Si ANOHNI se llevó la palma en cuanto a disco politizado del 2016, es muy probable que Austra haga lo propio en 2017 con su nuevo «Future Politics».
FUTURE POLITICS / Austra. Si ANOHNI entregó con “HOPELESSNESS” (Secretly Canadian, 2016) uno de los discos más comprometidos de 2016 por su discurso humanista, ecologista y feminista, este año Katie Stelmanis se ha propuesto coger su testigo con el tercer álbum de Austra, “Future Politics” (Paper Bag, 2017), repitiendo los elementos esenciales del alegato de la antes llamada Antony Hegarty e incidiendo de una manera más directa en el asunto que aparece en el título de su trabajo: la política. Aunque la propia Stelmanis se encargó de avisar de que su mensaje no trataba de ser un manifiesto estrictamente político, sino de una arenga “para reemplazar la cada vez más cercana distopía”… Es decir, que Austra no se conforman con transmitir parte de la decadencia de la civilización occidental, sino que intentan insuflar ciertas dosis de optimismo frente a un horizonte que pinta negro.
La anarquista Emma Goldman afirmó en su día que “si no puedo bailar, esa no es mi revolución”. Austra capturan al vuelo esa sentencia y hacen que su synthpop sea un estímulo físico compatible con las inquietudes ideológicas y existenciales que genera nuestro presente, tal y como demuestran dos de los temas que forman parte del eje central de “Future Politics”: el titular, que aboga por un giro significativo en el mundo de la política para que las cosas, de verdad, cambien; y “Utopia”, reflejo del desencanto de Stelmanis por su ciudad, Toronto, cuya vacuidad le sirve para pensar en su propio lugar utópico. A su alrededor orbitan otras piezas de marcado carácter contestatario, ya sea llamando a la acción para acabar con el coma social (“We Were Alive”, cuya línea continuaron después Depeche Mode con su single “Where’s The Revolution”), apelando a la rotura de cualquier cadena o barrera (“Freepower”) o recordando el modo en que se está aniquilando el planeta (“Gaia”).
Este corpus lírico de alma protestante, sin embargo, no ha diluido la identidad sonora de Austra, enraizada en el pop electrónico repleto de claroscuros que persigue también la ensoñación y la sensibilidad. Valga como ejemplo “I Love You More Than You Love Yourself”, épica y emotiva oda al poder del amor en la que Stelmanis luce todo su rango vocal, aunque se despoja de cualquier velo híper-afectado a lo Florence + The Machine o exuberante a lo Grimes, dos referencias que en el pasado sirvieron para acotar su estilo. En este sentido, “Future Politics” poco tiene que ver con el anterior “Olympia” (Domino, 2013) en cuanto a dramatismo romántico y melancólico, ya que aquí se imponen los hechos más crudos extraídos de la realidad, como el que impregna la final “43”, inspirada en la desaparición de los 43 estudiantes de Iguala (México).
“Future Politics” constata el empeño de Austra por abordar injusticias, desigualdades y otras calamidades que azotan nuestra vida sin dejar de lado la esperanza para terminar con ellas. Del “dancing with tears in my eyes” se ha pasado al “dancing with politics in my mind”. Así pues, escuchemos, bailemos… y actuemos.
Más información en la web de Austra. Escucha «Future Politics» en Apple Music y en Spotify.
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Que a King Gizzard & The Lizard Wizard se les va la castaña con frecuencia es algo que ya sabíamos… Pero es que nunca dejarán de sorprendernos, tal y como prueba su nuevo «Flying Microtonal Banana».
FLYING MICROTONAL BANANA / King Gizzard & The Lizard Wizard. El bombazo que supuso el año pasado “Nonagon Infinity” (Heavenly, 2016) colocó en el mapa fuera de su Australia natal a King Gizzard & The Lizard Wizard y certificó dos cosas: que la hiperactividad discográfica del grupo no estaba reñida con su acertado olfato para hacer del nuevo rock psicodélico de aire retro un material dúctil, explosivo y cegador; y que su majadería sonora no tiene límites. La característica más llamativa de aquel disco era su forma de loop infinito -en el que el primer y el último corte actuaban como principio, final y otra vez principio de un repertorio enlazado a base de riffs flamígeros que aparecían, se repetían y mutaban- sustentado en ritmos que iban del krautrock al hard rock y en la locura vocal y guitarrera de Stu McKenzie, líder y chamán de la numerosa banda. Teniendo en cuenta sus antecedentes, era más que posible que King Gizzard volviesen a poner en práctica la misma jugada en cuanto decidieran grabar su siguiente trabajo, algo que se intuía que sucedería pronto.
