Como dice el protagonista de «Contracorriente» en cierto momento del film, para ser homosexual hay que tener un par de cojones bien puestos. Y, de hecho, lo mismo es aplicable a la película en sí: en los tiempos que corren, cuando lo gay es una moneda de cambio común y corriente que se ha degradado hasta el nivel de lo chuscho (¿alguien recuerda «Perdona Bonita, Pero Lucas Me Quería A Mí» y otros sub-productos igual de vergonzantes?), lo sensiblero (y aquí, como es habitual, hay que agradecer la veta que abrió Tom Hanks con «Philadelphia«) e incluso lo «obligado» (que parece que, a día de hoy, toda serie de televisión deba tener un personaje gay para triunfar en la parrilla), ha que tener un par de cojones bien puestos para optar por una visión equilibrada de esta temática. Pero esta es precisamente la valiente opción de Javier Fuentes-León: conseguir que sus fotogramas bailen en el aire haciendo malabarismos con las bolas de lo emocional, lo emotivo, lo normal, lo excepcional e incluso (¿por qué no?) lo irónico.
Curiosamente, el film parte de un lugar argumental bastante peligroso: una historia de amor entre un Miguel (interpretado con una sensibilidad difícil por Cristian Mercado), un pescador a punto de ser padre y armariado (en parte debido a la aridez social y religiosa del pueblo playero en el que transcurre la acción), y Santiago (con una caracterización igualmente destacable por parte de Manolo Cardona), un fotógrafo liberado que vive su condición de puertas para afuera pero que, sin embargo, consiente a la hora de mantener oculta su relación. En torno a este amor circulan diversos satélites (los machistas amigos del pescador, las marujas cotillas del pueblo… teniendo en cuenta que machismo y cotilleo son precisamente el caldo de cultivo de la violencia contra la homosexualidad) de entre los que acabarán por descarriarse dos meteoritos que amenzarán con chocar contra el planeta en el que habitan los protagonistas: una joven que pone un pie en el camino del cotilleo pero decide redimirse por la vía de la verdad y la aceptación; y, sobre todo, Mariela (Tatiana Astengo), la mujer de Miguel que prefiere vivir con la venda en los ojos antes que aceptar la felicidad de su marido y, sobre todo, y por mucho que duela, darle una oportunidad.
Este argumento sería un caldo de cultivo perfecto para una historia hollywoodiense destinada a reventar el lacrimal del público. Pero, sin embargo, Fuentes-León muestra una sabia predilección por el pudor a la hora de acercarse a sus personajes y a sus acciones: cuando los meandros de la trama se dirigen hacia lugares susceptibles a encallarse en pantanos de lágrimas, el director demuestra una mano de hierro para mantener el equilibrio (especialmente emotivo es el entierro final y la despedida entre el espectro y su amante). Además, «Contracorriente» atesora una dulce ironía a la que el director nunca permite truncar en sarcasmo: una vez muere Santiago y, a la espera de que su cuerpo sea encontrado y «puesto en paz», su espectro se queda en la tierra sólo visible para Miguel, este último ve la posibilidad final de mantener la relación que él siempre ha querido sin necesidad de preocuparse ni de un machismo ni unos cotilleos que son ciegos ante la muerte. Son tiempos de felicidad que se plasman sobre los fotogramas a través de una lente de comedia triste que a veces roza lo siniestro (como cuendo Miguel pide a Santiago que se quede para siempre a su lado en forma de fantasma invisible para el resto de los hombres). Y aquí, de nuevo, Fuentes-León vuelve a conducir el argumento con la contención suficiente como para que «Contracorriente» no acabe trocando en una comedia grotesca, sino que ese tramo alegre se el motor de cambio final para el pescador.
Ante todo lo expresado anteriormente, bien podría pensarse que toda esta atención al fondo deja descuidada la forma. Pero lo cierto es que «Contracorriente» puede alardear de una planificación sublime que ayuda a conducir a la trama suavemente a través de una maquinaria lubricada a la perfección, un ritmo ponderado y, sobre todo, un tono que oscila entre la comedia y el drama con una fluidez desarmante. También es loable la labor de fotografía y, sobre todo, la voluntad de Fuentes-León de trascender la propia imagen para seguir aportando información al argumento (como el espacio principal del film, la casa de Miguel y Mariela, un piso de paredes azuladas que llaman a la libertad del horizonte pero en la que, sin embargo, las imágenes religiosas y el omnipresente retrato de bodas acotan los límites del lugar, las fronteras que nunca hay que cruzar)… Sí. Hacen falta un buen par de cojones bien puestos para ser homosexual. Y también hacen falta un par de cojones bien puestos para conseguir domar una película tan emocionalmente elegante como «Contracorriente».