Puede que «Pure Comedy» no sea un disco tan accesible como el resto de Father John Misty… ¿Significa eso que hemos perdido al artista? Todo lo contrario. Deja que te expliquemos por qué.
PURE COMEDY / Father John Misty. ¿Es aquí donde perdemos a Father John Misty? Recapitulemos… Cuando Josh Tillman apareció en el panorama musical, no tardó en ser encumbrado como una especie de coda en clave (auto)irónica del rollito folkie leñador. Y es que el hombre no solo venía de tocar en Fleet Foxes, sino que además tenía la barba adecuada y la actitud adecuada. También el disco adecuado: «Fear Fun» (SubPop, 2012) cogía aquel folk que se había quedado un poco (bastante) demodé y practicaba con él una terapia de electroshock por la vía de un crooning que ni él mismo se tomaba en serio. Fórmula para el éxito.
Entonces llegó «I Love You, Honeybear» (SubPop, 2015) y demostró que Father John Misty nunca había querido ser folkie. Para nada. Lo que él quería (y sigue queriendo) es derribar clichés, abrirles las entrañas y sacarles desde dentro algo nuevo, excitante y desafiante. El segundo disco de Tillman atacó al romance y al concepto actual de masculinidad, y lo hizo tal forma que percibías a la vez la chanza y el respeto por el material sensible que estaba tratando: las canciones de «I Love You, Honeybear» podían reírse del crooning romanticón, pero a la vez practicaban ese mismo género a un nivel de excelencia desarmante.
Y, así, llegamos a «Pure Comedy» (SubPop, 2017), el disco del que Josh Tillman no se ha cansado de repetir que no contiene absolutamente nada de romanticismo. Entonces, ¿qué contiene? Lo único que deberían contener todos los discos en el año 2017: una reflexión sobre el jodido panorama social, político y económico que nos ha tocado vivir. Las letras de Father John Misty siempre habían sido un lienzo sobre el que pintar contrastes de los que naciera la reflexión… Ahora, sin embargo, la reflexión está ahí, pintada directamente con colores poderosos y formas rotundas. Y esto, al fin y al cabo, es una puñetera maravilla si entiendes las letras, si te tomas el tiempo para escucharlas (de verdad), asimilarlas, aprehenderlas, reflexionarlas. Si, al fin y al cabo, haces algo que no está para nada de moda: dedicarle 75 minutazos a un disco y solo a ese disco. Algo que, para qué lo vamos a negar, poca gente va a hacer fuera de EEUU y de los países de habla anglosajona.
Así que repito: ¿es aquí donde perdemos a Father John Misty? ¡Para nada! Aquí lo perderán aquellos que se quedaron con la idea de que Tillman era un cachondo en su actitud y un sibarita en sus composiciones. Lo sigue siendo. Pero también, como he dicho más arriba, es un hombre destinado a reventar clichés y, tras reventar al folkie y al crooner romántico, en «Pure Comedy» ataca directamente al cliché de icono cultural pop (que es precisamente en lo que se ha convertido este hombre) sin voz ni voto, ese tipo de estrella insulsa con canciones que se dedican a esquivar balas hacer como si nada. Tillman quiere ser un icono cultural pop, pero en sus propios términos: subvirtiendo todo lo que hace un icono cultural pop y dejándose perforar por los proyectiles para, a continuación, enseñar la sangre.
Este es el Father John Misty de «Pure Comedy«. Probablemente, el Father John Misty de su próximo disco sea otro presonaje completamente diferente. Así que, si no eres capaz de conectar con este álbum, tranquilo, en el próximo seguro que te reconquista.
Más información en la web de Father John Misty. Escucha «Pure Comedy» en Apple Music y en Spotify.
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Puede que, en cierto momento, Future Islands corrieran el riesgo de quedar eclipsados por la figura de Samuel T. Herring… Pero «The Far Field» demuestra que eso nunca ocurrirá.
THE FAR FIELD / Future Islands. Future Islands supieron aprovechar la oportunidad para romper sus propios límites y elevar al estrellato a Samuel T. Herring gracias a su inolvidable actuación en el “Late Show With David Letterman” previa a la salida de su disco “Singles” (4AD, 2014).
