Algunos esperaban que fuera el álbum alegre de Lana del Rey, otros que fuera un mal álbum… Pero, al final, le de «Lust for Life» no solo es pura #maravilla, sino también un disco más complejo de lo que pudiera parecer.
LUST FOR LIFE / Lana del Rey. Hay ciertas bandas y artistas con los que intento establecer un patrón de comportamiento en cuanto sus discos se refiere. Con Arcade Fire, por ejemplo, siempre había tenido la sensación de que hacían un disco bueno y uno malo y otro bueno y otro malo hasta que han concatenado dos discos infumables, claro, y se me ha ido el patrón a la mierda. Y siempre he intentado buscar, evidentemente, los motivos que subyacen detrás de esos patrones… Llegando a la conclusión de que no hay conclusión posible, que suele ser suerte o casualidad o vaya usted a saber qué.
Entonces, ¿qué pasa con Lana del Rey? ¿Sigue su discografía algún tipo de patrón visible? Cualquiera diría que sí: «Born to Die» (Polydor, 2012) fue una jodida maravilla (y más cuando recibió su ampliación en forma del EP «Paradise» -Interscope, 2013-), «Ultraviolence» (Interscope, 2014) fue una bajuna absoluta y «Honeymoon» (Interscope, 2015) nos devolvió a la mejor Elizabeth Grant. Dicho de otra forma: bien, mal, bien… Lo que implicaría que, inevitablemente (o casualmente), el cuarto disco de Lana del Rey estuviera predestinado a ser un truño infumable.
Pues no. Y aquí viene lo interesante en el caso de esta mujer: su patrón sí que sigue una lógica asimilable y explicable… Al fin y al cabo, si algo ha dejado claro Elizabeth Grant desde su aparición estelar con «Video Games» es que lo suyo es pura transparencia emocional y vital. No hay nada más allá de lo que escuchamos y vemos porque, al fin y al cabo, la artista se vacía en sus canciones y en sus discos. Su intención es practicar el arte, pero no a través de constructos abstractos en los que espejar su intención creativa, sino simple y llanamente usando su vida y sus experiencias y sus sentimientos como arcilla con la que moldear sus composiciones. La identificación entra Lana del Rey y su arte es tal que no resulta difícil establecer aquí un clarísimo patrón: en «Born to Die» acababa de entrar en el ruedo y estaba exultante, en «Ultraviolence» estaba hundida en la mierda que siempre viene del brazo de la fama y, tras una época francamente oscura, en «Honeymoon» empezó a salir del hoyo.
Cualquiera podría pensar que «Lust for Life» (Interscope, 2017) podría ejemplificar el péndulo en el que todos vivimos y devolver a Lana a la mierda… Pero no. El propio título indica que no. Las declaraciones previas a la publicación del álbum indicaban que no. De hecho, cualquiera que siga mínimamente las peripecias de Lana del Rey en redes sociales, sabe que la diva estaba y está viviendo un buen momento. Eso es algo que llevó a muchos a sospechar que nos encontraríamos finalmente ante «el disco en el que Lana del Rey -por fin- es feliz«, aunque lo que nos hemos encontrado finalmente es algo diferente. Es algo mucho más complejo y (por qué no simplificarlo más todavía) mejor.
«Lust for Life» es el disco en el que Lana rompe el cascarón de la crisálida de su personaje de diva y vuela libre hacia algo mucho más interesante: la artista que usa las canciones como lienzo o como página de una novela en la que escribir el relato de los Estados Unidos del siglo 21. Ya hemos visto que sabe usar el imaginario de su país de forma sublime, siempre a medio camino entre la melancolía y la decadencia. Pero es ahora, en este disco, cuando la decadencia gana terreno a la melancolía y se empiezan a dejar al descubierto (deliberadamente) las fisuras y las grietas de su discurso. La misma Lana afirmó que «Lust for Life» sería su disco más activista, una especie de respuesta a la situación socio-política tan compleja que nos ha tocado vivir en los últimos años.
