Nuestro mundo hipster no conoce tierra más allá de la frontera entre Sant Antoni y Plaça Espanya. Para los trendsetters y modernos profesionales, no existe Barcelona más allá de la Fábrica Moritz, el Bar Olimpia y los cines Floridablanca (¿si sólo hay dos cines en Barcelona donde pasen cine de autor en VOSE qué hacemos, EH?). Como máximo un poco la Rambla del Poble Nou… y ya. Es normal, con la centrofagia cultural barcelonesa lo tenemos todo al alcance de la mano en la zona citada: bares molones, tiendas guays y «cultura de barri» con alquileres que no son pornográficamente caros. Es cierto: somos una generación que lo quiere todo -cultura, tranquilidad y precios económicos- a tiro de piedra. Y resulta que el centro (tirando hacia abajo) de Barcelona nos ofrece todo eso. Entonces, ¿por qué movernos de ahí? Esa es una decisión que depende de cada uno, claro está. Pero a veces conviene saber que hay vida más allá de la Diagonal, que no todo está contado en los especiales sobre el Raval de la Time Out y que Barcelona no acaba donde empieza la Gran Vía, qué va. Hay ciudad para seguir.
La ciudad que queda por explorar incluye zonas que aún conservan esa vida «tant de barri» que nos gusta buscar, a la que queremos volver como inmigrantes perdidos que buscan sus raíces. Barrios como Gràcia, Sant Gervasi y Horta se han quedado como zonas grises en la mente de los barceloneses por diversos motivos (uno por estar invadidos de «modernos y crustis», otro por ser un barrio de abuelos y el otro por estar directamente fuera del mapamundi), pero no está de más reivindicar no sólo su existencia sino su alegre forma de vida. El distrito de Horta Guinardó se ha puesto las pilas últimamente en eso de ubicar el barrio en el mapa mental de los habitantes de Barcelona y ha empezado diversas iniciativas para dar a conocer a tutiplén que Horta también mola.
La semana pasada fuimos invitados a una de estas iniciativas. La idea era recorrer las intrincadas calles de Horta y conocer sus intríngulis históricos de la única forma posible teniendo en cuenta la difícil geografía del barrio: a bordo de un Segway. Sí, ese cacharrito eléctrico sobre el que vemos desplazarse a la organización del Primavera Sound de un lado a otro todos los días del festival (y que tan útil nos sería a los asistentes dadas las dimensiones del recinto en los últimos años). La cosa era partir desde una de las plazas emblemáticas del distrito (la Plaça Santes Creus, donde tiempo ha se encontraba la Casa del Comú, ahora Ajuntament de la Vila y que hoy cuenta con una réplica de la font de Canaletes -para que los culés no tengan que salir del barri a la hora de celebrar las victorias de fúrgol) y llegar, Segway mediante, hasta el Turó de la Rovira, desde donde se pueden disfrutar de unas impresionantes vistas de Barcelona en 360 grados, algo totalmente único en la ciudad.
El punto de encuentro fue la bodega Quimet, uno de esos locales de barri de toda la vida situado en la Plaça Eivissa que prácticamente ya estaba allí cuando nos invadieron los romanos (bueno no, la bodega data de 1927, que tampoco está mal) y en la que se dan cita vecinos y curiosos con ganas de hacer check in en Forsquare en una de las bodegas con más solera de Barcelona. Desde allí nos dividimos en grupos de cinco y tocó abordar el Segway, que se confirmó como una manera segura y fácil de desplazarse (y muchos comentamos que no estaría mal un futuro con más Segways y menos motos por la calzada barcelonesa). Desde la Plaça Santes Creus enfilamos la calle Campoamor, conocida también como «L’Eixample d´Horta» y que es el orgullo de un barrio que fue el último en anexionarse a Barcelona y dejar de ser municipio independiente (ojito).
Desde allí seguimos hacia las curiosas casas del carrer d´Aiguafreda, un rincón único dentro de la abultada geografía barcelonesa que conserva cierto aire atemporal gracias a sus casitas de planta baja. Horta siempre ha sido un barrio que ha presumido de tener muchísima agua gracias a los innumerables pozos de estas casitas (de hecho, se la conoce como «Ciutat de l´aigua») y hasta bien entrado el siglo XX las «bugaderes» (lavanderas) de Horta se encargaban de la colada de muchas familias burguesas de la ciudad que les dejaban la ropa sucia el lunes y se la llevaban limpitas a sus casoplones el sábado. Muchas de estas «bugaderes» ganaban un dinero extra con esta actividad, además de su propio trabajo.
El punto final fue la subida hacia el Turó de la Rovira bosque a través (como quien dice). Fue realmente curioso observar cómo la ciudad quedaba más lejos y más abajo cuanto más ascendíamos hasta la guinda del pastel, el mirador del Turó, las baterías antiaéreas y los vestigios de las Barracas que se asentaron allí después de la Guerra Civil. Un pedazo de la historia de la ciudad no tan dulce como la metáfora utilizada pero que evidencia los muchos cambios que ha vivido el barrio y cómo ha tenido que adaptarse al pasar de los tiempos intentando conservar esa esencia que hace que los que son de allí, presuman de que es única (como el actor Jordi Martínez, que nos acompañó durante todo el trayecto).
Finalmente, un poco entumecidos después de estar cuatro horas encima del Segway, aterrizamos en Es Bandoler, otro clásico del barrio y una de esas pintorescas bodegas que parecen suspendidas en el tiempo y que se niegan a actualizarse (de hecho, eso es parte de su encanto, claro). Allí nos invitaron a unas copas, comimos, charlamos y compartimos impresiones con el resto de invitados (Mammaproof, Barcelona Colours, Alapage, Curiosa Barcelona, Barcelona Citizen, Time Out y hasta un total de veinte medios online) con los que acordamos que Horta realmente es un barrio que merece la pierna.
[FOTOS: Barcelona Colours]