La sombra de «El Fuego Secreto de los Filósofos» (Atalanta, 2006), además de voluble como la reflejada por cualquier lumbre, es alargada como la de cualquier ensayo que se precie. Dicho en otras palabras: el contenido resulta un tanto volátil y su lectura se queda corta si no le sigue una reflexión que lo aquilate. Sus planteamientos navegan tan a contracorriente y se argumentan con un aplomo tal que, más que incitar, fuerzan el acto de reflexión. Esa firmeza, quizá por excesiva y contumaz, puede provocar cierto rechazo en el lector, ya que, por momentos, Patrick Harpur se muestra cual iluminado de la vida; más aún si consideramos que el tema del Alma fluye a raudales por sus líneas. Lo cual no resta, todo hay que decir, que muchas de sus ideas sean tan interesantes como audaces. La composición forjada en tal hoguera resulta de la aleación de diferentes materias (antropología, mitología clásica y nórdica, psicología analítica, ciencia, filosofía, literatura, religión…) usando la Imaginación como elemento clave en su fusión. Pese a la mencionada volatilidad, a medida que uno se adentra en su lectura, el contenido va cristalizando a base de alusiones a ideas ya planteadas o avanzando otras que posteriormente se tocarán.
La cantidad de referencias y enfoques que contempla complica enormemente su acotación. Al intentar abarcarlo se tiene la sensación de estar intentando coger aquel pez inquieto que se escurre entre las manos con una facilidad pasmosa. Ese carácter tornadizo y ambiguo es considerado por Harpur como algo propio de nuestra naturaleza y del mundo en que vivimos: su posicionamiento se acerca más a las mitologías y a la visión de las sociedades primitivas que al pensamiento occidental, caracterizado éste último, según él, por su afán de literalizar todo lo que toca. No es de extrañar, pues, que en el libro se toquen vertientes tan dispares como la religión o la ciencia. El autor considera que, a pesar de tratarse de ámbitos, a priori, bien diferentes, sus extremos acaban tocándose en cuanto al valor que las hemos otorgado. En este sentido, y quizás como respuesta esperable al dominio absoluto de la religión y/o superstición sobre todos los ámbitos de la vida en tiempos pre-científicos, hemos acabado por cargar exclusivamente a la ciencia de aquel carácter omnipresente que antaño tuviera la religión. Una vez abiertas las puertas del Reino Todopoderoso de la ciencia, nos hemos armado con la coraza de la fe desmedida en que no hay más verdad que la que proviene de la razón. Es decir, lo que no se encuentra dentro de los límites de su reino, se deporta a las tierras baldías de la palabrería insustancial… Harpur trata de fertilizar y revalorizar ese indeterminado terreno.
Nuestra razón, como forma de pensamiento occidental guiada por la lógica, no suele contemplar otra forma de razonamiento más intuitiva: el pensamiento analógico, presente en todas las culturas y especialmente de relieve en las primitivas. Esta forma de entender es una característica universal que articula un producto originario de la imaginación como es el Mito: entendido como el arquetipo junguiano, se trata de un aspecto clave en el enfoque de Harpur como imaginario del inconsciente colectivo. En contraposición a la comunión entre lo sagrado y lo mundano -tan común en las mitologías y culturas salvajes- lo sagrado se ha separado irreconciliablemente de lo mundano en Occidente. El Racionalismo, y su consecuente ciencia, también han influido en esa especie de esterilización de la verdad entendiéndola como algo que no deriva de nuestra experiencia; es decir, se trata de algo que en última instancia se encuentra fuera de nosotros, quedando «desangelado», inerte.