Pero que nadie se asuste: la política aparece en pinceladas lejanas y difusas, y lo que acaba primando es más una emoción que hace tiempo que mora en el inconsciente colectivo… Estoy hablando de la esperanza y la alegría serena que crece como una flor colorida en medio del campo negro devastado tras el paso del fuego. Estoy hablando de la paleta emocional tan sublime que habita en el interior de canciones con alma de clásico como «Love«, «Coachella – Woodstock in my Mind«, «Cherry» o «Tomorrow Never Came«. También del desafío pacifista (pero desafío al fin y al cabo) que late bajo temas como «White Mustang«, «Summer Bummer«, «Groupie Love» o la titular «Lust for Life» que, al fin y al cabo, ofrece la clave final para entender el disco: «They say only the good die young / That just ain’t right / ‘Cause we’re having too much fun / Too much fun tonight, yeah«. Pues eso: nadie confió en nosotros, pero aquí estamos. Y aquí estamos porque lo pasamos bien y lo pasaremos bien.
Más información en la web de Lana del Rey. Escucha «Lust for Life» en Apple Music y en Spotify.
[authorbox authorid=»5″ ] [/nextpage][nextpage title=»SZA» ]
Si convenimos en que The Weeknd y Solange son los grandes representantes masculino y femenino del nu-r&b, ¿entonces dónde queda SZA con su muy tremendo nuevo disco «CTRL»?
CTRL / SZA. Qué curioso resulta ponderar las diferencias entre hombres y mujeres (nunca viceversa) en un cotarro tan confuso como la renovación del nu-r&b en el siglo 21, ¿no os parce? Al fin y al cabo, tomemos como ejemplo uno de los casos que podría entenderse como epítome del nu-r&b masculino: The Weekend. O lo que es lo mismo, el tipo de peinado imposible que se hizo famoso a base de volcar en sus canciones una actitud bravucona y pendenciera en la que no se cortaba un pelo (juas) a la hora de hablar sobre las drogas que consume o los coños (perdón por la malsonancia, pero es para ponerme a su nivel) que pasan por su vida sin cara y sin nombre que los distingan uno de los otros.
¿Quién sería el equivalante a The Weekend en la escenita del nu-r&b americano? Pues vete tú a saber. Pero, a nivel de proyección y popularidad, yo tengo claro cuál es el primer nombre que me viene a la cabeza: Solange. Y aquí es cuando resulta alarmante la diferencia en las actitudes de ambos artistas. Contra lo comentado en el párrafo anterior, hay que anteponer la contención y el arte de una Solange que es toda corrección política y educación. Lo suyo es más bien hablar de la negritud y sus problemáticas actuales, así que, cuando habla de su vida privada y sexual, lo despacha de forma tan sutil y elocuente como en su mítica frase en «Cranes in the Sky«: «I tried to keep myself busy / I ran around in circles / Think I made myself dizzy / I slept it away / I sexed it away / I read it away«. No hay necesidad de más.
Y entonces llegamos a SZA, con la que voy a ser muy frontal y a la que voy a definir aquí y ahora como una diosa capaz de trenzar el fondo de The Weekend con la forma de Solange. Al fin y al cabo, las letras de su nuevo disco, «CTRL» (RZA, 2017), suponen una caída libre sin red de seguridad a través de la vida personal -y sexual- de Solána Rowe. Hay canciones que meten el dedo en la herida abierta de la era de Twitter y hablan de lo jodido que son todos esos tíos que te calientan virtualmente pero que no quieren quedar nunca contigo; también del hecho de que, en una sociedad hiperconectada a través de este tipo de apps, al final tu novio es su novio y el novio de aquella de más allá y el de aquella otra. También se pone mucho más íntima y personal al hablar, por ejemplo, de cómo recurrió al «revenge sex» al acostarse con el mejor amigo de un novio que la dejó.
Esto son solo unas pequeñas pinceladas de algunos de los grandes temas que corretean libres por el interior de «CTRL«… Temas muy The Weeknd que, sin embargo, se abordan con la forma y las formas de Solange. «La forma» es la de un r&b de alma sosegada, de ese que no levanta la voz porque sabe que la diferencia entre una caricia y una cachetada reside en la intensidad. Y «las formas» son las de un tono que, aunque a veces (tal y como ha quedado claro en el párrafo de más arriba) no es del todo políticamente correcto, siempre es educado. O a lo mejor no es educado, pero Solána Rowe consigue ser una de esas personas que te dice cosas jodidas pero con la que no te puedes enfadar porque te lo dice sin perder las formas, con una sonrisa en los labios y con una mano acariciando tu pierna. Ah, bueno, también es otra cosa: SZA es la nueva esperanza del nu-r&B yanki. Pero eso ha quedado claro ya con toda esta reseña de su imprescindible «CTRL«, ¿no?
