Edna O’Brien cierra su trilogía sobre la infelicidad de dos mujeres con «Chicas Felizmente Casadas», novela que ahora edita Errata Naturae en nuestro país.
En las novelas clásicas, aquellas epopeyas llenas de dioses y sentido, a los personajes femeninos no se les otorgaban muchas más opciones para sus finales que casarse felizmente, unirse a alguien y estar pletóricamente satisfechas con el acto. Nada más, fin de la historia: todo lo que podría pasar después carecía absolutamente de interés. Pero con el estallido de la modernidad, los mundos literarios se tornar abiertos, problemáticos, y no hay opción de integración posible entre los personajes que los pueblan y su entorno: una desgarradora brecha se abre entre mundo interior y exterior para nunca jamás volver a ser colmada. Dicho esto, a nadie debería sorprender que la novela de Edna O’Brien , «Chicas Felizmente Casadas«, empiece con el que en una novela clásica habría sido el final (dos mujeres asentadas en sus respectivos matrimonios) y, a partir de ahí, discurra y gire sobre todas las problemáticas posteriores: la maternidad, la rotura de los horizontes de expectativas y, en última instancia, la dinamitadora realidad rompiendo el ideal binomio matrimonio-felicidad.
Editada ahora por Errata Naturae, «Chicas Felizmente Casadas» viene a ser el último capítulo de la trilogía (habiendo sido editados en el último año los dos títulos anteriores de la mano de la misma editorial) sobre Kate y Babe ideada por Edna O’Brien, pero la birllantez estilística de la autora -ese contar sin decir- alcanza aquí su punto más álgido y permite perfectamente la lectura de esta obra como autónoma y desligada de sus precedentes. De esta forma, una Madame Bovary londinense parece desdoblarse, gin-fuzz en mano, en dos complementarias y al mismo tiempo opuestas voces, unidas por largos años de amistad: por un lado la de Kate, eterna niña e idealista casada con su sempiterno amor dublinense; por otro, el tono implacablemente sarcástico pero cargado de amargura de Babe, encerrada en un matrimonio con un nuevo rico que le brinda todos esos ostentosos caprichos que siempre había deseado… menos la felicidad.
Dos voces, dos interioridades, pero un único y gran eterno problema: la insatisfacción. Lejos de caer en una burda novelita sentimental, el gesto de O’Brien acaba abarcando unas clarividentes reflexiones no sólo sobre el significado de ser mujer en un espacio y tiempo determinados, sino sobre la relación de amistad entre dos mujeres y su importancia para no romperse bajo el doloroso martillazo de la cruda realidad. Pese a haber sido redactada en 1968, no sorprende que la obra se edite en la actualidad sin perder su frescura original: puede que ahora tengamos más voz y derechos, pero la infelicidad y el dolor no entienden de décadas o política.