Si en la crónica de la edición 2011 del festival Paredes de Coura portugués decíamos que este era un acontecimiento con ‘licença’ (con permiso) por la forma en que había que encontrar hueco educadamente entre su multitudinario público, en la de este año habría que sumar otra expresión no tan agradable: con ‘chuva’. Con lluvia, mucha lluvia… Porque el vigésimo aniversario de una de la reuniones musicales más importantes y tradicionales del país vecino arrancaba empapado por un furibundo y, por momentos, frío e interminable aguacero que hacía pensar que la fábula del diluvio universal pudo haber sido cierta. Aunque no se llegó a los cuarenta días y cuarenta noches de temporal, sí que durante las dos primeras jornadas (cinco en total, una más que el año pasado) los que esperaban disfrutar del magnífico entorno natural de la playa fluvial do Tabuão bajo el sol y el calor estival antes de degustar la abundante ración de conciertos diarios se introdujeron, de repente, en unas incómodas vacaciones en el mar… que caía directamente del cielo. Los chubasqueros y las botas katiuskas se convertían en los inesperados protagonistas del evento y en el gran negocio de varias tiendas del pueblo que le da nombre.
Con todo, las adversidades meteorológicas iniciales no fueron obstáculo para que el EDP Paredes de Coura 2012 arrancase según lo previsto y acabase desplegando a lo largo de la semana, ya bajo el influjo del verano propiamente dicho, su vasto cartel internacional con éxito. De este se había afirmado que se había reducido su calidad con respecto a capítulos anteriores (ya se sabe: las consecuencias de la nefasta crisis económica actual…) al no contar con ninguna estrella de relumbrón evidente, que se había diluido su esencia rockera y que se mostraba relativamente desequilibrado, pero su desenlace constató que su eclecticismo y variedad estilística resultaron atractivos y satisficieron los diferentes paladares de los melómanos congregados en sus dos escenarios. Circunstancia que se reflejó en los datos de asistencia, en creciente progresión (paralela al aumento de la temperatura atmosférica y del ambiente festivalero) hasta alcanzar un total acumulado de 85.000 aficionados. Dato más que llamativo, teniendo en cuenta que la localidad que los acogió cuenta con un censo de poco más de 9.000 habitantes.
MARTES 14 DE AGOSTO
PALCO VODAFONE FM. El pistoletazo de salida oficial del EDP Paredes de Coura 2012 se había producido el lunes 13, que había funcionado como día de aclimatación al espacio courense y de calentamiento previo a los actos principales del festival protagonizado exclusivamente por artistas y grupos lusos de diverso pelaje (pop, rock, electrónica y folk). Así que hasta el segundo día no se vería el debut de los primeros nombres foráneos, todos ellos reunidos bajo la carpa del área pequeña del recinto (la grande no se inauguraría hasta la jornada siguiente). Con la humedad y el agua calando hasta los huesos, Japandroids tuvieron que luchar contra el viento y la marea exterior a base de guitarrazos volcánicos e incandescentes, con los que transmitieron la efusividad y el alto voltaje de su disco “Celebration Rock” (Polyvinyl, 2012). Tras una intro instrumental, enseguida apretaron el acelerador a fondo y no lo soltaron en ningún instante hasta convertir su show en toda una celebración (literal) del rock en directo: por un lado, Brian King llevaba su garganta al límite y prendía fuego a sus seis cuerdas; por otro, David Prowse le acompañaba a grito pelado y aporreaba su batería como si no hubiese un mañana; y, ante ellos, el público se entregaba sin remilgos al pogo desenfrenado y al crowdsurfing, dos de las múltiples demostraciones que se verían durante el certamen de que la audiencia alternativa portuguesa es mucho más apasionada que la española. Tal derroche de energía se tradujo en una sucesión non-stop de balazos escupidos a todo volumen como “Younger Us”, “Fire’s Highway” o “The House That Heaven Built”, que confirmó la fama precedente de la pareja canadiense de auténtica alborotadora. La fórmula de su concierto no resultó nada novedosa, pero sí tremendamente efectiva.
