Nuestra segunda crónica del D’A 2017 no sólo habla de las pelis del festival… También de las películas que todos nos montamos.
La vida es una movida. O sea, estoy convencida de que nuestro cerebro desarrolló la capacidad de autoengaño tan pronto como le pillamos el truquillo a esto del pulgar oponible porque, si no, no aguantábamos tantos años de existencia. No me refiero al «autoengaño» en el término más exacto de la palabra AKA decirte a ti misma “me comeré este kebab y mañana a la mañana ya saldré a correr para quemarlo”, sino en que hay cosas que no entendemos y nuestra cabeza ata los cabos como nos da la santa gana para darle un sentido a todo.
Esta semana toca el D’A 2017 (que se está celebrando en Barcelona del 27 de abril al 7 de mayo), e ir a ver películas que no sean otro biopic u otra adaptación de una novela es un gustazo, por muy desconcertadas que me dejen. Después de ver «O Ornitólogo«, la revisión gay de San Antonio de Padua -el santo de las cosas perdidas-, me acuerdo que salí de la sala frustrada por sentir que me había perdido partes importantes de la película por culpa de no haber prestado atención en clases de catequesis. Mi amigo Manu Argüelles, director de Cine Divergente, me decía “olvídate de la iconografía cristiana, es todo puro fetiche”. Sentía un alivio instantáneo al simplemente tirar a la basura todas las piezas de la película que no me cuadraban en mi idílico puzzle mental, aunque la teoría no me convenciese del todo.
Subrayo que no hay que haber hecho la confirmación para poder disfrutar de «O Ornitólogo«, que tiene tantas capas como interpretaciones tiene «La Biblia«. João Pedro Rodrigues se aleja bastante de «La Vez Que Vi Macao«, su anterior obra maestra, aunque mantiene en pie sus tan características interpretaciones estoicas. Por lo demás, tenemos unos paisajazos dignos de un anuncio de “Vente a visitar Portugal, somos mucho más que sardinas y bigotes”, el dialogo constante entre la naturaleza y la religión, y un Paul Hamy de muy buen ver viendo y siendo visto por pájaros mientras las pasa canutas en su camino hacia la redención.
Es que la religión siempre fue pionera en esto de intentar darle explicación a las cosas que no entendemos y que no nos gustan. ¿Que vives en la Grecia adel ño 800 AC y ha llovido demasiado y los tomates que cultivaste se han estropeado? Probablemente Zeus esté cabreado porque su hija se esté tirando a un caballo. O algo así. ¿Que te has perdido en un bosque portugués y te están pasando cosas muy turbias? Dios te está castigando por algo, fijo.
Y, a falta de religión: ideología. En «Nocturama«, una de las grandes esperadas del festival, esa ideología brilla por su ausencia. Y no lo digo de forma negativa, porque Bertrand Bonello usa esto precisamente para trabajarse a sus personajes y dejarlos en evidencia. Su película cuenta en detalle la ejecución de un ataque terrorista en el centro de París por parte de unos jóvenes que en principio están hastiados con la realidad social que vive Francia (y toda Europa). Y ya sabemos cómo se vienen arriba los franceses cuando se trata de revoluciones. Cuando el principio fundamental de un ataque terrorista es que hay una idea y un objetivo detrás, que en «Nocturama» no haya nada de esto y que sea puro pragmatismo (cosa que se evidencia en la segunda mitad de la película) choca al público, obligado a arrancarse clichés ideológicos en los que podría haber caído mientras observa a unos muchachos que se desmoronan cuando cae la noche y están obligados a enfrentarse, cara a cara, a la realidad de lo que han hecho.
En «Personal Shopper» –ojocuidau, que va destripe- este querer entender es el eje de toda la película. Olivier Assayas es un jefazo a la hora de retratar a protagonistas tridimensionales que se salgan del molde preestablecido de personajes que puedes incluir en tus historias. No es por lo tanto la primera vez que plasma los miedos de sus protagonistas en sus películas, pero sí que por primera vez son fantasmas “físicos” los que llenan ese vacío. Maureen (Kristen Stewart) es una personal shopper de una celebrity que está esperando a que el fantasma de su hermano contacte con ella. Y con ese planteamiento tenemos casi dos horas de Kristen montándose su propia película: todo lo que no entiende se achaca a estos fantasmas, su manera personal (pero más que nada subconsciente) de lidiar con la pérdida.
No es tan exagerado. Una anécdota más trivial: una amiga me contaba que había estado ignorando a un chico pesado en Tinder unos cuantos días y, al final, cuando se sintió mal y le volvió a hablar diciéndole que “había estado muy ocupada”, él le dijo “pensaba que estabas haciéndote la difícil ;)”. Mira, chaval. Nadie se hace la difícil. Y los fantasmas no existen. El mundo no tiene sentido y o bien lo aceptamos o bien nos seguimos engañando a nosotros mismos para hacerlo más liviano. Ambas opciones son igual de válidas.
Asumamos que es algo que hacemos todos: es la forma en la que lo hacemos la que en cierta medida define nuestra persona. Traducido al cine, tanto en «Personal Shopper» como en «Nocturama» este autoengaño es una técnica para diseccionar a sus personajes entre las realidades que no quieren ver. Dime cómo te montas tu propia película con lo que pasa y te diré quién eres. [Más información en la web del D’A 2017]