Pero ¿en qué negocio endiablado nos hemos metido? A ver, que tampoco sé de qué me sorprendo: cuando nuestra sociedad firmó a ciegas el contrato del sueño (pesadillesco) del capitalismo, su principal cláusula venía a indicar que nos encadenábamos de por vida a un consumismo enfervorecido que nos llenaría el alma de gilipolleces pero que nos vaciaría continuamente los bolsillos. Este verano, en Fantastic Plastic Mag reflexionábamos sobre el hecho de que de junio a septiembre parecía que todo el mundo estuviera haciendo vacaciones por encima de sus posibilidades: había una sensación generalizada de que la vida durante todo el año había sido tan oscura que había surgido una necesidad urgente de aportarle algo de luz dilapidando el sueldo de doce meses en unas vacaciones lo más ostentosas y locas posibles.
No decíamos que fuera bueno ni malo… Cada uno es libre de hacer con su dinero y con su vida lo que le dé la real gana y, al fin y al cabo, lo de «a nadie le amarga un dulce» es algo que yo personalmente no lo tengo solamente interiorizado, sino que le he dado tanto a los dulces que los tengo cristalizados por todo el cuerpo a modo de obesidad consumista (literal y figurada, supongo). Pero tras aquella oda al «vive el momento y no mires con quien» me he topado con algo bastante curioso a la hora de empezar a planificar la temática de Fantastic Plastic Mag para este mes de octubre. A ver, me explico: la idea inicial era dedicar un mes entero a subsanar los excesos veraniegos de todo tipo (ya fueran excesos contra nuestra cartilla del banco o contra nuestro propio cuerpo), apostando bien fuerte por ese sano deporte que consiste en plegar velas y quedarse en casa. «Cocooning«, que lo llamaban hace algunas temporadas.
Pero, ¿qué te encuentras cuando finalmente te decides a encerrarte en tu puñetera casa hasta el nivel de poner tablones en las ventanas y tirar la llave por el retrete? Pues lo primero con lo que te topas es que el peligro siempre estuve entre las paredes de tu hogar, por mucho que intentaras hacerte el loco. Y estoy hablando a todos los niveles. Por mucho que quedarse en casa parezca una invitación a hacer tratamientos detox, a darle a las cremitas como si no hubiera un mañana y a conseguir que tu cuerpo recupere el balance perdido, resulta más bien que atentar contra la salud propia nunca ha sido más fácil que en esta época que nos ha convertido a todos en bartenders especialistas en los cócteles más enrevesados y en cocinillas de esos que han heredado de sus madres la jodida costumbre de cocinar para un regimiento.
Eso no es nada comparado, sin embargo, con la maravillosa / terrorífica ventanita hacia el consumismo desaforado que todos tenemos en las pantallas de nuestros ordenadores. ¿Recuerdas cuando te reías de tus padres porque no se fiaban de eso de gastar dinero de forma online? Pues ahora seguro que deseas profundamente que ese miedo a comprar por Internet estuviera escrito en tu código genético, porque la verdad es que el dinero que te dejas cada mes ya sea en ropa, música, libros, cine o cualquier otra locura que se te ocurra seguro que daría para alimentar a un poblado de Somalia durante un año entero. Así las cosas, ¿quedarse en casa será un beneficio o un peligro que deberías evitar a toda costa?
De nuevo, a nosotros no nos toca juzgar… Pero lo cierto es que, al final, todos los especiales que estamos preparando para este mes bajo el lema de «Home (Alone)» se debaten entre las dos fuerzas comentadas más arriba: evidentemente, no podremos pasar por alto todas las posibilidades que tienes de disfrutar delante de la pantalla de tu ordenador o de tu televisión, pero también intentaremos ofrecer alternativas para que, por mucho que nos duela (por mucho que le duela a cualquier medio online como el nuestro), cierres tu puñetero portátil y te dediques a vivir un poco la vida en tu poca casa. Al fin y al cabo, hemos transformado la idea inicial de ofrecerte planazos para quedarte en casa en una cruzada personal para demostrar que el tradicional «Home is where the heart is» sigue siendo vigente y no se ha transformado en un tristísimo «Home is where your laptop is«.