Más información en la web de SZA. Escucha «CTRL» en Apple Music y en Spotify.
[authorbox authorid=»5″ ] [/nextpage][nextpage title=»The War on Drugs» ]
¿Más de lo mismo o barra libre de lo mejorcito? ¿Evolución o estancamiento? Son preguntas inevitables a la hora de enfrentarse a «A Deeper Understanding», el nuevo disco de The War on Drugs.
A DEEPER UNDERSTANDING / The War on Drugs. Cosas de la vida y del periodismo musical: cuando llegó la hora de introducirse en “A Deeper Understanding” (Atlantic, 2017) de The War On Drugs para analizarlo en estas páginas virtuales, se produjo la inesperada muerte de Tom Petty. Una poética y desgraciada casualidad que conducía a reflexionar si, por su influencia en parte de su estilo, The War On Drugs podrían en algún momento seguir la estela del artista de Florida, ya que pensar en la posibilidad de que ocuparan su hueco sería demasiado descabellado.
Pero, de una manera u otra, no era más que una mera especulación que se hacía añicos por la emblemática envergadura de Petty y su relevancia dentro de la historia de la música estadounidense, del mismo modo que se diluye cualquier intento de aproximar a Adam Granduciel a la gigantesca figura de Bruce Springsteen. Y eso que, dada la agitada actualidad en los Estados Unidos de la era Trump, The War On Drugs estarían capacitados para tomar el testigo de Tom y el Boss en las cabezas y en los corazones de las nuevas generaciones interesadas en el rock.
Aunque, en realidad, las brumas ensoñadoras entre las que se mueven The War On Drugs y la melancolía que desprenden los textos y la voz de Granduciel se alejan de los respectivos estereotipos que Petty (dad rock) y Springsteen (working class hero) forjaron a su alrededor, pese a sus conexiones sonoras. “Lost In The Dream” (Secretly Canadian, 2014), el álbum que puso en órbita a la banda de Philadelphia, demostró que, más allá de comparaciones, su intención no era tanto perfilar un retrato de la vida en el país de las barras y estrellas como explorar sus recovecos emocionales, trasladados a los esquemas mentales de Adam Granduciel.
The War On Drugs es, en esencia, el gran plan de un individuo (basta con ver las portadas del disco que nos ocupa y de su predecesor) empeñado en hallar el sonido ideal, que en “Lost In The Dream” cuajó en todo su esplendor. Y “A Deeper Understanding” no se distancia un milímetro de ese proceso, en el que Granduciel se ocupó de parte de la instrumentación (a pesar de contar con su habitual grupo de compañeros de eficacia probada) y se centró en conseguir -otra vez- una producción pulcra, detallista y calculada. Esta obsesión, sin embargo, no chocó con el hecho de que The War On Drugs fueran a entregar su primer trabajo para una major, la discográfica Atlantic, por lo que Granduciel dio rienda suelta a su ambición compositiva y aprovechó su inspiración hasta reunir un conjunto de canciones que rayan a una altura similar a las de “Lost In The Dream”.
Sin abandonar la dirección sonora de aquel álbum, “A Deeper Understanding” transcurre por idénticos pasajes de extenso minutaje, virtuosismo eléctrico (Granduciel sigue hipnotizado por “Sultans Of Swing” o “Tunnel Of Love” de Dire Straits) y rítmica kraut, cuyo magnetismo atrapa con cada secuencia de riffs guitarreros marca de la casa, cargados de épica evocadora (“Holding On” – digna heredera de “Red Eyes”-, “Nothing To Find”, “In Chains”) y sensibilidad incandescente (“Pain”, “Strangest Thing”). De acuerdo, a Granduciel se le puede achacar cierta falta de concreción y reiteración formal (aunque en “Up All Night” rompe su propio corsé y ofrece su particular aproximación al tecnopop), pero resuelve esos aparentes defectos por la vía del hechizo melódico y la rica arquitectura de cada composición que encuentra su culmen en la colosal “Thinking Of A Place”, máxima expresión de ese heartland dream-rock que se ha convertido en santo y seña de The War On Drugs.