Sin que la onda expansiva de “Nonagon Infinity” se hubiese extinguido del todo, el grupo de Melbourne anunciaba a finales del 2016 que encaraba el 2017 dispuesto a hacer un estrambótico experimento: publicar cinco discos con los que jugarían con el sonido a su antojo. La primera de esas probaturas consistiría en el tratamiento de la microtonalidad. Así nació “Flying Microtonal Banana” (Heavenly, 2017), para el cual tanto McKenzie como sus compañeros modificaron sus instrumentos con el fin de que fueran microtonales. Vamos, que estos australianos chalados iban a llevar su ensayo hasta las últimas consecuencias para, de algún modo, huir de los estándares sonoros occidentales y centrarse instintivamente en el ritmo.
Con todo, “Rattlesnake”, primer avance de “Flying Microtonal Banana”, por mucho que estuviese planteado según los comentados preceptos, podía pertenecer sin problema a “Nonagon Infitnity” por su trote kraut, estructura repetitiva y electricidad lisérgica. Por ello, daba la sensación de que King Gizzard se iban a atrever a reproducir la estrategia de su anterior LP… Pero no: sólo era una zanahoria para que la siguiéramos a toda prisa y nos introdujéramos en un álbum usual en diseño pero volátil en contenido. Como demostraron a lo largo de su carrera, King Gizzard son capaces de ejecutar sorprendentes maniobras y salir airosos sin abandonar su senda psych-rock.
Así, “Flying Microtonal Banana” es otro verso suelto dentro del bagaje de los australianos, a los que no les va la rutina. Lo suyo es virar radicalmente con cada movimiento. Eso sí, si encuentran la fórmula mágica, la exprimen convenientemente: si “Rattlesnake” funciona a las mil maravillas, estiran su esquema y rebajan sus revoluciones en “Sleep Drifter” o lo sumergen en un mejunje compuesto de rhythm & blues alucinógeno y polvos orientales en “Doom City”; si hallan en ese blues del desierto y en ese orientalismo una forma de romper convencionalismos, los aplican con fruición en “Open Water”, “Billabong Valley” y “Anoxia”; y si quieren rizar el rizo, mezclan psicodelia y funk-soul en la extrañamente sensual “Nuclear Fusion”.
Mientras “Nonagon Infinity” actuaba como un puñetazo que golpeaba con energía y contundencia, “Flying Microtonal Banana” se muestra como una puerta de la percepción que conduce a diferentes estados de conciencia en los que la mente se abre cual caleidoscopio de vivos colores. A saber a qué otras dimensiones nos querrán llevar King Gizzard & The Lizard Wizard en sus próximos cuatro discos…
Más información en la web de King Gizzard & The Lizard Wizard. Escucha «Flying Microtonal Banana» en Apple Music y en Spotify.
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Ya hace diez años que Los Campesinos! publicaran su mejor discazo… Y es inevitable ponderar su nuevo «Sick Scenes» en relación a esta importante efeméride.
SICK SCENES / Los Campesinos! Hace casi una década desde que Los Campesinos! publicaran el mejor disco de indie británico de los 2000 (lo siento por Arctic Monkeys y sobre todo por mi yo de entonces, que apenas prestó atención a los galeses hasta hace un par de años y fue en cambio seguidora devota de Alex Turner y los suyos durante muchísimo tiempo).
«Hold On Now, Youngster…» (Arts & Crafts, 2008) tenía todo lo que el indie tenía que ser y sería: la consciente contradicción entre la admiración nostálgica por sus mejores tiempos -los de Sarah Records y el DIY de Beat Happening– y el saber que aquello se había convertido ya solamente en una infumable acumulación de tópicos sobre tópicos. Era una crítica al pop desde el pop, el mensaje se mimetizaba a la perfección con el medio y todos exhalábamos y poníamos los ojos en blanco al unísono. Diez años después, y con una trayectoria musical lógicamente en decadencia -es bastante imposible superarte a ti mismo si tu debut fue el mejor disco de la década-, pero no por ello excusable, los de Gareth David vuelven con nuevo disco: «Sick Scenes» (Wichita, 2017).