Aquel ya mítico capítulo catódico se produjo en 2014. Ahora saltemos al 2017, al momento en que Future Islands presentaron en “Later… With Jools Holland” el segundo single de su último LP, “The Far Field” (4AD, 2017).
En los tres años transcurridos entre ambas apariciones televisivas, Future Islands alcanzaron una fama y llegaron a un público que, probablemente, jamás habrían imaginado. Algún que otro mérito habían acumulado con anterioridad, pero tuvo que ser el extraño carisma de Herring el que catapultara a su grupo apoyado, eso sí, en un ramillete de buenas canciones synthpop abanderadas por “Seasons (Waiting On You)”.
Pero había un peligro: que su figura acaparara toda la atención debido a sus movimientos sobreactuados y casi auto-paródicos, como si fuera la marioneta que todo el mundo quiere ver, olvidándose de su banda, para fijarse únicamente en su peculiar baile del pañuelo, sus pasos histriónicos, sus gestos de psicópata y sus exabruptos guturales. Vamos, como cuando José Luis Moreno salía al escenario y la audiencia lo invisibilizaba para partirse de risa con Monchito.
Sin embargo, Samuel ha conseguido sobrevivir a la explosión del éxito y no ceñirse al papel de Monchito de Future Islands. De su cabeza han seguido brotando lustrosas composiciones con las que estirar su empeño por abrillantar el synthpop ochentero más emotivo y épico en “The Far Field”, sobre el que recayó la complicada papeleta de suceder al catártico “Singles”. Justamente por ello, su quinto trabajo se muestra como un apéndice de aquel al extender su sonido sintético desbordante de sentimiento, perfectamente perfilado y elegantemente ejecutado.
Si una fórmula funciona de maravilla, ¿por qué cambiarla? Future Islands trasladaron ese pensamiento a “The Far Field” y, especialmente, a sus dos cortes más rotundos: “Ran”, cuyo espíritu nuevaolero y lírico conecta con “I Ran (So Far Away)” de A Flock Of Seagulls y se acerca a la pegada emocional de “Seasons (Waiting On You)”; y “Cave”, otro arrebato synthsiblero que sirve para el vaciado anímico y expresivo de Herring, cuya voz continúa siendo odiosa para los más puristas pero magnética (a su manera) para sus oyentes habituales. En este sentido, nuestro hombre se desparrama a gusto a lo largo del álbum, cabalgando entre la contención (“Candles”) y el lamento (acompañado por Debbie Harry en “Shadows”) a lomos de una sólida estructura instrumental (la otra gran baza del grupo) que lo arropa con un bajo gomoso y el omnipresente y matizado sintetizador, el cual, además de marcar el ritmo, enriquece cada pieza.
La línea continuista de “The Far Field”, más que suponer un lastre, refuerza la visión actualizadora (aunque no renovadora) que Future Islands aplican al synthpop, materia que Samuel T. Herring exprime con tacto para exorcizar sus pesares interiores golpeándose el pecho y elevando las manos al cielo. Seguramente, la próxima vez que lo veamos en pantalla se romperá la camisa y dará cabezazos contra el suelo, pero sin sus imponentes canciones nada de eso tendría sentido.
Más información en la web de Future Islands. Escucha «The Far Field» en Apple Music y en Spotify.
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Puede que «»Humanz» funcione un poco como un greatest hits… Pero, venga, en serio, ¿a quién no le chifla un buen greatest hits? Y más si viene firmado por Gorillaz.
HUMANZ / Gorillaz. Gorillaz son y siempre han sido un producto de su tiempo… Y, evidentemente, si esos tiempos cambian, ellos también. En el 2001, «Gorillaz» (Virgin, 2001) fue una especie de bofetada en la cara del brit pop (y del indie en general) tan ensimismado en la fascinante visión de su propio ombligo: huía del concepto de banda (cantante, guitarra, bajo, batería) de la misma forma que huía de la cultura de la fama al «esconder» a sus integrantes detrás de todo un conjunto de personajes animados. A la vez, Gorillaz abría una brecha narrativa dentro de la música popular: los discos podían contar historias como si de una película de ciencia ficción se tratara. Y no solo podían explicarlas, sino que podían (y debían) apasionar con ellas.