Más curiosa e interesante fue la receta seguida por Merrill Garbus, alma mater de tUnE-yArDs. Conocida por ser una de las damas del nuevo pop polirrítmico-tribal-esquizoide, la norteamericana aprovechó su estreno sobre los escenarios lusos para, de algún modo, explicar cómo el aparente caos sonoro de sus álbumes se ordena y adquiere cuerpo en directo. A través de su potente chorro de voz (“Do You Want To Live?”), unos hábiles loops vocales y percusivos que ella misma activaba con extrema velocidad (“Real Live Flesh”), la ayuda del bajista y los adornos de sus dos saxofonistas, elaboró todo un festín de gritos sostenidos, ukelele, efectos y overdubs con aspecto de aquelarre chamánico culminado por “Bizness” y una animosa “My Country”, que puso el broche de oro a su sorprendente y desatada actuación.
La tradición rock anglosajona regresaría al palco Vodafone FM de la mano de Stephen Malkmus & The Jicks. El antiguo líder de los extintos Pavement recordó por enésima vez que la historia con su legendaria banda ya está más que finiquitada (aunque tarareó en broma el memorable inicio de “Cut Your Hair”), para defender el repertorio de su actual familia, sobre todo el perteneciente a su última referencia: “Mirror Traffic” (Matador, 2011). Por tanto, ni rastro de lo-fi sobre suelo portugués: el californiano tiró de sonido en alta fidelidad para interpretar sus cristalinos punteos de guitarra y melodías acostumbradas pero más limpias y aseadas. La mezcla de la agilidad de “Senator” y “Stick Figures In Love” con algunos medios tiempos amables (“Brain Gallop”) y temas de tintes psicodélicos (“Spazz”) sirvió como bálsamo ante la lluvia torrencial que caía en la noche de Paredes de Coura.
Pero se necesitaba caldear un poco más el aire de la carpa, subir unos cuantos grados el termómetro de su interior. Friends parecían intuirlo cuando aparecieron con su estética ochentera y encendieron el interruptor de su pop-funk / post-punk revivalista. Su front-woman, la carismática y seductora Samantha Urbani (ataviada con un corto top dedicado a las rusas Pussy Riot), concentró en su figura y su voz toda la sensualidad, el cariz sexy y el glamour calentorro de la música de los de Brooklyn. A pesar de que su primer LP, “Manifest!” (Lucky Number / Fat Possum, 2012), no llegó a cuajar del todo, su traslación a las tablas ganó en punch y nervio, principalmente sus tres singles más claros: “Mind Control”, “I’m His Girl” y “Friend Crush”, en la que Urbani no dudó en zambullirse entre la muchedumbre, cumbre de su permanente conexión con una audiencia que, en menos de una hora, había disfrutado de un viaje de ida y vuelta en el espacio y tiempo hacia la Nueva York más groovy de los 80.
MIÉRCOLES 15 DE AGOSTO
PALCO VODAFONE FM. Los grises nubarrones habían desaparecido por completo del firmamento para dar paso, por fin, a los cálidos rayos de sol que tostarían las pálidas caras de los pobladores temporales de la orilla del río Coura. Una metáfora similar debió de haber vivido Willis Earl Beal cuando, como cuenta la leyenda, abandonó su Chicago natal para resurgir de las cenizas de una depresión en la arena del desierto de Nuevo México. Ya superado su pequeño hype de hace unos cuantos meses, accedió al escenario sigiloso, cerveza en mano, parapetado tras unas gafas de sol y con pinta de macho recio. Sin mediar palabra, entonó acapella con absoluta firmeza “Blue Escape” y, luego, accionó su equipo vintage de bobina magnética por el que saldrían las bases pregrabadas de su cancionero. No necesitaba más para desplegar su privilegiada voz, deslizar sus hirientes palabras y materializar un setlist emotivo. Tal como rezaban su camiseta y su tela-capa, el señor ‘Nobody’ transmitía toda la crudeza de su vida pasada al tiempo que llenaba con su sola presencia el escueto decorado, de igual modo que lo lograban sus referentes clásicos de los 50 y 60. Willis ejemplificó sin artificios cómo conservar el auténtico espíritu soul en pleno siglo XXI.
