«Desconocidos» («All Of Us Strangers») de Andrew Haigh es una película que puede entenderse de muchas formas diferentes… Aquí van tres claves para comprenderla en todo su esplendor.
«Desconocidos» («All Of Us Strangers«) es una película que provoca una reacción puramente visceral. No conozco a absolutamente a nadie que no estuviera llorando (mínimamente o de forma desconsolada) al llegar a los títulos de crédito finales. Al fin y al cabo, Andrew Haigh mueve los hilos de forma magistral para anudar una de las partes del alma que, independientemente de tu orientación sexual, más duelen en este punto del siglo 21: la saledad y la dificultad de conectar realmente con otras personas en una época de presunta hiperconectividad.
Pero, superado el momento de la reacción visceral, es necesario abrirle las puertas al tiempo de la reflexión. Y resulta que «Desconocidos» también acaba siendo sublime a la hora de alimentar el fuego de la conversación y el diálogo alrededor del significado final de este film basado en la novela «Strangers» de Taichi Yamada.
Si todavía no has visto la cinta de Andrew Haigh, te recomiendo encarecidamente que dejes de leer llegados a este punto. Porque lo que viene a continuación es un intento de responder a todas esas preguntas que todos nos hacemos al acabar la película: pero, entonces, ¿Harry siempre ha estado muerto? ¿Está Adam muerto también? ¿Ha sido todo realmente una historia de fantasmas o, mejor dicho, dos historias de fantasmas que se entrelazan entre ellas?
Lo obvio: los padres no existen
El argumento de «Desconocidos» es sencillo pero complejo a la vez, porque puede cambiar dependiendo de la explicación que quieras darle a la película. Esa es precisamente la mayor belleza de este film tan polisémico: que admite diferentes explicaciones, todas ellas igual de válidas, en la larga tradición de ese arte que sabe que dar respuestas siempre va a ser mucho menos interesante que dejar las preguntas flotando en el aire y sugerirle al espectador que sea él quien encuentre su propio significado.
Reduciendo la historia a lo mínimo, podría decirse que «Desconocidos» va sobre cómo Adam (Andrew Scott), un guionista soltero de mediana edad, empieza a visitar a los fantasmas de sus padres (Claire Foy y Jamie Bell), muertos en un accidente de coche cuando tenía 12 años, a la vez que inicia una relación sentimental con Harry (Paul Mescal), un chico más joven de él. Ambos viven en un edificio gigantesco en el que no parece habitar nadie más. Pero, poco a poco, Adam tendrá que tomar una difícil decisión: entregarse a la dulzura del reencuentro con los fantasmas de su padres o volver a la realidad para vivir plenamente su amor con Harry.
Después de un primer encuentro especialmente ambiguo e irónico (Adam persigue a su padre a través de un bosquecillo en lo que puede ser leído perfectamente como un encuentro casual de cruising), Andrew Haigh no parece tener ninguna intención de ocultar lo obvio: los padres del protagonista son fantasmas. Pero esta primera constatación conduce a una pregunta un poco más compleja: si son fantasmas, ¿cuál es su propósito dentro de la trama de «Desconocidos«?
Aquí la respuesta se bifurca en dos caminos paralelos que, de hecho, no se anulan el uno al otro. La respuesta más evidente es que el encuentro de Adam con sus padres sirve a un propósito primordial de sanación, curación y recuperación del trauma (algo similar a lo que Céline Sciamma hizo en su «Petite Maman«). En cierto momento de la película, el protagonista explica a Harry que siente una especie de nudo en su pecho en el que se anudan muchos dolores diferentes: la pérdida de sus padres, el hecho de ser gay…
Haigh otorga a cada uno de los padres su propio espacio en la película para que hagan las paces con su hijo tanto por separado (cada uno tiene una escena propia y, de hecho, cada una de esas escenas pone sobre la mesa diferentes problemáticas de la cuestión gay: la soledad, el concepto de familia, la masculinidad tóxica…) como juntos (en esa escena final en la cafetería en la que los padres también buscan respuestas para hacer las paces consigo mismos y que, más que probablemente, sea uno de los momentos más bellos del cine reciente).