A partir de ese momento, el propio concepto de Gorillaz se fue haciendo cada vez más oscuro a medida que el mundo se iba haciendo cada vez más sombrío. Su último disco hasta la fecha, el excelente «Plastic Beach» (EMI, 2010), narraba la huida de los miembros de Gorillaz de una especie de isla / República Bananera paramilitarizada… Y no hace falta que ahonde en la metáfora de huida en un momento como 2010, verdad, justo cuando la crisis nos estaba azotando de la forma más virulenta, ¿verdad?
Considerando «Plastic Beach» como la opera magna de Gorillaz, ¿qué debíamos esperar de «Humanz» (Warner, 2017) en pleno año 2017? Debíamos esperar lo que los de Damon Albarn acaban de entregar: una pequeña gran oda a la dispersión, al déficit de atención, al «cada canción es una isla» igual que «cada hombre es una isla». De entrada, es imposible no echar de menos a los Gorillaz uber-narrativos y peliculeros… Pero, ojo, porque esta forma de estructurar un disco como un greatest hits en el que un temazo nada tiene que ver con el que le viene detrás o el que le viene delante está muy en sintonía con la generación del shuffle en Spotify y de saltar de video de YouTube a video de YouTube cada 20 segundos, sin dar tregua al aburrimiento.
«Humanz» practica la cultura del shock y no te deja respirar de principio a fin. Todas las canciones están concebidas como hits, ya sea en un género u otro… Aunque es cierto que hay cortes que son más hits que otros. Cada uno tendrá sus preferidas, pero yo me quedo con la espídica y vertiginosa «Ascension» de Vince Staples, el rollito Disclosure de «Strobelite» junto a Percival Everett, la sugerente «Submission» de Kelela y Danny Brown, la sensual «Sex Murder Party» con Jamie Principle y Zebra Katz y una preciosa «Busted and Blue» en la que Albarn no necesita invitado alguno para encogerte el corazoncito. ¿Abruma la cantidad de colaboraciones? Un poco. Pero, en la estela de lo que ha bordado siempre esta banda, todas las canciones consiguen ser El Gran Show del Featuring a la vez que suenan 100% Gorillaz.
Esta estructura de greatest hits a los que ya se les ha extirpado la coartada narrativa, sin embargo, y por muchos temazos que contenga, obliga a pensar que, si de adaptarse a los tiempos se trata, ¿no sería mejor que Gorillaz no volvieran a estar siete años en silencio y que, por el contrario, se dedicaran única y exclusivamente a lanzar singles cada ciertos meses? Cada single, un evento. Y, así, hasta el infinito y más allá en compañía de Damon Albarn.
Más información en la web de Gorillaz. Escucha «Humanz» en Apple Music y en Spotify.
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¿Qué le quedaba a Kendrick Lamar después de haberse convertido en la voz más potente del hip-hop yanki con sus últimos dos discos? Pues seguir haciendo discos impecables. Y ya.
DAMN. / Kendrick Lamar. Y, entonces, Kendrick Lamar recurrió a las mayúsculas. Por algo será, ¿no? La cuestión es que, por si no te has dado cuenta, el nuevo disco de este hombre se titula «DAMN.» (Aftermath, 2017), así en mayúsculas y con un punto y final, que da resulición, que da «aquí es donde yo planto mis huevos peludos en la mesa y luego ya veremos qué hacemos, porque por ahora lo único que puedes hacer es mirármelos fascinado«. De hecho, los títulos de todas las canciones de «DAMN.» también van en mayúsculas y con punto y final exceptuando dos, que mantienen las mayúsculas pero obvian el punto (en lo que yo pienso que es un error de mi iTunes o algo, seguro).
