Lo sentimos mucho, porque Pedro Almodóvar siempre es interesante… Pero su nueva «Dolor y Gloria» es una película que más bien pasa «sin pena ni gloria».
La excelente maquinaria de marketing que maneja Pedro Almodóvar convierte cada una de sus películas en un evento, nos la anuncia con meses de antelación, con anticipos que nos salen por los ojos para cuando finalmente se estrena… Esta vez, con su nueva «Dolor y Gloria«, no iba a ser menos. Aunque las expectativas nunca fueron buenas, nos acercamos a ella expectantes, escépticos o simplemente curiosos, para constatar si esta vez sí se trata de la obra maestra que nos han vendido a bombo y platillo.
«Dolor y Gloria» nos muestra a un director de cine en horas bajas, aquejado por mil y un males, tanto físicos como mentales, y en la soledad a la que el dolor lo empuja. En ese momento vital de desolación se suceden una serie de reencuentros con actores, amantes y novios del pasado. Y de ese pasado rescata el despertar del deseo, su amor por el cine, la figura de su madre, el pueblo… Las madres, Penélope Cruz de joven y Julieta Serrano de mayor, espléndidas las dos, y la infancia del niño, es un mundo con el que sí conecto y en el que reconozco a mi madre y a mí abuela, ambas con esas batas, esos delantales y alpargatas. Almodóvar brilla en la sencillez, en sus recuerdos de infancia, como un Terenci Moix que crece entre la estrechez material y el mundo glamuroso del cine de Hollywood.
También nos explica su paso por el Madrid de la movida, momento vital expansivo, lleno de energía creadora, y el amor de juventud, cuando la vida no parecía tener más límites que los que marcaba el caballo. Emotivo monólogo de Asier Etxeandia que no parece encontrar su sitio más que en esa escena. Y entonces me doy cuenta de que solo ahora, a mitad de «Dolor y Gloria«, esto empieza a coger fuelle. Una película que va de menos a más, con momentos bonitos, incluso algunos emocionantes, pero a la que esa voluntad de trascendencia le quita brío y ritmo. ¿Dónde está el desparpajo y gracia que tantos diálogos brillantes e hilarantes nos ha dado?
No se trata de volver al manido debate en el que nos preguntamos por qué no vuelve al cine que Pedro Almodóvar hacía en los 80. Es obvio que, como creador, puede y debe explorar nuevos territorios y formas expresivas como mejor le parezca, pero es en estos nuevos territorios en los que no conecto. Me pasa un poco como con el documental de Lady Gaga, «Five Foot Two«, salvando las distancias. Entiendo su dolor, pero no empatizo con ellos.
En este caso, ese Antonio Banderas torturado por el dolor, arrinconado en su jaula de oro, no sé por qué, pero no me mueve. He oído al manchego en alguna entrevista afirmar que no busca el realismo en sus películas. Eso explicaría que la mayoría de los actores parezcan de cartón piedra, quedando muy lejos de la emoción que tanto parece perseguir. La impostura y las ganas de trascender le quitan ligereza y agilidad a una historia bonita y formalmente impecable, que pasará con más pena que gloria. [Más información en la web de «Dolor y Gloria»]