Lo bueno es que no hace falta preguntarse qué queda tras una década de aquellos genios de lo que ellos mismos bautizaron como tweexcore, pues «Sick Scenes» es justamente una indagación sobre esa pregunta, gracias a la cual Gareth vuelve a hacer nuevamente lo que mejor sabe hacer: ser autorreferencial (igual es que soy la hija perfecta de la posmodernidad, pero lo meta bien hecho siempre me parece digno de interés). ¿El problema? Que, en general, aquí le sale bastante peor que en 2008. Eso no quita que “Sick Scenes” tenga verdaderos momentos de lucidez e ingenio por los que valga la pena escucharlo. El disco se abre de la mejor forma posible: “Renato dall’Ara (2008)” toma la referencia al estadio de fútbol italiano -y los seguidores de Los Campesinos! sabrán que las metáforas fubtolísticas son uno de los leitmotiv compositotres de Gareth– para reflejar la actitud de la banda en su regreso tras tres años de silencio discográfico, sabiéndose además marcados de por vida por ese glorioso «2008«.
Como en las mejores letras de Los Campesinos!, la metáfora no es en absoluto instantánea ni mucho menos obvia, y merece detenerse un segundo en su explicación: en el Ingalterra–Bélgica de los Mundiales de 1990, el Renato dall’Ara fue donde David Platt salvó la victoria a 16 segundos del final y pasó a la historia; pero, en el mismo estadio dos años después, la selección inglesa recibió un gol por parte del San Marino en los primeros 20 segundos de un partido que ya no consiguió remontar.
Como la selección inglesa, Los Campesinos! también vivieron en su campo un triunfo inesperado pero histórico y una caída de la que nunca se recuperaron. La primera estrofa lo deja claro: “Turn up pissed up, a pariah, uninvited to his alldayer”: ahora somos solo unos parias borrachos, y nos preguntamos si seguimos siendo necesarios en una fiesta a la que nadie nos ha invitado. Pero no todo es autoflagelación. Como acostumbran a hacer desde sus inicios, los galeses también lanzan pullitas hacia otros: Interpol hace diez años molaban, pero ahora no se resignan a desaparecer y «now Stella’s a lager / and boy she is always downer«.
Con «Renato dall’Ara (2008)», Los Campesinos! se marcan un primer tanto esperanzador, pero ya no serán capaces de remontar el partido: siguen demasiados goles en propia. En «Got Stendhal’s«, una maravillosa intro a los The Field Mice es un faceta ambient no es suficiente para frenar el derrotero Kelly Clarkson que toma la canción por culpa de ese eco doblado en la voz y una letra con cero inventiva. «A Slow, Slow Death«sufre el mismo problema: estaría bien si no fuese por unos detalles de producción -nuevamente el eco doblado, y unas trompetas a lo Of Monsters And Men– que la hacen insoportable.
E, incluso cuando Los Campesinos! suenan más propiamente suyos, haciendo alarde de ese twee punkeado que tantos elogios les valió, la fórmula suena apagada: «For Whom The Belly Tolls«, por ingenioso que pueda ser parodiar a Hemingway para hablar de sentirse fuera de lugar y pasado de moda, no termina de sonar fresca y apasionada. Y no sé a quién se le ocurre poner palmaditas en 2017. Incluso «5 Flucloxacillin» -que las tenía todas para ganar con ese toque Hefner y su retrato sincero pero irónico de la depresión- se desinfla en cuanto rompe en ese exagerado coro final (que nada tiene que ver con los coros a lo cheerleader que refrescaban las primeras canciones de la banda). Todo el disco está extremadamente cerca de ser lo que debería ser, pero no termina de conseguirlo.
