Hace mucho tiempo que las referencias gélidamente robóticas dejaron de valorarse al alza en el mundo de la crítica músical. Hubo unos años, los brillantes 90, en los que el auge de la electrónica puso en boca de todos imágenes poderosas de futuros plausibles en los que la humanidad se habría visto totalmente barrida por una casta de androides superiores, desprovistos de emociones y con una inteligencia sintética que el hombre nunca podría llegar ni a soñar. Pero entonces cambiamos de siglo y la electrónica fue perdiendo sus cualidades de oráculo fiable. Aquel cambio coincidió con el revival de un folk que nos ponía en las antípodas de la cuestión tecnológica: el folk implicaba el retorno de unos valores humanos naturales, de una exaltación de las emociones más cálidas y primigenias. Fue, además, un preludio de una crisis económica que nos arroja a la cara un futuro real tan negro que resulta casi insostenible dirigir la imaginación hacia futuros imaginados obscuros. ¿La era del pesimismo impone el optimismo? Algunos dirán que no, pero incluso cuando los músicos recurren al pesimismo como fuerza vital, hay que reconocer que lo hacen de forma analógica: un de tú a tú, de humano a humano, menos inquietante que si un robot te plantara en la frente el collejón sonoro del apocalipsis.
Ante semejante panorama, resulta extraño encontrar un disco como «A Lost Tomorrow» (Discontinu, 2013), que remita directamente a referentes tan ignífugos como Autechre, el Aphex Twin más humano y los Boards of Canada más androides. Es curioso cotejar este álbum en relación a esos tres nombres porque Autechre, por mucho que hayan intentado regresar una y mil veces, no han conseguido volver a acaparar la atención de sus principios; Aphex Twin sigue petándolo a base del menos es mas pero sin producciones nuevas; y Boards of Canada prefieren aferrarse a su sempiterno anonimato y hacer como si hubieran desaparecido del mapa. Si estos tres referentes, tan presentes en «A Lost Tomorrow«, no han conseguido renovarse en el siglo XXI, ¿qué debería hacer diferente a D-Fried? Puede que esta crítica no vaya a dar ningún tipo de respuesta a esa pregunta porque, escuchando este álbum, es imposible no rendirse ante la evidencia de que no va a ser un trabajo que llegue a una inmensa mayoría. Pero si eso es cierto, no es menos cierto que en la mayoría de casos no hace falta la mayoría absoluta para refrendar un disco valioso: es el mismo disco el que define su interés… Y D-Fried ha definido aquí una zona de interés sublime y subliminal.
Es una zona en la que no hay ni una sola alma humana. Un paraje algo hinóspito y nocturno en el que el silencio imperante hace que el crujir de los cables en mal estado, los zumbidos de las máquinas en eterno funcionamiento y las micro-explosiones de lámparas a medio fundir resuenen con una belleza esquiva, extraña y fascinante. Los títulos de las canciones de D-Fried parecen remitir directamente al lenguaje dormido de las máquinas: son palabras separadas por signos de puntuación que bien podrían ser nombres de archivos que contienen mundos virtuales por los que campa a sus anchas un aquelarre de inteligencias artificiales. Y aunque este tipo de emociones no parezcan estar a día de hoy en el Top 3 de nadie en su sano juicio, puede que lo más inteligente a estas alturas fuera obligarnos a salir de nuestra zona de confort: el útero del folk y los rollitos analógicos está muy bien, pero siguen alimentando la perpetuación de la inactividad preocupante de la sociedad occidental. Si nos forzáramos a salir más a menudo de nuestra zona de confort, puede que también forzáramos a que las cosas cambiaran. Si nos obligáramos a salir más a menudo de nuestra zona de confort musical, puede que joyitas como este «A Lost Tomorrow» llegasen al público de la forma que merecen.
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