Dice Denis Villeneuve que su «Dune» es una celebración del cine en pantalla grande, pero ¿es también el futuro de la ciencia ficción?
Durante la promoción de «Dune«, hay un argumento que Denis Villeneuve ha repetido una y otra vez: su película es un homenaje absoluto a la pantalla grande. Y esta afirmación no solo es una celebración, sino también una reivindicación mucho más que necesaria en estos tiempos en los que la industria del cine se las está viendo y se las está deseando para que los espectadores asustados por el coronavirus vuelvan a llenar las salas del mundo entero.
Ojo. Antes de la crisis de la Covid, la crisis de asistencia del público a las salas cinematográficas ya era algo que preocupaba desde hacía un buen tiempo. Que si la piratería primero, que si las ventanas de exclusividad en estrenos para salas después, que si la competencia desleal del streaming más tarde… Mucha protesta y pataleta, pero pocas soluciones concretas. Mucho pedir escudos legales pero poco ofrecer argumentos reales para que el espectador recordara lo placentero que puede ser ver una película en pantalla grande.
Y aquí llega el «Dune» de Denis Villeneuve, una película que seguro que puedes disfrutar en el sofá de tu casa con tu buena ración de palomitas, pero que se disfruta muchísimo más en una sala a oscuras, hermanado con la excitación de la gente a tu alrededor. Dejándote apabullar por la megalomanía de unas imágenes concebidas en gigantomaquia pura para engullir al espectador diminuto. Cayendo seducido por una planificación sonora inmersiva en lo diegético (¡qué gozada sentir a los gusanos de arena detrás del cogote!) e intrusiva y emocional en lo extradiegético (¿es necesario echar más flores sobre la banda sonora de Hans Zimmer, que amplía y amplifica los logros de «Blade Runner: 2049«?).
Villeneuve ha planificado su nueva película al milímetro para que sea una EXPERIENCIA CINEMATOGRÁFICA en mayúsculas. Y lo mejor de todo es que lo ha hecho alcanzando la primera cumbre de su particular visión del sci-fi, que empezó a despuntar en «La Llegada» y que ya alcanzó alturas estratosféricas con (la injustamente infravalorada) «Blade Runner: 2049«. Los ríos subterráneos que unen a estas tres películas son mucho más que evidentes… Por un lado, el diseño de naves espaciales nada tiene que ver con las formas streamline metálicas de la ciencia ficción clásica, sino que coge las estructuras monolíticas de «La Llegada» y las eleva a su máxima expresión: las naves de «Dune» son casi esculturas pensadas para el espacio exterior, grandes moles orgánicas y enigmáticas de las que, solo en contadas ocasiones, se escapan pequeños focos de luz.
Por el otro, el gusto refinado por las set-pieces de larga duración identificadas con su propia monocromía que ya distinguía a «Blade Runner: 2049» vuelve aquí a hacer acto de presencia de forma más justificada todavía. En «Dune«, cada planeta tiene su paleta de colores. Caladan, hogar de la familia Atreides, está claramente inspirado en la mezcla de azules y verdes de las Tierras Altas de Escocia (algo que adquiere mayor significancia cuando, en un momento de la película, los Atreides bajan de su nave precedidos por un gaitero). Y Arrakis se ve aplanado por los ocres desérticos que unifican un paisaje y una arquitectura inspirada ampliamente en la desértica África del Norte.
La visión minimalista y orgánica que Denis Villeneuve tiene al respecto de la ciencia ficción se apodera no solo del diseño de producción (la propuesta de vestuario, por ejemplo, apuesta por un barroquismo estructural que, sin embargo, muchas veces queda oculto detrás de la monocromía) sino, sobre todo, de la planificación del propio film. Contra la cultura del blockbuster espídico, adrenalítico e hipermusculado, «Dune» propone un tempo sosegado, un montaje en el que se priorizan los planos largos y los encuadres estáticos y, sobre todo, unas escenas que, más que escenas, son capítulos.
