La cuarta referencia de Macadán sigue dándole caña al mundo del motor: en «De Bólidos y Hombres», Robert Daley repasa la Fórmula 1 más legendaria.
En un mundillo literario en el que parece que las editoriales optan por ir ampliando fronteras a la búsqueda de rascar un poco aquí y allá, donde sea, sin importar que ello implique un menoscabo en su propia identidad editorial, resultan fascinantes apuestas a una única carta como la de Macadán: esta editorial nació para acercar las letras al motor, y lo cierto es que en sus tres referencias previas habían ido perfeccionando esta identidad hasta el nivel sublime de la anterior «Los Entusiastas«, de Arturo Borja. Ahora, Macadán dan un paso adelante con su nueva referencia: la pletórica «De Bólidos y Hombres«, de Robert Daley.
¿Y por qué estamos diciendo que esto es un paso adelante? Porque la verdad es que cualquier editorial que cuente con la pluma de Daley pasa inmediatamente a jugar en una liga superior. El motivo, principalmente, es que este hombre firmó libros tan conocidos como «El Príncipe de la Ciudad» o «Manhattan Sur«, que fueron transformados en películas por Sidney Lumet y Michael Cimino respectivamente. Pero «De Bólidos y Hombres» no se queda atrás en cuanto a calidad y a calado: en su momento, The New York Times llegó a afirmar del manuscrito de Daley que es «Probablemente la mejor aproximación a la época clásica de la Fórmula 1«.
Estas palabras deberían ser suficiente para que los lectores españoles abrazaran «De Bólidos y Hombres» como si no hubiera un mañana pero, por si acaso, seguiremos cantando las bondades de este tomo que aborda la historia de los Grandes Premios (los circuitos, los pilotos y los vehículos sobre los que se levantó la leyenda de la Fórmula 1) en más de 400 páginas que incluyen diagramas de los circuitos y un buen puñado de ilustraciones surgidas del puño de Héctor Cademartori, uno de los mayores exponentes del dibujo automotor americano. Lo mejor de todo es que el libro de Daley no hay que leerlo con la velocidad de una buena carrera, sino con la lentitud de quien disfruta cada metro del camino.