Más allá de esta explicación tan obvia, sin embargo, subyace otra explicación que añade un poco más de complejidad a la lectura de «Desconocidos«. En una conversación con su madre, Adam le explica cómo, después del accidente, se dedicaba a fantasear profundamente con historias concretas de todo lo que habrían hecho si estuvieran vivos. Esta declaración deja claro que es una persona tendente a crear, explorar y permanecer en un mundo de fantasía desconectado de la realidad. Un mundo de fantasía que es huida y refugio del dolor que sigue aguardando a la vuelta a esa realidad.
No hay que pasar por alto el oficio del protagonista (guionista), y el hecho de que, antes de la primera visita a sus padres, vemos cómo escribe en su ordenador «EXT. SUBURBAN HOUSE 1987» (que es precisamente el lugar en el que acabará encontrándose con los fantasmas). De hecho, a su madre también le comenta que está escribiendo sobre ellos… Y aquí es cuando llega una pregunta que a mí me parece imprescindible: ¿y si no estamos ante una historia de fantasmas sino, simple y llanamente, ante el proceso creativo de Adam?
El protagonista va y viene de la casa de sus padres en tren (un recurso a lo Miyazaki, casi de cuento infantil). Y ese tren puede ser entendido como algo real (lo que implicaría seguir leyendo «Desconocidos» como una película de fantasmas en la que el protagonista realmente visita una casa encantada) o como una metáfora (el puente mental que conecta la realidad de Adam con el espacio de su creatividad). ¿No dicen muchos autores que, durante el proceso de creación, conviven y dialogan realmente con sus personajes como si fueran fantasmas que les acompañan durante el proceso de escritura?
Esta pregunta, de hecho, es la que abre la puerta a otra cuestión de vital importancia en la película: porque, entonces, ¿qué pasa exactamente con Harry?
¿Qué pasa si Harry tampoco existe?
De la misma forma que ocurre con los padres de Adam, abordar la historia de Harry proporciona dos respuestas diferentes, una más obvia y otra más compleja. La obvia une a «Desconocidos» con «El Sexto Sentido» en un twist final que revela que Harry murió justo después de su primer encuentro con Adam, cuando se plantó en su puerta con una botella de whisky e intentó pasar la noche con él alegando que «hay vampiros en mi puerta«. Adam rehusó aquella primera invitación pero, tras la primera visita a sus padres, decide darle una oportunidad a la innegable conexión que ambos sienten.
Siguiendo con la identificación de «Desconocidos» como película de fantasamas, hay que reconocer que Andrew Haigh no podía ligar esta explicación de mejor forma. Tras despedirse de sus padres, Adam se dirige por vez primera al piso de Harry y allá encuentra su cadáver en descomposición junto a la botella de whisky (ahora vacía) de aquella primera escena y junto a lo que parece un festín de ketamina. Entonces, el fantasma de Harry se personifica en el apartamiento vistiendo la misma ropa que llevaba cuando se plantó en la puerta del protagonista… y el círculo se cierra a la perfección. ¿O no?
El cierre como película de fantasmas es precioso: Adam ha ayudado a los fantasmas de sus padres a que hagan las paces con su muerte después de que ellos le hayan ayudado a hacer las paces consigo mismo (y con todas esas áreas de la existencia gay que quedaron enquistadas en el niño de 12 años traumatizado por la muerte de ellos)… Y, de la misma forma, ayuda al fantasma de Harry a hacer las paces consigo mismo después de que este le haya ayudado a hacer las paces consigo mismo (como hombre gay adulto solitario).
Si al final resulta que tanto Harry como los padres de Adam han sido siempre fantasmas, ¿qué ocurre si consideramos la existencia de Harry también en relación a Adam como guionista en pleno proceso de creación? Aquí es cuando la cosa se pone más interesante, sobre todo si tenemos en consideración que muchos son los autores que dicen utilizar su propia creación como forma no solo de hacer las paces con vivencias pasadas (el caso de los padres del protagonista) sino también como herramienta para conocerse mejor a uno mismo (el caso de Harry)?
