Este año no jugamos a hablar de 50 álbums «buenos», sino a confeccionar una lista con los 25 discos internacionales de 2016 que pasarán a la historia.
No sabemos si también os ocurre a vosotros, pero en nuestro caso tenemos que reconocer que, llegados a este punto del año, siempre nos descubrimos sonriendo al acertar los primeros puestos de las listas de otros medios que nos gustan. No es tan difícil, ¿no? Al fin y al cabo, este sanísimo deporte de las listas no es algo que se practique a modo de sprint al llegar el año, sino que es más bien una carrera de fondo que se va corriendo durante doce meses.
Si el primer puesto de nuestra lista te sorprende (para mal), es que no vamos bien: hemos dado suficientes pistas a lo largo y ancho del año como para que nuestro número uno sea coherente aquí y ahora. Y quien habla del número uno, también habla de cualquier otro número de esta lista: han sido nuestros protegidos durante todo el año… Así que no es de extrañar que hayan acabado por ser los protagonistas de nuestra lista con los 25 mejores discos internacionales del año 2016. Que aproveche.
25. THE LIFE OF PABLO, de Kanye West. Con este hombre y este disco no hay espacio para la verdad absoluta, y mucho menos para la objetividad. “The Life of Pablo” es un trabajo que reclama a la fuerza tu subjetividad, que crece con ella o que se entierra a sí mismo a partir de tu propia percepción de no sólo todas y cada una de las canciones, sino del tinglado que rodea a disco y creador. Es esta la segunda cumbre de Kanye como padre absoluto de ese New Uncanny del que tanto se ha hablado a partir del ya archiconocido artículo de Jerry Saltz en la revista Vulture… Y, sin lugar a dudas, es una cumbre mucho más alta, inalcanzable para el común de los mortales. Una puñetera burrada (musical y performativa) que el propio Yé tendrá problemas para superar. [leer más]
24. FLOTUS, de Lambchop. Cualquier alma despistada podría escuchar este álbum por vez primera y pensar que aquí no ha cambiado nada: la voz de Wagner sigue siendo cálida y envolvente, las canciones siguen apostando por las progresiones largas, los ritmos siguen estando aletargados y como suspendidos en un ámbar pretérito. Pero, a poco que se le preste atención, “FLOTUS” libera todas sus novedades de forma exuberante: el uso del vocoder, la introducción de texturas electrónicas que se trenzan a la perfección con la instrumentación folkie, las cajas de ritmos digitales… Si Sufjan apostó por el baile y Justin Vernon por la fragmentación mental post-Kanye West, lo de Lambchop es más bien una aplicación de las enseñanzas de Kendrick Lamar a un entorno folk controlado. Repito: si viene del folk, si va hacia el folk, si suena a folk, si huele a folk… Es folk. Pero un folk que se ha deconstruido y reconstruido para que suene y brille en su máximo fulgor. [leer más]
23. MALIBU, de Anderson .Paak. Ahora que Kanye se nos rompió de tanto usarlo, no está de más buscarle nuevos reemplazos. Al fin y al cabo, el rollito hip-pop maximalista de Yé hace tiempo que está en declive, así que no es de extrañar que una de las propuestas al alza sea precisamente Anderson .Paak, algo así como el punto intermedio pluscuamperfecto entre Kendrick Lamar (¿ha existido referencia más ubicua en este año 2016?) y Flying Lotus (otra referencia ubicua de los últimos años). Del primero toma el flow y la capacidad para inyectar coolism en las venas de sus composiciones sin que parezca que van dopadas. Del segundo toma la pericia a la hora de convertir sus canciones en complejas estructuras en 3D con recovecos ocultos que siempre te sorprenden… Si .Paak ya había convencido en su debut «Venice» (OBE, 2014), en «Malibu» (OBE, 2016) ha subido varios peldaños del tirón y se ha situado justo entre los más grandes. [Raül De Tena]
