«Hilo Negro» es un discazo que confirma el ascendente de Derby Motoreta’s Burrito Kachimba… Y por eso entrevistamos a la banda.
El extraño nombre de una banda empezó a correr de oído en oído como la pólvora hace tres años. Nadie había escuchado hablar de ella, aunque los militantes del underground musical de Sevilla conocían la procedencia de sus miembros, enrolados en varias aventuras paralelas de mayor o menor recorrido. Para tener un poco más claro qué se proponían estos tipos escondidos tras sus respectivos alias artísticos, unos decían que parecían los herederos de Triana o Smash; mientras que otros aseguraban que no se encontraban nada lejos, pese a la distancia geográfica, de los australianos King Gizzard & The Lizard Wizard.
La culpa de que se investigara con ahínco quiénes demonios eran Derby Motoreta’s Burrito Kachimba la tenía su single de estreno, “El Salto del Gitano”, un pepinazo de energía desbocada cuyo vídeo, además, sugería de qué iba toda aquella historia: kinkidelia, la mezcla del espíritu quinqui y la psicodelia rock clásica.
Sin embargo, “Derby Motoreta’s Burrito Kachimba” (El Segell del Primavera / Universal, 2019), el debut en largo del grupo formado por Dandy Piranha (voz), Bacca y Gringo (guitarras), Soni (bajo), Papi Pachuli (batería) y Von Máscara (sintetizador y teclados, sustituido posteriormente por Machete Carrasco), demostró que esa fórmula no era tan sencilla como aparentaba, ya que en ella cabían rock, metal, flamenco, blues y cualquier otro componente sónico inflamable. Con aquel disco, la chispa ya estaba prendida para que estos andaluces (con una parte extremeña) comenzaran a subir al cielo como un cohete, del mismo modo que exhibían en sus directos, incendiarios aquelarres que dejan las cabelleras despeinadas y los pescuezos dislocados.
Derby Motoreta’s Burrito Kachimba se embarcaban así en una travesía que avanzó a toda velocidad, como si quisiesen vivir rápido para dejar un precioso y memorable epitafio como recuerdo. Pero no, su mecha era mucho más larga y podía continuar explotando en otro álbum. Y con ese impulso llegó “Hilo Negro” (El Segell del Primavera / Universal, 2021), bajo cuya onda expansiva se adivinan a unos Derby Motoreta’s Burrito Kachimba aplastantes como de costumbre pero diferentes, suficientemente preparados para retorcer la kinkidelia que ellos mismos habían inventado haciéndola más poderosa, buscando momentos de reposo entre tanta sacudida eléctrica y graduando la carga lisérgica a su antojo.
En “Hilo Negro”, Derby Motoreta’s Burrito Kachimba se afianzan como bastiones en nuestro país de la psicodelia de alto voltaje empeñados en que todo aquel que pruebe la kinkidelia no sea capaz de desengancharse de ella. Eso sí, dentro del universo Motoreta’s, que nace en su local de ensayo y se extiende hacia el infinito y más allá, hay que tener en cuenta un detalle: la diferencia entre una q y una k es fundamental. Así pues, subámonos a la nube de Derby Motoreta’s Burrito Kachimba con el grupo en plena gira de presentación del disco siguiendo el hilo negro que Gringo, uno de sus guitarristas, ha puesto ante nosotros.

Desde “Derby Motoreta’s Burrito Kachimba” hasta “Hilo Negro” habéis vivido un ascenso vertiginoso… Hemos vivido una fantasía. Sacamos el primer disco, la banda empezó a ser más conocida, tocamos una barbaridad y con “Hilo Negro” nos hemos posicionado bastante guay. Ha sido una cosa muy rapidita. Todavía estamos flipando con la respuesta de la gente.
