Nuestra primera crónica del In-Edit 2014 ya tiene las dos joyas del festival: la que ya se conocía («Pulp: A Film About Life, Death & Supermarkets») y la oculta («We Don’t Wanna Make You Dance»).
[dropcap]Y[/dropcap]a hemos superado el primer fin de semana del Beefeater In-Edit 2014, que este año se está celebrando del 23 de octubre al 2 de noviembre en Barcelona. Cualquier habitual de este Festival Internacional de Cine Documental Musical conoce su funcionamiento: el primer fin de semana es precisamente cuando se establecen las reglas del juego. Teniendo en cuenta que el In-Edit tiene una de las distribuciones de horarios más inteligentes de todo el panorama festivalero patrio (ya podrían aprender otros, la verdad), resulta curioso que en estos primeros días se puedan ver ya muchas de las que serán las grandes películas del certamen, algo que es inteligente tanto para el público (que se beneficia del boca-oreja) como para el propio festival (que ve cómo sesiones a priori «menores» se llenan debido al mencionado boca-oreja). Así que ojito, porque muchas de las películas de las que voy a hablar a continuación no sólo se pueden ver todavía: hay que verlas.
Es el caso, por ejemplo, de «Pulp: A Film About Life, Death and Superkmarkets«. El propio título confirma que esto es una película sobre la vida, la muerte y sobre supermercados… Y, precisamente por eso, se hace difícil entender el descontento de algunos (no tan) fans que esperaran un documental academicista repasando toda la historia de la banda, recurriendo a chapuceras entrevistas ancestrales y dándole todo el protagonismo a cabezas parlantes ilustres. No. No va de eso. Pero es que, al fin y al cabo, ¿qué podía esperarse del grupo liderado por un hombre tan dado a la poesía de cachondeo churrigueresco como Jarvis Cocker? El punto de partida es más que sencillo (retratar los días previos al último concierto de Pulp en UK precisamente en la ciudad natal de la banda, esa Sheffield que es tan protagonista como los mismos músicos) y se lleva hasta el extremo, de tal forma que aquí acaban teniendo tanto protagonismo las disquisiciones de Cocker como las de una pensionista que afirma que Pulp le gustan más que Blur porque tienen mejores letras o un vendedor de periódicos algo baboso que resulta particularmente inquietante al afirmar que su canción favorita de la banda es «Babies«.
El director Florian Habitch (ayudado por el propio Jarvis Cocker) consigue dejar al descubierto una dulcemente vibrante tela de araña formada por la materia de las emociones en la que quedan enganchados todos los habitantes de la ciudad: desde un grupo de danza al son de «Common People» hasta un grupo de ancianos cantando «Help The Aged» en una cafetería, «Pulp: A Film About Life, Death and Supermarkets» consigue mostrar a Cocker y compañía como el mejor tipo de héroes que existen: los que son abrazados con naturalidad por sus fans y co-habitantes, más que los que son ensalzados como dioses por críticos, cabezas parlantes y por «supuestos» expertos en la materia. Y, claro, la actuación al final también proporciona momentos de poroso orgasmo musical gracias a la interpretación de canciones como «T.H.I.S.F.E.E.L.I.N.G.C.A.L.L.E.D.L.O.V.E.«, «This is Hardcore«, «Underwear«, «Disco 2000» y, claro, «Common People«. Porque, al fin y al cabo, eso es esta película: una celebración de la gente común y de los lazos emocionales que nos tendemos los unos a los otros a través de la música.
