Las primeras jornadas del D’A 2018 demuestran que sus diferentes líneas programáticas van a llevar hasta el extremo las múltiples caras del cine de autor del siglo 21.
La percepción que se tiene de un festival de cine durante sus primeras jornadas siempre depende al 50% del festival en sí… y al 50% de las propias elecciones de cada uno. Al fin y al cabo, y por mucho que le dediques horas y horas a esa tarea pre-festivalera tan adorada por muchos de nosotros que es conformar los horarios diarios con todas esas cintas que no te quieres perder de entre la programación, al final resulta que esa selección la realizas a partir de la criba original del propio festival y, para más inri, guiándote por lo que te han dicho los colegas, lo que has leído por ahí, lo que dice la crítica, el hype, el buzz, los rotten tomatoes. Todo eso.
Cuando te fías de todo eso, precisamente, puedes acabar acertando o cagándola estrepitosamente. En ambos casos, eso sí, las primeras jornadas de todo festival son determinantes porque marcan de forma implacable la percepción que de él vayas a tener para el resto de jornadas… Y, por lo tanto, he de reconocer que, aquí y ahora, lo único que puedo decir después de las primeras jornadas del D’A 2018 es una única palabra: madredelamorhermoso (que resulta que es una palabra y no cuatro porque, mira, es que hay que pronunciarla bien rápido, de seguidilla, sin pausas, llevado por la excitación).
¿Por qué? Porque he visto todo un conjunto de películas de naturaleza muy diferente, cada una de ellas representativa de alguna de las diversas líneas programáticas del Festival de Cinema D’Autor de Barcelona, y todas ellas excelentes. Cualquiera podrá pensar que lo del «cine de autor» es un factor delimitador más amplio que, por ejemplo, el factor delimitador de otros festivales temáticos que se centran en el cine gay, el cine judío o el cine de mujeres. Qué sé yo. Pero también ocurre otra cosa: aquí nadie ha obligado a los organizadores de los festivales a elegir un factor delimitador u otro… Así que, oye, si al final tu festival incluye películas solo porque están dentro de la zona limítrofe que tú mismo has marcado y no porque realmente sean buenas películas, tienes un problema.
Aun así, pensemos una cosa: incluso partiendo de un factor delimitador más amplio como el «cine de autor», conseguir que alguien vea tres peliculones bastante distintos entre sí en tan solo los tres primeros días del festival (recuerda: los festivales suelen espaciar sus joyas y, sobre todo, dejarlas para el segundo fin de semana, cuando el boca / oreja ha funcionado y la asistencia de público suele ser mayor) es indicador en este caso de una única cosa: la programación del D’A 2018 es cosa muy fina.
Tomemos como ejemplo «Western«, que bien podría considerarse el epítome definitivo de lo que hay que considerar «cine de autor» en pleno año 2018. El film de Valeska Grisebach introduce la cámara con una intuición y una sutileza feroces en el corazón del enfrentamiento surgido cuando un grupo de trabajadores alemanes se instala en un pequeño pueblo rural búlgaro para construir una central hidroeléctrica. La metáfora europea está más que clara (y entronca directamente con la productora del film, esa Maren Ade que ya hizo algo similar en su icónica «Toni Erdmann«): el espíritu alemán consumido por la necesidad de salvar a los salvajes europeos que no saben lo que hacen… Aunque eso signifique aplicar un buen chorreo de paternalimos indolente y un aplastante sentimiento de superioridad.
La tensión entre ambos bandos va creciendo por culpa, sobre todo, del capataz alemán; a la vez que, en contraposición, uno de los trabajadores se va insertando más y más en la comunidad búlgara, donde parece encontrar un linimento para las heridas de un alma que se intuye perturbadoramente vulnerada… Al final, cuando el «buen» trabajador se meta en un par de bretes en los que salga a relucir una naturaleza salvaje igualmente discordante en esta sociedad búlgara del trapicheo y la masculinidad como hermandad, ninguna de las dos opciones se revela como más o menos acertada: ¿ser más papista que el Papa no es más peligroso todavía que intentar pasar por encima del Papa?
