Heineken ha sabido escuchar la llamada. La llamada del ahorro y la llamada de Madrid. La capital se moría de angustia desde hace tres años cuando Sinnamon echó el cierre al chiringuito y con ello se acabó la ilusión óptica de nuestro festival veraniego particular, el Summercase, que poco aguantó el tira y afloje competidor con el FIB y que marcó el punto álgido de una (supuesta) guerra de cachés de los artistas a precios desorbitados generando así un halo de competencia festivalero que hoy en día se ubica, sí, en el FIB, pero también en el Primavera Sound. Y justamente la llamada del ahorro va en consonancia con lo recién expuesto: el desorbitado caché de los artistas, la necesidad de poner el talonario en su jeta para poder quedarse con sus servicios y el carácter cada vez más ambicioso de citas magnánimas como las recién citadas nos deja a nosotros, los usuarios, con pocos billetes en el bolsillo y la lamentable y lacerable labor de tener que decidir a dónde vamos. La respuesta que la marca cervecera ha encontrado una vez ha terminado su acuerdo de patrocinio con el FIB es la confirmación de un nuevo festival de masas en la capital de nuestro país con el romántico título de Día de la Música Heineken y reuniendo a varios de los nombres actuales más interesantes del territorio de pop independiente, ya sea por novedoso, por masivo o por necesario para entender el devenir de los nuevos grupos de indie en un nuevo conflicto amoroso-belicoso (elija su propia aventura) digno de telenovela.
Dame masa que quiero morir. Todo grupo necesita revalidar el título ante un público numeroso, aceptando tu nuevo envoltorio, coreándolo y confirmando que, en efecto, “lo que te hace grande” es lo que permanece en tu ser. Y a Vetusta Morla (en la foto) se lo han demostrado. Ha sido no sólo el directo más masivo de todos los que participaron de esta nueva edición (más formal como festival) del Día de la Música Heineken y la excusa perfecta para lucir palmito con «Mapas» (Pequeño Salto Mortal / PIAS, 2011) bajo el brazo y estrenar las canciones de dicho disco. Especialmente impresionante fue el comienzo con «Los Días Raros«, pero igual de bien sonaron canciones como «Boca en la Tierra«, «Lo que te Hace Grande«, «Baldosas Amarillas» o una final «El Hombre del Saco» que trasladó el repertorio antiguo de la banda madrileña a la zona media, restándole importancia y elevando sus nuevas composiciones a un nivel superior. La ley confirma la regla.
Igual de imponentes, aunque con solana y cada uno en su vertiente estilística particular, sonaron ante un numerosísimo público The Pains of Being Pure at Heart o Janelle Monáe (en la foto). Lo de la negra rockabilly más molona del panorama pop mundial fue de otro planeta: un espectáculo perfectamente coreografiado que se permitió licencias para versionar el clásico más grande de The Jackson 5 («I Want you Back») como para repasar su primer y aclamado disco, «The ArchAndroid» (Bad Boy Records, 2010); material que, a pesar de que le falten hits que nos hagan tenerla en cuenta desde ya como una de las mejores cosas que le han pasado al soul contemporáneo, sí que activan nuestro ojo avizor para saber que la Monáe, además de ser una monada, puede ser la hostia con pan. Lo de TPOBPAH fue más limitado en espectáculo pero soltaron hits como panes que, dentro de esa sónica homogeneidad que caracteriza a su twee pop energético, revivalista de los noventa y heredero de una generación post-grunge gustosa de sonar sucia, shoegazer y atormentada, encuentra en la banda norteamericana un refugio donde desarrollar hits instantáneos que sirven para agradar a modernos, pseudo-pijos y críticos molestos.
Por un lugar en la Champions. La Corona que aquellos tres artistas comandaron durante el fin de semana del sábado 18 y domingo 19 de junio encontró en una suerte de actores secundarios de vital importancia en el desarrollo del rock actual directos que, con sus más y sus menos, agradaron y nos hicieron sabedores de una generación de músicos que rozan todos los palos con una templanza, una calma, una rabia y una sabiduría digna de clásicos. Probablemente lo más destacado haya sido Lykke Li (¿lo mejor del festival?), quien, aún a pesar de tenernos hirviendo en esa suerte de palangana escénica que chorreaba vapor, sudor y eco por las cuatro paredes, nos ofreció un directo espectacular donde la músico-performer sueca se permitió repasar canciones de sus hasta ahora dos únicos LPs como si de una diva del nuevo pop europeo se tratase (bueno, es que es eso) y supiera mezclar con garbo y petardeo de mariconeo-kitsch la excentricidad de Lady Gaga y/o Björk con la minuciosidad y excelencia de Kazu Makino (voz de Blonde Redhead) o Nancy Elizabeth.
