“Si ni bebes ni fumas ni follas, pa qué vives, gilipollas” (sic).
Leía dos veces al día este intenso y epicúreo ripio en forma de graffiti insolente y ortográficamente cuestionable que adornaba un murete medio derruido en un descampado en mitad de mi camino al colegio. Dos veces al día, cinco días a la semana, nueve meses al año. Yo entonces, siendo como era un niño más bien tontainas, poco sabía de cuestiones hedonistas y bastante tenía con ejercer mi cuestionable y cuestionado derecho a la supervivencia en un centro de enseñanza público ubicado, para que me entiendan, colindante a una arboleda dejada de la mano de Dios que los lugareños llamaban El bosque (de) la burra. Eran otros tiempos: ninguno sabíamos nada de bullying y, de haberlo sabido, seguro que lo pronunciábamos mal.
Pero a lo que íbamos: ¡el hedonismo! Y es aquí donde entran en juego el neozelandés Connan Mockasin y su segundo álbum, esta vigorosa anomalía llamada “Caramel” (Mexican Summer, 2013), una odisea de soul marciano, de bump & grind hebefrénico, menos dulzón en realidad de lo que pudiera intuirse por su descriptivo título.
El inasible y esquivo Mockasin parece abandonar al menos parcialmente las luces fluorescentes a punto del colapso que iluminaban parte de aquel apreciable “Forever Dolphin Love” (Because / Phantasy, 2011). Así, la psicodelia festiva (“It’s Choade My Dear”, “Egon Hosford”) y el brazilianismo esquizoide (“Megumi The Milkiway Above”, “Quadropuss Island”) que engalanaban aquel debut en largo se torsionan en “Caramel” dando paso a renglones negroides torcidos y sudorosos. A través de la distorsión de su voz (“Nothings Lasts Forever”, “Caramel”, “I Wanna Roll With You”), Mockasin consigue aportar una atmósfera enfermiza al entramado lúbrico de sus temas, triunfando muy fuerte por ejemplo cuando arremete esos retazos de soul meloso atrincherado en un ambiente borroso y lascivo en las fabulosas “I’m The Man That Will Find You” y “Do I Make You Feel Shy?”, dupla que personalmente considero magnum opus del álbum.
Entiendo el reto que puede suponer para algunos enfrentarse a esa “Why Are You Crying?”, una especie de homenaje abstracto, cosmic guitar en ristre, a los sollozos de Jane Birkin en aquel “Je Suis Venu Te Dire Que Je M’en Vais” de Serge Gainsbourg: manierismos desde un Paisley Park ensoñado en una imposible banda sonora de camp softcore. O, especialmente, a ese experimento desquiciado (¿y desquiciante?) que es “It’s Your Body”, obra en cinco movimientos de R&B lunático que ocupa la práctica totalidad de lo que sería una eventual cara B del disco. Y, aun así, una aproximación abierta de mente a este segmento de “Caramel” revela una belleza singular, extravagante, casi ridícula, carente de elegancia y aun así extrañamente intensa.
Porque esconderlo sería absurdo: “Caramel” es un disco absolutamente inubicable (a ratos también inabarcable), irritante y fascinante a partes iguales, dudosamente paródico y descorazonadoramente libérrimo, que necesita oírse para creerse. Parte de la música más excitante creada este año se esconde aquí; parte de la música más crispante también, pero quizás hasta eso suma en “Caramel” a la hora de calibrar su grandeza. Not everybody’s cup of tea, pero, en esencia, locurita buena.
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