«Ta Peau Si Lise«, por su parte, es la celebración absoluta de otro tipo de «cine de autor» con amplia tradición en el D’A: el documental de autor. En el caso concreto de la cinta de Denis Côté, hay que reconocer que nace de un punto de partida en el que parecen convivir el gusto por los escenarios que pueden ser observados desde una gozosa distancia irónica tan tradicionales en Werner Herzog y el retrato de las neuras con abundantes claroscuros alimentados por la vida moderna tan propia de Ulrich Seidl…
La referencia que acaba ganando la partida, sin embargo, es la de un pletórico Frederick Weisman que siempre opta por obviar los bustos parlantes y permite que sean las acciones hablen por sí solas, las que expliquen, las que dialoguen con el espectador. Côté persigue con su cámara a un grupo de culturistas y, de camino, nos muestra una vida repleta de deliciosas contradicciones, inquietante misticismo, masculinidades quebradas y machos silentes que, sin embargo, son capaces de arrojar sobre el espectador imágenes de una belleza realmente impactante como la que surge cuando el director lleva a sus protagonistas a un retiro en el campo. ¿Cómo decir tanto con tan pocas palabras?
El cine de autor del siglo 22 ya ha quedado ampliamente representado en el D’A 2018 por la impresionante (a múltiples niveles) «Night is Short, Walk on Girl«… Esto, sin embargo, es algo que se veía venir de lejos. Con «Devilman Crybaby» petándolo en Netflix desde principios de este año, el nombre de Masaaki Yuasa se ha convertido en una verdadera moneda de cambio de esa generación que crecimos con el anime trenzado en nuestro ADN y que, a día e hoy, abrazamos el audiovisual nipón como verdadero retablo de la esquizofrenia tanto argumental como visual y sobre todo moral de los tiempos que nos ha tocado vivir.
Con «Mind Game» de Yuasa actuando de telón de fondo sobre el que siempre se comparará toda nueva producción de este director, hay que reconocer que «Night is Short, Walk on Girl» es un castillo de fuegos artificiales que no te deja respirar, un verdadero festín de psicotronía que se dedica a trasgredir continuamente las bases del relato occidental en una huida hacia adelante en una noche sin fin en la que chico persigue a chica y chica persigue primero una borrachera, luego una feria de libros de segunda mano, más tarde un festival de teatro estudiantil y, al final de todo, una ronda de visitas a gente griposa. No le busques sentido: el cine de Yuasa hay que disfrutarlo como experiencia sinestésica que desborda los sentidos y noquea el intelecto. Pero ¿qué quieres que yo le haga si así es el cine del siglo 22?
Cine de autor comprometido con la realidad sociopolítica europea actual, documental de autor, cine de autor del futuro… Ya lo he dicho: las líneas programáticas del festival han arrancado a puro fuego. Y eso que, para no resultar excesivamente chapas en esta primera crónica, me salto otras películas como «Invisibile» (con la que Pablo Giorgelli, realizador de la celebrada «Las Acacias«, abrió camino de forma pletórica hacia el cine de la feminidad y del desamparo social) o «Person to Person» (celebración por todo lo alto del indie yanki y la comedia neoyorkina con un casting impactante en el que brillan Michael Cera, la diva del mundo de la moda Tavi Gevinson y la cada vez más inmensa Abbi Jacobson de «Broad City«). Pero es que creo que, al fin y al cabo, con todo lo que he explicado hasta aquí ya habrá quedado bien claro que, si nos fiamos de la percepción que el festival barcelonés ha dejado en nosotros durante sus primeras jornadas, nos encontramos ante el D’A de nuestras vidas. [Más información en la web del D’A 2018]