Hay un par de datos que avalan esa reacción tan positiva de la audiencia: “Hilo Negro” llegó a colocarse en mayo en el número cinco dentro del top 100 de álbumes y fue el vinilo más vendido en España durante una semana. Esa es la flipada máxima, nos frotamos los ojos de la sorpresa. Es increíble que hayamos entrado así en las listas, una banda tan rara con un disco tan raro…
Al mismo tiempo, habéis logrado que se volviera hablar de lo que se denominó en su día rock andaluz, con Smash y Triana al frente. ¿Se encontraban esas bandas olvidadas, a pesar de su importancia en la historia de la música española? Es un orgullo que haya personas que lleguen a Smash o a Triana gracias a nosotros. Los hemos recuperado aunque sin intención, porque tampoco pretendíamos recuperar a nadie. Pero sí que, de alguna manera, hemos sentido el feedback de gente que estaba esperando que surgiera alguien como nosotros, que rescatara esos sonidos y que tuviera contundencia. Se ha reactivado un poco ese estilo.
Da la sensación de que en “Hilo Negro” habéis aumentado las dosis de psicodelia, que en “Derby Motoreta’s Burrito Kachimba” ya eran muy altas… Lo que hemos hecho en “Hilo Negro” ha sido seguir el camino del primer álbum pero, después de girar tanto y de que la banda se consolidara, este es un trabajo preparado de un modo distinto. Cuando nos reuníamos en el local, dábamos rienda suelta a nuestra psicodelia. “Hilo Negro” es más expansivo, tiene muchas más texturas y mucha más dinámica, nos metemos en más terrenos. El anterior disco tenía una energía muy especial, iba más a tope. En este, en cambio, hay más tiempo para disfrutar de un compás lento. La voz también tiene un espacio diferente.
Curiosamente, esto que explicas coincide, como hemos comentado, con vuestro momento de mayor alcance entre el público. Es decir, que lo habéis conseguido sin ablandar vuestra propuesta. Si algo hemos aprendido del primer disco es que, si para nosotros existe una fórmula, esa es hacer lo que nos sale en el local y llevarlo hasta donde entendemos que debemos llegar. Lo hicimos en aquella época, en “Hilo Negro” y lo continuaremos haciendo: dejar que fluya la creatividad de las multi-cabezas que formamos el grupo.
También da la impresión de que en “Hilo Negro” vuestro proceso de composición ha sido más, por así decirlo, calculado, pero sin perder fuerza. “Derby Motoreta’s Burrito Kachimba” era como un rayo, mientras que “Hilo Negro” parece la tormenta que se forma previamente. Sí, el primer LP fue un estallido. En realidad, nos habíamos planteado sacar una serie de singles a lo largo de 2018. Publicado el primero de ellos [“El Salto del Gitano”], contactó con nosotros Primavera Labels, y, a partir de ahí, confeccionamos “Derby Motoreta’s Burrito Kachimba”, que es más bien una recopilación de todo el trabajo realizado los meses previos. “Hilo Negro” es un disco que sí está pensado como tal desde el principio, midiendo cada canción en un proceso que fue mucho más meditado.
Entonces quizá también pensasteis más en la secuenciación del repertorio, en situar las canciones en función de los que buscabais en cada parte del álbum. Sí, de hecho nos permitimos el lujo de hacer un descarte. Grabamos y mezclamos once tracks y, cuando estábamos en la fase de decidir dónde iba a ir cada corte -la apertura, el cierre, etc.-, hubo un tema que, sin ser malo ni mucho menos, se quedó fuera. Posiblemente, en el primer disco hubiera entrado sin problema. Pero en este nos dimos cuenta de que, si lo sacábamos, parecía que el disco quedaba más redondito.
Ese cambio en vuestra manera de enfocar la fase creativa incluso se trasladó a la voz de Dandy, que canta con muchos más matices, aunque con la misma firmeza. En “Derby Motoreta’s Burrito Kachimba” la canciones lo llevaban a él, y esta vez él es quien lleva a las canciones. Su voz está casi igual de presente que antes. Lo que ocurre es que, en “Hilo Negro”, al incluir más texturas, al tener más ambiente y algún que otro momento más reposado, la voz puede lucir más que cuando una canción es más directa. La voz de Dandy en el primer disco es como más chillona, y en este pasa por tramos donde todos los instrumentos están bailando con ella dentro de la canción. Instrumentalmente convivimos en más espacio y la voz, que es el hilo conductor, en “Hilo Negro” es majestuosa, con momentos de leña, de suavidad, de fantasía, filtrada por el vocoder…
¿Cómo os organizáis para manejar las ideas entre los miembros del grupo? Vivimos una especie de anarquía loca [risas], en la que vamos montando las ideas y llegamos a un punto en el que tenemos que darle a todo un poco de coherencia, de estructura. Es un proceso que consiste en estar en el local y juntar ideas mirándonos a la cara hasta que estamos todos contentos.
