Nombre: María Bernal (a.k.a María Molkita, o Molki a secas).
Edad: Casi 29 años.
Profesión: Ejecutiva de cuentas en agencia de comunicación y redactora freelance.
¿A cuántos festivales has ido (aproximadamente)? ¿Ediciones en total? Unas cuarenta, seguro que alguna más que se me escapa. ¿Festivales distintos? Unos veinte.
¿Alguno fuera de nuestro país? ¿Cuál? Estuve en uno absurdo en Italia llamado Jammin’ Festival.
¿Cuál fue tu primer festival y cuál es el primer recuerdo que tienes de un festival, esa imagen vívida que conservas en tu mente, perfectamente idealizada (o no)? Siendo como soy murciana, resulta lógico que el primer festi al que fui fuera el Lemon Pop. Tenía quince años, llevaba trenzas y unas pintas de popi de manual bastante sonrojantes. El cartel era lo que por aquel entonces -y aún ahora- se podría considerar un cartelón: Astrud, Electrocugat, Juniper Moon, Helen Love… Fue muy entrañable, y fueron unas primeras sensaciones muy especiales. Si hablamos de festis más nivel pro, sería el FIB del 2003, que me pilló también bastante jovencita y con el que flipé. Tras tantos años siendo “la rara” del instituto, resultó que llegué a un sitio en el que 35.000 personas eran “como yo”. Fue la primera vez que acampé en un festival, y la sensación de hermanamiento con tus compañeros de camping, vecinos de tienda y gente en general era brutal. Cada día nos hacíamos una foto al entrar al recinto, a modo de foto finish pero a la inversa. Recuerdo estar bailando en lo que por entonces era la pista pop y pensar “que le den al resto del mundo, nosotros sabemos lo que es disfrutar”. Y por primera vez sentirme parte de algo y extrañamente reconfortada. Luego vendría el Primavera Sound del 2004, aún en el Poble Espanyol, y de ahí, una cuesta abajo (o hacia arriba, según se mire), de alguna manera incontrolada, en la que se han tocado todos los palos, tipos y tamaños de festival.
Mucha gente dice que en los festivales no se liga ni se folla… ¿Has tenido algún tipo de experiencia erótico-festiva o cercana a ello en alguno? Confiesa: ¿has ligado alguna vez en un festival? A ver, si estás in the mood y te quedas hasta altas horas de la mañana, pues siempre hay un cuerpo amable dispuesto a (o necesitado de) dar salida a las necesidades carnales más básicas (y eso creo que lo hemos vivido todos, o al menos visto cerca y aceptado/rechazado); pero, en general -llamadme rara-, suelo ir a los festivales sin ese tipo de intenciones, ya que hay dos motivaciones mucho mayores a las que atender: los conciertos, y hacer el tonto con mis colegas. Lo que suele ir acompañado de altas dosis de surrealismo, “me-da-igual-ismo” y, básicamente, no echar muchas cuentas a lo que, en mi caso, viene siendo el sexo opuesto. Además, las circunstancias no suelen acompañar demasiado: ¿tienda de campaña en el FIB? Ni loca, con el calor que hace. ¿Casa ajena en el Primavera Sound? No, hombre, que eso está feo. En fin, que mamoneo mucho, pero lo que viene siendo concretar, poco.
¿Cuál ha sido la cosa más friki que te ha pasado en un festival? (Y aquí puedes darle tú misma la acepción a friki que prefieras: divertida, loca, surrealista, inolvidable…) He de comenzar diciendo que, en general, suele pasarme bastante de todo y, ahora que lo pienso, me cuesta quedarme con algo en concreto. Hay millones de cosas, de las que buena parte son responsables mis amigos; pero, así, por ejemplo, recuerdo despertarme un año en el camping del FIB, un lunes, con toda la bajona, y con una ventolera magnífica que arrasó un campamento muy pro que tenían montado nuestros vecinos de tienda (jaima, hornillo, sillas, mesa… de todo) mientras que mi tienda, malamente clavada, sin ni siquiera el doble techo, mitad en la parcela y mitad en el pasillo de piedras frente a las duchas (cada vez que pasaba la ambulancia sufría por mi integridad) se mantuvo intacta. Y no sólo eso, sino que del desierto campamento vecino quedó en pie una radio que encendimos para pasar el rato y de la que sonó, literalmente, una canción que decía “las niñas no tienen pilila” (con sus coros y todo). No sé qué nos dio más risa: si eso o escuchar de lejos “oh la la!” cuando los franceses dueños del chiringuito volado vieron su campamento destrozado. Y nosotros tan pichis con su radio, petándolo, y con un ataque de risa muy severo.