Aún así, «Sad Suppers» (con ese juego de palabras entre la saudade y ser el padre de todo drama que es el verso «sad puppers for saudaddy«) y el punto final de «Hung Empty» (con un agradecible toque Casiotone For The Painfully Alone) son, sin duda, temas que conservan esa agilidad y desparpajo que tanto caracterizaban a la banda, y «The Fall Of Home» (la balada más tierna que recuerdo de la banda, pese a hablar del Brexit y la inflacción), es todo un acierto. Finalmente, el disco se cierra con una frase demoledora si es puesta en perspectiva: «But what, if this is it now / what if this is how we die?«. Si en 2008 Gareth cantaba esa histórica: «Oh, we kid ourselves there’s future in the fucking / but there is no fucking future/ i’m just practicing my accent«, diez años después parece que reírse irónicamente del miedo a morir solo, y de uno mismo teniendo ese miedo, ya no es posible: ¿está envejecer (pasando por una adicción y una depresión) directamente ligado a perder definitivamente el sentido del humor?
Más información en la web de Los Campesinos! Escucha «Sick Scenes» en Apple Music y en Spotify.
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Max Ricther sigue rizando el rizo a la hora de plantear sus discos como conceptos sorprendentes… ¿Lo último? Marcarse un «al abordaje» maravilloso de la obra de Virginia Woolf.
THREE WORLDS: MUSIC FROM WOOLF WORKS / Max Richter. Solo hay que darse una vuelta por sitios como YouTube o Spotify y ver las millones de escuchas que acumula el señor Max Richter para darse cuenta de la popularidad que el compositor británico disfruta en la actualidad. Pero Richter ni es un vendido a las papilas gustativas de las masas, ni es un vendedor de humo barato a lo Paulo Coelho ni un divulgador del academicismo entre la plebe. Su éxito se basa en una producción que es a la vez incansable y de una profunda belleza que, simplemente, se te mete dentro. Que tanta gente haya sido tocada y embrujada por el poder de su música es de esas cosas que nos reconcilian con el mundo, que en tiempos de violencia creciente nos da esperanza y nos reconforta.
A parte de sus múltiples composiciones para cine y televisión, Richter es, ante todo, un amante de los trabajos conceptuales. Y, pese al éxito del que ya hemos hablado, nunca apunta al blanco fácil: recientemente, nos ha ofrecido una asombrosa recreación de las “Cuatro Estaciones” de Vivaldi y ese proyecto mastodóntico que es “Sleep”, ocho horas de música pensadas para ser la banda sonora de cada ciclo del sueño. Esta vez Richter, que no para un minuto de currar, nos deleita con la banda sonora para un ballet inspirado en trabajos de Virginia Woolf. Casi nada. Se me ocurren pocos escritores con mayor capacidad de inspirar la más sublime de las sensibilidades en el artista que se atreva a plasmar su obra en la partitura, y Richter no decepciona.
“Three Worlds” se compone, por supuesto, de tres partes. La primera está basada en la novela “Mrs. Dalloway” y comienza con una fórmula que ya parece marca de la casa: Una sencilla melodía, un frágil piano, estremeciéndose en una emocionante ascensión, poco a poco, va acompañándose de otras melodías, uniéndose todas en un poderoso lamento dirigido hacia el cielo. Lo hemos escuchado muchas veces pero en las sabias manos de Richter no suena caduco, sino tan conmovedor como la primera vez. En la siguiente sección, “Orlando”, se introducen elementos electrónicos que recuerdan a otros neoclásicos de renombre, pero más jóvenes, como Nils Frahm. Sus cimientos se apoyan, sin embargo, claramente en la tradición minimalista de Philip Glass y Michael Nyman.
El último acto está dedicado en su totalidad a “The Waves”. Es quizá la pieza más impactante de las tres. Comienza con la actriz Gillian Anderson leyendo en alto la carta de suicidio que Virginia Woolf dejó a su marido. Qué difícil es la ambiciosa tarea de abarcar las palabras de Woolf y conseguir estar a la altura. Max Richter consigue estar a la altura de su fuerza, de su inmensa tristeza… La música fluye y danza lentamente como el agua (el río Ouse donde se ahogó); con cada minuto van creciendo sus frágiles remolinos, transformándose sin remedio en una majestuosa y oscura ola que se levanta, gigante, como un monumento. Como una torre llena de ecos, de memorias. Y, al final, de paz.
Más información en la web de Max Richter. Escucha «Three Worlds: Music From Wool Works» en Apple Music y en Spotify.
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La revolución parece cada vez más inminente… Y, si esta revolución va a tener una banda sonora, seguro que se parece mucho al tercer disco de Run The Jewels.
