Desde el minuto cero en el que Olof y Karin Dreijer dieron por finiquitada su actuación en el pasado Primavera Sound 2013, parecía que el resto de polémicas dejaron de existir (¿Cómo podían existir solapamientos tan chungos en los horarios? ¿Cómo podía ser que los escenarios tan alejados los unos de los otros hicieran impensable hacerse un itinerario mínimamente ágil?) y sólo existira una: ¿The Knife sí o no? Tampoco era una polémica exclusiva del festival barcelonés, sino que viene acompañando a los autores de «Shaking The Habitual» (Mute, 2013) desde la primera actuación de su gira: en el mismo momento en el que su nuevo espectáculo se dio a conocer, la palabra «estafa» empezó a sobrevolar lo que hasta ese mismo momento había parecido una jugada maestra. El lanzamiento de su nuevo disco llegó tan magistralmente envuelto en una hermenéutica teórica de altos vuelos que costaba pensar que sería posible dar un patinazo al ponerlo sobre el escenario… Por suerte, y por mucho que sigan diciendo por ahí lo contrario, The Knife han conseguido que su show en directo sea tan sublime como su disco.
Porque, creas lo que creas, aquí hay tres hechos incontestables. El primero y más irrefutable es que la actuación ideada por los hermanos Dreijer se circunscribe plenamente en el ideario que han seguido en «Shaking The Habitual«: agitar lo habitual, hacer que la gente salga de su zona de confort, conseguir que pensemos más allá de las fronteras que nos hemos impuesto y que nos hemos impuesto a la hora de acoger las propuestas que nos llegan desde el mundo de la música. Explicación sucinta por si todavía no te has enterado de qué va el asunto: pese a que durante las dos primeras canciones del concierto todo un conjunto de personas (o más bien personajes) se emplean a fondo para construir el espejismo de estar tocando (instrumentos rarísimos) y cantando, a partir del tercer tema todos los instrumentos desaparecen y el espectáculo pasa a ser una performance de baile absoluto en el que ni se sabe ni importa de dónde viene la música. Karin aparece brevemente sobre el escenario y Olof, travestido, hace una única aparición para bailar junto a su hermana como dos niñas estrenando zapatos nuevos. Y esto conduce al segundo hecho incontestable: que lo importante en las nuevas actuaciones de The Knife es el baile, el de ellos y de un público que, a poco que entre en el juego, se pasa toda la actuación danzando como posesos.
Tercera y más importante conclusión a la que conduce la actuación de los hermanos Dreijer (y su cohorte danzante): en unos tiempos en los que todos somos conscientes de que Daft Punk salen al escenario para darle al play, en los que parte de la gracia de bandas como Nancys Rubias o Fangoria (incluso Britney) es que hacen del playback con morro todo un arte… ¿Realmente necesitamos que sigan intentando colarnos el gol por la escuadra? ¿Es necesario que si un artista no hace nada sobre el escenario (y nosotros lo sabemos) tengan la necesidad de actuar como si hicieran algo? No. Es refrescante que, mientras Daft Punk se afanan en hacernos creer que ahora tocan los instrumentos, a unos artistas como The Knife se la traigan al pairo este tipo de preocupaciones. Y es que los Dreijer no necesitan la coartada teórica del lema «Shaking The Habitual» para hacer que el público sienta intensamente cómo «agitan» sus cuerpos… y, por extensión, sus mentes.