Nuestra segunda crónica del D’A 2016 sigue explorando las líneas programáticas del festival: juventud y cine, mujeres y olvido… y mucho más.
Ya hemos pasado el ecuador de la edición de este año del Festival de Cinema d’Autor de Barcelona y, mientras encaramos la recta final, no hay espacio para el cansancio. Ni mucho menos. El cansancio, al fin y al cabo, es una sensación que sólo aparece ligada al aburrimiento, ¿y quién se ha sentido cansado alguna vez en medio de un desparrame de diversión absoluta? Hay que reconocer que, hasta el día de hoy, el D’A 2016 ha mantenido el pie en el acelerador, y eso se ha traducido en un mínimo de dos películas fundamentalmente imprescindibles al día. Repetimos: como mínimo.
Ese pie en el acelerador también se ha traducido en otra cosa: la mayor parte de la carne ya está en el asador y, por lo tanto, la mencionada recta final del festival puede ser encarada utilizando como guía crónicas como esta (o la primera que ya publicamos sobre el D’A 2016 hace unos días). Guías en las que, por cierto, cada vez aparecen (o deberían aparecer) más y más claras las líneas programáticas del certamen. Desde el equipo de Fantastic Plastic Mag no podemos evitar ver algunas de estas líneas, tal y como queda explicado a continuación…
LA JUVENTUD EN EL CINE. En un momento en el que existe un debate abierto en torno al hecho de que la juventud ya no considera las salas de cine como su pantalla preferida a la hora de ver películas, resulta mucho más que elocuente que el D’A 2016 haya incluido todo un conjunto de películas en las que el pulso de la juventud se toma con un mimo especial. Una cosa hay que tener en cuenta, sin embargo: cada corazón late de una forma diferente. Y algunos de ellos incluso laten de forma arrítmica.
Esto es, sin embargo, algo que nunca podría decirse de «Trois Souvenirs de Ma Jeunesse«, un film en el que Arnaud Desplechin vuelca tres recuerdos de juventud muy diferentes que, a su vez, se identifican profundamente con tres géneros cinematográficos diferente. El film se abre con un terrorífico y perturbador relato de infancia bajo el yugo de una madre esquizofrénica, sigue con una aventura política post-adolescente que bebe directamente de las mismas aguas agitadas que aquellas revoluciones que alimentaron a la Nouvelle Vague y, finalmente, se encalla dulcemente en una historia de amor explicada en esos parámetros que tanto gustan a los espectadores franceses: coolism absoluto, estética colorista, música brillante, ritmo implacable y diálogos afiladísimos y culteranos que, en esta ocasión, toman como excusa el hecho de brotar naturalmente de diálogos epistolares puestos en voz alta. Es curioso observar cómo el amor eclipsa el resto de recuerdos / registros… Pero ¿cómo no dejarse llevar por una representación tan intensa y emotiva, tan desnuda a la vez que tan artificiosa del primer amor? Desplechin siempre ha practicado un cine puramente literario, así que no es de extrañar que haya querido añadir a su filmografía una suculenta y fascinante historia de educación sentimental.
Los mencionados parámetros que suelen estimular los gustos del espectador francés vuelven a aparecer en «Les Deux Amis«, el debut tras la cámara de Louis Garrel que ha sido definido por muchos como una flagrante autofelación debido a la abundancia de planos del actor / director posando con la mirada perdida en el horizonte. Añado algo más: esto no es una autofelación, sino que es más bien un vídeo de xTube en el que un efebo estilizado hace el pino puente para acabar eyaculando sobre su propia boca. ¿Y qué? ¿Significa eso que es una mala película? Ni mucho menos: si cualquiera de nosotros tuviera la cara (y el cuerpo) de Garrel, también nos encantaría recrearnos delante de las cámaras. Así que no critiquemos «Les Deux Amis» en esos términos, sino en los de la propia película… Repito: el coolism es aquí la principal coordenada de este film a un nivel tan desproporcionado que se permite licencias tan sorprendentes como poner a una presidiaria haciendo danza contemporánea en un bar de mala muerte en el que de repente suena sin venir a cuento una canción de King Krule. Pero ni la autofelación de Garrel ni el coolism de su película deberían restar valor a lo valiente y delicioso de afrontar el bromance no desde la comedia o el humor, como suelen hacer por ahí, sino directamente a partir de la coyuntura del género puramente romántico. Sólo así puede ser entendida la fisicidad y la compenetración emocional de los protagonistas de «Les Deux Amis«.