La diferencia de edad entre los dos personajes es especialmente reveladora, ya que es a través de la brecha que esta diferencia abre entre ambos por donde se filtran debates tan interesantes como la tensión entre lo queer y lo gay. «Deconocidos» puede ser leída, entonces, como el proceso en el que Adam se reconcilia con todo el dolor (el nudo en el pecho) que le ha causado el hecho de ser gay y crecer en aquel tiempo en el que esta orientación sexual era algo difícil y traumático.
Harry, además de ayudar a Adam a reconectar con el mundo real (lo saca de su apartamento y lo lleva de fiesta en la mejor representación de un k-hole vista nunca en pantalla), sirve al propósito de ayudar a conocerse a sí mismo. Es él, precisamente, quien pone sobre la mesa el concepto de «desconocido» («stranger«) al que alude el título de Andrew High. Lo hace cuando explica a su nuevo amante que, pese a haber crecido en una familia feliz, siempre sintió habitar al borde de la existencia de los demás, de los «normales«.
Verbalizar ese margen en el que Harry siempre se sintió un «desconocido» / «stranger» proporciona a Adam un espacio que habitar y en el que explicarse a sí mismo. Pero, sobre todo, pone sobre la mesa la última gran pregunta de la película: ¿quiénes son / somos los «Desconocidos«?
¿Quiénes son / somos los «Desconocidos»?
De entrada, parece sensato constatar que los «Desconocidos» del título son, obviamente, Adam y Harry. Pero, con tal de certificar este hecho, no puedo evitar preguntar antes ¿quién es Adam realmente? ¿Y quién es Harry?
En ese nivel en el que la ficción de Andrew Haigh opera como película de fantasmas, la respuesta está clara y ya ha sido abordada en los puntos anteriores de este artículo. Pero lo que me parece más interesante es seguir considerando «Desconocidos» no solo como película de fantasmas, sino como metáfora del proceso creativo de Adam. Y esto me conduce hacia la consideración de ambos no como personajes concretos a los que les ocurren cosas, sino como tropos generales que representan conceptos complejos.
De esta forma, está claro que Adam es la representación prototípica del gay que ahora supera los 40 años y que, precisamente por haber crecido en un entorno homófobo, arrastra ciertos traumas que dificultan su inserción total en el mundo adulto. De la misma forma, Harry es un gay más jóven que ha crecido sintiéndose diferente (es decir: alienado del discurso oficial) y que ha acabado viviendo a la deriva de una vida adulta marcada por los «vampiros» que rondan su puerta: la fiesta, el alcohol (la botella con la que se planta en la puerta de Adam) y las drogas («¿De dónde ha salido esto?«, le pregunta Adam cuando toman ketamina en el club; «Lo tenía en mi cartera desde hace siglos«, en una respuesta que hemos escuchado mil veces y que es imposible no percibir como poco sincera).
Es probable que Adam esté escribiendo sobre sus padres… pero también puede ser que esté escribiendo sobre sí mismo (desde que se entrega a su relación con Harry, no volvemos a ver la pantalla de su ordenador). Y, en ese presupuesto, ¿no sería posible considerar que toda la historia de Harry (incluido el twist final y el hecho de que siempre haya sido un fantasma) sea una ficción / fantasía del Adam autor?
Responder esto también pasa por poner el foco de atención sobre otro elemento fascinante de «Desconocidos«: el edificio vacío en el que viven los protagonistas y que muchos han querido ver como un «limbo» que probaría que Adam también está muerto. (Hay quien incluso afirma que la alarma del principio del film identifica el incendio en el que podría haber muerto el protagonista.) Lo siento, pero esta línea de exploración no me interesa demasiado… Porque, sí, este edificio podría ser un «limbo» como antesala de la muerte, pero es mucho más interesante considerarlo como el «limbo» en el que un autor construye su obra.
El edificio es un espacio vacío y casi fantasmagórico con un ascensor con unos espejos que multiplican a Adam (y también a Harry) en un efecto infinito perturbador y espectral. Adam se mueve arriba y abajo a la búsqueda de Harry de la misma forma en la que se desdobla en un efecto infinito para conocerse a sí mismo y plasmarlo en su obra. Todo ello reforzado por la brumosa y etérea banda sonora de Emilie Leviensaise-Farrouch, que refuerza la sensación de estar habitando un espacio mental y no un espacio cinematográfico ni real. El edifico es, en definitiva, un no espacio.