Como quien dice, avanzáis a base de insistencia. Claro, se trata de dar vueltas, vueltas y vueltas. Las bandas funcionamos un poco así: llega un momento durante la composición en el que debes ceder a la opinión de otros aunque, en principio, no te esté cautivando. Pero luego lo logra, hasta alcanzar puntos en común. Ponemos cosas encima de la mesa y, las que salen adelante, bien; las que no, se pueden meter en un cajón o utilizar en algún proyecto paralelo.
En “Hilo Negro” experimentáis con vuestro sonido, tal como se aprecia en “El Valle” o “RGTQ”. Os arriesgáis más. Sí, es el reflejo de la manera de trabajar de la banda. En “Hilo Negro” hemos jugado bastante con los ritmos, como en “DAMELA”, donde vamos a tope y, de repente, llega el estribillo. El conjunto de temas del disco ha ido saliendo así. Más allá de no repetirnos, no nos planteamos mucho más, sino que preferimos que vayan saliendo las cosas que nos vayan molando sin que nada nos suene demasiado a algo ya hecho.
Es decir, no seguís un diseño preestablecido. Hasta la fecha nunca hemos trabajado con conceptos previos, sino que ambos álbumes están hechos de una manera muy parecida: vamos al local, volcamos ideas o dejamos que vayan surgiendo. Una vez que las canciones están acabadas, empezamos a ver cómo quedan unas al lado de otras.
Justamente has mencionado “DAMELA”, que junto con “13 Monos”, por ejemplo, muestran vuestra cara más metalera. “Derby Motoreta’s Burrito Kachimba” es más homogéneo, con canciones más amenas. Pero en “Hilo Negro” hay temas tremendamente leñeros como, precisamente, “13 Monos” o “La Cueva”. Hemos extremizado los extremos. Si un tema ya de por sí pedía leña, pues le dábamos toda la que se pudiera dar. Pero si otra canción pedía más tranquilidad, la buscábamos.
De hecho, en “La Cueva” sonáis a una combinación de Led Zeppelin y Black Sabbath, algo que actualmente parece ir contracorriente, dadas las modas musicales imperantes. Nuestra manera de funcionar está muy bien representada en la portada de “Hilo Negro”: cinco energías alrededor de un caldero en el que están nuestras influencias, que vamos cocinando a fueguito lento. Al final, metemos un cazo y sacamos una canción. Cada uno de nosotros tiene un bagaje musical bastante amplio, con lo que trabajamos con diferentes estilos. A la hora de componer, todo eso se va filtrando.
El corte que creo condensa mejor vuestra evolución es “Somnium Igni (Pt. 2)”, una odisea eléctrica opuesta a “Somnium Igni (Pt. 1)”, perteneciente a “Derby Motoreta’s Burrito Kachimba”, casi totalmente acústica. En ambas aparece nítidamente la amalgama de influencias del grupo. Lo que terminó siendo la primera parte de “Somnium Igni” propició la idea de hacer algo que, finalmente, serían dos canciones juntas: arrancan con un sonido como de disco de pizarra y van avanzando a través de las décadas para acabar en una rave. Sin embargo, no nos dio tiempo a rematar ese concepto y decidimos partir el tema. Ahí se ve el marco referencial de todo lo que mama la banda y su progresión.
Una de las comparaciones más recurrentes que se mencionan sobre vosotros es con King Gizzard & The Lizard Wizard. Supongo que no negáis las similitudes. ¿Qué aspectos consideráis que compartís con los australianos? King Gizzard es una banda clave para nosotros. Arrancamos en verano de 2017, el año en que ellos publicaron cinco discos. Estábamos flipando con lo que hacían. De alguna manera, nos sirvió para espolearnos, darnos un empujoncito y tirarnos el barro con lo nuestro. Que se note su influencia en ese sentido no nos preocupa, son un referente indiscutible tanto a nivel creativo como a nivel de funcionamiento interno.