La propuesta de Team Me era diametralmente opuesta: entre gigantescos globos de colores, realizaron una particular fiesta pop compuesta por temas corales y eufóricos al más puro estilo The Polyphonic Spree, aunque pasados por el filtro nórdico. Sin salir del esquema percusión-sintetizador, el sexteto noruego no tenía otra pretensión que divertir al respetable, siguiendo a pies juntillas el lema que lucía uno de sus guitarristas: “I dare you to move”. Los allí presentes sucumbirían al desafío.
La oscuridad volvería a cubrir el palco Vodafone FM con la entrada de Dry The River, uno de los grupos que más expectación había levantado dada su condición de revelación de la temporada. Los londinenses fascinaron por la profundidad y la rotundidad de su pop-rock una veces épico, otras sensible (violín mediante). Su líder, Peter Liddle, se acercaba a los gestos y modos afectados de Christopher Owens (ex-cabeza pensante de Girls) cuando la ocasión lo requería, como en el estribillo de la enorme “New Ceremony”, una de las piezas centrales de su disco de debut, “Shallow Bed” (Sony, 2011), cuyos textos y vigorosos ritmos el gentío seguía al pie de la letra. Señal de que, además de los fieles fans que ya poseía, el quinteto había reclutado una buena cantidad de nuevos seguidores tras su impecable show.
Patrick Watson sería el encargado de cerrar provisionalmente el espacio secundario del festival. Con su habitual gorra bien calada, el cantautor canadiense despachó parte de su último álbum, “Adventures In Your Own Backyard” (Domino, 2012), y encandiló a su legión de acólitos portugueses con su folk-pop transparente y varios graciosos monólogos. Pero era en el escenario grande del certamen donde se estaba viviendo uno de los momentos más destacados de su edición de 2012 gracias a determinada banda australiana.
PALCO EDP. La ladera natural característica de las estampas más multitudinarias del festival Paredes de Coura se abría en la tercera jornada convirtiendo el tránsito entre ambos escenarios en una especie de rápida partida de ping-pong musical. El honor de inaugurarla recaería en Kitty, Daisy & Lewis, protagonistas de una vibrante actuación. Sin embargo, visto uno de los shows de los tres hermanos, vistos todos. De este modo, el clan Durham calcó las pautas del concierto realizado recientemente en el portAmérica de Nigrán, así como el tracklist (no faltó “Don’t Make A Fool Out Of Me”) y la estrategia aplicada: intercambiándose con pericia las posiciones y los instrumentos (excepto papá y mamá), dando entrada a Eddie ‘Tan Tan’ Thornton (su simpático colaborador jamaicano) y mostrando, en definitiva, su permanente amor por el rock, el swing y blues clásicos.
El aspecto del aforo mejoraba a medida que se acercaba la salida de Midlake. Pero en cuanto sonaron los primeros acordes de los texanos se apreció que el nivel y la calidad del sonido no eran los óptimos. A pesar de las dificultades, el quinteto pudo abrillantar su tradicional herencia country-rockera (“Roscoe”), aunque la temprana hora y su decisión de presentar algunos temas inéditos tampoco facilitaron que el juego vocal de los hermanos Smith alcanzase al público a lo largo del directo en toda su magnitud conmovedora, como en “Winter Dies”. Quizá a los norteamericanos les hubiese favorecido tocar en el palco Vodafone FM, más íntimo y con un sonido asombrosamente potente y definido.