Cualquiera podría pensar, sin embargo, que si existe un artista en el panorama mundial ahora mismo que no necesite recurrir a las mayúsculas, ese debe ser precisamente Kendrick Lamar. Al fin y al cabo, el chaval pegó un pelotazo cosa seria con «Good Kid, M.A.A.D. City» (Aftermath, 2012), álbum que le encumbró como estrella absoluta del hip-hop de nueva generación surgido al amparo del laptop en la habitación más que de vender drogas en las calles. Que nadie se confunda: en la música de Kendrick Lamar había mucha calle y drogas y todo eso que esperas en toda buena canción de hip-hop, pero su aproximación era diferente, más introspectiva, más cercana a la bedroom music de principios de siglos.
De ahí, Lamar dio el salto de gigante con su «To Pimp A Butterfly» (Aftermath, 2015), un trabajo más grande que la vida que, además, consiguió salir de la habitación para erigirse ni más ni menos que en La Gran Voz de la Era Negra que todos abrazamos con la llegada de Obama al poder. Kendrick se convirtió en lección viva de historia negra sin necesidad de dejar la música en segundo lugar: sus composiciones seguían siendo graníticas y muy apegadas al discurso del momento, ese discurso post-Flying Lotus que ahora ya ha empezado a perder lustre.
Y entonces llegamos a «DAMN.» y a sus mayúsculas y a su punto y final. Desde el momento en el que «HUMBLE.» aterrizó entre nosotros, quedó clara la intención de Kendrick Lamar: seguir siendo historia negra y viva, pero esta vez menos enfocada a derecho social y atacando directamente a la intrahistoria del rap como género. Si hasta el momento las canciones de Lamar buscaban el cielo y se escurrían entre las manos, ahora son más bien como rocas que caen en esas mismas manos a la espera de ser arrojadas. Kendrick se ha marcado un disco en el que cada canción es un hit a la manera clásica del hip-hop, y eso implica una variedad de registro tan bestia como el que va desde el beat enloquecedor de la mencionada «HUMBLE.» a la balada a rebosar de swag (bien entendido) «PRIDE.«.
Entre medias de estos dos registros, todo lo que puedas imaginar… y todo lo que le hacía falta a Kendrick Lamar para reivindicarse no solo como una voz negra, sino también como un compositor capaz de poner sobre la mesa hits incontestables tan redondos y tan peludos y tan fascinantes y tan hipnóticos como los huevos mencionados al principio de esta reseña.
Más información en la web de Kendrick Lamar. Escucha «DAMN.» en Apple Music y en Spotify.
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Methyl Ethel estaban llamados a ser los herederos de Tame Impala… Pero al final la cosa se ha complicado en su nuevo disco «Everything is Forgotten».
EVERYTHING IS FORGOTTEN / Methyl Ethel. En su día lo dijimos alto y claro: Methyl Ethel es la banda que podría bajar a Tame Impala de su pedestal. Teníamos una poderosa razón para creerlo: su pop ochentoso y adornado con purpurina psicodélica, en la línea de “Currents” (Modular, 2015), el último álbum del combo de Kevin Parker y con quien Jake Webb, fundador y líder de Methyl Ethel, había compartido alguna que otra aventura musical en su Perth natal.
Vamos, que si Webb se lo propusiera, tendría el camino preparado para seguir la estela de Parker y, llegado el caso, adelantarlo. Pero, en realidad, da la sensación de que esa no es su intención. De hecho, el álbum de estreno de su aún proyecto individual, “Oh Inhuman Spectacle” (Dot Dash / Remote Control, 2015), ya indicaba que Webb no se iba a poner unas orejeras equinas para caminar exclusiva y obsesivamente por la senda del psych-pop tan en boga en Australia, ya que también se abría al indie-pop (con poso shoegazer), al dream-pop e incluso a la electrónica experimental.
