Cerramos nuestras crónicas del D’A 2017 afirmando que el festival ha sido un reflejo fascinante de las problemáticas de las nuevas generaciones.
No soy de esas personas que van al cine esperando encontrar exclusivamente lo que les gusta. De hecho, soy más bien de esas personas a las que suelen preguntarles cosas como «si sabes que no te va a gustar, ¿para qué coño vas a ver esa peli?» Pues, mirad, las veo porque hay que verlo todo y, sobre todo, porque el cine, el arte en general, si se aplica solo a la complacencia, acaba siendo puro entretenimiento. Hay que ver films que inicialmente no te motivan por dos motivos básicos: 1. Porque siempre pueden sorprendente y, sobre todo, 2. Porque si solo ves lo que te gusta, seguro que te vas a perder nuevos mundos apasionantes.
Me refiero a que, si eres gay y solo ves cine gay, pues vaya puto coñazo, ¿no? De hecho, y siguiendo un poco con mi rollo «yo he venido aquí a hablar de mi libro«, tengo que reconocer que mi acercamiento al cine suele venir motivado más bien por la esperanza de que me abra nuevas puertas voyeurísticas hacia mundos que me queden lejos e inaccesibles. Y si ahora mismo hay un mundo que me queda (y que estoy seguro de que también os queda) muy pero que muy lejos, ese es el de los millenials.
No soy el único. La gran preocupación del mundo moderno podría encapsularse en una pregunta: ¿¡qué carajo hacemos con los millenials!? Y esa es una pregunta que, evidentemente, al final se acaba filtrando de muy diversas maneras hacia artes como el cine. En lo industrial, está claro que las majors pierden el culo por entender este mercado y poder desbloquearlo de una vez por todas, llevándolo hacia esa zona de consumismo desaforado que por ahora se les resiste. Pero el lado más interesante, como siempre, es el puramente artístico… Y ahí es donde el D’A 2017 lo ha petado de forma muy pero que muy seria.
No es de extrañar que la película ganadora del Premi Talents del D’A 2017 haya sido «People That Are Not Me» de Hadas Ben Aroya. Al fin y al cabo, nos encontramos ante una cinta que resulta ser expresión directa y sin filtros de uno de los rasgos más fascinantes de la nación millenial: la afición por mostrar su vulnerabilidad más profunda, por dejar al descubierto sus flaquezas y debilidades sin miedo a acabar expuestos en su desnudez más ridícula. Perdón, que no recordaba que la palabra «ridículo» no existe para una generación que ha optado por exhibirse en redes sociales a todos los niveles, desde lo físico hasta lo emocional pasando, claro está, por lo sexual.
Hadas Ben Aroya escribe, dirige y protagoniza esta «People That Are Not Me» en la que no es difícil intuir un profundo ejercicio de autoficción cuya relevancia nace precisamente en la poca autocomplacencia que se permite. El argumento del film podría resumirse en varias líneas: chico deja a chica, chica se vuelve loca del coño (sí, lo siento, estoy utilizando esta expresión tan fea, pero os prometo que la estoy utilizando con todas las de la ley), le da varias oportunidades al NSA (ya tú sabes: no strings attached), es directa verbalmente con sus polvos… Pero, sin embargo, no tiene ningún problema en perder los papeles y la dignidad en cuanto el amor entra en juego.
Suele decirse que, por mucho que nos empeñemos en lo contrario, un diario siempre se escribe pensando que alguien lo leerá tarde o temprano. Y que, precisamente por eso, incluso en los diarios maquillamos la realidad para embellecerla y embellecernos… La maestría (impactante) de la nación millenial es que ese embellecimiento se las trae al pairo y no tienen ningún tipo de necesidad ni voluntad de mostrarse de forma diferente a como son. Si a eso se le llama vulnerabilidad, bienvenida sea. Y si esa vulnerabilidad sirve para apuntalar films tan frescos y divertidos pero a la vez tan profundos y reveladores como este «People That Are Not me«, mejor todavía.