Eso sí, no se deben olvidar vuestras inspiraciones más cercanas, como Camarón, del que versionasteis “Nana del Caballo Grande” y “Viejo Mundo”. ¿De qué modo os influye su figura? Cuando Camarón canta, se para o se dilata el tiempo y se distorsiona el espacio. Para nosotros, “La Leyenda del Tiempo” es un disco de cabecera, una mini-Biblia que tenemos ahí. Camarón, como le llamamos nosotros, es el califa.
En “Hilo Negro” también dejáis ver con claridad vuestras influencias orientales (“Turbocamello”) y andalusíes y flamencas (“Gitana”). No os olvidáis de los sonidos tradicionales y populares de Andalucía. Te lo comentaba antes, nuestro modo de trabajo, y de ahí viene la kinkidelia, es bastante libre. Aparece una idea o un conato de idea que puede funcionar y empezamos a tirar de ese hilo para ver hasta dónde nos lleva. Muchas veces la propia canción nos dice qué necesita: un aire más andalusí, más flamenco o más árabe o una escala pentatónica pura para gozarlo. A la hora de componer no existe una orfebrería en la creación, sino que dejamos correr una idea, que nos empape, que nos traslade a donde quiera ir y, al final, la escuchamos y comprobamos si está de puta madre o le podemos añadir o quitar elementos. Pero todo ello es más bien a posteriori, en función de nuestra inspiración, sin ninguna intención previa.
Se aprecia esa espontaneidad en los acercamientos que hacéis al flamenco, que suenan naturales, nada forzados. Claro, estamos creando y, de repente, nos lo encontramos.

Más allá de sus efectos psicodélicos, diría que las letras del disco son muy lorquianas, en concreto cuando os sale la vena más emocional. Lorca siempre está sobrevolando cada vez que escribes en castellano y te metes en un territorio más poético, sobre todo en el sur. Aunque no quieras o ni siquiera hayas leído nunca a Lorca, por el mero hecho de estar aquí abajo ya es una influencia. Las letras son bastante etéreas, muy metafóricas, y van acompañando el viaje que propone la música. Salvo “Porselana Teeth”, que tiene una letra más definida y cuenta una historia más específica, el resto pretende llevarte a la luna de Titán si tú quieres ir [risas].
Otro músico fundamental para vosotros es Kiko Veneno. ¿Qué supuso colaborar con él en “Alas del Mar”? En nuestro olimpo de la fantasy, como dice nuestro compadre Charly Riverboy, están todas nuestras influencias, y no distinguimos entre Estados Unidos, Gran Bretaña o España, para nosotros todas están a la misma altura. Cuando tocamos con él en el teatro Lope de Vega de Sevilla dos noches [11 y 12 de junio], en la primera de ellas tuve que tragar saliva para no llorar, porque me decía: “Hostia, chaval, que está subiendo el Kiko a tocar con nosotros un tema con el teatro Lope lleno”. Una locura. Es una figura muy importante. Haberlo conocido, haber visto cómo trabaja la canción con esa manera de alfarero que, para hacer una vasija, coge el barro sabiendo perfectamente cómo manejarlo y verlo con las manos ‘llenas de barro’ moldeando la canción fue genial a nivel personal y profesional. Para darle besitos en la nuca todo el rato [risas].
Además de Kiko Veneno, en esos dos conciertos en el teatro Lope de Vega se encontraban entre el público Antonio y Gualberto de Smash. Es decir, que vuestra actual gira está siendo triunfal. Tenerlos delante fue tremendo. Contamos con cierta ventaja porque Soni, nuestro bajista, había hecho algún trabajo con Antonio y lo tenemos más cerca de lo que puede parecer. Pero que se desplazaran hasta el teatro y echaran un ratito con nosotros después del concierto, contando anécdotas sobre la primera vez que actuaron los Smash también en el Lope, me dejó con la boca abierta, no me lo creía. Para mí fue como si me encontrara con Jimi Hendrix y tocara con él [risas]. Fue increíble tener allí a Antonio, Gualberto y Kiko hablando entre ellos y pensar que, de alguna manera, nosotros habíamos propiciado esa reunión.