Dadas las diferentes cartas con las que jugaba Methyl Ethel en su ópera prima, lo mejor era no intentar encorsetarlo en unas coordenadas demasiado marcadas; y, por extensión, ir olvidando la recurrente (y odiosa) comparación con su colega Kevin Parker. Parecía que el objetivo de Jake Webb consistía en hallar su sello personal en un proceso que debía prolongarse en su siguiente trabajo, ya con Methyl Ethel consolidados como banda. En estas circunstancias vio la luz “Everything Is Forgotten” (4AD, 2017), impulsado por 4AD (sello que se encargó de la distribución mundial de “Oh Inhuman Spectacle”), producido por James Ford y prueba de la evolución de los australianos al presentar un sonido más pulcro, compacto y pulido que el de su predecesor.
Esto no quiere decir que Methyl Ethel hayan pervertido su esencia en pos de una pretendida madurez gracias a la mayor disposición de medios. Al contrario: Webb no se ha alejado del pop satinado (“Drink Wine”, “Weeds Through The Rind”), del indie-pop encantador (“No. 28”, “L’Heure Des Sorciéres”) y, claro, del pop psicodélico (“Summer Moon”). Pero ha despejado las brumas oníricas de su debut y ha sofisticado su narrativa (anclada en las relaciones amorosas y emocionales) y su sonido, con el groove funk-pop de “Ubu” y la elegancia melódica de “Femme Maison / One Man House” como ejemplos preclaros de una refinación que, ahora sí, le aparta de la sombra de Kevin Parker y confirma que el pop made in Perth vive una edad de oro.
Más información en la web de Methyl Ethel. Escucha «Everything is Forgotten» en Apple Music y en Spotify.
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Real Estate debían superar la marcha de uno de sus miembros más importantes… Y, aun así, en »In Mind» no solo dan muestras de haberlo superado, sino incluso de haber crecido ante la adversidad.
IN MIND / Real Estate. Con “Atlas” (Domino, 2014), su brillante anterior disco, Real Estate culminaron un proceso de cinco años y tres álbumes en el que se convirtieron en la banda perfecta de pop de guitarras. Resultaba complicado encontrar una mancha en el currículum del grupo de Nueva Jersey, siempre dispuesto a entregar melodías luminosas y estribillos redondos para, aunque no cambiasen la vida, sí al menos alegrar el día, la semana o incluso el mes entero. Los principales artífices del encumbramiento de Real Estate eran Martin Courtney y Matt Mondaline, tándem insuperable a la hora de hornear delicias pop. El año pasado, sin embargo, se produciría una mala noticia en el paraíso de Real Estate: Mondaline lo abandonaba para centrarse en Ducktails, proyecto paralelo que había crecido casi tanto como su banda nodriza.
Pero, con la incorporación del guitarrista Julian Lynch (viejo conocido del grupo por anteriores colaboraciones) como sustituto, Courtney pudo y supo mantener correctamente el curso de la singladura de Real Estate conservando frescos su libro de estilo y su inmaculado sonido. Da fe de ello “In Mind” (Domino, 2017), otro cofre repleto de joyas pop que sugiere que su estado de inspiración es inalterable al paso del tiempo y a (traumáticas) variaciones en su alineación. Es decir, que el cambio vivido en el seno de Real Estate no se ha traducido en una significativa modificación del envoltorio de sus siempre resplandecientes canciones.
Por tanto, Real Estate ratifican su habilidad para embadurnar el jangle pop clásico de una capa de dulce melancolía en “Darling”, “Stained Glass” o “White Light”, una práctica que han erigido en su santo y seña y de la que pueden presumir para distinguirse de imitadores y sucedáneos. Luego, las finas manos de Courtney (más su cálida voz) y compañía les permiten sumergirse en la psicodelia algodonada de “Two Arrows” y “Same Sun”, reposar sus cabezas en las lánguidas “Serve The Song” y “Time”, flotar en “Holding Pattern” o mirar de reojo al folk-pop de la Costa Oeste en “Diamond Eyes” hasta componer conjunto que transmite candor, placidez y serenidad.
Esos términos que definen en particular “In Mind” se extrapolan a un modo de creación que hace de Real Estate un grupo necesario para que el sol luzca con vigor y nunca se ponga, las penas caigan en saco roto y la nostalgia exhiba sólo sus vibraciones más positivas.
Más información en la web de Real Estate. Escucha «In Mind» en Apple Music y en Spotify.
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