Ríos de tinta (polemista) han corrido hablando del canibalismo en «Crudo»… Pero ¿lo interesante aquí no es el empoderamiento femenino?
Hecho. «Crudo» es un coming of age de manual. Todos los tópicos evolutivos, todas las transiciones, metáforas, dudas y resolución están ahí. ¿Resta interés todo esto a la película? Ni un ápice. Hecho. Lo importante en la ópera prima de Julia Ducournau no es tanto lo que se nos cuenta sino los resortes formales utilizados, la potencia de sus imágenes y de su capacidad de mostrar las partes más oscuras del crecimiento personal sin complejo alguno, de hacer, en definitiva, una película libre, salvaje, de puro instinto animal.
Todo ello con el gatillo disparador del canibalismo, una temática que convierte automáticamente lo que es un drama juvenil en una película de género. No se trata, sin embargo, de una elección gratuita ni de una forma de convertir la película en una orgía de sangre y vísceras sin más… No. La decisión de optar por esta lujuria por la carne queda vinculada automáticamente al autoconocimiento, al deseo sexual, al instinto más primario convertido en motor dominante de la existencia. En definitiva, de lo que se trata aquí es de reivindicar ese espacio de dudas que es la adolescencia como momento clave existencial. No se trata tanto del rito de transición, sino del momento único en el que, justo antes de asumir la racionalidad del mundo adulto, el instinto debe dominar.
Para ello, Ducournau nos sitúa en una Facultad de Veterinaria que, a modo de espejo de Justine (la protagonista del film interpretada por Garance Marillier), aparentemente es lugar de aprendizaje, raciocinio, frialdad, líneas rectas y estructuras inamovibles; pero que en cada esquina esconde turbios secretos, podredumbre, turbiedad y salvajismo a punto de estallar. Un edificio anclado en un espacio atemporal, como esperando a ser profanado una y otra vez por las sucesivas promociones (hordas) estudiantiles.
Son dos espacios que conviven y se complementan, el día y la noche, y precisamente por eso se nos muestran de forma diferente. Tranquilos, geométricos y reposados por un lado (aunque siempre con un halo de intriga expectante) para proceder a estallidos febriles, de cuerpos pegados y sudorosos, de ruido y hedonismo nocturno. Dos momentos diferenciados que sirven para marcar un antes y un después, reflexiones y evoluciones, para dar rienda suelta a los deseos más primarios y enfermizos de Justine.
Un trayecto este que cuenta con el contrapunto de una hermana mayor ejerciendo de mentor y al mismo tiempo de rival, y que pone al descubierto otro de los aspectos fundamentales del film: la lucha entre la obediencia y la rebelión contra las normas de la familia. Todo ello salpicado con una selección musical muy concreta, que señala los momentos de cambio, de salto evolutivo. Desde el deleite barroco de Jim Williams en el tema central hasta el punto de inflexión que supone «Plus Putes Que Toutes Les Putes» de Orties, momento en el que Justine asume por fin su carnalidad y sexualidad.
Y es que el canibalismo finalmente no deja de ser otra forma de sexualidad, de brutalidad en que se toma posesión de otro cuerpo. Con una voluptuosidad descarnada, Justine no solo descubre los placeres del placer, sino que se muestra como vía de empoderamiento femenino, de último eslabón en la toma de control, en el clímax definitivo para saciar los apetitos de toda índole que se apoderan de ella.
«Crudo» no es una fábula con moraleja, sino un retrato hiperbólico de la necesidad de liberación adolescente en general y de asunción de poder femenino en lo concreto. Una película estilizada en su concepción visual, por momentos repulsiva como morder una pechuga de pollo cruda, pesadillesca como pasar un síndrome de abstinencia… Y siempre fascinante, hipnótica, valiente. Un film visceral que se clava inevitablemente en la retina y, por qué no decirlo, en las entrañas.