Y si «People That Are Not Me» aparece ante mi como un retrato de un mundo lejano, he de reconocer que el caso de «Victoria» es más bien como plantarme delante de un espejo deformante y un poco esperpéntico. Para empezar, porque la película de Justine Triet vuelve a ser un retrato puramente femenino. Tan rabiosamente femenino que está clarísimo que a una mirada masculina (y homosexual) como la mía van a haber muchos matices y pliegues que se le escapen: la maternidad, el empoderamiento por la vía laboral…
Pero eso no impide que, incluso para una mirada masculina (y homosexual) como la mía, «Victoria» sea un verdadero festín que apele a la avidez de placer cinematográfico… y humano. Para empezar, el film de Triet es un portento de ritmo y planificación: las escenas bailan unas con otras en un sube y baja espídico y vibrante, desde la magistral apertura en la boda al furor procedimental, y de ahí al subidón jurídico y romántico final tras haber pasado por el valle deprimente de la suspensión laboral de la abogada protagonista por causas más bien surrealistas. Sube y baja. Sube y baja. Sube y baja.
Todo ello aderezado por los diálogos portentosos de una Justine Triet que ya demostró sus hechuras como guionista en la imprescindible «La Batalla de Solferino«: si allá el toma y daca dialéctico era una forma de enmarcar la neurosis familiar en un contexto político (porque, al fin y al cabo, la política es la que impone un marco en la que esa neurosis se agrava), en «Victoria» se encuadra más bien la neurosis implícita a ser madre soltera con una carrera laboral importante. Está claro que la sima argumental en la que la protagonista pierde el rumbo al ser suspendida de su trabajo nos viene a decir que, sin esa vorágine laboral en la que a todos nos gusta habitar, no somos nada. Absolutamente nada.
Pero, aun así, resulta francamente improbable que cualquier espectador sea capaz de acabar esta «Victoria» sin sentirse reflejado en el espejo que Triet nos ha puesto delante. Da igual que tú seas un hombre y la prota sea una mujer. Da igual que el mundo que está pintando sobre la pantalla sea reconocible porque tú también seas un obseso con tu trabajo o no. Da igual, porque en esto consiste el buen cine: en sentirlo tan cerca, tan lejos.
Para ir cerrando ya esta crónica: «People That Are Not Me» ha sido la peli millenial del D’A 2017, «Victoria» ha sido el film para la generación X… Y «Playground» estaba destinada a ser la cinta que nos debía abrir los ojos hacia un mundo más desconocido (e inquietante) que el millenial: el de esa generación que todavía no tiene nombre pero que, rondando los 10 años, se nos antoja particularmente jodida y escacharrada. No ayuda, por otra parte, que el film de Bartosz M. Kowalski hubiera sido señalado repetidamente como «la peli impacto» de esta edición del festival debido a una escena al nivel de, por poner un ejemplo, la violación de «Irreversible«.
Nada más lejos de la realidad: la escena supuestamente impactante no lo es tanto. De hecho, resulta más impactante otra escena en la que dos niños acosan verbalmente a otra niña. Pero no pienso caer en spoilers… Lo único que apuntaré al respecto de «Playground» es que lo que acaba perdiendo a M. Kowalski es precisamente el hecho de que pone más empeño en firmar una «peli impacto» que un retrato de esos niños a los que les ha tocado la china de tener diez años en un momento tan paupérrimo (a todos los niveles: social, económico, humano, moral) como el presente.
Desde un buen principio, el director deja clara su afición por el tremendismo: los entornos familiares de los dos niños protagonistas son, hablando en plata, una mierda muy tremenda y olorosa. Así que, al final, «Playground» lo único que hace es saltar de una escena tremenda a otra buscando un crescendo de la tensión que, sin embargo, acaba resultando innecesariamente forzado. ¿No hubiera sido mucho más interesante que el carácter perturbador de la escena final naciera de unos retratos psicológicos complejos y no de una apuesta por lo escabroso?
Más información en la web del D’A 2017. A continuación puedes ver el palmarés de esta edición del festival:
TALENTS D’A: «People That Are Not Me» de Hadas Ben Aroya
PREMIO DE LA CRÍTICA: «El Futuro Perfecto» de Nele Wohlatz
MENCIÓN DE LA CRÍTICA: «La Película de Nuestra Vida» de Enrique Baro
PREMIO DEL PÚBLICO: «The Woman Who Left«, de Lav Díaz