RUN THE JEWELS 3 / Run The Jewels. Que alguien que no tiene ni idea de rap ni de hip-hop o similares (tanto, que la distinción entre esos dos primeros términos sigue siendo un misterio para mí) esté reseñando el nuevo disco de Run The Jewels es, además de un gesto lleno de buena voluntad pero sin duda inconsciente, también sintomático de uno de los logros del estallacocos dúo compuesto por Killer Mike y El-P: la capacidad de acercar los neófitos a un género que hasta el momento jamás les había llamado la atención y, asimismo, arrastrarlos con vehemencia dentro de un universo que hasta la fecha se reputaba meramente paralelo. No es casual que el Primavera Sound vaya a volver a contarlos entre sus filas a sólo dos años de su último paso por el festival.
Y si Run The Jewels funcionan tanto entre los que nos quedamos en Eminem -y sólo porque la MTV te lo colaba hora sí, hora también- es porque son incendiarios, pero frescos a la vez; porque cuestionan al mismo tiempo su propio género musical, las dinámicas de la vieja industria (en la estela de compañeros como Danny Brown o a Chanche The Rapper, también publican todos sus discos en descarga gratuita) y el status quo americano. Así, «Run The Jewels 3«(Run The Jewels Inc., 2016) se erige como la consagración de lo que el dúo venía dejando entrever desde su debut homónimo de 2013: la protesta social no sólo puede ir perfectamente acompañada de la experimentación estética, sino que, cuando ambas cosas se retroalimentan, no hay quien las pare. El último tema del disco, «A Report to The Shareholders/Kill Your Masters» funciona como manifiesto de las intenciones del dúo: «Maybe that’s why me and Mike get along / Hey, not from the same part of town, but we both hear the same sound coming / and it sounds like war / And it breaks our hearts / When I started this band, didn’t have no plans, didn’t see no arc /Just run with the craft, have a couple laughs». Cuando Killer Mike y El-P empezaron sus andanzas como dúo no pretendían mucho más que entretenerse, pero ahora una guerra está a punto de estallar, la multitud está despierta y va a matar a sus patrones.
Es cierto que todo hip-hop engloba en sí cierto toque mesiánico pues, al fin y al cabo, el encaramarse a uno mismo como figura poseedora de la verdad y cualidades especiales es una más de las convenciones del género. Pero en «Run The Jewels 3» esto es llevado al extremo. En estos catorce temas (un inciso: ni uno baja del sobresaliente; por curioso que sea señalar ésto como excepcional cuando debería ser lo habitual), Killer Mike y El-P se autoproclaman portavoces de la violenta revolución que, tras la completa aniquilación del mundo tal y como lo conocemos, dará origen a un nuevo orden en el que impere la justicia social. Pablo de Tarso, «Epístola a los Efesios«, 6:12: «Pues no nos estamos enfrentando a fuerzas humanas, sino a los poderes y autoridades que dirigen este mundo y sus fuerzas oscuras, los espíritus y fuerzas malas del mundo de arriba». Run the Jewels, «Talk to me«: «This is spiritual warfare that you have been dealing with / This is not a fight that you have been dealing with flesh and blood / but this is a fight against principalities and evil doers and unclean spirits.»
A nivel musical, la fantástica producción a cargo de El-P otorga al disco la carga de ambiente violento y electrizado -como ese aire cargado que uno respira horas antes de que estalle una tormenta; esa sensación de que las nubes están hechas de plomo, y que un peligro aún no identificable se cierne sobre ti- necesaria para que el mensaje apocalíptico del dúo arda en cada uno de sus versos. Así, las típicas bases estilo gangstah (sonidos que recuerdan a un arma cargándose, beats muy electrónicos) se convierten en el vehículo perfecto para la crítica a la violencia policial contra la comunidad negra («Don’t Get Captured», «Down», «Thieves! (Screamed the Ghost)» o la opulencia y falsedad del gobierno americano («2100«, una de las cumbres indiscutibles del álbum).