Daba la sensación de que el terreno se había abonado convenientemente para que The Temper Trap (que repetían presencia dos años después) arrasasen en el que fue el primer espectáculo masivo (hasta 20.000 personas) del EDP Paredes de Coura 2012. “London’s Burning” reflejó que el cordón sónico levantado a su alrededor estaba diseñado para soportar la apabullante voz de Dougy Mandagi y elevar el tono grandilocuente (tomado en positivo) de su repertorio. Venían a presentar su último trabajo, “The Temper Trap” (Infectious, 2012), y, como sucede en él, los teclados tuvieron especial relevancia, ya fuese en las canciones recientes (“Need Your Love”, la hechizante “Trembling Hands”) o en las más conocidas, coreadas y ensalzadas: “Love Lost”, “Fader”, “Drum Song” y, por encima de ellas, la final “Sweet Disposition”, himno ante el cual no quedó más remedio que dejar que el corazón se ablandase como un esponjoso bollo de leche.
Los que no conocen el significado de ‘blando’ son Sleigh Bells. El muro de doce amplificadores dispuestos a sus espaldas presagiaba que la propuesta de Alexis Krauss y Derek E. Miller (con el refuerzo de Jason Boyer a la segunda guitarra) iba a ser muy ruidosa. En la práctica, a punto estuvo de romper los límites de volumen y superar el umbral físico soportable por el oído humano, con una Alexis transformada en una inquieta y revoltosa bomba sexual que incluso se atrevió a nadar entre el público empujada por las ondas expansivas de “Demons”, “Infinity Guitars” o “Comeback Kid”. Entre detonación y detonación, no se olvidaron de desempolvar sus lentas tonadas semi-metaleras (“End Of The Line”), pero el traje que mejor sentaba a los brooklynitas era el de apisonadora electro-hop-rock imparable aunque, en determinadas fases, demasiado artificial y efectista.
Todo lo contario practicaron dEUS, adalides del rock europeo que mira tanto hacia el clasicismo como hacia la vanguardia. El conjunto belga, siempre eficaz y solvente sobre las tablas, empezó en todo lo alto (esquivando ciertos problemas con su batería) con “The Architect” u “Oh Your God”, pero poco a poco fue entrando en pantanosos terrenos auto-complacientes sólo salvados por algún corte vivaz de su LP más reciente, “Following Sea” (PIAS, 2012), y puntuales tramos de post-rock explosivo a la par que elegante. El epílogo de su intervención no se salió del guión: con las esperadas (y aún hoy frescas) “Fell Off The Floor, Man” y “Suds & Soda”, Tom Barman y los suyos cerraban la puerta del rock para que Digitalism abrieran la de la electrónica de baile.
Los alemanes Jens Moelle e Ismail Tüfekçi apostaron por insertar en un formato live una sesión preparada para desgranar, sobre una base de graves gordos, sus pasajes más pop (“Forrest Gump”) y más electro (el rehecho de “2 Hearts”), reforzados por un bagaje escénico y lumínico llamativo. Gracias al dúo teutón, los cuerpos ya se habían desentumecido lo suficiente para acceder a la fase más jaranera de la madrugada.
AFTER HOURS PALCO VODAFONE FM. Orlando Higginbottom o, lo que es lo mismo, Totally Enormous Extinct Dinosaurs, embutido en un disfraz azul de dinosaurio (había dejado las plumas de colores guardadas en la maleta), reventó la abarrotada carpa pequeña con un riquísimo set trufado de house de aroma tropical, soft-techno tribal dulzón y adictivo y house-pop pegajoso. Sus mejores fases llegaban cuando cogía el micro y se decidía a interpretar sus propios temas (del álbum “Trouble” -Casablanca, 2012-), como “Trouble”, “Your Love”, “Stronger” o la espléndida “Garden”, cantada al alimón con una vocalista que le echaría una mano tras la mesa de mezclas y luego se uniría a la coreografía de dos bailarinas cuyos movimientos enardecían los ánimos cada vez que hacían acto de presencia. La completa y efusiva performance del escuálido británico se saldó con un triunfo categórico.
El productor francés Kavinsky lo tenía fácil para que no decayese la juerga. De ahí que optase por aplicar bombo y platillo a su percutivo dj-set, que se movió entre remixes de The Rapture, Lana Del Rey, Daft Punk o Skrillex hasta alcanzar la guinda final: su “Nightcall”, breve anticipo del momento “Drive” que se recrearía dos noches más tarde.