Aún recuerdo el concierto que disteis en la edición 2019 del festival Paredes de Coura, en Portugal. Vista la gran reacción del público luso, que no os conocía, me dije: estos chicos lo van a petar definitivamente. Lo recuerdo… Aunque hubo un poco de trampa porque había bastante público español [risas]. Hemos tenido algún que otro momento parecido. Por ejemplo, cuando tocamos en el Primavera Sound de 2019 antes de Suede: había un montón de guiris que habían ido a coger sitio y se encontraron con nosotros [risas]. Fue muy guay porque desde el escenario veía sus caras y estaban como estupefactos, en plan: “¿Qué está pasando aquí? Pero me está gustando”. Conseguimos romper un poco la barrera del idioma y que aquella gente también entrara en el juego kinkidélico.
A eso quería llegar: a pesar de las diferencias idiomáticas, vuestra propuesta puede superar cualquier obstáculo. En ese sentido, hemos notado que la gente de habla no española ha entrado muy bien en nuestro juego sin necesitar comprender las letras para subirse a la nave espacial y viajar con nosotros. Estamos deseando traspasar fronteras: tanto cruzar el charco e ir a Sudamérica como lanzarnos a Inglaterra, Alemania o Francia. Nos gustaría hacer una girita europea y ver qué pasa.
¿Cuándo grabáis en el estudio pensáis en cómo quedarán las canciones en directo de una manera premeditada? No… Cuando podemos pensar un poco más en ese aspecto es en el local: estamos con una canción y, de repente, nos decimos que va a ser brutal o nos planteamos hacer algo determinado en directo. Ahí sí hay un pensamiento sobre cómo va a funcionar una canción o cómo entraría mejor en directo. Pero, después, una vez que entramos en el estudio, lo dejamos de lado y, simplemente, intentamos no ser una banda con la que quien venga a uno de nuestros conciertos escuche exactamente lo que hay en el disco. Intentamos encontrar un balance entre el disco y el directo, pero sin sacrificar elementos como overdubs o marcianadas del estilo de pasar un micro por un tubo de escayola. En los discos nos permitimos cierta experimentación sin pensar en cómo se va a ejecutar después en vivo. Una vez que la canción está lista, hechos los retoques finales en el estudio y todos los arreglos, trasladamos todo ello al directo quitando algunas cosas o haciéndolo de un modo distinto a cómo está grabada.
El pasado 10 de julio tocasteis junto a vuestros colegas de Califato ¾ en Lucena (Córdoba). Al igual que le pregunté a ellos hace unos meses, ¿qué bebéis en Sevilla para que haya surgido la nueva generación musical que tanto está destacando últimamente? Como se suele decir, todo lo que sube, baja; y todo lo que baja, sube. Sevilla ha tenido ese bamboleo desde siempre, según la época, con unos años más efervescentes y otros más estancados. Quizá eso no ocurre tanto en Madrid o Barcelona, donde se mantiene una línea más constante. En Sevilla estamos viviendo desde hace un tiempecito una situación que, nos gusta pensarlo románticamente, se parece a aquel en el que surgieron Smash o Triana. Más allá de lo que nosotros podamos hacer, es sobre todo un momento que nos ha tocado vivir y estamos agradecidos por ello. Pero no creo que nosotros hayamos propiciado todo eso, sino que somos una consecuencia de un contexto que nos ha favorecido: se abrieron en Sevilla unas salas concretas, nos juntamos un montón de músicos con gustos similares en unos locales determinados y le echamos huevos para tirar hacia adelante sin pensar en el dinero, sino en otras cuestiones. Nosotros pudimos haber contribuido a ese empuje, pero es la propia ciudad la que lo ha facilitado. Se ha creado en Sevilla una energía muy guay.
¿También vosotros, como Califato ¾, aunque cada grupo con su estilo particular, os veis en cierta medida dentro de esa corriente cultural que reivindica el espíritu andalucista? En ese apartado no funcionamos como los Califato. Está bien ayudar a extender la idiosincrasia de cada lugar sin caer en los tópicos, como el andaluz vago, el catalán agarrado o el madrileño chulo. Pero, como banda, no jugamos a eso. Lo que reivindicamos a nuestra manera es otra cosa, no el andalucismo estrictamente. No portamos banderas y, en todo caso, sería una del universo. Somos hippies que viven en el mundo. Evidentemente, somos andaluces -con un extremeño, Dandy Piranha– y tenemos todo el orgullo que se puede tener. Pero, por ejemplo, yo mismo, antes que andaluz, me siento un hombre de la Tierra. Después soy andaluz, español o lo que sea. Estamos en una coyuntura sociocultural en la que tenemos que empezar a unirnos más que a separarnos. Como decía el sabio, debemos conocer nuestras diferencias para saber lo que nos une. Tenemos que romper las fronteras, somos todos hermanos en este planeta.