Lo que nos lleva al punto clave: The War On Drugs han labrado su propio camino. Así que, en vez de obcecarnos en situarlos en la senda de Bruce Springsteen y Tom Petty, mejor será dejar que el paso del tiempo y sus siguientes discos marquen el rumbo mientras Adam Granduciel, eso sí, tira del hilo de Wilco y The National para continuar ampliando el songbook del gran rock estadounidense del nuevo milenio.
Más información en la web de The War on Drugs. Escucha «A Deeper Understanding» en Apple Music y en Spotify.
[authorbox authorid=»8″ ] [/nextpage][nextpage title=»Tyler, The Creator» ]
Da igual que entiendas las letras de Tyler, The Creator o no: «Flower Boy» te va a alucinar por eso de que, básicamente, es una mezcla de géneros (y locuras) que tiene de todo para todos.
FLOWER BOY / Tyler, The Creator. Vaya por delante una cosa: me parece francamente imposible (y ostentosamente absurdo) abordar un disco como el «Flower Boy» de Tyler, The Creator desde cualquier crítica escrita en un territorio que no sea angloparlante. Al fin y al cabo, yo os puedo hablar de la música y el ritmo y el flow y el rollo y todas estas cosas, pero hay algo que me queda a mil años luz: las letras. Y no lo digo solo por su forma (ese rapeado a velocidad de crucero que se te escapa a no ser que hayas vivido tres décadas en Baltimore), sino también por un fondo cuyos sótanos pertenecen a la intimidad de Tyler y cuya bases están construidas a partir de una cultura (el nuevo hip-hop yanki) a veces opaco para los que lo siguen desde la distancia.
Pero voy a intentarlo. Venga. De perdidos al río. Y voy a intentarlo partiendo de algo tan básico como la realidad pura y dura: hace tres meses que escucho «Flower Boy» (Columbia, 2017) con una intensidad inusitada. Mi primer impulso es pensar, evidentemente, que si lo escucho con tanto ahínco es porque, más allá del fondo, la forma de todas y cada una de las canciones de Tyler, The Creator es espectacular. Lo mejor de todo es que el chaval parece ensamblar el puzzle de «Flower Boy» a partir de piezas de LEGO que nunca creerías que pueden encajar unas con otras: la producción es exuberante pero sin traspasar los límites de la megalomanía a la hora de abordar géneros muy diferentes que enriquecen la base de hip-hop de nuevo siglo.
Si me hubieran preguntado en el año 2010 cómo creía que sonaría Kanye West en el año 2017, lo que me hubiera imaginado es algo como «Flower Boy«: un crisol de estilos que enriquecen la espina dorsal de hip-hop puro y duro para escapar a la machaconería de este género a veces demasiado tendente a dejar la música en un segundo plano para que la palabra acapare todos los focos. En el caso de Tyler, The Creator, resulta que el tipo es capaz de conjugar en un mismo disco un «See You Again» que resulta ser un himno capaz de romper la radiofórmula, un «I Ain’t Got Time!» pendenciero y amenazante, un «Pothole» fumeta y fardón o un «Boredom» con alma de baladada funk-pop.
Y luego, claro, están las letras. Ya he dicho que, para comprenderlas en su totalidad, resulta necesario tener un master en «The Wire» (o haber conseguido ver la serie al completo sin recurrir a los subtítulos)… Y, aun así, reconozco que incluso a mi me interesan las letras de este disco originalmente titulado «Scum Fuck Flower Boy» (de verdad, con lo bonito que suena, tenía que venir la discográfica a joder la poesía de este título con su mojigatería). Me interesan por todo el tinglado que se ha montado alrededor de la sexualidad del propio Tyler, The Creator, señorito conocido por ser un bocachancla que se ha metido en más de un beef con los colectivos LGBTI y feministas y que, sin embargo, podría haber salido del armario a través de ciertos guiños sutiles en las letras de «Flower Boy«.
La cosa no está clara. Hay quien dice que sí. Hay quien dice que no. Hay quien dice que su rollo bocachancla siempre fue un personaje y que ahora por fin le vemos de verdad reflejado en sus letras. Hay quien dice que su rollo bocachancla siempre fue un personaje y esto es otro personaje. Hay quien dice que su rollo bocachancla siempre fue un personaje y que salir del armario ahora no inhabilita el daño causado por sus insultos pasados… Lo que está claro es que, incluso ante semejante diversidad de opiniones, hay consenso general en una cosa: «Flower Boy» es un discazo de no acabárselo.