22. BIG BLACK COAT, de Junior Boys. Jeremy Greenspan y Matt Didemus son bastante asiduos al poco sano deporte del autosabotaje, así que ¿por qué deberían cambiar las cosas llegados a este punto? Como en todos los anteriores trabajos de Junior Boys, este “Big Black Coat” rebosa de temarrales que sería jitazos absolutos en un mundo ideal en el que no existieran ni “La Voz” ni Simon Cowell ni Edurne. A saber: “M & P” recicla las bases del mal llamado deep house tal y como deberían haberlo hecho Disclosure en su segundo disco (es decir: dejando de sonar a los fóquin Disclosure); “What Do You Want For Love?” debería convertirse en himno de los poperos que todavía siguen manteniendo un flequillo para menearlo con ritmos electrificados; “You Say That” acelera el pulso sin perder de vista los papeles… Y así hasta el infinito y más allá, sin pasar por alto que este disco contiene la que más que probablemente es la segunda mejor canción de la historia de Junior Boys: “C’Mon Baby” (¿cuánto habrían pagado los Pet Shop Boys actuales por componer algo así?). [leer más]
21. PREOCCUPATIONS, de Preoccupations. “Preoccupations” exhibe un sonido de tensión variable y penetrante, que atraviesa la epidermis como una brillante y afilada daga. El grupo canadiense demuestra así que no sólo conserva el poderoso estilo desplegado en el anterior “Viet Cong” (Jagjaguwar, 2015), sino que además lo matiza permitiendo que asomen entre las descargas eléctricas y los ritmos espartanos melodías cuasi pop como las que transpiran “Anxiety” -pese a su arquitectura gótica- o “Degraded” -con el vocalista y bajista Matt Flegel mirando cara a cara a Peter Murphy-. Pero este álbum no discurre por un camino fácil ni previsible, sino a través de uno en el que sus extremos se tocan. Tanto, que aquí conviven remansos de aparente paz de poco más de un minuto de duración (“Sense” y “Forbbiden”) con una odisea post-punk, “Memory” -con Dan Boeckner de Wolf Parade-, que supera los once y funciona como centro de gravedad de “Preoccupations” al condensar su ideario lírico y sonoro. [leer más]
[/nextpage][nextpage title=»Del 20 al 16″ ]20. BLONDE, de Frank Ocean. Menos exuberante a primera vista que su anterior obra pero más ambicioso si cabe (con colaboraciones del calibre de Beyoncé en “Pink + White”, Kendrick Lamar en “Skyline To” o James Blake en “White Ferrari”, entre otras) e igual de inspirado, “Blonde” despliega sus temas dando una nueva dimensión a esta especie de hip hop de alcoba que define el disco, confesional y ocasionalmente amargo pero de una madurez lírica que sigue en franca progresión. Y es que “Blonde” bien pudiera ser a Frank Oceanlo que “My Beautiful Dark Twisted Fantasy” fue a Kanye West, álbum con el que comparte esa sensación de grandiosidad que se transmite al oyente, si bien desprovisto de aquel barroquismo sonoro y llenando ese hueco de una intimidad autoconsciente y maravillosa. [leer más]
19. 22, A MILLION, de Bon Iver. “22, A Million” no es un nuevo “For Emma, Forever Ago“, así que los fans de aquel disco seguirán huérfanos de nuevas canciones de Bon Iver para cortarse las venas. Aun así, aquellos a los que el giro de “Bon Iver” les pareciera estimulante aunque no del todo solvente, una búsqueda interesante como proceso pero no como resultado, les alegrará saber que “22, A Million” es una de esas maravillas capaces de sorprender… si te dejas llevar. Si bajas la guardia. Si no esperas nada y exploras lo que te ofrece. Si, al fin y al cabo, olvidas por completo la accesibilidad de “For Emma, Forever Ago“. En aquel disco se trataba de curar el corazón. En este, se trata más bien de curar el alma. Y eso, evidentemente, tenía que ser (y sonar) más complicado. Infinitamente más complejo, rico y con una cantidad de pliegues infinitos en los que perderse y descubrir una y otra vez que las crisis existenciales no se solucionan a base de respuestas, sino disfrutando las preguntas una y otra vez. [leer más]