Cambiando de tercio, tú mismo te encargas de los vídeos de la banda. ¿De dónde sacas las ideas para hacer unos vídeos tan alucinantes y alucinados como los de “El Valle”, “Caño Cojo” y “Gitana”? El objetivo desde el comienzo era crear un universo al que la gente pudiera acceder. Los vídeos eran clave en ese propósito, complementando toda la propuesta musical del grupo. Personalmente, lo que hago es escuchar una canción infinitas veces con los cascos y voy dejando, como en la composición de los temas, que broten las ideas. A partir de ahí, voy viendo hasta dónde puedo llegar. Muchas veces se me pueden ocurrir cosas que no se pueden hacer porque son demasiado caras y tengo que reducir movidas. Los vídeos deben propulsar las canciones, aunque por culpa de las imágenes se te pueda ir la pinza [risas], intentando todo el rato que no te olvides de la canción, que es la que manda.
¿Sueles compartir la creación de esas ideas para los videoclips con tus compañeros? Sí, voy testando las ideas sin que, muchas veces, ni siquiera ellos sepan que lo estoy haciendo. Se las comento por encima y compruebo su reacción, si hay risas o demuestran que les gustan. Es una alquimia en solitario pero, en ese sentido, es también un proceso cooperativo. Estoy muy pendiente del resto, todos tenemos que sentirnos identificados con cada vídeo.

Habéis recurrido a la etiqueta quinqui para acotar vuestra fórmula sonora y estética, un concepto muy ochentero aplicado al contexto actual. ¿Qué buscabais con esa traslación al presente de una expresión cuyo significado se había reducido, con el paso del tiempo, a ámbitos muy determinados? Originalmente, tanto lo quinqui como lo que después llamamos kinkidelia nació en el local durante las primeras veces que nos juntamos. Cuando empezamos a tocar música, al escucharla nos parecía que algunas partes eran súper-cafres, muy quinquis. Esa fue la primera vez que apareció la palabra quinqui relacionada con la banda. Pero tampoco había una intención al usarla, ninguno de nosotros éramos fans absolutos del cine ni del movimiento quinqui. Simplemente, fue un acto inconsciente.
Por lo que dices, entiendo que no queríais utilizar el significado intrínseco del término quinqui para evocar aquella parte marginada de la sociedad de los 80 en España. La historia fue que arrancamos con esa idea y derivó en la kinkidelia, que se delimitó con el primer vídeo que realizamos [“El Salto del Gitano”], para el que usamos imágenes de la película “Navajeros”. En ese momento, el concepto de la banda hizo clack: teníamos el nombre largo, nuestros pseudónimos, un estilo concreto y, luego, empezamos a utilizar quinqui siempre con k, para diferenciarlo del término original, que se refiere a un tema que no es nada bonito. Por nuestra idiosincrasia, sí nos sentimos, de algún modo, representados por toda aquella gente que tuvo que enfrentarse a situaciones difíciles para poder comer en medio de la dura realidad de aquella época. No se puede apartar la mirada de lo que pasaba en este país; pero, a la vez, tampoco hay que romantizarlo como sucedía con los bandoleros de “Curro Jiménez”. De ahí la distinción entre la q y la k: no somos como algunos traperos, que vienen literalmente del mundo de la calle. No somos quinquis, sino músicos que llevamos muchos años tocando. Yo no he robado nunca en mi vida [risas].
¿Cómo definirías ahora mismo la kinkidelia para toda aquella persona que aún no os haya descubierto o lo haya hecho recientemente? La kinkidelia es una colgadera de cinco notas en un local de Sevilla a las cuatro de la tarde [risas]. [Fotos: Van Stockkum] [Más información en la web de Derby Motoreta’s Burrito Kachimba]