Cerramos nuestras crónicas del In-Edit 2014 con el palmarés del festival… Pero también con declaraciones de amor hacia Nick Cave y la escena gabber.
[dropcap]A[/dropcap] falta de los datos oficiales de asistencia del Beefeater In-Edit 2014, me aventuraré a dejar aquí por escrita mi impresión puramente personal: he de reconocer que, como habitual del Festival Internacional de Cine Documental de Barcelona, en los últimos años me había dado la (triste) sensación de que el certamen podía haber tocado techo, que el público no crecería en número y que muchas de las sesiones estaban destinadas a estar medio vacías porque, a fin y al cabo, parece que había público suficiente para documentales locos sobre hechos demasiado específicos. Repito: esta era una sensación (triste), así entre paréntesis, porque lo cierto es que la propuesta única del In-Edit lo tenía todo para convertirse en un punto de referencia nacional e incluso internacional. Algo así como el Sónar pero en versión de docus musicales. Y aquí viene la dulce sorpresa: estaba totalmente equivocado. El In-Edit sí que podía crecer, y lo ha hecho en esta edición del 2014, cuando las salas se han llenado más que nunca, las colas han sido kilométricas y, en general, el ambiente del festival ha sido lo que muchos siempre habíamos soñado: una especie de comuna buenrollera unida por la pasión por la música.
Más allá de esto que, repito, es una percepción personal de quien firma, hay otros datos objetivos que demuestran la buena forma del In-Edit 2014: a la hora de repartir premios, han sido necesarias dos menciones especiales para que el jurado pudiera dormir con la conciencia tranquila. ¿Se necesita mayor indicativo de la calidad de la programación de un festival? En este caso, el premio al Mejor Documental Internacional se lo llevó «American Interior«, de Gruff Rhys y Dylan Goch; mientras que la mención especial fue a parar a «Pete and Toshi Get A Camera«, de William Eigen. En cuanto al Mejor Documental Nacional, no había dudas de que iría a parar a «Un Lloc on Caure Mort«, de Raúl Cuevas y Miguel Ángel Blanca; dedicando la mención especial a «I Need a Dodge! Joe Strummer on the Run«, de Nick Hall.
[box type=»shadow» align=»alignright» width=»200px» ]TOP IN-EDIT 2014 by RAÜL DE TENA:1. Pulp: A Film About Life, Death & Supermarkets
2. We Don’t Wanna Make You Dance
3. Gabbers![/box]Una vez con los premios entregados y con el festival finiquitado, es hora de que en Fantastic Plastic Mag cerremos también nuestra serie de crónica del In-Edit 2014 abordando las películas que más caña han dado en los últimos días… Y si de caña hablamos, imposible no mencionar «Gabbers!«. Poco menos de una hora le hace falta a Wim van der Aar para construir un retrato pluscuamperfecto de la escena gabber holandesa: una especie de hermano bastardo del ‘ardcore británico que resulta ser un movimiento musical y social puramente holandeses, fuera de cualquier tipo de globalización. «Gabbers!» captura a la perfección esta erupción burbujeante tanto en lo musical como en lo estético, pero no es casual que el título del documental presente ese plural indicativo de que lo que vamos a ver estará focalizado más en las personas que en el género en sí: Wim van der Aar se centra en los aficionados al gabber (o gabba) como puerta de acceso al espíritu inquebrantable y fascinante de aquel movimiento. Para redondear la jugada, hay que tener en cuenta que este «Gabbers!» es una revisión del documental del mismo título que ya fascinó en el año 1995 pero que ahora, al sumársele las declaraciones en tiempo presente de muchos de los protagonistas originales, gana en profundidad. Y sí: esta hora está repleta de chavales con la mandíbula desencajada, de pupilotes inducidos por el éxtasis y el speed y por bailoteos hakken que fascinan por acercarse peligrosamente al límite de lo rídiculo. Pero si sólo te quedas con eso al acabar «Gabbers!«, es que no has entendido que van de Aar ha estado hablando todo el rato de uno de los sueños sociales más genuinos y utópicos de finales del siglo XX.
