No era ningún secreto que Sarah Assbring tenía preparadas muchas sorpresas para su nuevo disco. En cualquier entrevista en la que se le preguntara, no pestañeaba a la hora de afirmar que las influencias vendrían del house de Chicago yd el pop electrónico noventero, cosa realmente curiosa viniendo de una artista que se dio a conocer por una dulcísima habilidad para replicar el pop de chicas de los 60: con su reducido formato de voz, guitarra y algún que otro arreglo, El Perro del Mar entró por primera vez en nuestros corazones con sus soleadas canciones de desamor y esperanza que recogió en un disco homónimo, allá por 2006. El nombre lo cogió de una experiencia reveladora que tuvo en una playa española, un cruce de miradas con un perro y una iluminación: dejar atrás una depresión que arrastraba desde hacía meses y dedicarse en cuerpo y alma a la música. Y, desde entonces, Sarah había dejado caer dos discos más, «From The Valley To The Stars» (The Control Group, 2008) y «Love Is Not Pop» (The Control Group, 2009), a cada cual más personal y en los que las referencias al pop pretérito eran cada vez más difusas. La esencia siempre ha sido la misma: lo que ha ido cambiando es la forma, que ha ido adquiriendo adornos a medida que la propia artista crecía a nivel personal.
Sorprendió mucho descubrir que, efectivamente, El Perro del Mar se había cambiado el collar y con «Walk On By» nos dejaba picuetos con un etéreo festival de funk nineties que envolvía un videoclip totalmente a la altura de las circunstancias y que heredaba la cacharrería electrónica utilizada en «What Do You Expect«, canción previa a «Pale Fire» -que no incluye el disco- y en la que Assbring aparcaba la temática amorosa para posicionarse sobre un tema de problemática social: los disturbios de Londres. Más cambios: la artista también había reconocido que en su cuarto disco habría más referencias al momento actual que nos ha tocado vivir y que, de alguna manera, obliga a dejar de mirar para adentro y observar lo que pasa fuera.
Pero, bueno, estamos hablando de El Perro del Mar, que nadie se piense que «Pale Fire» es un «Graceland» (Warner, 1986) meets Mr. Fingers: es un cambio sustancial con respecto a sus anteriores entregas, pero es una evolución suave y neblinosa. Las brumas de las trompetas de «Pale Fire», la canción que abre el disco, se prolongan a lo largo de todo el tracklist, que gracias a su permanente ritmo de medio tiempo -ni apreta ni suelta el acelerador- acaba arropando en sábanas de seda rosa pastel y convierte todo el trayecto en una delicada carrera de ligeras subidas («Hold Off The Dawn») y bajadas que inducen a esa fase del sueño que quería provocar el chill wave hace unos meses («I Was a Boy«). Y es que «Pale Fire» tiene más de los grupos que recuperaban el pop acuático de los 90 que del house que dice Assbring que escuchaba de pequeña; pero, con pasos al frente como «Dark Knight» (tan oscura como adictiva), consigue pasar inteligentemente de largo la casilla que la situaría a rebufo de Memory Tapes y Neon Indian. Al contrario, a veces se atreve a jugar con ritmos reggae con un extra de edulcorante que la acerca a su vecina Lykke Li (como en «Love in Vain«) y en, otras se pone rara y misteriosa y prefiere ponerse al lado de Fever Ray («Love Confusion«,»To The Beat of a Dying World»).
Con estas diez canciones, El Perro del Mar ha conseguido firmar su mejor disco hasta la fecha: es maduro y atrevido y está preñado de momentos únicos que encajan entre sí como un mecano narcoléptico. Sarah Assbring ha firmado una banda sonora para domingos en brumas y mañanas adormiladas que condensa el aire del pulso del tiempo que nos ha tocado vivir y lo convierte en gotas que se pegan a la ventana.