En 1620, un grupo de protestantes británicos puritanos perseguidos por la Iglesia Anglicana se embarcó en el Mayflower con destino América. Fundaron Nueva Inglaterra al norte del continente. En 1733, ya habían llegado a Atlanta, al sur del país. (Dato curioso: Gerald O’Hara, el padre de Escarlata, es un irlandés orgulloso de serlo y su finca se llama “Tara” por una famosa colina de su patria.) En Nueva Inglaterra comenzó la Independencia de los Estados Unidos y allí, además, nació la literatura estadounidense. Es interesante observar la relación entre las ciudades de este estado y diferentes literatos americanos de prestigio: Edgar Allan Poe nació en Boston, Howard Phillips Lovecraft en Providence y Stephen King en Maine. En Maine precisamente, en una familia de inmigrantes irlandeses de apellido Feeney, nació, en 1894, el pequeño John. En 1914, “Jack” se mudó a California con su hermano mayor Francis, actor y realizador, quien pronto encontró un trabajo para “Jack Ford” (según sus primeros títulos de crédito).
En 1917, dieron a Jack su primera ocasión para dirigir: «El Tornado» (ahora perdida) era un “western” en el que Jack Dayton (el propio Ford) se las ve con la Banda de El Coyote. En los años venideros Jack (desde 1923 John) Ford se convertirá en sinónimo de western en todo el mundo. «La Diligencia» (1939), su segundo Óscar como director, es la primera película grande de un género que se consideraba menor. Luego se sumarían a la Edad de Oro del Western otros nombres míticos como Howard Hawks, Henry Hathaway, Raoul Walsh, Fred Zinnemann, King Vidor, George Stevens o Budd Boetticher. Ford, por su parte, contribuiría con clásicos como «Pasión de los Fuertes» (1946), «Tres Padrinos» (1948), «Fuerte Apache» (1948), «La Legión Invencible» (1949), «Río Grande» (1950) y «Centauros del Desierto» (1956).
A principios de los 60, el género parecía necesitar una renovación antes de que la gente se cansase de una fórmula con más de 50 años de uso (teniendo en cuenta que el primer western de que se tiene constancia es «Asalto y Robo al Tren» (1903) de Edwin S. Porter). En ese clima, en 1962 John Ford dirigió un western diferente. Uno con mensaje contemporáneo… Ransom Stoddard (James Stewart) es un joven abogado que llega a un pequeño pueblo, Shinbone, atemorizado por un pistolero, Liberty Valance (Lee Marvin), a quien nadie se atreve a enfrentarse. Todos le temen menos Tom Doniphon (John Wayne), un ranchero. Cuando Ransom se convierte en otra víctima de los abusos de Valance, se propone llevarlo ante la justicia para que pague por sus delitos. Finalmente, se ve obligado a batirse en duelo con él, en franca desventaja, y le mata. Eso le convierte en el salvador del pueblo y le lanza a una carrera política que le lleva al Senado, además de casarse con la chica que se debatía entre él y Tom. Lo que nadie sabe es que realmente fue Doniphon (como éste revela en privado a Stoddard) quien, oculto en las sombras, hizo el disparo que mató a Valance.
Para americanos coetáneos de Ford, la moraleja era clara: la Segunda Guerra Mundial, la Guerra de Corea, Vietnam (ya en el horizonte), Cuba… Los políticos, sus leyes, sus reuniones y su palabrería, no habían vencido al enemigo, llamárase Hitler o Comunismo. Había tenido que salvar la situación el ejército estadounidense. Y los futuros enemigos debían saber que seguía habiendo John Waynes dispuestos a disparar primero y acertar. El coronel Jessup (Jack Nicholson) grita al teniente Kaffee (Tom Cruise) en el final de «Algunos Hombres Buenos«, 30 años después: «Él podía vivir en democracia y atreverse a llevarle a juicio, porque hombres armados y dispuestos a disparar defienden el lado yanqui de la valla que los separa de Cuba. Esto no acabó en Vietnam«.
«El Hombre que Mató a Liberty Valance» es el último western clásico (Ford aún dirigiría «El Gran Combate» dos años después) dirigido por un genio, pero también un sermón de quien pidió el bloqueo para Alemania en 1938, justificó la intervención en Corea y luego en Vietnam, rodó films propagandísticos para el ejército y, de estar vivo (murió de cáncer de pulmón en 1973), habría justificado la ilegal invasión de Irak. Así también era John Ford.
[Marcos Arpino]