La editorial Malas Tierras recupera «Dog Soliders» de Robert Stone, un clásico de la literatura lisérgica que sigue siendo mucho más que actual.
Vivimos un momento histórico en el que la tensión internacional está convirtiendo a la población en una colección de seres paranoicos que continuamente ven fantasmas amenazantes a su alrededor, que viven en un estado a medio camino entre el hedonismo fatalista (ese que solo puede darse cuando crees que el fin del mundo está a la vuelta de la esquina) y el temor inmovilizador. Es por eso que resulta tan pertinente aquí y ahora que la nueva editorial Malas Tierras haya recuperado un libro mítico que habla precisamente de todo esto: «Dog Soldiers» de Robert Stone.
Lo curioso es que la novela en cuestión habla de todo esto pero en un marco que no es el aquí y el ahora, sino el de la paraonia yanki que rodeó a la Guerra de Vietnam. La trama podría parecer un cliché si no fuera porque Stone fue precisamente uno de los privilegiados padres de este cliché. A saber: John Converse es un periodista que vivió un mini-pelotazo al publicar una obra de teatro que le valió un contrato en un conglomerado editorial que se dedica a publicar revistas con nombres que puedan ser confundidos con otras cabeceras más asentadas. Converse, de hecho, acaba casado con la hija del magnate de este imperio editorial trash un tiempo ante de volar a Vietnam como «periodista de guerra». Entre comillas. Entre comillas mayúsculas.
«-¿Vietnam? –Douglas asintió solemnemente. Converse se sentó-. Deberías preguntarle a uno que haya estado en primera línea. Para mí fue como ir de expedición. La mayoría del tiempo me alejó en hoteles. Estuve alguna vez en el frente. No muchos. Tenía demasiado miedo. Una vez tuve tanto miedo que lloré. / -¿Y eso es raro? / -Tengo la impresión de que es bastante raro. Creo que es normal cuando te hieren. Pero llorar antes no queda bien«. Converse no es el periodista de guerra ideal porque, básicamente, no está allá buscando la noticia, sino huyendo de su propia vida. Una vida que se le viene encima cuando, hipnotizado por la bella Charmian, decide enviar un cargamento de heroína desde Vietnam a Estados Unidos. El elegido para transportarlo desde el campo de batalla hasta su mujer, Marge, es su viejo «amigo» Ray Hicks. Entre comillas. Entre comillas mayúsculas.
Y es que, en cuanto Hicks llega a EEUU, las cosas se despendolan a base de bien. Para empezar, resulta que Charmian les ha tendido una trampa que pone en peligro a Hicks, a Marge y a su hija con Converse. Y, rizando el rizo, Hicks y Marge no solo deciden enrollarse en el peor momento posible (un poco embargados por el amor inducido por la heroína), sion que también deciden emprender una huida hacia adelante impregnada de heroína y lisergia pura y dura hasta llegar a una comuna hippy. Todo ello perseguidos por el mismo Converse, que acaba viéndose forzado a ayudar a los matones que van en busca de su mujer y de su «amigo», con el que tiene mucha mierda sin resolver que, inevitablemente, introduce más paranoia todavía en la trama.
La paranoia, por cierto, es el alimento del alma de «Dog Soldiers«. Al fin y al cabo, Robert Stone pertenece a esa estirpe de escritores que exploraron las posibilidades literarias de lisergia, empezando por Tom Wolfe y acabando por Hunter S. Thompson. Pero, ojo, porque en obras como «Ponche de Ácido Lisérgico» o «Miedo y Asco en Las Vegas«, esta lisergia es algo casi recreacional: una especie de velo que distorsiona la realidad cotidiana a nuestro alrededor y lo convierte en algo totalmente nuevo, algo que, obviamente, acaba impregnado por las paranoias psico-sociales de la década de los 70 y, a su paso, un poco como ocurría con los espejos deformantes del esperpento español, destapar la verdad oculta en la realidad. En el caso de la ficción de Stone, sin embargo, esa lisergia literaria va un paso más allá y une la visión distorsionada de la realidad causada por las drogas con la distorsión de la realidad inherente a toda guerra.
Está claro que lo que vive un soldado en plena batalla es parecido, demasiado parecido, a un mal viaje de drogas. Ese momento en el que desconectas de la realidad y dejas de reconocerla porque el catalizador (ya sea la guerra o la droga) hace realidad cosas que nunca pensaste que pudieran existir. Así queda descrito en «Dog Soldiers«: «Mientras llovían sobre él las bombas de fragmentación de las fuerzas aéreas survietnamitas, Converse entendió varias cosas que no le resultaron nada agradables pero tampoco especialmente sorprendentes. Una fue que el mundo físico corriente por el que uno arrastraba los pies hacia la nada, dando palos de ciego y sin prestar mucha atención, era capaz de convertirse, en cualquier momento y sin previo aviso, en un tremendo instrumento de agonía y de muerte. La existencia era una trampa: la irritable paciencia de las cosas para seguir siendo tal como eran podía agotarse en cualquier momento«.
Ojo, que aunque el punto de partida de Stone parezca mucho más serio, su aproximación no lo es. O, por lo menos, no lo es del todo, sino que está gozosamente preñada de un humor delirante que a veces consigue que el lector se tronche… y otras veces directamente le congela la sonrisa en el rostro. Porque el escritor de «Dog Soldiers» tiene un verdadero don para el diálogo pluscuamperfecto, ese que es tan surrealista que solo puede ser real. Las suyas son conversaciones adictivas que, oculta en las mil capas de humor surrealista, oculta verdades como puño y caracteriza a los personajes de forma totalmente preclara.
Y, en sintonía con esa construcción de la realidad en capas de sentido (y también sinsentido), Stone también tiene un verdadero don para la descripción lisérgica. En el arranque en Vietnam, las descripciones de una realidad distorsionada y paranoide están mucho más que justificada… Pero es a partir de que la trama de «Dog Soldiers» aterriza en territorio americano cuando la extensión de esa visión lisérgica a una realidad no bélica se convierte en un espectáculo gozoso. Nunca sabemos si lo que están viviendo Converse, Hicks y Marge es real o fruto de sus propias alucinaciones post-bélicas y drogotas.
Ni falta que nos hace saber si es real o no, porque para obtener una visión realista de este tipo de asuntos ya podemos recurrir a muchas otras fuentes literarias. Pero, para gozar de este mundo de fantasmas bélicos que se apoderan de una trama de thriller drogota, solo podemos acudir a Robert Stone y sus «Dog Soldiers«. [Más información en la web de la editorial Malas Tierras]