Esta sensación apocalíptica, este presentimiento de que el final está cerca (respecto al que El-P y Killer Mike guardan una posición activa, en cuanto hacen un llamamiento a ser los agentes de este cambio) es reforzada también por recursos inspirados en la ciencia ficción. Así, «Thieves! (Screamed the Ghost)» se abre con un sampleado del mítico opening a la serie de televisión «The Twilight Zone» para entrar en un universo en el que los fantasmas de los padres y las madres de los niños negros asesinados por la policía se levantan en una revolución violenta que acabará con las vidas de los asesinos. Por otro lado, «A Report to The Shareholders/Kill Your Masters» reza: «This life’ll stress you like Orson Welles on the radio / war after war of the world’ll make all your saneness go / and these invaders from Earth’re twerkin’ on graves you know /Can’t wait to load up the silos and make your babies glow«: el problema es que ahora los alienígenas no son seres del espacio exterior, sino seres de nuestra propia raza cuya violencia opresora hacia los nuestros los ha convertido en algo en lo que no nos reconocemos.
«Run the Jewels 3» es, finalmente, un disco que consigue unir la protesta social y el llamamiento a la violencia con un virtuosismo técnico y artístico que pocos discos del género pueden ostentar. De hecho, «Hey Kids (Bumaye)«, otra de las perlas de esta pieza, podría sonar perfectamente en un club y nadie repararía en su alegato a robar y asesinar a la clase rica. Y su demanda de violencia como necesaria para el cambio y la instauración de la justicia social está en realidad mucho más cercana a la figura histórica de Jesús de Nazaret que al Cristianismo de ofrecer la otra mejilla (en cuanto hacer una disertación teológica no es el objetivo de este artículo, me limitaré a apuntar: «Evangelio gnóstico de Tomás», 16: «Quizá piensan los hombres que he venido a traer paz al mundo, y no saben que he venido a traer disensiones sobre la tierra: fuego, espada, guerra» y a recomendar el libro de Paul Verhoeven, «Jesus of Nazareth«). Run The Jewels no ofrecen la mejilla ante la violencia de la que son objetos: ellos levantan el puño y la pistola, y nosotros con ellos.
Más información en la web de Run The Jewels. Descarga «Run The Jewels 3» en la propia web del dúo.
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¿Estás harto de leer sobre «mezclas perfectas entre Kendrick Lamar y Flying Lotus»? Pues lo sentimos, pero es que el caso de Thundercat es, sin lugar a dudas, el definitivo.
DRUNK / Thundercat. Creo que una de las analogías que más he usado como periodista musical en los últimos dos años es «esto suena a una mezcla perfecta entre Kendrick Lamar y Flying Lotus«. Al fin y al cabo, hay que reconocer que estos dos artistas son precisamente los responsables de haber escrito con letras bien grandes y brillantes el titular de un nuevo capítulo de la música negra en el que converjan otros episodios de esta misma música (el hip-hop, el jazz, el funk, el soul, el r&b) e incluso de otras músicas que nunca han tenido color alguno (la electrónica en varias de sus facetas).
Ahora, sin embargo, desearía tener una máquina del tiempo e ir a cada momento que escribí esa misma analogía para viajar hasta entonces y decirme: «no, chiqui, guárdate esa frase, porque Thundercat lanzará un discarral a principios de 2017 y te vas a arrepentir de haberla usado de forma tan alegre durante todo este tiempo«. Pues eso. Que si hay alguien que aquí y ahora pueda coger el testigo de Kendrick Lamar y de Flying Lotus (artistas con los que, por cierto, también ha colaborado ampliamente), ese es Thundercat en su nuevo discazo «Drunk» (Brainfeeder, 2017).
Que tampoco es como si tuviera que pillarnos por sorpresa… Los anteriores trabajos de Stephen Bruner ya eran cremita pura y dura, aunque hay que reconocer que, sobre todo los dos anteriores, se vieron ligeramente lastrados por la pesadumbre que acompañaba al artista después de la muerte de su amigo y colaborador Austin Peralta. Aun así, todo lo que era (más o menos) bajuna en «The Golden Age of Apocalypse» (Brainfeeder, 2011) y «Apocalypse» (Brainfeeder, 2013), todo lo que allá era enfrentarse a la muerte y sus consecuencias para normalizarla dentro de la propia vida, aquí muta en pura celebración de la existencia por la vía por la que muchos reconectan (¿reconectamos?) con ella: la bebida.