Y si la película de Pulp era esperada por muchos en palmitas como el estreno sonadísimo del festival, puede que ya tengamos también entre nosotros la joya oculta de este In-Edit 2014: en la tradición de otros films vistos en el festival como «Searching for Sugarman» o «A Band Called Death«, «We Don’t Wanna Make You Dance» se dedica a recuperar una de erupciones musicales prematuras que lo tuvieron todo para triunfar pero que cayeron en las sombras anónimas de la historia. El caso de Miller Miller Miller & Sloan es particularmente triste: en sus inicios como salvadores del funk blanco parecía que se iban a comer el mundo (de hecho, con ciertos reajustes, bien podrían haber sido lo que más tarde serían los Beastie Boys), pero pronto fueron olvidados debido a la falta de una discográfica que los apoyara y les proporcionara una buena posición en el mundo de la música para despegar (esa es su versión) y algunas decisiones artísticas particularmente erróneas (esa es mi versión: en vez de darle protagonismo al niño pequeño haciendo pop moñas, tendrían que haber seguido con su rollo negroide). Ellos lo siguieron intentando, claro, y el documental de Lucy Kostelanetz se muestra particularmente elocuente -y cruel- a la hora de exponer la cronología de un fracaso sordo articulando «We Don’t Wanna Make You Dance» en tres momentos históricos que se contraponen sin espacio para la nostalgia: cuando parecía que se iban a comer el mundo (1983), cuando ya estaban buscando planes B (1987) y un presente en el que los tres hermanos y su colega de la infancia se juntan para echarse unas risas y demostrar que, al fin y al cabo, tampoco les ha ido tan mal después del batacazo de MMM&S. Bueno, a todos menos a Mr. Shy. Pobre Mr. Shy.
Al fin y al cabo, «We Don’t Wanna Make You Dance» demuestra que ensañarse cruelmente con el material que se retrata no va reñido con ser emotivo y divertido… Y esa es la lección que le falta aprender a (la por otra parte excelente) «Jingle Bell Rocks!«. Inicialmente, podría parecer que este documental es un acercamiento al coleccionismo de canciones navideñas, con todo lo entrañable y ridículo que tiene esta práctica. Pero pronto descubrimos que, para bien y para mal, esta película es más bien la terapia con la que el director, a modo de Pinocho, escribe su propia historia a la búsqueda del ansiado final feliz: convertirse en un humano «de verdad». En este caso, Mitchell Kezin no tarda ni diez minutos en dejar al descubierto el corazón de su film: él mismo fue un niño cuyas Navidades fueron particularmente tristes debido a que era la época en la que tenía que enfrentarse a la ausencia de su padre en el nido familiar. Aquello le convirtió en un ser humano incompleto, tocado por la lírica tristísima de la canción «The Little Boy That Santa Claus Forgot«: un ser incompleto que se pone a dirigir un documental a la búsqueda de otros como él y que acaba completándose a sí mismo cuando sus nuevos amigos le proporcionan una versión del clásico de Nat King Cole en el que la tristeza se ve aniquilada por la cumbia. Emocionante por lo que tiene de proceso de desnudez extrema, ni lo sensiblero del conjunto consigue obligarte a criticarla.
Pero no todo va a ser deslumbrante en este In-Edit 2014… Como en todo festival que se precie, aquí también tiene que haber espacio para la decepción e incluso para la indignación. La decepción en este fin de semana podía masticarse en el documental «My Secret World – The Story of Sarah Records«: puede que la propia historia de este sello que apostó por el twee desprejuiciado como forma de vida sea lo que salve al documental de la quema, pero está claro que Lucy Dawkins muestra un pulso nulo a la hora de estructurar la película (desgranar la discografía referencia a referencia es aburrido hasta decir basta) y, sobre todo, a la hora de entender y demostrar que el alma de un sello es mucho más que la suma de las distintas piezas del puzzle de sus grupos: sólo hay un atisbo de brillantez cuando tanto los fundadores como algunos de los artistas defienden la etiqueta «twee», lo que obliga a preguntar por qué Dawkins no ha sacado a relucir más cuestiones como esta y menos cronología de lanzamientos discográficos.
Esa es la decepción, así que la indignación sólo puede ir a parar a «Beautiful Noise«, un batacazo en forma de documental que quiere aprovechar el rebufo del revival shoegaze para colarnos un machambrado cochambroso de entrevistas a artistas importantes (algunos totalmente injustificados, como Daniel Hunt de Ladytron) que demuestra poca profesionalidad y ninguna pericia a la hora de articular el material de que dispone: dos terceras partes del film es una cronología del género original que se limita a una enumeración (se centra en el ¿quién? sin preguntarse por el ¿por qué?, que es por donde debería empezar cualquier documental), mientras que el resto del metraje concentra a las mismas cabezas parlantes hablando de gilipolleces temáticas como «Boys and Girls«. Si alguien pensaba que este iba a ser el documental definitivo sobre shoegaze, va a salir con el culo escocido.