18. OH NO, de Jessy Lanza. Tres años después de su sorprendente debut con “Pull My Hair Back”, la progresión de Jessy Lanza la coloca por derecho en lo alto de las listas de lo mejor del año que realmente importan -como la nuestra, claro, jeje- con su portentosa continuación, “Oh No”. Oh, sí. Lanza consigue con la ayuda en la producción de Jeremy Greenspam (Junior Boys) crear una fusión absolutamente natural entre electrónica y r&b, como si fueran dos formas de entender la música que de repente hubieran hecho desaparecer las eventuales barreras entre ellas. “Oh No” es un disco que parece pensado para abrazarnos durante todo el día: desde esa matinal “Never Enough” hasta la muy nocturna “I Talk BB” pasando por la descomunal “It Means I Love You” que uno se imagina sonando portentosa al atardecer en algún festival de verano. Hedonista y brillantísimo, “Oh No” es ese disco soñado por algunos donde por fin la máquina quede al servicio del alma y recíprocamente el alma al servicio de la máquina. [David Martínez de la Haza]
17. YOU WANT IT DARKER, de Leonard Cohen. «I’m ready, my lord«, canta Leonard Cohen en «You Want It Darker«, tema que abre a la vez que da título (y tono) al último disco del artista. Y, en esta ocasión, «último» significa eso: último. La muerte de Cohen muy poco después de la publicación de este álbum no pudo darle un nuevo significado porque, básicamente, el mítico cantautor no había dejado espacio para la duda: esto es un álbum de despedida. Suena a álbum de despedida. Se siente como un álbum de despedida. Duele como un álbum de despedida… También hay que reconocer que los últimos discos de Leonard Cohen se notaban deslucidos, se les notaba la necesidad de hacer caja después de la estafa de su manager que se llevó por delante todo su dinero. Por eso mismo, por mucho que «You Want It Darker» duela como un álbum de despedida, también emociona por ser un trabajo al nivel de sus discos clásicos más icónicos. Está repleto de baladas despojadas y crepusculares en las que la voz del cantante es como una lengua de gato que raspa a la vez que da gustito. Leonard Cohen, un señor incluso en su despedida. [Raül De Tena]
16. A SEAT AT THE TABLE, de Solange. Si hay que poner a la artista en relación con alguien no ha de ser con su hermana, sino en todo caso con el último Frank Ocean, quien también ha recurrido a la misma estrategia de la voz baja, de la letra pequeña que con sangre entra. De hecho, la coincidencia va más allá y en este “A Seat at the Table” también hay diferentes interludios protagonizados por el padre y la madre de Solange… Eso sí, aquí he de introducir una apreciación personal: los interludios del “Blond” de Frank Ocean (Boys Don’t Cry, 2016) me parecen un coñazo máximo, y si escucho una vez más a la madre de este hombre diciéndole que no tome drogas os prometo que me puto suicido (porque, además, señora, ¿usted ha visto a su hijo? ¿Ha escuchado su música? Si el malo de “Blade Runner” decía que había visto cosas que no creeríamos, el bueno de Frank ha visto drogas que no creeríamos. Y lo sabes). [leer más]
[/nextpage][nextpage title=»Del 15 al 11″ ]15. WILDFLOWER, de The Avalanches. “Wildflower” continúa exponiendo el sample como componente diferenciador de The Avalanches que se conserva como un truco de prestidigitación en una época en la que la técnica del sampleo, sin haber perdido su poder creativo, ha devenido en un proceso cada vez más costoso económicamente y complicado de ejecutar sin pervertir la esencia original del elemento usurpado para evitar la ilegalidad. A la vez, tampoco ha reducido su capacidad de sorprender al oyente más audaz, aunque puede que ya no resulte tan atractiva en su acepción clásica para la generación millennial. En este sentido, “Wildflower” es un trabajo sampledélico también clásico por su envoltorio añejo, derivado de los métodos de composición y grabación usados y de los estilos de los que bebe: funk, soul, rap, hip hop, pop y psicodelia, cuyo espíritu primigenio se conserva intacto, tal como ocurría en “Since I Left You”. [leer más]
