Hacía muchos meses que no veía llover de esa forma. Hacía también muchos meses que no estaba a once grados de temperatura… Qué ganas tenía. Es cierto que ha sido una transición un poco brusca esta de pasar del verano mediterráneo al invierno, o casi invierno, en poco más de veinticuatro horas pero, qué quieren que les diga, no le hago ascos al invierno ni aunque llegue de pronto, y mucho menos si lo voy buscando. Además de la lluvia torrencial y la bajada de temperaturas, lo primero que nos encontramos al entrar en Francia atravesando La Junquera fue un sitio muy extraño llamado Pueblo Catalán (o algo así). Se trataba de un área de descanso, o de servicios, o parque temático. Aún no lo tenemos claro. Había un poco de todo: tienda de suvenires, restaurante, cafetería. Teniendo en cuenta que el sitio estaba más o menos a unos veinte minutos de autovía de la frontera, nos pareció razonable establecer dos hipótesis sobre la posible naturaleza del fenómeno:
Hipótesis 1. Se trata de un lugar para nostálgicos que no pueden vivir sin los signos de identidad de la tierra que acaban de dejar y no soportan la idea de haber dejado su país atrás. Un sitio en el que mitigar el síndrome de abstinencia nacional.
Hipótesis 2. Es un área de calentamiento para aquellos viajeros que están a punto de entrar en nuestras magníficas tierras: un sitio en el que estos, conscientes de lo que se les viene encima, se preparan para visitar nuestro país.
Así las cosas, y una vez degustada nuestra primera comida en el parque temático recién encontrado en territorio francés, proseguimos camino hacia aquí, Toulouse, desde donde os escribo mientras desayunamos en el Rue des Roses, una cafetería muy bonita en el centro de la ciudad, justo debajo del apartamento donde hemos pasado la noche, en la avenida Charles De Fitte. Hace frío, diluvia. Es invierno.
Sé que igual empiezo a sonar un poco redundante, pero estamos muy gratamente sorprendidos con cómo estamos siendo tratados en esta gira. El concierto de ayer fue, simplemente, increíble. Tocábamos en un edificio propiedad de un tipo llamado Jonathan que acababa de volver a Toulouse tras pasar cinco meses tocando en Japón y Corea. Antes que nosotros, tocaban dos músicos de Deuxmille Records, sello discográfico que nos organizaba esta fecha. Un sitio magnífico, un sonido muy bueno, unos compañeros de cartel realmente buenos (Eddy Crampes y Jens Bosteen) y un público atento, respetuoso y agradecido. No sé qué más podríamos haber pedido.
O sí, quizás un camerino con toallas de tal o cual color, o dos ventiladores en el escenario para que nuestras abundantes melenas ondeasen al viento como banderas piratas, tal y como habría hecho el batería de Mägo de Oz, cuyo nombre artístico he conocido hace unos días y sobre el que pienso dos cosas:
Cosa 1. Creo que ya no tiene edad para según qué cosas.
Cosa 2. Ojalá no hubiera conocido su nombre artístico.
En lugar de un camerino a todo confort, se nos ofreció una fiesta en una de las estancias del edificio repleta de teclados, guitarras, amplificadores y discos de vinilo, cajas de ritmo y equipo de grabación analógico de los años 60 y 70. En fin, una auténtica locura. Estuve un buen rato tocando un Wurlitzer mientras Jose hacía lo propio con un Philips que sonaba a través de un tanque de reverb, y Jonathan y Eddy le seguían en la batería electrónica y la guitarra, respectivamente. Afortunadamente no dormíamos allí, porque de haber sido ese nuestro alojamiento, no habríamos dormido nada y estaríamos anunciando ahora un nuevo EP improvisado con nuestros nuevos amigos.
Nos vamos a Montpellier. Esta noche tocamos en Le Clos Catrix y aún estamos en la pequeña cafetería Rue Des Roses, en la avenida Charles De Fitte.
Buenos días,
[Esteban R.]