Más información en el Facebok de Tyler, The Creator. Escucha «Flower Boy» en Apple Music y en Spotify.
[authorbox authorid=»5″ ] [/nextpage][nextpage title=»Waxahatchee» ]
Pasar por una relación tóxica y poner a tu ex-pareja en el paredón para que reciba tus dardos envenenados públicamente… Todos lo hemos soñado, pero Waxahatchee lo ha hecho en su nuevo disco «Out in the Storm».
OUT IN THE STORM / Waxahatchee. Katie Crutchfield inició su proyecto Waxahatchee en 2011 como respuesta a una doble separación: una musical, tras la disolución de su grupo, P.S. Eliot; y otra sentimental. Desde entonces, los amargos efectos que conlleva toda ruptura (sea del tipo que sea) han impregnado en mayor o menor medida cada uno de sus discos, convertidos en canales de confesión de toda clase de pensamientos y sentimientos. Se podría concluir, por tanto, que la trayectoria de Waxahatchee siempre ha arrastrado un lastre emocional de peso y tono variables según el formato elegido: lo-fi, acústico y desnudo en su debut, “American Weekend” (Don Giovanni, 2012); igual de transparente pero eléctrico en “Cerulean Salt” (Don Giovanni, 2013); y más intenso y hi-fi en “Ivy Tripp” (Wichita / Merge, 2015).
En cualquier caso, Katie demostraba cómo hacer de los quebrantos privados un potente alimento creativo para, de paso, lidiar con ellos atrayendo la empatía del receptor. El mencionado “Ivy Tripp” fue un buen ejemplo de su habilidad a la hora de manejar esa materia sensible con firmeza. De hecho, aquel álbum supuso su gran salto hacia adelante en fondo y forma: por un lado, dejó atrás la fragilidad evidente y abogó por una vulnerabilidad a prueba de balas; y, por otro, vigorizó su sonido conectado con el indie-rock de los 90, el cual en directo adquiría todo su cuerpo como si quisiera sacar sobre el escenario todos sus demonios en un proceso de exorcismo afectivo que, quizá, en disco quedaba incompleto.
“Out In The Storm” (Merge, 2017), sin embargo, es un acto de autoafirmación con mayor punch, ejecutado entre un torrente eléctrico limpio, enérgico y robusto (al que pusieron su grano de arena su hermana Allison o Katie Harkin -guitarrista de directo de Sleater-Kinney– y el productor John Agnello –Dinosaur Jr., Sonic Youth-) y en el que resulta fácil imaginarse a Angel Olsen y Alanis Morissette unirse a Sleater-Kinney -precisamente-, The Breeders y The Julie Ruin. Aunque, eso sí, sin que se diluya la personalidad de Katie. Porque, en su cuarto trabajo, Waxahatchee se abre de par en par para hablarnos de la experiencia de sufrir una relación tóxica y poner en el paredón a la otra mitad de la pareja, que recibe afilados dardos envenenados. En ese sentido, Katie lleva a cabo sin tapujos, con toda su alma y todo su corazón, un ejercicio de honestidad brutal.
Por el ímpetu con el que se mueve en parte, “Out In The Storm” funciona como un castigo hecho a base de latigazos que caen sobre la espalda del sujeto culpable con la fuerza que transmiten “Never Been Wrong”, “Silver”, “Hear You” y “No Question”, impulsadas por un indie-rock de acabado sólido, diáfano y perfectamente definido melódicamente que le permite alcanzar la rotundidad que no conseguía al 100% “Ivy Tripp”. Con todo, a Waxahatchee no le interesa difuminar por el camino su cara más sugerente, ya sea prolongando la electricidad noventera (“8 Ball”, “Brass Beam”), recuperando el reposo acústico, intimista e introspectivo con el que se dio a conocer en sus comienzos (“Sparks Fly”, “A Little More”, “Fade”) e incluso probando con el dream-pop (“Recite Remorse”).
Así, Katie Crutchfield deja claro que, a día de hoy, conviven armónicamente en su interior las diferentes versiones musicales de sí misma. Y, tal como estas han confluido en “Out In The Storm”, parece que su espíritu ha logrado encontrar el equilibrio necesario para salir definitivamente de la tormenta.
Más información en el Facebook de Waxahatchee. Escucha «Out in the Storm» en Apple Music y en Spotify.
[authorbox authorid=»8″ ] [/nextpage]