14. SINGIN SAW, de Kevin Morby. El de Kevin Morby es uno de esos trabajos donde no ocurre nada especial y, sin embargo, logra ocupar un lugar especial en tu vida, día a día, taza a taza, como un té de sutil fragancia que pasa desapercibido al principio, pero termina formando una pequeña parte de tu persona. La música de Morby en solitario (es para bandas como Woods y Babies lo que Kurt Vile para The War on Drugs: un miembro pululante) suena a hoguera en una noche helada; suena a cena caliente cuando gruñen las tripas; suena a palabras de un viejo amigo cuando las necesitas; suena a Bob Dylan, a blues del Mississippi, a gospel y a rock setentero. Suena a muchas cosas y uno podría pensar que el destino de “Singing Saw” es acabar diluido en el océano de la música. Pero no. Terminas apreciándolo por lo que es; lo quieres precisamente por lo que no tiene intención de ser. Y terminas queriéndolo un poquito, creedme. [Rodrigo Núñez]
13. MINOR VICTORIES, de Minor Victories. Minor Victories apuestan por un sonido engrandecido sin contemplaciones a través de la tela de araña tejida por las guitarras de Braithwaite y Lockey y la voz siempre magnética de Goswell, elementos que hacen de “Minor Victories” una catapulta hacia el shoegaze de “Scattered Ashes (Song For Richard)” (uno de los temas más épicos del año, con el contrapunto vocal de James Graham, que se escucha con el puño levantado y la mirada dirigida al cielo), el krautpop de “A Hundred Ropes” y el post-punk en blanco y negro de “Cogs”. Aunque el nervio grandilocuente del álbum también se relaja para transitar por tramos de pop detallista (“For You Always”, co-interpretada y co-escrita por Mark Kozelek), fases atmosféricas (“Out To Sea”) y remansos de paz que acaban estallando entre espirales eléctricas (“Folk Arp” o “Higher Hopes”) que ratifican la idoneidad de la mezcla estilística pergeñada por Minor Victories. [leer más]
12. BLOOD BITCH, de Jenny Hval. En un momento de “Blood Bitch” (Sacred Bones, 2016) se escucha a Jenny Hval explicándole a una amiga de qué va todo esto: “It’s about vampires”. La amiga se ríe: “Vampires?”. Jenny dice que sí. Que, bueno, en realidad de más cosas, pero vampiresas, sí, titubeando, asumiendo la imposibilidad de explicar tantas cosas en el tiempo que dura la paciencia del otro. No seré yo quien os traduzca la inmensa complejidad de este disco en estas cortas líneas. No sé si entiendo la mitad. Creo que no. Sexualidad y capitalismo. Soledad en vida (y muerte). Deseo de crear, de conectar. De morder. Sangre. Menstruación como hilo conductor, sometimiento y dolor. Las intrincadas capas de significado no evitan que este sea el trabajo con más canciones pegadizas desde el (muy peculiar) synth-pop de sus comienzos como Rockettothesky. [leer más]
11. BLACKSTAR ★, de David Bowie. Lo que es pero jamás volverá a ser. El último arrebato de inspiración. Un momento álgido cortado de raíz. Un testamento musical que pasará a la posteridad. Estas frases y otros cientos similares sirven para definir “★” (Columbia, 2016), un disco que, en tiempo y forma, emergió inesperadamente como el canto del cisne de David Bowie el mismo día de su 69 cumpleaños y dos antes de su fallecimiento. Así lo marcó el destino, así lo quiso la Muerte. El catatónico impacto de esta sucesión de acontecimientos podía haber nublado la razón y empujado a observar “★” sin la ponderación adecuada, elevándolo inmediatamente al Olimpo de la discografía de David Robert Jones sin prestar la suficiente atención a sus canciones. Con todo, el álbum, ciñéndonos a su condición de obra sonora, salva la papeleta con creces al presentar a un Bowie correctamente encaminado en la buen dirección que ya había perfilado en “The Next Day” (Columbia, 2013) experimentando con el pop, el rock y el jazz en unas composiciones directas y otras huidizas, pero, en todo caso, sinceras. Aquí entra en juego el elemento primordial de “★”: las palabras, con las que Bowie anunciaba (cuando el resto del mundo ni siquiera lo había intuido) el acercamiento de la Parca. En este sentido, “Blackstar” y “Lazarus” ya están marcadas a fuego en el imaginario de los seguidores del Duque Blanco. Luego aparece su simbología gráfica, materializada en la negra estrella de cinco puntas y los fragmentos que dibujan su apellido artístico que presiden una portada que, con el paso de los meses, se ha ido revelando cual cofre de pequeños tesoros visuales ocultos que se desvelan bajo la luz como si Bowie hubiese querido imprimir un mapa estelar con el que mirar con detenimiento el cielo nocturno y localizar el astro donde se encuentra ahora mismo, más allá de Marte… [José A. Martínez]
