Hoy mismo arranca el Atlántida Fim Fest, el festival de cine online auspiciado por Filmin que nos dejó a muchos con el culo torcío durante su presentación. Bueno, hablo por mí, que eso de generalizar es bastante feo… Pero lo cierto es que los huesos de la mandíbula casi se me descuajaringaron a medida que Jaume Ripoll iba concatenando nombres de películas que llevan un tiempo en mi lista de visionados más ansiados. Como siempre, esa lista está pensada para contrastarse con los grandes festivales a los que pueda tener acceso, así que encontrarme de pronto con que podría tener a acceso a ellas desde el sofá de mi casa fue una sorpresa como para perder la cabeza. ¿Existe aquí un «mejor todavía»? Sí, existe… Y es que, al final de todo, como el torero que clava la última puntada al toro, llegó el anuncio del precio del abono para disfrutar del total de 37 películas del Atlántida Film Festival: 20 euros para el público en general y 10 euros para los que, como yo, son clientes Premium de Filmin.
Ahora, como decía la canción, es hora de recapitular… Vayamos por partes. Vivimos en uno de los países más piratas del mundo: la última medalla que nos hemos colgado es ser la comunidad puntera a la hora de utilizar Mega, el nuevo servicio del creador de Megaupload. Y no voy a caer en la trampa de situarme entre los talibanes que van en contra de la piratería. Yo soy el primer pirata. Sí, me descargo películas a las que no podría acceder de alguna otra forma porque no han llegado a España, porque son clásicos inencontrables o porque no han llegado en las condiciones que a mi me gustaría visonarlas (el hecho de que ciertas comedias del nuevo humor americano no lleguen subtituladas conduce, inevitablmente, al eterno botón de «download«: me niego a pagar por ver una película doblada). Pero, a la vez, y aquí está la contrapartida de mi aventura pirata, también estoy subscrito a Filmin, a veces alquilo películas en otros portales de cine online e incluso sigo adquiriendo DVDs cuando se trata de ediciones cuidadas y de cofres imprescindibles. Evidentemente, también intento pasar por taquilla una vez por semana si mi economía y la calidad de los estrenos me lo permite. Concluyendo: piratería sí, pero siempre que la equilibremos pagando cuando hay que pagar.
Eso me lleva de vuelta al Atlántida Film Fest. Una vez acabada la presentación, hubo dos preguntas de los periodistas que resultaron preclaras. La primera fue si el festival partía con viabilidad de ser rentable o era más bien una apuesta de futuro: la respuesta de Ripoll fue cautelosa y nos emplazó al cierre del Atlántida para saber si era una opción o la otra. La segunda cuestión abrió toda una nueva línea de pensamiento: el premio del año pasado aseguraba el estreno en salas del film ganador… ¿Por qué este año se ha optado por eliminar ese galardón? Ripoll no pudo ser más claro a este respecto y respondió con otra pregunta: ¿por qué el hecho de estrenarse una cinta en pantalla grande ha de ser un premio? En tiempos como los nuestros, en los que el pase por taquilla va menguando a medida que aumenta el consumo online (pirata o no), está claro que el público está cambiando y, sobre todo, la forma de relacionarse de ese público con el cine es mucho más abierta que en décadas pasadas. La multiplicidad de pantallas puede asustar o, en casos como los de la iniciativa de Filmin, estimular. Ese es el gran reto: revertir la tendencia a lo «gratis» y convertirla en algo medianamente rentable.
El precio del abono del Atlántida Film Fest, al fin y al cabo, puede parecer un suicidio. Pero lo cierto es que se agradece que haya quien, a día de hoy, esté dispuesto a suicidarse a cambio de abrir una brecha en la hasta ahora impenetrable muralla de la actitud española preeminentemente pirata. Supongo que lo que quiero decir con toda esta parrafada es… ¡Comprad el abono de Atlántida Film Fest, coño!