JUEVES 16 DE AGOSTO
PALCO VODAFONE FM. La apertura de la tercera tanda de conciertos entre los agradecidos calores del estío portugués correspondería a The Wave Pictures, más acostumbrados a visitar, dentro de la península Ibérica, territorio español. Hecho que se notó en el planteamiento de su actuación, contenido, menos íntimo y carente de la chispa que les caracteriza. Así, David Tattersall se centró en dar lustre a su colección de mini-hits de pop costumbrista (“Eskimo Kiss”, “I Love You Like A Madman”) y en sacar todo el jugo a su guitarra en tramos introspectivos (“The West Country”, “I Thought Of You Again”), olvidándose de soltar sus parrafadas sobre lo humano y lo divino. Las historias cotidianas, mejor para otra ocasión… en España.
La luminosidad del trío de Wymeswold se oscurecería con I Like Trains (antes iLIKETRAiNS), a juzgar por su vestimenta totalmente negra y por su evidente aproximación a los postulados del post-after-punk de riffs de porcelana copiado de la escuela Interpol y similares. Tal efecto se multiplicaba por la gravedad de la voz de barítono de su front-man, David Martin, imbuido por el espíritu de Ian Curtis. Analogías aparte, el cuarteto de Leeds logró obtener de su alineación de tres guitarras un sonido crudo y depurado, llevando su set-list desde la calma tensa de “Beacons” o “The Shallows” hasta un desenlace flamígero y preñado de épica a flor de piel. Un show impoluto, pero nada diferente de lo que pueden ofrecer las decenas de bandas ancladas en el género surgidas en el Reino Unido desde mediados de la década pasada.
Desde mucho tiempo atrás parecía que habían aterrizado Deer Tick, devotos del genuino rock americano de los 70. A mitad de camino entre unos The Allman Brothers Band modernos y unos Wilco tradicionalistas, lucieron con mucha actitud y algo de pose de cara a la galería su compromiso con el rock sureño primigenio, brioso cuando aceleraban el paso (“Walkin’ Out The Door”), aguardentoso cuando John McCauley mostraba su cara más clásica (“Easy”) y meloso cuando atacaban las típicas baladas añejas. Quien buscaba autenticidad yanqui sin colorantes ni conservantes, la había encontrado en los de Rhode Island.
School Of Seven Bells presentaban, a priori, uno de los directos más atrayentes de la jornada, pero buena parte de su público potencial se había desplazado al escenario grande para ver in situ a Erlend Øye y sus The Whitest Boy Alive. Ello no supuso ningún problema para que su dream-shoegaze-pop estimulase cuerpo y alma por igual, en consonancia con su último álbum, “Ghostory” (Ghostly International, 2012), con un pulso bailable notorio. La belleza, los suaves meneos y las flexiones vocales de Alejandra Deheza centraban todas las miradas, mientras que la guitarra de Benjamin Curtis dibujaba cenefas celestiales y se endurecía al modo ‘mybloodyvalentiniano’. El dúo mantuvo incorrupto su halo etéreo y evocador (“My Cabal”) pero lo reforzó con beats dinámicos deudores, sin ir más lejos, de New Order, incrustando “I L U”, “White Wind”, “Scavenger” o “Lafaye” en una peculiar pista de baile situada en el paraíso. Si a Cocteau Twins les hubiese ocurrido ponerse discotequeros, habrían sido como los School Of Seven Bells actuales.
PALCO EDP. La hora de la merienda no era la ideal para que Gang Gang Dance reiniciasen la actividad en el espacio grande. Seguidos por unos cuantos testigos que preferían no estar tumbados en la hierba de la ribera del río Coura, su post-punk orientalista (casi trance) y su pop de reminiscencias atávicas de profusa percusión, toques new-age y melodías intrincadas no pasaron de ser un mero hilo musical de acompañamiento. Una pena, conociendo las virtudes del colectivo de Manhattan. El impacto sensorial de sus experimentos habría resultado perfecto para la medianoche, no antes.