Junto a la sueca, grandes fueron los directos de dos de los talentos ruidosos más comentados este curso: Yuck y PS I Love You. Los primeros, con disco homónimo bajo el brazo (Fat Possum / Music As Usual, 2011) y auténticos pelotazos como «Operation», «Get Away» o la ensoñadora «Rubber», lucieron chapa de ñu-shoegazers-twee-poperos planeando coger el relevo de TPOBPAH en cuanto estos flojeen. Los segundos, en un formato de dúo enérgico, atormentado, garagero y ultrarockero, sudó de lo lindo en el horno a presión que era su escenario (el que nos regaló las mejores actuaciones y el que nos obligó a utilizar más de lo previsto el abanico de cartón) y nos brindó bien empaquetadas las canciones de «Meet Me at the Muster Station» (Paper Bag Records / Houston Party, 2011).
Yo, minoría absoluta. La nota raruna, diferente y en la que pudimos disfrutar de directos especiales, conocer géneros difíciles de hincarle el diente o rememorar legados eternos ha sido por parte de South San Gabriel (a.k.a. Centro-Matic) en su particular tributo al cancionero del fallecido Vic Chensutt en un formato acústico donde la minuciosidad y la acústica eran los mentores de un directo acojonante, un Toro y Moi que lució chapa de líder la generación chillwave, unos Destroyer (en la foto) que sonaron tan malditos e ibicencos como de modernez ochentera, unos Wild Beasts libres de toda culpa brindando un directo más que correcto, una Anna Calvi que sorprendió al personal con un sonido bien apretado, con las tuercas bien ajustadas y un par de canciones que llamaron especialmente la atención en su adaptación al directo («Desire» y «No More Words») y lo más raro y especial de todo el festival: Scala & Kolacny Brothers, un coro belga de casi veinte personas que recreó en un formato vocal peculiar desde clásicos de la electrónica de cantaditas de los 90 hasta canciones de Los Planetas («Cumpleaños Total»), KT Tunstall («Black Horse and the Cherry Tree«) o Depeche Mode («Dream On»), entre otras.
Aprobado por los pelos (si eso). No es por defenestrar ni mucho menos, pero quizá se esperaba más de algunos directos a los que asistimos. La banda de Russian Red suena especialmente bien (es de esperar: Manuel Cabezalí, Pablo Serrano, Charlie Bautista y Alberto Rodrigo), pero Lourdes Hernández, a pesar de poseer esa voz tan especial y de un cancionero tan espectacular que ha facturado dentro de sus limitadas facultades para componer, falla en los directos en momentos precisos de afinación y de exceso de comunicación con el público. Crystal Fighters fueron pura pose, carmín y fiesta de antemano, pero sonaron a rayos. Ni siquiera se dignaron a decir aquello de “hola, me llamo Mimi” al comienzo de «I Love London» y destrozaron en directo canciones que en disco suenan realmente potentes como «Champion Sound». En cuanto a Lüger, a pesar de dar un buen concierto que conectó el krautrock más psicodélico con el rock más condensado, supo a poco: acostumbrados estamos a verlos dar de los mejores directos que una banda estatal da en nuestro país, y quizá no aprovecharon al 100% la oportunidad de un festival como el Día de la Música Heineken que, por otro lado, podría haberlos alzado como una banda multigénero apta para todos los públicos.
En definitiva, una experiencia sensorial que CANADA ha sabido condensar muy bien en esa película que se presentó en el Teatro Circo Price el martes 21 de junio con las actuaciones (otra vez, pero esta vez sólo tocando una canción) de Russian Red y directos integrales de The Last Dandies y Supersubmarina, resumiendo un sentir festivalero que pretende una mayor comunicación entre todas las partes que hacen a un festival musical: público, bandas, canciones e imagen. Un comienzo híper masivo y la confirmación de que algo, por fin, vuelve a oler bien en Madrid. Dos cosas a mejorar: la organización general y gestión del público asistente (se les fue de las manos) y reubicar o buscar soluciones para que la gente de los stands no se muera ante una solana tremendísima. Aún así, una nueva gran noticia para cualquier adicto a festivales que viva en la capital.
[TEXTO: Alan Queipo] [FOTOS: Odette Suárez de Puga]