine; y, otras, como un grupo emo que apuntaba al corazón.
Esa dualidad, en vez de desorientar, impulsó a una audiencia que coreaba cada palabra, se excitaba con el progresivo striptease de cintura para arriba de Brandon Boyd y alucinaba con las larguísimas rastas oscilantes de Dj Kilmore. Es probable que, a estas alturas, el estilo de Incubus se muestre un poco desfasado, aunque sus temas más señeros no hayan superado realmente su fecha de caducidad, a juzgar por la entusiasta reacción de las filas delanteras con “Anna Molly”, “Nice To Know You”, “Drive” o “Wish You Were Here”. Aprovechando esta última, Boyd coló en su coda una breve relectura del incunable de mismo título de Pink Floyd; y antes ya había rendido tributo a INXS con una inesperada versión de su “Need You Tonight”.
En cierto modo, Incubus reivindicaron su estatus de valedores de aquel funk-rap-rock / post-grunge noventero que marcó en Estados Unidos y en parte del resto del planeta el paso al siglo 21, aunque no hay que olvidar que el motivo de su aparición en el Vilar de Mouros 2018 era la presentación de “8”, LP editado en 2017. Pero se impuso su pasado. Básicamente, era lo que todos sus admiradores deseaban.
Una de las peculiaridades del Vilar de Mouros reside en que el desenlace de cada jornada no se materializa con la acostumbrada juerga comandada por el dj de turno. De ahí que no extrañase ver a Kitty, Daisy & Lewis compartir con clase y regocijo su swing a altas horas de la noche. Sus directos no han variado desde hace años: los hermanos Durham continúan asombrando por su pericia instrumental y vocal cada vez que se intercambian los roles; y siguen contando con la ayuda del jamaicano Eddie ‘Tan Tan’ Thornton a la trompeta cuando transitan por ritmos reggae y blues. En cualquier caso, su revisión del rock and roll, el rockabilly y el r&b de los 60 no ha perdido sus efectos revitalizantes, como demostraron logrando disipar la humedad procedente del río Coura a base de los dinámicos ritmos de su sonido añejo.
[/nextpage][nextpage title=»Sábado 25 de agosto» ]SÁBADO 25 DE AGOSTO. GRACIAS, TIM. A medida que transcurre el Vilar de Mouros, resulta sencillo introducirse en una burbuja dentro de la cual automáticamente el resto del mundo desaparece por unos días. Aunque a veces es inevitable que los imponderables de la vida obliguen a salir de ella… para más tarde regresar a su interior.
Eso es lo que tuvo que hacer el equipo de Fantastic mientras se subían al escenario el portugués Luís Severo con su pop de autor, John Cale y su monumental cancionero y Los Lobos, que no se olvidaron de regalar “La Bamba”. Hasta que otra vez pusimos los pies en el empedrado mourense mientras escuchábamos de fondo “Fell Off The Floor, Man”, señal de que los belgas dEUS estaban desgranando su sólido repertorio, finiquitado por una explosiva “Suds & Soda”.
Pero la gran razón por la que era obligatorio acudir a la jornada de clausura del Vilar de Mouros 2018 costase lo que costase tenía nombre y apellido: Tim Booth. A James siempre se les ha intentado colgar etiquetas efímeras como Madchester, baggy sound o brit-pop. En realidad, nunca se dejaron encasillar en esas u otras categorías, por eso han conseguido sobrevivir hasta la actualidad con una fortaleza creativa envidiable.
Así lo acredita su reciente álbum, “Living In Extraordinary Times”, del que rescataron varios cortes que no desentonaron con los aclamados hits de los mancunianos. En un set equilibrado y que evolucionó de menos a más, Booth se dio el primer baño de masas (literalmente, surfeando sobre las cabezas de los asistentes) empujado por la fuerza melódica de “Getting Away With It (All Messed Up)”, que funcionó como catapulta para que Booth derrochase simpatía, carisma y magnetismo en cada tema interpretado, ya fuese en clave acústica y reposada (“Sit Down”), política (“Heads”) o festiva (“Curse Curse», “Come Home”).
La conexión entre público y grupo había alcanzado el punto óptimo de ebullición para que James atacasen con el triunfo asegurado de antemano dos de sus clásicos básicos: “Laid” y una emocionante “Sometimes”, que completaron una actuación brillante. El esfuerzo había merecido la pena.
Mucho más asiduos de los escenarios españoles que de los portugueses, Crystal Fighters supusieron un auténtico descubrimiento para una parte de los que querían acabar el día en la cumbre. Desde el segundo inicial no se anduvieron con chiquitas: arrancaron con “I Love London” y ya no aflojaron el acelerador con ritmos espasmódicos, rápidos fraseos y potentes graves disparados a toda pastilla. Las aves nocturnas se arrojaron a las llamas del desenfreno y el desparrame: la mejor forma de cerrar las puertas de un Vilar de Mouros 2018 que volvió a dejar estampas inolvidables.
Ahora toca pensar en su próxima edición, que se celebrará del 22 al 24 de agosto de 2019. La organización ha revelado que traerá varias novedades y que ya cuenta con tres nombres confirmados. Comienza, pues, un nuevo viaje en el tiempo a través de las últimas cuatro décadas de la historia de la música pop y rock que tendrá inicio y final en Vilar de Mouros. [FOTOS: Iria Muiños] [Más imágenes aquí y aquí dentro de nuestro perfil en Flickr]
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