Esto ha derivado en una limitación en la noción de conciencia como experiencia ceñida a nuestro interior a expensas de otra conciencia más fluida y primitiva que también puede depositarse en algo externo. Aunque resulte «rarito» creer en este tipo de conciencia más amplia -lo tildaríamos de místico y automáticamente pasaría a las tierras baldías-, en palabras del propio Harpur, «este tipo de experiencia es de la misma clase que cualquier experiencia de absorción profunda por una persona, una obra o una actividad. Podemos olvidarnos completamente de nosotros mismos y fusionarnos imaginativamente con el objeto de nuestra atención«. ¿No ocurre algo similar con el amor? ¿No se puede uno arrebatar con la música, transportar a no-se-sabe-dónde a través de un relato, o embelesar con una obra de arte? La pregunta sobre una experiencia similar tras la ingestión de sustancias psicodélicas me la ahorraré por su obvia respuesta.
El Cristianismo y el Racionalismo han tendido, cada cual a su manera, a polarizar lo físico y lo espiritual en dos mundos contrapuestos en vez de considerarlos partes íntimamente interrelacionadas. Piensa Harpur que nuestra naturaleza se caracteriza, entre otras cosas, por ser ambivalente, y que la escisión derivada de esa polarización acaba manifestándose en todas las esferas de nuestra vida. Como expresión de ello, nos habla del modo en que lo inconsciente aflora e influye en lo consciente, así como el Otro Mundo (entendido como el misterio que desconocemos) también acaba manifestándose y afectando a Este Mundo. Sería algo así como un tándem que no sólo hemos separado sino también contrapuesto, pero cuyos polos forman parte de la misma naturaleza que compartimos. Este nexo entre ambos mundos se simboliza en las mitologías mediante un mismo tipo de ser escurridizo denominado de diferente forma según cada tradición (Dáimôn, Sídhe, Hermes, etc.), y en las culturas primitivas se personifica en la figura del chamán, cuya cualidad de intermediario en esa conexión o viaje entre los dos mundos lo dota de propiedades curativas.
También encontramos referencias literarias en la pluma de Harpur. A Shakespeare nos lo presenta como un chamán que reviste tradiciones míticas con las circunstancias de los sufrimientos en su época, dando como fruto una visión sanadora a nivel imaginativo (sus mitos se siguen reinterpretando con otros revestimientos en nuestros días como si fueran de rabiosa actualidad). Con Proust y su magdalena nos habla del papel que juega la imaginación en la memoria para hacernos revivir una experiencia como si volviera a ser real, pero sin serlo literalmente; es decir, como una realidad mítica más que histórica. Al Romanticismo lo contempla como una explosión necesaria que libera nuestra naturaleza salvaje (azarosa, primitiva e indómita) detonada por -y en- la cultura occidental (organizadora, educadora y controladora). Otros muchos planteamientos quedan ampliamente detallados, pero por no extenderme mucho más reseñaré su ataque a la Ley de la Selección Natural de Darwin (a quien le quede tiempo y ganas que disparé aquí y luego aquí), y la forma en que Harpur concibe el funcionamiento de las mitologías: permutando sus elementos y generando variantes de sus mitos hasta que se agota imaginativamente, después de lo cual surge de nuevo bajo una apariencia diferente (según el propio Jung, la alquimia reapareció más tarde como psicología del inconsciente).
En su conjunto, «El Fuego Secreto de los Filósofos» se trata de una incisiva obra tan atrevida como sugerente, aunque también excesivamente obstinada en su rebeldía. En su particular lucha contra pilares básicos de nuestra cultura, muestra de una forma intuitiva que la Imaginación puede ser tan real como lo que palpamos con nuestras manos alertando de la confusión entre realidad y literalidad. En ciertos momentos, quizás por estar tan cerca del fuego, se le calienta tanto la lengua que muerde a la cultura occidental con una rabia y negatividad desmedidas. El mismo Harpur parece ser consciente de esto cuando, en un momento determinado, intenta apaciguar su sofoco matizando explícitamente que su posicionamiento no es el de una diatriba ludita [sic]. Si alguna vez te has cuestionado el valor de considerar, en términos generales, la objetividad por encima de la subjetividad, quizás te interese este libro (aunque pedregoso sea el camino por estas tierras y estos tiempos en los que creer no significa tanto como razonar).