Se amplía la lista de ilustres retornos materializados en el primer trimestre de 2013. Después de My Bloody Valentine, David Bowie o Suede, ahora les corresponde a Depeche Mode, aunque con un importante matiz: mientras que el paréntesis de inactividad de los tres primeros ejemplos mencionados alcanza la década, la supera o la duplica, el practicado por los de Basildon sólo llega a los cuatro años. Un periodo temporal entre disco y disco que ya se ha convertido en una especie de norma obligatoria para Dave Gahan, Martin Gore y Andrew Fletcher desde la publicación de “Songs Of Faith And Devotion” (Mute, 1993), al servirles como etapa en la que llevar a cabo sus mastodónticas giras por todo el planeta, recuperarse adecuadamente de ellas, reciclarse para pensar en el siguiente trabajo y editar el pertinente recopilatorio que abrillante su leyenda o la introduzca en la batidora de los remixes de rigor. Pero esos ciclos olímpicos también permitieron que se fuera proyectando sobre Depeche Mode, cada vez que se acercaba el esperado anuncio de la salida de un nuevo álbum, la sombra de la espada de Damocles en forma de interrogantes: ¿superarían el decepcionante balance de su obra inmediatamente anterior? ¿Serían capaces de firmar un LP con más chicha que un par de singles resultones? ¿Se acercarían por fin a sus días de gloria de los 80?
Preguntas de previsible respuesta a partir del advenimiento de “Ultra” (Mute, 1997) que introdujeron al trío en un bucle diabólico caracterizado por la falta de creatividad, la caída en la reiteración (sólo esquivada en momentos puntuales) y las altas exigencias de unos seguidores que se negaban a rebajar las esperanzas depositadas en el sagrado nombre de Depeche Mode. Con respecto a este detalle, ya avanzada la primera década del siglo XXI, no tenía demasiado sentido que sus fieles creyeran con toda su alma que su grupo volvería a ser el de lustros atrás, dado que ya había alcanzado la cumbre con suficiencia para pasar a la posteridad: sólo le quedaba experimentar con su propio legado en busca de nuevos horizontes, como los que bosquejaban “Exciter” (Mute, 2001) con su dance sesudo y minimalista y “Playing The Angel” (Mute, 2005) con la insólita incursión de Dave Gahan (luego convertida en habitual) en la eterna dictadura lírica de Martin Gore. Exceptuando este último disco, el bagaje de Depeche Mode durante los 2000 (incluido “Sounds Of The Universe” -Mute, 2009-) sembró más dudas que certezas.
Idéntica sensación generó, incluso antes de que se difundiese, su decimotercer álbum, “Delta Machine” (Columbia / Mute, 2013). Y eso que en sus créditos aparecería, veinte años después, Mark ‘Flood’ Ellis como colaborador del trío, esta vez en tareas de mezclador; y sus dos canciones de adelanto, “Angel” y “Heaven”, mostraban con eficacia las dos caras de los Depeche Mode contemporáneos: lascivos a la par que trascendentales, sumergidos en un mar de electro-blues agitado por olas unas veces metálicas y otras aterciopeladas y en cuyas orillas se vislumbran paisajes post-industriales. La inicial “Welcome To My World” funciona como invitación, desde su título, a acceder a ese mundo de desolación sentimental y emociones que se caen a pedazos expresado en composiciones sintéticas y sólidas en su forma que intentan transmitir toda su fibra sensible interior, como “Secret To The End” o “Alone”. Sin embargo, esta línea reflexiva se rompe con los temas que, probablemente, más atraigan en una primera escucha: “Broken”, “Soft Touch / Raw Nerve” y “Soothe My Soul” (descendiente lejana de “Personal Jesus”), que recuperan parte del clásico academicismo synth de los de Basildon más tendente al pop.
Los guiños que Depeche Mode realizan a su pasado continúan con “My Little Universe” y “Should Be Higher” (indicios de por dónde debería haber caminado “Exciter”) y se prolongan en la final “Goodbye” (que perpetra un velado homenaje al sonido norteamericanizado de “Violator” -Mute, 1990-), ejercicios de auto-imitación simulados y diferidos pero que destacan en un repertorio centrado en la actual fórmula de Gahan, Gore y Fletcher, que exprimen al máximo el cruce entre electrónica y blues reptante para dar forma a baladas lynchianas de aspecto sombrío. Según el grupo, ese es el concepto de modernidad que maneja hoy en día, aunque ello suponga caer en cierta monotonía. En “Delta Machine”, Depeche Mode se esfuerzan en no quedarse atrapados en ella desviándose hacia recovecos sonoros ya transitados antaño que, si se lo propusieran, serían un buen filón para explotar con mayor frecuencia.
Conformémonos con que este otro insigne regreso discográfico pudo haber sido peor que lo que realmente es. Se supone que dentro de cuatro años habrá una nueva oportunidad para rememorar todo lo dicho, volver a exponer teorías varias y centrifugar por enésima vez la historia de Depeche Mode.