El coolism vuelve a ser la única coordenada posible en la que entender «Nasty Baby«: si «Les Deux Amis» sería algo así como el film aspiracional definitivo para los jóvenes franceses, la cinta de Sebastián Silva vendría a ser el film aspiracional definitivo para todo hipster neoyorkino (y, por ende, para los pseudo-hipsters de todo el mundo). Se agradece la voluntad del director de, por la vía de un impactante final que rompe con el tono de comedia del film, mostrar las sombras de esa misma hipsteria… Pero tampoco deberíamos incurrir en el error de pensar que la voluntad de Silva es mostrar las costuras del hipster gay protípico de Nueva York, ni mucho menos: «Nasty Baby» celebra el prototipo y no sólo intenta molar por todos los medios posibles (incluyendo la inevitable banda sonora ultra-molona), sino que lo consigue al hacerse con un casting pluscuamperfecto que cuenta con Kristen Wiig y Tunde Adebimpe y, sobre todo, lo consigue con un tono de comedia indie yanki puramente autoconsciente.
Para acabar, la arritmia del corazón joven: si «Bang Gang (Una Historia de Amor Moderno)» fracasaba por su visión estereotipada y moralista del sexo entre chavales, lo de «Te Prometo Anarquía» hace honor a su propio título y muestra el sexo (gay) entre dos chicos mexicanos con una naturalidad que puede que muchos espectadores adultos no sepan por dónde coger (sobre todo por el hecho de que uno de los personajes se muestre abiertamente bisexual). Sea como sea, la cuestión homosexual no es el centro del film de Julio Hernández Cordón, sino que «Te Prometo Anarquía» explora más bien esa necesidad de la clase acomodada actual de introducir en su rutina un elemento anárquico que dé sentido a su existencia. También explora el no future de la juventud mexicana atrapada en una sociedad violenta empeñada en pasar por encima de su inocencia como una apisonadora… ¿Demasiados frentes discursivos abiertos en el film? Puede ser, pero hay que reconocer que todas estas temáticas se cierran de forma solvente y serena, aunque menos fascinante de lo que hace pensar en su hipnótico arranque.
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DE MUJERES Y DEL OLVIDO. En «John From«, de João Nicolau, lo que comienza como una película de autor de adolescentes contada siempre por gente adulta que sólo sabe hacer un retrato superficial de lo que cree que es la vida de los nuevos quinceañeros se funde en la pura esencia de la mente de una chica joven, aquella esencia que independientemente de las generaciones que caigan de por medio sigue intacta. Esto es un amor imaginario llevado a la máxima expresión, de todos esos gestos y miradas que cuentan una historia propia en la cabeza de una chica en la plena primavera hormonal. Desde la perspectiva de su mejor amiga, el vecino y objeto de deseo le hace tanto caso como yo a esa ensaladita apartada en medio de una barbacoa campestre, pero para él hay un lenguaje secreto de por medio, uno que hablarían solo 4 habitantes de una isla remota del archipiélago malayo. Su «John From» personal es un sabueso de los Baskerville que sale de entre la niebla, que arrasa con todo y que destruye toda barrera de lo que es y de lo que puede ser. A medida que avanza los colores lo invaden todo y los últimos rastros de la raya que separaban la realidad de la ficción quedan obsoletos. Ya no importan. Todo lo que queda, y necesitamos que se quede, es una historia preciosa entre cuadros de Gauguin.
Por su parte, «Mountain» es otra edad y otros mundos que se contraponen con «John From» tanto en estética como en argumento. En plena cuna del judaísmo más ortodoxo, en Israel, una relación que yace muerta desde años atrás vive en un cementerio. La película de Yaelle Kayam, trata de la mujer en Israel, la vida y la muerte en una jaula patriarcal y la imposibilidad de salir de ella. La impenetrabilidad de la religión ofrece a la protagonista una monotonía que da un rígido control sobre su vida: cuidar niños, limpiar la casa, preparar la comida. Sin embargo, encontrar a un grupo de prostitutas trabajando por la noche en el cementerio -junto a recibir críticas de aquellas tres tareas que guiaban su vida- rompe ese equilibrio de ciega conformidad y empieza una senda que, lejos de la liberación sexual, la lleva a un intento de liberación de sí misma a través del sexo. «Mountain» es una película del contraste absoluto que se da entre las dos mujeres en el judaísmo: o virgen o puta. El final abierto, con matarratas de por medio, alimenta esta dicotomía: todo es blanco o es negro.
Última de la noche, olvidemos a la mujer. Olvidémosla porque justamente «El Rastreador de Estatuas«, de Jerónimo Rodríguez, va de eso: del olvido colectivo -y de la memoria personal-. En ella, el protagonista intenta encontrar una estatua que vio de pequeño con su padre, o bien que recuerda que vio. Sin embargo, a medida que la historia avanza, los fallos de la memoria son cada vez más visibles. Contrapuesto a ello, los monolitos cuyas placas fueron robadas en las plazas de Santiago son el recuerdo constante del olvido. Nadie se acuerda a quién fueron dedicadas un día. La inaccesibilidad de un tiempo pasado que va desapareciendo a cada minuto que pasa guía la interesante trama de honestidad consigo mismo del autor y con los propios límites de su memoria, pero falla estrepitosamente en lo material. La voz en off carece de un mínimo de interés en lo que se está contando y las imágenes de archivo están tan poco cuidadosamente escogidas que muchas tienen aún la marca de agua de la página web de la que fueron robadas. Esto es cine-ensayo que debería haberse quedado en ensayo.