Todos sabemos que el 20% del tiempo que pasamos en un festival lo hacemos en la zona de los Poliklines… Cuéntanos alguna anécdota que tenga que ver con un Poliklin. Hablar de los Poliklines es hablar de dolor, dolor emocional y dolor vital. Pero lo más fuerte, además del hecho de tener que depender de semejante vertedero ambulante durante unos días, es haber ido al Poliklin con una amiga, que ella perdiera las llaves del coche al bajarse los pantalones, no enterarnos ninguna de las dos, y a las horas (ojo, HORAS), aparecer un amigo diciendo “mira que llaves más guapas me he encontrado” sin saber que eran nuestras. No recuerdo haber visto a mi amiga más pálida en la vida. Por otro lado, lo de entrar a hacer pis y, tras estudiar al milímetro la postura para rozar lo más mínimo todo el habitáculo, mirar hacia el techo distraída y ver lo que viene siendo un desecho humano semi-sólido pegado, asombrosamente sujeto, pendiendo cual jamón de bellota en bar de carretera, pero en una versión mucho más escatológica y pestilente, también tuvo lo suyo. Casi me muero del asco… y de la prisa por salir de ahí. Pasado el asco vino la reflexión y, tras ésta, la más grande de las incertidumbres humanas: ¿quién se molesta en recoger lo expulsado por uno mismo y lanzarlo al techo a ver qué pasa? Luego dicen de la droga caníbal, pero yo creo que lo que se había tomado aquel sujeto o aquella sujeta sí que era ETA y no Pablo Iglesias.
¿Cuál ha sido la peor experiencia que has tenido en un festival? Pero la peor en plan hacer que te plantearas irte a tu casa… Malas malísimas lo cierto es que ninguna, o mi cerebro ha preferido obviarlas. Pero sí recuerdo con especial antipatía los momentos de llegada al FIB, cargada como una mula, sobre todo cuando llegabas por la noche y ya habían cerrado el camino de debajo de la gasolinera, y tener que bordear la montaña de detrás con la casa a cuestas, sudando como mulas, y parando cada veinte metros. También llegar por el día, con el sol de justicia y la tienda, la mochila, y todos los aparejos que van a hacer de esos días de incómodo desierto un pelín más agradables, y que el camino hasta que te adjudican una “parcela” en el camping se te haga interminable e ir pensando mientras tanto: “cuando llegues y montes, merecerá la pena, como siempre” a modo de mantra, para no dar la vuelta e irme por donde había venido. Mi experiencia en el Creamfields de Villaricos tampoco fue muy allá: me pareció un sitio guarrísimo y muy pasado de vueltas, con un público muy chungo. Dije que no volvía y no he vuelto. Acabé pasando de la peña, echando una siesta en la playa, con una botella de Coca-Cola de dos litros a modo de almohada y los jipis chungos con mazas de fuego y pasados de pastillas saltándome por encima. O las comunicaciones del Ola Festival. Salir de allí fue una odisea, pero como era la vuelta a casa no es que me dieran ganas de irme, me dieron ganas de no volver. Lo jodido fue que no me hizo falta: nunca más se supo de ese festival.
¿Cuáles son tus trucos de supervivencia festivalera, esas claves que para ti siempre funcionan, tus “lo que hay que hacer” y “lo que no hay que hacer”? Ir sin pretensiones, con buena compañía, tener claro qué conciertos quieres ver y a cuáles puedes renunciar por no matar el “flow” de la velada y, sobre todo, pensar en el festival como en unas vacaciones. Hay que dosificar la energía (importantísimo) y no estresarnos, que para eso ya tenemos el resto del año. También recomiendo mucho ir a los conciertos que uno realmente quiere ver. Parece una tontería, pero no lo es. Hacer un ejercicio de sinceridad y no ir de cultureta, que aquí hemos venido a disfrutar. Desde un punto de vista más práctico, lo de llevar toallitas húmedas en el bolso siempre es un must, by the way. Y algo azucarado.