[/nextpage][nextpage title=»Del 10 al 6″ ]10. TEENS OF DENIAL, de Car Seat Headrest. “Teens Of Denial” ha confirmado sin ambages el talento compositivo de Will Toledo, cuyo look nerd esconde a un letrista ingenioso y certero a la hora de explicar con precisión quirúrgica sus pensamientos y sentimientos sobre asuntos trascendentales y cotidianos a través de un alter ego llamado Joe, representación del típico joven aturdido por las contradicciones de la vida moderna. Aunque su angst rock no sólo destaca por sus versos, sino también por su envoltorio sonoro, compactado como mandan los cánones de la mejor tradición indie-rock yanqui (“Fill In The Blank”, “Not What I Needed”), desparramado en extensas odiseas eléctricas que progresan con firmeza (“Vincent”, “Cosmic Hero”) o rozan la épica (“The Ballad Of The Costa Concordia”) y esculpido a partir de moldes post-grunge (“Destroyed By Hippie Powers”), power-pop (“1937 State Park”) y pop (“Unforgiving Girl (She’s Not An)”), variaciones estilísticas que reflejan a la perfección la versatilidad instrumental y el amplio background musical de Toledo. [leer más]
9. SUPER, de Pet Shop Boys. «SUPER» me parece una jodida maravilla. Una genialidad. Si “Electric” (X2, 2013) surgió precisamente de la necesidad de demostrar que Neil Tennant y Chris Lowe todavía tenían atrapado el rayo (por si alguien no conoce la historia: alguien dejó un comentario en iTunes Store diciendo que “Elysium” era un zurullo y que sonaba a viejos agonizantes esperando la muerte, Tennat se lo tomó a pecho y dijo “vais a ver“), lo de “SUPER” es más bien una exhibición de fuerza innecesaria pero maravillosa, algo así como si un pavo real siguiera enseñando su fascinante plumaje incluso después de haberse chuscado a su churri la pava. No me entra en la cabeza que dos tipos que rondan los 60 añazos puedan pegar collejones electrificados como el de “Undertow“, “Groovy“, “Say It To Me“, “Inner Sanctum” , “Burn” (que tiene que ser el siguiente single o me mato), “Pazzo” (tantos años después de “Paninaro” y ahora suenan incluso más tralleros) o ese himno que ya es “The Pop Kids“. [leer más]
8. NONAGON INFINITY, de King Gizzard & The Lizard Wizard. King Gizzard & The Lizard Wizard están majaretas. Lo llevan demostrando desde 2011 a razón de un disco o dos por año, reflejo de una hiperactividad con la cual la banda de Melbourne pasó por todos los filtros psicodélicos imaginables rock clasicote setentero, garage, kraut y surf-rock e incluso pop. Pero no ha sido hasta 2016 cuando han traspasado definitivamente los límites del circuito underground australiano (donde son verdaderos ídolos) aupados por un álbum que traslada a la perfección su locura lisérgica y sus arrebatos eléctricos de baja fidelidad pero alto octanaje: “Nonagon Infinity” (ATO, 2016), un artefacto fundamentado en un serie de riffs guitarreros que nacen, crecen, mutan y vuelven al principio en el corte final en un bucle de poco más de cuarenta minutos que no da respiro al oyente. Esta estrategia, sin embargo, no era novedosa para King Gizzard & The Lizard Wizard, puesto que ya la habían ensayado en parte en el LP “I’m In Your Mind Fuzz” (Castle Face, 2014), aunque esta vez la elevaron a la máxima potencia evitando el peligro de convertirla en un recurso sin sentido taladra-cerebros a base de pepinazos que tejen una tela de araña sónica de la que es difícil escapar por obra y gracia de su particular chamán: Stu McKenzie, cuyas histriónicas inflexiones vocales, formas de guiar a la guitarra a su numerosa familia y maneras de plantear sus trabajos sin ataduras hacen de King Gizzard & The Lizard Wizard un grupo único en el psych-rock actual. Y, de “Nonagon Infinity”, un disco para escuchar -siguiendo su estructura- en un loop infinito. [Jose A. Martínez]