El que sí respondió correctamente al envite fue Kevin Barnes. Vestido de rojo y adecuadamente maquillado, guió a sus Of Montreal, sin irse por las ramas, a la época en que el prog-pop-rock copaba las emisoras de radio FM de Estados Unidos durante la década de los 70. De paso, se alejó de su lado sombrío aplicando mucha luz y mucho power a su repertorio y acudiendo esporádicamente al funk y al soul más propio de Scissor Sisters. Tan cómodo se encontraba sobre las tablas que llegó a quedarse con el torso desnudo y en shorts tras realizar varios bailes calenturientos. Poco faltó para que saliera de él la rockstar setentera que lleva dentro y comenzase a lanzar gorgoritos entre llamaradas de fuego.
Una de las estampas más entrañables y memorables del EDP Paredes de Coura 2012 se gestó en torno a The Whitest Boy Alive. Erlend Øye ya se había ganado de antemano al público luso en 2011, cuando había salido por la puerta grande del festival courense comandando a Kings Of Convenience, con lo que regresaba envuelto en un aura de hijo pródigo. La rebosante ladera lo recibió con los brazos abiertos y dispuesta a cumplir las indicaciones del capitán Øye para seguir sus vitalistas y tropicalistas canciones, como la novedosa “Upside Down”. La complicidad entre el noruego (todo un entertainer) y la audiencia era total, aumentada por los vapores espirituosos de su pop optimista y lleno de detalles. Tras casi ochenta minutos repletos de felicidad, la conclusión era clara: la vida debería ser como este concierto de The Whitest Boy Alive.
Sin embargo, todo lo que sube, baja. Las sonrisas que habían provocado Øye y su tripulación se desvanecían a medida que se desarrollaba el directo de Anna Calvi. Posiblemente, la londinense fue la gran decepción del certamen portugués: actuó menos tiempo del convenido y mostró una actitud distante y fría. Su fama de femme fatale se ciñó a su atuendo, con taconazos y cabello recogido. Y eso que su arranque había sido esperanzador, punteando ágilmente las seis cuerdas hasta retorcerlas de dolor para introducir unas incisivas “Suzanne And I” y “Blackout”, pero el resto de su cancionero se fue diluyendo como un azucarillo. Sólo “Desire” se salvó de la desidia que embargaba a la rubia constantemente equiparada a su compatriota PJ Harvey, una comparación que, quizá, le pese demasiado. Calvi aspiraba a subirse al podio de las divas del EDP Paredes de Coura 2012, pero no obtuvo ni diploma honorífico.
Por el contrario, una de las medallas de oro del evento recayó en Kasabian. No hay que negar que ya se les ha pasado el arroz y que sus últimos discos contienen más relleno que un pavo de Acción de Gracias, aunque poseen la habilidad inherente a los grupos británicos de pop-rock de facturar directos bombásticos diseñados para incendiar multitudes (en su caso, 23.000 almas). Usando el “Because” de sus adorados The Beatles como prólogo, no tardaron un segundo en meter la sexta marcha mediante “Days Are Forgotten”, “Shoot The Runner” y “Where Did Our Love Go?”, golpazos de brit-rock que azuzaban a la masa ocupada en levantar los brazos, dar palmas, saltar y empujar al prójimo. Tom Meighan (ese hombre que siempre deseó ser Liam Gallagher pero que jamás pudo) se movía como pez en el agua delante del estroboscópico decorado, aunque su gigante ego también permitía que su colega Serge Pizzorno se comiera parte del pastel atacando la primera cover de la noche: la de “Everybody’s Got To Learn Sometime” de The Korgis, anticipo de “Club Foot”, “Empire” y “Goodbye Kiss”, dedicada especialmente a la esforzada audiencia lusa. La segunda sería el “Praise You” (¿?) de Fatboy Slim, preludio de “L.S.F.”. Los de Leicester estaban inclinando a su favor la balanza, pese al escepticismo previo, sensación remarcada durante el bis, con “Vlad The Impaler” y una fulminante “Fire” final. De propina, Meighan se plantó solo ante el respetable para interpretar en modo karaoke un extracto del “She Loves You” de, otra vez, The Beatles. Por si no había quedado claro cuáles son sus dioses. Sobre su vigor y aptitud, tampoco hubo duda.