Más rollo genuino: lo de Killing Joke en «The Death and Resurrection Show» no tiene nombre. Lo cierto es que el documental de Shaun Pettigrew lo tiene todo para ser un peñazo: ¿dos horas y media de un grupo tendente a la paja mental chamánica y apocalíptica? Pues, sorprendentemente, la cosa no sólo funciona, sino que seduce e hipnotiza a partes iguales. Como una especie de sesión de glamouring vampírico. Y es que la figura de Jaz Coleman es magnética y casi totémica: un tipo que de pronto dejaba a su banda colgada en lo más alto de su fama primeriza para huir a Islandia a investigar las fuerzas geománticas que parecían indicar que esta isla sería la única superviviente al Fin del Mundo. Aficionado a la Wicah y al Magick, Coleman repetiría la jugada al obsesionarse con Egipto (llegando a grabar un disco dentro de las pirámides) y con Nueva Zelanda, de tal forma que sus aventuras ocultistas siempre acabaron por repercutir en su música. ¿Nace ahí la verdadera Fuerza de esta banda? ¿Esa Fuerza que los fans reconocen como una voz directamente surgida de la oscuridad? Sea como sea, ahí está el acierto de Pettigrew: en saber trenzar a la perfección los caminos paralelos de las locuras chamánicas de Coleman y de la formación. Y aunque «The Death and Resurrection Show» pierde fuelle en un último tramo en el que lo musical le gana la partida a lo ocultista, es necesario reconocer que este ha sido uno de los documentales más extrañamente fascinantes del festival.
Otro del que se esperaban grandes cosas era «Mateo«: el abordaje por parte de Aaron I. Naar de la figura de Mateo, el mariachi gringo. La cuestión es que el documental se muestra más que solvente a la hora de mostrar la vida de Mateo: su existencia cochambrosa en Los Ángeles, sus viajes a Cuba para grabar un disco pantagruélico que ofrezca una visión musical de la isla, su afición demasiado extrema por las prostitutas cubanas… Y todo ello sin dejar que todos estas muestras de pobreza (física y moral) perturben para nada la visión completamente entrañable de este perdedor nato. El principal problema es que Naar decide mantener la cámara a una distancia demasiado pudorosa respecto a la figura retratada: hay ocasiones en las que prima la sensación de que ni el director sabe exactamente qué está ocurriendo (como en el caso de los diferentes embrollos emocionales y parejiles de Mateo en Cuba). Naar podría haberse posicionado para alimentar ese carácter entrañable innato al protagonista o incluso podría haber optado por enfrentarle a su propio fracaso, pero al final acaba optando por una neutralidad que resta enteros a un documental con una potencia que nunca se materializa en actos concretos. [Raül De Tena]
[box type=»shadow» align=»alignright» width=»200px» ]TOP IN-EDIT 2014 by DAVID MARTÍNEZ DE LA HAZA:1. 20,000 Days on Earth
2. Heaven Adores You
3. My Secret World – The Story of Sarah Recrods[/box] [dropcap]L[/dropcap]a clausura del Beefeater In-Edit la puso quizás una de las mejores cintas de todas las programadas en el certamen. “20,000 Days on Earth” retrata veinticuatro horas en la vida de Nick Cave desde un punto de vista atípico, donde el retratado se convierte en demiurgo omnisciente que acaba devorando a su alrededor, incluyendo por supuesto al espectador. Queda la sensación maravillosa de que el cantante australiano nos cuenta su historia como él precisamente quiere que la escuchemos, que juega con nosotros como juega con las personas que ocupan la primera fila en sus conciertos. Cave nos ofrece pequeños fragmentos de su vida, piezas aisladas en forma de reflexiones sobre el arte, el acto creativo y la memoria, para que el espectador pueda unir esos pequeños puntos mediante trazos que dibujen la constelación vital del artista con la forma que cada uno de nosotros quiera darle. Ahí radica parte de la magia de la cinta de Iain Forsyth y Jane Pollard. El personaje lo acaba construyendo el espectador, ya que aquí no estamos ante una absurda retahíla de datos enciclopédicos. Mediante tres inteligentes recursos (la consulta a un psiquiatra, la visita a un archivo personal fotográfico y las conversaciones con fantasmas del pasado que aparecen fugazmente como copilotos en el coche del cantante), Cave se vale para mostrarse de la manera en que quiere aparecer ante el público, ante su público. A ello hemos de añadir una muy cuidada realización cinematográfica (magistral montaje en la escena de la interpretación de “Jubilee Street”, superponiendo material de archivo a las imágenes actuales de Nick Cave y The Bad Seeds, creando un impactante efecto especular), la prosa poderosísima de Cave que fluye sin pausa ya sea en sus propias composiciones o en sus monólogos en off y varios momentos que perdurarán en nuestra memoria de espectador (desde las hilarantes vivencias del protagonista y su compañero Warren Ellis en un concierto de Nina Simone hasta la brutal confesión amorosa del músico australiano a Susie Bick, su actual pareja). Hay vampiros en este mundo que nada tienen que ver con Bram Stoker. Qué duda cabe que, como sospechábamos, Nick Cave es uno de ellos. [David Martínez de la Haza]