Porque «Dune» funcionaría perfectamente como miniserie: las unidades narrativas están tan marcadas y son tan largas que podrían ser perfectamente diferentes capítulos. De esta forma, Villeneuve devuelve al cine lo que las series le habían arrebatado en los últimos tiempos: la posibilidad de explicar una historia en profundidad y en vertical, contra la horizontalidad superficial de la cultura del blockbuster. Las fronteras se diluyen: las plataformas de streaming han inaugurado su ataque contra el blockbuster cinematográfico y aculuman estrenos como «La Guerra del Mañana» (Amazon Prime Video) o «Ejército de los Muertos» (Netflix), que no hacen más que perpetuar ese cine hollywoodiense que tomó forma después de que la cultura del videoclip impusiera la necesidad de un ritmo trepidante para mantener la atención del espectador.
Villeneuve, por su parte, deja bien claro su opinión al respecto: no es necesario cebar a esteroides una película para seducir e incluso subyugar al espectador. Él apuesta por la belleza estética de la imagen y por la hipnosis que se desprende de un ritmo pausado que te va atrapando poco a poco, sin prisa pero sin pausa. También es consciente de que, al parecer, la gente ya no recuerda escenas memorables de películas concretas pero que, sin embargo, sí que parecen recordar episodios memorables de sus series favoritas. Pongamos como ejemplo algunas de las batallas de «Juego de Tronos«… ¿No se pueden entender escenas como la batalla entre los Harkonnen y los Atreides en Arrakis como una intención de crear algo memorable que perdure en el imaginario colectivo? (Y otra pregunta que no viene a cuento: ¿cuánto debe la oscuridad de la batalla de Arrakis al mítico episodio de la temporada final de «Juego de Tronos» que obligó a medio mundo a subir la claridad de sus televisores para poder ver algo?)
Y no solo esa escena. «Dune» está plagada de imágenes para el recuerdo, ya sea a escala micro (la penetrante mirada de Chani -interpretada de forma magnética por Zendaya– en las visiones del atribulado Paul Atreides -un Timothée Chalamet al que esta película por fin puede dar estatus de estrella-: o la visita del heraldo del Imperio a la familia Atreides, con una comitiva particularmente espectacular) o macro (probablemente la mejor escena de todos: la cena en la que Leto Atreides -un Oscar Isaac que suma otro papel con aroma de mito-, desnudo y moribundo en una silla, acaba vengándose de sus enemigos).
El mensaje, es decir, la trama extraída del libro de Frank Herbert, es lo de menos. Claro que, como una muñeca rusa, «Dune» guarda en su interior múltiples temáticas interesantes, desde una islamofilia refrescante (se nota que la novela fue escrita en los 60, muchos años antes de que la islamofobia se acelerara hacia su auge actual) hasta, sobre todo, una visión ecológica y anti-corporativista encarnada en la relación de las diferentes familias con la “explotación” de La Especia y cómo influye eso sobre el ecosistema y los habitantes autóctonos. Pero se nota que a Villeneuve le interesa más la forma que el fondo: pone más atención en facturar una película de sci-fi pluscuamperfecta que en sublimar el mensaje de Herbert.
Curiosamente, al entregar una película tan sublime, lo que consigue el director es precisamente que el mensaje llegue perfectamente al espectador sin necesidad de subrayados innecesarios. Porque «Dune» es un film con múltiples lecturas: la lectura narrativa (la lucha entre los Atreides y los Harkonnen por el control de la recolección de La Especia en el planeta Arrakis), la lectura metafórica (los ya mencionados ecologismo y anti-corporativismo) y la lectura puramente visual. Y todas las lecturas, todas las capas, vibran en una misma y fascinante frecuencia.
También consigue el director otra cosa mucho más relevante: abrir un espacio en el cine comercial actual para que lo habiten otros directores en el futuro. «Dune» demuestra que otro cine de ciencia ficción no solo es posible (eso ya lo sabe cualquier aficionado el sci-fi más arriesgado de los últimos años), sino que sobre todo es viable a nivel economía. La película ha sido un éxito en taquilla, y todo parece indicar que existirá una segunda parte que cierre la historia de Paul Atreides. Y, así, en sintonía con otros autores como Christopher Nolan o Ridley Scott, pero también al alimón con la profundidad de campo narrativo de las actuales ficciones seriadas televisivas, Denis Villeneuve me hace sentir verdadera esperanza al pensar que, a lo mejor, con un poquito de suerte, la ciencia ficción del futuro se mirará más en el espejo de esta película y menos en el, qué se yo, la última trilogía de «Star Wars«. [Más información en la web de «Dune»]