Es «El Árbol» (Acantilado, 2003) una compilación de relatos súper breves escritos por el escritor y dramaturgo polaco Sławomir Mrożek. Con la ironía en una mano y el absurdo en la otra, el autor se revela como un artífice del género minimal, trazando ficciones interesantísimas bajo reducidas extensiones. Pese a todo, hay que ser crítico y dejar bien claro que el conjunto carece de cierta regularidad, carencia por lo demás de lo más justificada en tanto que nos encontramos ante más de cuarenta relatos condensados en unas ciento cincuenta páginas. No podíamos esperar que la calidad se mantuviese por igual en todos los casos. Sin embargo, hay que admitir que ello no deviene en problema, dado que hay gran cantidad de cuentos geniales que, quizá, no brillarían tanto de no estar entre otros más mediocres. Y su lectura es amena como pocas. De hecho, aprovechando esta reseña no solamente recomiendo la lectura de «El Árbol«, sino que invito al usuario a probar el estilo de Mrożek con esta recopilación y, si gusta, a degustar el resto de la oferta del autor que Acantilado ofrece. Ha sido mi experiencia, la verdad. Comencé con este libro y, al ser tan sencillo de leer y al resultar una lectura tan ligera y entretenida, no dudé en comprar otras obras suyas.
Sin llegar a ser (probablemente) pequeñas obras excepcionales que marquen un antes y un después en la vida de un lector, los cuentos nos sumergen en absurdas historias que desbordan imaginación. Sanos ejercicios que mantienen en forma la cabeza, instándola a hacer auténticas peripecias reflexivas para comprender e interpretar las descabelladas situaciones que se nos presentan a un ritmo desenfrenado, cada cinco o seis páginas. De esta manera, nos encontramos ante las más disparatas y diversas historias. Tenemos a un hombre pecaminoso que encuentra la solución a su mala conciencia en un gatito que recoge de la calle y que, inesperadamente, parece tener la extraña propiedad de cargar con las consecuencias morales de sus actos, dejándole a él impune. Nos damos también con un teatro que, movido por los preceptos del régimen comunista, decide no dar preferencia a un solo individuo y representar «Hamlet» dándole el papel del protagonista a nueve personas. O el caso de un hombre que, tras enterarse de que hay satélites que sacan fotos de la Tierra desde el espacio, decide negarse a adjuntar una fotografía suya cuando presenta la solicitud de jubilación aduciendo que puede ahorrarse el dinero y pedir que utilicen alguna de las fotos que le han hecho desde el espacio… Sencillamente hilarante.
Otro asunto reseñabe es la constante presencia de los regímenes totalitaristas de trasfondo en casi todos los relatos. Aunque a veces su presencia es de lo más adecuada, es cierto que, en otras ocasiones, sencillamente cansa y deseamos que Mrożek busque un nuevo atrezzo para sus ficciones. En definitiva, aunque no nos encontremos frente a un producto excelso, sí que tenemos a mano un sabroso tentempié que nos entretendrá de manera ligera y amena en aquellos momentos en que no nos apetece comenzar a leer algo de más intensidad. Porque hay un momento para el peso, pero también uno para la levedad
[Julián Q.]