7. MY WOMAN, de Angel Olsen. “My Woman” juega a la subida y la bajada, a la exaltación y el remanso, a la violencia y la dulzura…. Y, siento ser yo el que lo diga, pero esta duplicidad de caras viene a ser la sublimación absoluta de aquello que decimos los hombres de que las mujeres son mucho más complejas porque tienen muchas caras. Demasiadas. Ahora bien, si el hecho de tener muchas caras sólo puede ser algo jodida y gozosamente positivo si implica que alguien como Olsen es capaz de ofrecer un disco como este “My Woman“, donde PJ Harvey se encuentra con Fiona Apple y donde somos capaces de vislumbrar la posibilidad de un Nick Cave haciendo algo que sería impensable en él: explorar su lado femenino. Mira, otro que ha hecho un disco regulero en este año 2016. ¿No podéis aprender de Angel, chiquis? [leer más]
6. PUBERTY 2, de Mitski. “Goddamn you half-japanese girls do it to me every time!” exclamaba visionario Rivers Cuomo de Weezer en el inicio de su himno “El Scorcho”. Tenía razón. En 2016 ha sido Mitski Miyawaki quien nos la ha hecho a todos nosotros. Y gordísima, además. Su “Puberty 2”nos ha pillado a todos en bragas: líricamente con el equilibrio justo de críptica y poesía, musicalmente absolutamente inaprehensible, donde a ratos parece querer jugar a ser Julia Holter y a otros Fiona Apple para acabar conquistando una personalidad propia a partir de una voz capaz de resquebrajar tu alma, si es que tal cosa existe. El ejemplo palmario es “Your Best American Girl”, quizás la mejor canción de rock publicada en lo que va de década, una balada rebosante de intimidad disfrazada de épica. Pero ahí están también las gloriosas “Thursday Girl” o “Dan the Dancer” o “Happy” o “My Body’s Made of Crushed Little Stars”. Si “Puberty 2” -lo digo ya- es mi disco favorito del año es porque ni aún hoy ni probablemente nunca vaya a poder desarrollar anticuerpos contra él para que el impacto emocional que me provoca logre al menos atenuarse. Marquen el concierto de Mitski en el Primavera Sound en rojo fuego. Porque ella ha nacido para revolucionar el infierno. Con todos nosotros dentro, claro. [David Martínez de la Haza]
[/nextpage][nextpage title=»Del 5 al 1″ ]5. A MOON SHAPED POOL, de Radiohead. Ya en la lista de las mejores canciones del año lo mencionábamos: a Thom York se le nota, y mucho, la ruptura con Rachel Owen, quien fuera su pareja durante los últimos 23 años. Y con la reciente noticia del fallecimiento de Rachel, enferma de cáncer, ahora todo encaja de forma dramática. Destacábamos la inmensa tristeza que se respira en “Daydreaming”, su tacto desolador, su olor a fin de ciclo… pues todo ello se puede trasladar a este trabajo en su totalidad. Por supuesto que Thom y compañía nunca han sido la alegría de la huerta, pero sus angustias solían ir centradas en temas de altas miras, menos personales. Aquí huele a pérdida, pero no tanto de derechos sociales, ni de libertades políticas, sino a pérdida humana. A desamor. “A Moon Shaped Pool” no sólo es lo más melancólico y triste que han grabado nunca, en parte es también el disco psych-folk de Radiohead. Gana peso la guitarra acústica y esos arreglos de cuerda (cómo se nota que Jonny Greenwood lleva tiempo de prácticas en la industria del cine) son con frecuencia conmovedores. En ocasiones, de hecho, Radiohead hacen sonar a Nick Drake como un tío alegre y campechano. Es este un álbum íntimo, de los que te apetece apretar contra el pecho y acariciar mientras respira al ritmo de los latidos de tu corazón. Y sí, a veces uno acaba sonando como un cursi de mierda, pero es que no es fácil estar a la altura de obras tan bonitas como esta. [Rodrigo Núñez]
