El problema de ser de Barcelona y que te guste (o gustara) Vila-Matas es ver cómo tu círculo se divide, como las aguas del mar ante Moisés, entre los vila-matianos del mundo entero por un reino unido y los lectorcillos pasados de vueltas que encuentran buena cualquier excusa para decir que la obra de Vila-Matas “cansa” cuando casi no la han leído.
Que si más de lo mismo. Que si Vila-Matas no es Marías. Que si tanta metaliteratura y tanto yo y tal y tal… Pero es que Vila-Matas no es Marías, y está bien que así sea. Ambos, cada uno a su manera, han construido dos de las voces más personales de la literatura española de las dos últimas décadas, en un papel renovador de la literatura autobiográfica de estirpe francesa de los 70de qualité. Eso ya es muy mucho.
Y, para colmo, ahora V.M. nos viene a hablar de un editor, pse, cuando Herralde cierra parada de Anagrama, ¡qué novedad! ¿Y qué? ¿Qué ocurre si Vila-Matas habla de un editor y vuelve a plagar su texto de referentes con los que trabaja la ficción? Es que ya cansa. ¡Pero si eso ya lo hacían en el Quijote! Ya, pero yo pongo a Elvis como protagonista, que mola más. Ah. ¿Y por qué lo haces? Pues lo hago porque es lo que he mamado, y porque soy, de profesión, nocillero. ¿Pero cómo lo construyes? Soy nocillero. ¿Pero…? Hum.
Si Vila-Matas, sobre todo con la `Trilogía metalitaria‘ («El Mal de Montano«, «Bartleby y Compañía» y «Doctor Pasavento») construyó la voz propia del dandy barcelonés que lleva una vida hecha de patchworks literarios, en «Dublinesca» (Seix Barral) vuelve a la misma visión formada por lecturas del mundo pero pasándola por la voz personalísima del protagonista, Samuel Riba. Editor retirado y exalcohólico, Riba, después de dedicar cuarenta años a salvaguardar la buena literatura, decide enterrarse en vida con ella; con la Literatura, a secas. Y harto de la rutina sobria y abstemia del día a día, en un arranque epifánico se va hasta una habitación de un hotel en Lyon y escribe allí una teoría de la novela, la última teoría, para ser quemada. La imprenta ha terminado. Caput. Gracias, libro digital.
Ahora, desde la habitación de su casa, Riba, el último editor, decide hacer un viaje alrededor de su cuarto sentado a la mecedora, como el de Xavier De Maistre, pero enganchado a Google noche y día, en homenaje al fin de la era Gutenberg. Y pone rumbo con tres amigos escritores hacia Dublín para asistir al Bloomsday (16 de junio, día en el que transcurre el “Ulisses” de Joyce), montar la Orden de los Caballeros del Finnegans y darle al libro el funeral merecido.
“Dublinesca” es un viaje por la literatura del XX. Riba comienza con Joyce, sigue el camino desfasado de Leopold Bloom y, en las últimas páginas, la presencia del Beckett más aterrador lo dirige hacia el final agonizante, balbuciente, de la muerte de lo literario. Como un don Quijote que quema sus últimos cartuchos desde la noche de los tiempos, la voz protagonista de “Dublinesca” acaba levantando el cetro de la literatura para defenderla, más que nunca: ¿De qué? De la nueva era de la estupidez.
Volviendo al principio, y escapando a la presión de contextualizar lo nuevo de un autor tan consagrado para unos y para otros no, “Dublinesca” está en el lugar que se merece: en el de los libros bien construidos. Que Vila-Matas escoja material para la ficción de su día a día no es ni loable ni criticable; sencillamente es absurdo comentarlo. Y aquí entono un mea culpa por haber hecho de esta idea el centro de una reseña, porque el centro de una crítica siempre es el libro, y no el autor. “La resta, faramalla” (el resto, fanfarronadas), que dijo un crítico. Así que disculpas, pero es que se trata de la idea que se me ocurre para defender la buena literatura que se defiende por sí misma, necesaria siempre
[Ester Pino]
Enrique Vila-Matas presenta Dublinesca from Satam Alive on Vimeo.