Imagina que el Delorean aparca en la puerta de tu casa y sale Marty McFly y te dice que te lleva a cualquier momento de cualquier festival en el que hayas estado… ¿Cuál sería? ¿Por qué? Me cuesta mucho elegir, ya que he sido muy feliz por motivos muy diferentes en muchos festivales. Es difícil elegir entre la emoción de ver a Morrissey por primera vez… Lo guay que es que todo el mundo se vaya a ver a Arcade Fire y tú y tus mejores amigos os quedéis viendo a Astrud y gozándolo de semejante manera que me extraña que no haya vídeos en YouTube; encontrarme a Dominique A (del que soy absolutamente fan) en un concierto de The Divine Comedy en el PS del 2004; bailar las Brazilian Girls en un desértico escenario verde del FIB y sentir que el mundo era mío; quedarme sin habla tras un concierto de Placebo del que esperaba bien poco y descubrir que siguen (al menos en directo) en una forma brutal; meterme sola y emocionada entre la masa para ver a Beirut y que, cuando más al borde de la lágrima estoy, mire hacia mi izquierda y vea a mi mejor amigo ahí, como saliendo de la nada en una felicísima coincidencia; y, de un tiempo a esta parte, ver amanecer bailando con DJ Coco y mis amigos en las gradas del Ray-Ban del PS. Se me están escapando muchos, pero es que podría llenar folios y folios y folios…
Dinos cuáles son los Tres Conciertos de Tu Vida que hayas visto en el marco de un festival. La pregunta se las trae, se las trae bastante. Es complicadísimo elegir. Seguramente uno de ellos sea el de Astrud del Summercase 2007, en Barcelona, porque fue un momento súper especial para mí y para mis amigos, que estoy segura de que recordaremos siempre, y porque… son Astrud, joder, qué más queréis que os diga. También recuerdo como uno de los momentos mágicos de mi vida el concierto de Björk, tanto del Ecléctic (salí sin palabras, literalmente) como del Ola Festival, donde sufrí un síndrome de Stendhal muy serio. Y como sólo me queda uno y no paran de venirme conciertos a la cabeza y me cuesta decidirme, tiraré de los básicos, y diré que lo que hizo Antony and the Johnsons en el PS del 2005 en el Auditori fue una de las cosas más especiales que he visto nunca. Pero podría citar unos cuantos más, bastantes más.
Y para terminar, dime el nombre de diez grupos / artistas que compondrían el cartel del Festival de Tu Vida (de ahora y de siempre, vivos o muertos, retirados o en activo…) y en qué ciudad del mundo tendría lugar y por qué. Otra pregunta sencillita (nótese la ironía). ¿Sólo diez? A ver, sin pensarlo mucho, por uno u otro motivo, me vienen los siguientes: Placebo (la adolescencia fue dura, y me hicieron mucha compañía); Four Tet (son de los pocos grupos que me encantan que me quedan por ver en directo); Dominique A (porque lo que él hace no lo hace nadie, y punto); Astrud (volved ya, cojona); The Divine Comedy (porque sí, y punto); La Buena Vida (volquete emocional necesario cada cierto periodo de tiempo); PJ Harvey (Diosa absoluta); Nick Cave (PUTO AMO, PUTO AMO, PUTO AMO); Caribou (la mejor entrada a la hora de baile posible); Daft Punk (cuando el show aquel de la pirámide. Se me ocurren pocas movidas más bailables y disfrutables que aquella). Se me quedan muchos en el tintero, pero más o menos por ahí van los tiros. (Seguro que luego releo esto y me arrepiento de no haber puesto a fulanito y sí a menganito). En cuanto a la ciudad… pues en un sitio cómodo y bonito, rodeado de naturaleza y. a ser posible, con un lago/río cerquita y donde se respire paz y donde bailar al aire libre hasta la mañana sea una experiencia saludablemente lisérgica. Algún pueblo perdido de Asturias, o de la España más profunda de Castilla León. Calorcito por el día, fresquete por la noche. Lo que viene siendo el paradigma del “agustismo”, que al fin y al cabo es a eso mismo a lo que se va a los festivales, a estar a gusto, ¿no?