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Esta segunda crónica del D’A 2016 viene marcada por dos propuestas belgas y una francesa. Las dos primeras no podrían ser más diferentes, mientras que la francesa es ni más ni menos que la última película del controvertido cineasta Philippe Garrel, que además comparte cartel de festival con su hijo Louis Garrel y sus «Les Deux Amis«. Ninguna de las dos ha dejado indiferente, pero yo os tengo que hablar de la primera. Y, de paso, comentar que esta crónica también viene marcada por la modestia, la modestia con mejor o peor resultado de dos de las tres películas que vienen a continuación.
El primer largometraje de la belga Rachel Lang, «Baden Baden«, arranca con el rostro de su joven protagonista perseguido muy de cerca por la cámara: un rostro que esboza una lágrima tras una pequeña discusión relacionada con el trabajo que ella está llevando a cabo en ese momento. Esta escena inicial ya nos presenta de forma concisa y precisa a su protagonista y, en consecuencia, el estilo que arrastrará toda la película. Una rigidez y una sobriedad tras la cámara que sigue las idas y venidas de esta joven impulsiva y algo inconsciente con tendencia a repetir errores del pasado en su regreso a casa después de haber estado un tiempo en el extranjero.
Una película que se eleva gracias a su contenido cómico y su acertado sentido del humor que viaja paralelamente a los problemas y dificultades que se le presentan a la joven. Es eso lo que precisamente hace que la cinta huya enseguida de ser un melodrama o una historia de denuncia social para convertirse más bien en una comedia dramática sobre el paso a la edad adulta y sobre cómo enfrentar los problemas del pasado, del presente y del futuro.
«Baden Baden» es, de este modo, un regreso a un pasado que hay que enfrentar (relaciones familiares y sentimentales), un futuro que combatir (mundo laboral) y, al mismo tiempo, un fragmento de vida que se nos presenta sin un discurso adyacente o una evolución en su historia y personajes, sino que se limita a mostrar una realidad concreta sin juzgar ni intervenir de ningún modo.
La construcción de una bañera para su enferma abuela será la gran metáfora que no sólo conduzca la película, sino que también la defina. Y nosotros, al terminar, nos quedamos con una sensación de equilibrio entre peso y levedad que pocas películas son capaces de construir con tanto acierto.
Otra apuesta que también llega precisamente de Bélgica es «The Ardennes«. El debut de Robin Pront nos presenta la historia de dos hermanos delincuentes enfrentados por el amor de una mujer cuya rivalidad y pésima toma de decisiones por parte de ambos les lleva a un infortunio y descenso a los infiernos tanto físico como metafórico. Amén de un enfrentamiento perpetuo a su pasado criminal pese a querer seguir el camino recto.
Si todo esto resulta familiar o incluso suena a cliché, me temo que es parte inevitable del contenido de la película, y es que es una lástima que con una factura tan notable -esa atmósfera agobiante, fría y depresiva- como la que presenta su debutante director con un pulso tras la cámara elogiable, la cinta no vaya también acompañada de un guión a la altura. Hay en ella tomas de decisiones discutibles, desenlaces precipitados y fatalistas y una previsibilidad preocupante desde los inicios de la historia. Así que uno lamenta que, pese al talento demostrado en el ámbito formal, la cinta no pueda evitar despojarse de una cierta sensación de déjà-vu.
Y, finalmente, hablemos de Garrel… «L’Ombre des Femmes» es una película que resulta familiar, una suerte de regreso a ese cine francés de los 60 de la Nouvelle Vague. El filme sobrevuela por encima de una relación de pareja de una forma tan ligera que se podría pensar incluso que su tratamiento es algo superficial, y es que a ello habría que sumarle la brevedad de la propuesta que no llega a la hora y cuarto de duración. Sin embargo, esa fugacidad y esa aparente trivialidad son claramente buscadas por parte de su director, y ello no impide que la película explore con acierto temas como la infidelidad y el deseo.
Aunque estamos ante una relación triangular, quien destaca claramente es su protagonista masculino, cuyo personaje no es fácil a la hora de empatizar con él y resulta difícil entender sus motivaciones y caprichos más propios de una persona inmadura que de un adulto. Y es que, en algunos momentos, en esa relación se podrían detectar ecos -o un ligero acercamiento- al cine de Jean Eustache y su memorable «La Mamá y La Puta» (1973).
Es posible que «L’Ombre des Femmes» se sienta de algún modo una propuesta incompleta o que no está totalmente definida, que tras ese episodio se podría haber explorado mejor y de forma más prolongada su seductora temática, pero al mismo tiempo se busca narrar únicamente un fragmento light de la vida de sus protagonistas, que además se acompaña de una comicidad que termina de perfilar el carácter modesto de la obra.
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