Pero lo que es más importante aquí es que, cuando al principio Adam mira el edificio desde fuera, solo parecen haber dos luces encendidas: la de su piso y la del de Harry. Son dos luces separadas por la oscuridad, aisladas cada una en su propia soledad. Esa misma soledad que, más tarde, aparecerá de nuevo en la conversación del protagonista con su madre: «Es una vida solitaria«, le dice ella cuando se entera de que su hijo es gay; «Ya no, las cosas han cambiado«, responde él tajante; «¿Y tu vida es solitaria?«, pregunta ella después de un silencio doloroso; «Si mi vida es solitaria, no es porque sea gay«, acaba justificándose Adam en una respuesta que ni él mismo cree.
En esta conversación entre el protagonista y su madre resuenan los ecos de una de las primeras conversaciones de Adam y Harry en la que el hablan sobre el edificio vacío. El primero dice que todas las personas que conoce se han ido de Londres a formar familias con hijos, y que ese es el motivo por el que él se ha quedado solo…. ¿No es esta una de las realidades más dolientes de esa vida adulta gay en la que parece que, de nuevo, volvemos a ser apartados hacia el margen del discurso oficial? ¿No es un retrato fidedigno (y doloroso) de la vida adulta gay pasada la cuarentena?
Resulta particularmente revelador pensar que Andrew Haigh decidiera cambiar el título de la novela original, «Strangers«, por «All Of Us Strangers«. Porque, gracias a la ayuda de Harry (sea este un fantasma o la creación de un autor para explicarse a sí mismo… o ambas cosas a la vez), Adam consigue deshacer el nudo de su pecho. «No permitas que se vuelva a formar un nudo aquí de nuevo«, le advierte Harry a Adam mientras ambos se abrazan en la imagen final del film justo antes de que la cámara se aleje y ambos se conviertan en un punto luminoso en el firmamento. Una estrella luminosa alrededor de la que aparecen otras estrellas justo antes de que la primera, la habitada por los protagonistas, se expanda en una explosión de luz blanca.
Esta imagen final de «Desconocidos» es precisamente la misma imagen con la que se abre el videoclip de «The Power of Love», la canción de Frankie Goes To Hollywood que suena al final del film de Haigh. De nuevo, la elección parece de todo menos casual: Frankie no solo es icono de la cultura gay más nostálgica (esa que, de forma transgeneracional, ha unido a los amantes en sus tardes de ver «Top of the Pops» antiguos), sino que la letra de la canción ya ha aparecido anteriormente en la película («I’ll protect you from the hooded claw, keep the vampires from your door» es lo último que Adam dice a Harry en referencia a los vampiros de su puerta, pero también son las dos primeras líneas del tema de Frankie) y conecta de forma profunda con la temática de esta.
Ambas hablan del poder del amor para disipar la oscuridad a nuestro alrededor y unir a dos personas que apuestan por hacerse compañía (dejar de ser «strangers«) en un mundo cada vez más hostil y despoblado. El amor como arma para ahuyentar un monstruo mucho más terrorífico que los vampiros y el «Hooded Claw» (un personaje de dibujos animados popular en la Gran Bretaña de los 80). El amor como puente entre personas que se sienten solitarias en el mundo moderno, sean gays o no.
Es por esto por lo que, consciente o inconscientemnete, nos destroza de forma tan profunda la imagen final de «Desconocidos» de un cielo oscuro repleto de estrellas. Porque, igual que los pisos iluminados de los protagonistas estaban separados por la oscuridad del edificio en el que viven, esas estrellas somos tú y yo y el resto de «Desconocidos» que nos sentimos solitarios en el vacío oscuro de la existencia actual, por mucho que nos la quieran vender como la era de la hiperconectividad.
Cada una de esas estrellas es la historia de cada uno de nosotros, igual que la estrella de Adam y Harry es la historia de ambos (sea esta una historia de fantasmas o una creación literaria del primero), pero también es la esperanza de que, dentro de cada una de nuestras estrellas, podamos encontrar historias que nos hagan brillar igual que a ellos. Todas esas estrellas somos, en definitiva, «All Of Us Strangers«. [Más información en la web de «Desconocidos»]