Es que, si no, no me explico estos pedazos de viajes de gente que se va a Japón (este es, más que probablemente, mi destino más eternamente envidiado), que cruza el charco para recorrerse Sudamérica de arriba a abajo en caballo (true story!) o que se marca una maratón de ciudades y países más extensa que el Eurorail. ¿Cómo puede ser esto en una sociedad como la española en la que constantemente estamos lamentándonos de que el promedio de la población ya no es mileurista, sino más bien noeurista? Que conste que no estoy hablando desde el mal rollo corrosivo: simple y llanamente, esta cuestión es algo que me pregunto de un tiempo a esta parte. De hecho, incluso cuando hace un mes nos preguntábamos en esta web si los festivales musicales de fuera de España son la mejor forma de recuperar la ilusión por el festivaleo, mi pregunta mental se repetía una y otra vez: ¿cómo carajo va a permitire nadie pasarse una semana en México u en otro país? De hecho, ya me cuesta entender cómo se lo montan la mayor parte de mis colegas no barceloneses para venir al Sónar o para ir al FIB, así que imagina cuando se trata de salir de nuestras fronteras.
Vuelvo a la pregunta inicial: ¿estamos todos veraneando por encima de nuestras posibilidades? ¿Ha llegado un punto en el que el título de «Vacaciones en Sodoma«, aquella maravillosa canción de Carlos Berlanga, se ha convertido en nuestra realidad? Vivimos inmersos en un consumismo imparable y hedonista donde todo, absolutamente todo, no sólo es moneda de cambio, sino que incluso hay que intercambiarlo a lo grande, fardando, haciendo ostentación y dejar constancia continua en redes sociales. Al principio de la crisis ya se decía que, en tiempos de recesión, el lujo siempre sufre un aumento de demanda por eso de que las clases sociales se polarizan más que nunca y los ricos por fin pueden gastar sus roca-dólares a lo grande. Lo que no tiene mucho sentido es que sean las clases bajas las que se lancen contra ese lujo como si no hubiera un mañana, y que lo hagan incluso a la hora de plantarse una gorra de capitán de barco y fletar una embarcación millonaria de isla griega en isla griega.
Pero, de nuevo, no voy a entrar ahí… Y mucho menos de mal rollo. Toda la disertación precedente viene al caso porque, siguiendo con las temáticas mensuales en nuestra web, julio y agosto se van a convertir en los meses de «Vacaciones en Sodoma«. Evidentemente, esta edito va a ser lo más sesudo que encuentren ustedes al respecto: en Fantastic Plastic Mag vamos a abordar este tema del placer por el placer vacacional de muchas formas, pero ninguna de ellas seria. Tampoco voy a avanzar nada para no destapar las sorpresas que tenemos en cartera, pero sólo diré que más que preguntarnos de forma intelectual si estamos veraneando o no por encima de nuestras posibilidades, nos vamos a lanzar directamente a los brazos del hedonismo tarareando el estribillo de «Vacaciones en Sodoma«. Ya sabes: ¿qué prefieres, mantequilla o Tulipán?