AFTER HOURS PALCO VODAFONE FM. La transición del palco EDP al escenario secundario constató que este no era lo suficientemente amplio (o, más bien, ancho) para absorber a las miles de personas que se iban aproximando a él. Cuando Crystal Fighters dejaron el foso retumbando con “Solar System” y “Champion Sound” en el arranque de su show, muchos aún se estaban abriendo paso para encontrar el lugar ideal desde el que ver a los ingleses. La histriónica “I Love London” no tardaría en caer para regocijo de los más fiesteros, con la característica txalaparta del grupo funcionando como extravagante catapulta de su electro-techno-rock-basque-wonky con alguna que otra derivación hacia el pop, como “At Home”. Esta fue la única alteración de un show electrizante en el que no había cabida para sutilezas. “Xtatic Truth”, en el bis, dislocó varios cientos de articulaciones y algunos pescuezos.
In Flagranti parecían querer curar esos cuerpos maltrechos al insertar en su set los sonidos reparadores y actualizados de la disco music y el house de los 80 y 90 de bajas revoluciones. Los neoyorquinos hilvanaban con extrema pulcritud, mediante mezclas tenues y cadenciales, temas que seguían la línea estética de sus propias producciones, alejadas de la zapatilla que, dada la hora, seguro que exigían las aves nocturnas. Sin embargo, se agradeció que se decidiesen por una propuesta tan cuidada y elaborada.
VIERNES 17 DE AGOSTO
PALCO VODAFONE FM. Los actos de despedida tendrían, como en la bienvenida, un marcado acento portugués, tanto en el comienzo como en el colofón de la jornada y el festival. Memoryhouse, los primeros en representar a los combos foráneos embutidos en el cartel entre equipos locales, revalidaron su condición de versión reducida de Beach House. A los canadienses no sólo les delató la similitud de su nombre, sino también su dream-pop planeador y liviano, con la salvedad de que habían apostado por dotarlo de mayor nervio, dinamismo y empuje que en sus grabaciones. Su bajo sintetizado no paró de insuflar oxígeno a un repertorio que, al contrario que School Of Seven Bells la noche anterior, a veces languidecía entre tanta bruma. Menos mal que la friolera Denise Nouvion y su compañero Evan Abeele supieron cómo coger vuelo montados en las alas de “The Kids Were Wrong”.
Otro viaje por las alturas fue el ejecutado por God Is An Astronaut, referentes contemporáneos del post-rock instrumental melódico, conmovedor y también turbador. Valiéndose de punteos cristalinos y milimétricos, fueron colocando, progresivamente, varias capas de guitarra unas encima de otras hasta transformar el espacio secundario en una cabina de ingravidez agitada por corrientes de aire shoegaze y calmada por afónicos arpegios melancólico-epicos. El numeroso público, aparentemente clavado en la explanada, empezó a flotar entre largos desarrollos flamígeros e hipnóticos. Tal como se le presupone a cualquier banda del género, los irlandeses acabaron su recorrido galáctico impulsándose hacia el infinito, aumentando los picos de intensidad y reventando las escalas del vúmetro.