4. LIGHT UPON THE LAKE, de Whitney. “Light Upon The Lake” de Whitney es una refulgente colección de canciones que oscilan entre el pop melódico, melancólico y aterciopelado de aspecto lo-fi, el folk eléctrico añejo y el soul y cuyas letras hablan a corazón abierto sobre el amor, el desamor y otras emociones vitales. Dan buena fe de ello los tres singles que actúan como columna vertebral del LP: “No Woman”, pieza penetrante y adornada con vientos souleros; “Golden Days”, un luminoso homenaje al sonido de la edad dorada de Laurel Canyon; y “No Matter Where We Go”, perfecta actualización del folk-rock yanqui de finales de los 60 y principios de los 70. Aunque, sin salirse de las coordenadas perfiladas por ese trío de temas, también destacan las animadas “The Falls” y “On My Own” o la embriagadora e infecciosa “Light Upon The Lake”, todas ellas envueltas en un halo de calidez y sutileza. [leer más]
3. RUNNING OUT OF LOVE, de The Radio Dept. Dicen que cada generación tiene su banda sonora… Pero, llegados a este punto de nuestra historia, empiezo a pensar que más bien deberíamos puntualizar que cada revolución tiene su banda sonora. Al fin y al cabo, siempre se ha acusado a nuestra generación de estar dormida. Que somos una pandilla de pringados incapaces de levantar la vista de nuestros smartphones o de alejarnos tres minutos de nuestros chats y nuestras redes sociales. Que nos tienen adormecidos con los sobre-estímulos. Que nos mantienen inmóviles con cadenas de entretenimiento. ¿”Panem et circenses“? Más bien “Twitter et Sálvame“. Pero repito: cada revolución tiene su banda sonora porque es la revolución la que une a toda una generación y le otorga su identidad única. Esta es nuestra oportunidad de provocar una revolución para ser (por fin) una generación. Y, si alguien me pregunta cuál debería ser nuestra banda sonora, sólo puede decir que mi apuesta será “Running Out Of Love” de The Radio Dept. Yo ya me veo lanzando adoquines al ritmo de “Teach Me To Forget“. [leer más]
2. WE GOT IT FROM HERE… THANK YOU 4 YOUR SERVICE, de A Tribe Called Quest. “We Got It From Here…” parecía un álbum destinado a decepcionar, la vuelta apresurada de un señor mayor que, en vez de patinar y acabar descalabrado con el culo en el suelo, nos muestra su última pirueta magistral. A esta demostración de fuerza creativa añádele la trágica desaparición de Phife, enfermo de diabetes (“Hacer este disco lo mató”, ha dicho Q-Tip), y que éste sea el último aliento de una banda que, en estos tiempos oscuros que se avecinan, se nos hace más necesaria que nunca. Junta todos estos factores y atrévete a decirme que esto no es jodidamente emocionante. Que A Tribe Called Quest no son el mejor grupo de hip-hop de la historia. Porque este viejuno te dirá que sí. Que sí lo son. [leer más]
1. HOPLESSNESS, de ANOHNI. “HOPELESSNESS” de ANOHNI es un disco que no sólo va a marcar un antes y un después en la carrera de la artista, sino que tiene madera para convertirse en uno de esos trabajos icónicos que acaben habitando la discografía vital (esa con la que muchos escribimos nuestras vidas) de muchos aficionados a la música. Y, ojo, porque si más arriba hablaba de “transición” e “identidad” al hablar de la nueva situación de Antony Hegarty, estas dos palabras resultan imprescindibles para entender las complejidades internas de “HOPELESSNESS“. El cambio de nombre, la extinción de Antony y el nacimiento de ANOHNI, no es algo simbólico ni una maniobra de marketing para inyectar elemento sorpresa en una carrera en decadencia… Es, por el contrario, algo estrictamente ligado a Hegarty, que ya no se identifica con una identidad masculina sino con una femenina. Y, sin embargo, por mucho que esto habría sido suficiente para atiborrar de gas lacrimógeno el nuevo álbum de la artista, resulta que en el corazón de “HOPELESSNESS” laten otras temáticas que nada tienen que ver con los debates sobre identidad sexual en el nuevo siglo. [leer más]
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