Efectivamente, y como su título indica a las claras, «Drunk» es una especie de disco conceptual que se abre paso haciendo eses a través de las brumas de una noche de borrachera. El álbum empieza muy arriba, con rítmicas aceleradas que poco a poco van desinflándose y dando paso a atmósferas más turbias, ralentizadas, siempre a modo de brochazos de impresionismo abstracto realizados con un pincel difusor para el que no existen los contornos definidos. A medida que la oscuridad se va cerrando sobre el protagonista, el propio Thundercat, la noche hace lo que mejor sabe hacer: confundir. Al artista y a su buena ristra de colaboradores, que en «Drunk» incluye nombres tan estimulantes como los de Kendrick Lamar (“Walk on By”), Wiz Khalifa (“Drink Dat”) o Kamasi Washington (“Them Changes”).
En el nuevo disco de Thundercat caben todos los géneros de este nuevo capítulo de la música negra mencionados en el primer párrafo de esta reseña… Pero lo que convierte de «Drunk» en un trabajo único, capaz de escribir el título de un subcapítulo dentro del capítulo que nos ocupa, es que esos géneros están mezclados con una valentía y un caos mental solo posible para un borracho. Y, oye, ¿no era que solo los niños y los borrachos dicen la verdad?
Más información en el Twitter de Thundercat. Escucha «Drunk» en Apple Music y en Spotify.
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El título del debut en largo de Sampha ya indica que nos encontramos ante un proceso… Pero es un proceso que, pese a ser (jodidamente) doloroso, al final te abre el corazón de par en par.
PROCESS / Sampha. Sampha corría el serio peligro de quedarse atrapado en los márgenes de la música del nuevo siglo. Al fin y al cabo, y por mucho que el suyo sea un nombre de sobras conocido, resulta que es conocido precisamente por ser un colaborador de excepción, de esos que son capaces de robarte el show… pero que al final nunca lo hacen. Good Guy Sampha. Todos le conocimos como el contrapunto vocal pluscuamperfecto para la música de SBTRKT, pero pronto empezó a brillar en canciones de gente como Drake, Frank Ocean, Kanye o la mismísima Solange en la reciente y ya bastante icónica «Don’t Touch My Hair«.
De hecho, vista aquí y ahora, la canción de Sampha junto a Solange fue algo así como el preludio ideal para lo que estaba por venir: después de muchos años sobreviviendo a base de EPs, ya era hora de que este hombre lanzara su disco de debut. Un disco de debut que le sacara de los márgenes de la música del siglo 21 y le plantara justo en el centro, con una voz propia superdotada para ostentar discursos íntimos y personales. Ese disco es «Process» (Young Turks, 2017), y es cosa muy pero que muy seria.
Para empezar, por su propia temática: como su nombre indica, esto es un proceso. El proceso a través del que Sampha digiere el dolor por dos muertes de esas que te cambian la vida: su padre murió de cáncer de garganta en el lejano año 1998, mientras que su madre murió también de cáncer en el mucho más reciente 2015. No solo eso: hace unos años, e inmerso en el estrés habitual de una gira, Sampha detectó un bulto en la garganta que, sin embargo, los médicos nunca supieron diagnosticar de forma satisfactoria. Doble proceso: asimilar la muerte de tus padres a la vez que abrazas tu árbol genealógico tendente al cáncer y asumes tu propia mortalidad como algo totalmente frágil que puede resquebrejarse en cualquier momento.
Todo esto es lo que convierte a «Process» en un disco impactante… Aunque lo hace por la vía más inesperada. De sobras conocido el gusto de Sampha por el piano, cualquiera podría pensar que su debut es una desgarradora colección de torch songs desnudísimas con la piel vuelta del revés enseñando las entrañas. Pero no. Como he dejado caer, el mejor preludio para «Process» fue precisamente su colaboración con Solange, la revisión del r&b por la vía de los future beats en la que siempre se ha movido este artista con soltura.
Eso sí, hay que reconocer que, en este caso, Sampha es capaz de empujar los límites de este cada vez más encorsetado género, el nu-r&b, ya sea por el toque de clase infinita que otorga el piano o por detalles de producción estimulantes capaces de sorprenderte cuando menos te lo esperas (como el subidón tribalista de la subyugante «Kora Sings«, por ejemplo). Puede que esto sea un proceso muy íntimo de Sampha… Pero, por el camino, nos ha regalado un proceso a cada uno de los que escuchemos «Process» y lo hagamos nuestro. Repetimos: Good Guy Sampha.
Más información en la web de Sampha. Escucha «Process» en Apple Music y en Spotify.
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