PALCO EDP. The Go! Team accedieron al escenario principal como un elefante en una cacharrería. Siguiendo los acelerados pasos de Ninja (su hiperactiva vocalista-torbellino), quisieron atraer al personal hacia su súper-fiesta de street-funky-pop a toda velocidad, sin dilación, impulsados por la viveza de “T.O.R.N.A.D.O.”, “Grip Like A Vice” o la euforia chicletera de “Secretary Song”. Sin embargo, ni los brincos aeróbicos de su cantante ni la perfecta coordinación de la banda (secundada por dos baterías) impactaron del todo en el foso, quizá debido a que Ninja había osado hablar de las virtudes del público español frente al portugués (esa eterna rivalidad ibérica…). Así, sus arengas al baile coreografiado no eran correspondidas a sus pies con demasiado entusiasmo, imagen que contrastaba con el bullicio del set, completado por hits como “Ladyflash”, “Ready To Go Steady”, algún interludio rockero y la guinda del pastel: “Buy Nothing Day”, enorme en directo pero a la que le faltó haber sido interpretada por la mismísima Bethany Cosentino (como en la versión álbum). Hay sueños imposibles de cumplir…
Una vez retirados los de Brighton al backstage, se iniciaba la mini-gala de la música portuguesa que clausuraría el palco EDP. En España no son muy reconocidos, pero Dead Combo poseen una trayectoria plagada de éxitos y prestigio. En su país son auténticos ídolos, sobre todo por la especial manera en que combinan (post)rock, sonidos autóctonos y sudamericanos (argentinos, brasileños) y jazz punteado con contrabajo en pasajes instrumentales distinguidos y refinados. Resultó interesante comprobar cómo conseguían amplificar, sin perder un ápice de personalidad, su especial propuesta (en principio más indicada para espacios con techo y de menor tamaño) ayudados en algunos temas por miembros de Ornatos Violeta, los siguientes protagonistas de la velada.
Al igual que en el caso de Dead Combo, la información sobre los de Oporto en España es escasa, por no decir nula. De ahí que los procedentes del otro lado de la frontera no entendiésemos el revuelo generado a su alrededor; si acaso, porque la banda había regresado tras diez años de parón. Con todo, revisada su biografía, se comprendía tal excitación y que la ladera estuviese cubierta por 25.000 enfervorecidos fans, ya que Ornatos Violeta son los autores del que se considera uno de los mejores discos de la historia del rock portugués: “O Monstro Precisa de Amigos” (Polydor, 1999), que interpretaron de cabo a rabo (más otros temas emblemáticos de su trayectoria). Su arranque vertiginoso y guitarrero hacía pensar que los portuenses podrían pasar por ser la versión lusa de Los Planetas, pero a medida que iban rebajando la velocidad se acercaban al sonido más sentimentaloide de Los Piratas (siempre salvando las distancias…) Esta parte más reposada fue la que predominó en la segunda mitad de un show que, por la cantidad y la entrega del público y el trascendental momento vivido, funcionó como un excepcional cierre del escenario grande.
AFTER HOURS PALCO VODAFONE FM. Casi de tapadillo, Chromatics emergieron de la oscuridad de la carpa secundaria como el último grupo propiamente dicho que actuaría en el EDP Paredes de Coura 2012. Rodeados por la mágica nebulosa originada por su relación con la banda sonora de la película “Drive” (Nicolas Winding Refn, 2011) y por la excelencia de su álbum “Kill For Love” (Italians Do It Better, 2012), adaptaron la conocida melancolía urbana que transmiten sus composiciones a la potencia del directo, transitando entre la sensibilidad del synth-pop nocturno y los beats sinuosos del dance-pop que se sigue al compás entre luces de neón. Una deslumbrante Ruth Radelet, escoltada a su derecha por Adam Miller (maestro de la guitarra noctívaga, como quedó patente en la subyugante “These Streets Will Never Look The Same”) y a su izquierda por Johnny Jewel (el padre de la criatura cromática exprimía todas las posibilidades de su sintetizador), iba desgranando con su característica docilidad los apesadumbrados y decadentes relatos de “Back From The Grave”, “Kill For Love” o “The Page”, rematados en el bis por su brillante relectura del incunable de Neil Young “Into The Black” y una deseadísima “Night Drive”: la señal sonora elegida para que un imaginario Ryan Gosling encendiese el motor de su Chevrolet Chevelle del 73 aparcado en la penumbra e iniciase el camino de regreso a casa por las enrevesadas curvas de Paredes de Coura, observando alejarse por el retrovisor el fulgor de un festival que, si los rumores son ciertos, puede ver su ubicación e incluso su existencia en peligro. Un error fatal, por su longeva historia, marco incomparable y encanto intransferible.
[FOTOS: David Ramírez]