“Se ruega al lector que mezcle estas páginas como una baraja. Que las corte, si lo desea, con la mano izquierda, igual que una echadora de cartas. El orden en el que salgan las hojas después de hacerlo orientará el destino de X”. Con esta petición nos introduce Marc Saporta a su “Composición nº 1” (publicada por Capitan Swing el pasado año 2012). La novela se nos presenta, efectivamente, sin encuadernar, como un conjunto de hojas sueltas y sin enumerar dentro de una caja, cuyo acabado combina el negro mate con el satinado (atractiva edición a aplaudir).
Publicada originalmente en 1962 -un año antes que la «Rayuela» de Cortázar– supone, de igual modo, un experimento literario en el que la clásica linealidad en la narración queda alterada a capricho del lector. Siendo fieles al autor, tal y como nos sugiere cuando habla sobre un lienzo que pinta uno de sus personajes, podríamos interpretar la lectura de cada hoja como una pincelada más en ese cuadro abstracto e inacabado que es la novela. El hilo conductor de la historia, ese mismo que falta en su “encuadernación”, lo ha de imaginar e hilvanar el propio lector, al que se demanda posicionarse activamente en la lectura. Sus hojas se proyectan, a modo de diapositivas, en la mente de quien lee, al que se encomienda la doble -y en ocasiones ardua- tarea de guionaje y montaje. Tendremos que encajar imágenes de pedofilia, de amor y desamor, de muerte, de locura, de agitación social y de una paz, casi ausente, tanto en el interior de los personajes como en su entorno.
La aparente inexistencia de guía en la historia conlleva irremediablemente una falta de ritmo en su narración que hay que afrontar continuamente a medida que las hojas se van acumulando en el montón de las leídas. Como contrapartida a este enfoque más experimental, el gran pilar que sostiene la lectura lo encontramos en cada una de sus páginas por separado. Cuidadosamente narradas, funcionan como microrelatos aislados y trufados, en ocasiones, de alegorías. Un ejemplo sería el pasaje en el que un gráfico de temperatura corporal fijado a la cama de un hospital se reinterpreta como la silueta de escarpadas montañas que muestran la aventura particular del paciente en su lucha por sobrevivir. De este modo, “relatos” más intimistas se intercalan con otros de suspense o de corte más social.
En su breve introducción a la novela, Saporta sostiene que “el tiempo y el orden de los acontecimientos regulan la vida más que la naturaleza de esos acontecimientos”; y, más adelante, a modo de paralelismo con su obra, concluye que “del encadenamiento de las circunstancias depende que la historia acabe bien o mal. Una vida se compone de elementos múltiples. Pero el número de composiciones posibles es infinito”. Me pregunto con bastante escepticismo si estas mismas páginas, al ser leídas en diferente orden por otro lector, llevarán a un final distinto hasta el punto de cambiar el destino -para bien o para mal- de sus personajes.
Para saciar esta curiosidad y sacar más jugo al tema, no estaría mal una puesta en común con otro lector, cada uno con su composición en la mano. La mía fue la nº 1. Me tomé a pies juntillas aquel ruego inicial del autor según el cual otorgaba protagonismo a la voluntad del lector y decidí leer las hojas en el mismo orden en que venían porque, si las hubiera barajado, ¿en qué sentido habría cambiado (si es que lo hizo) la historia que contienen?
Que levante la mano quien tenga una composición nº 2.