De un tiempo a esta parte, la figura del escapista se ha visto completamente revalorizada por la literatura post-moderna. Echémosle la culpa a Michael Chabon, que con «Las Asombrosas Aventuras de Kavalier y Clay» se marcó el epítome del escapista como personaje en huida literal y metafórica, como sublimación de un impostor que ya llevaba décadas siendo lugar común del mundo de la novela. En un momento como este, no es de extrañar que la llegada a nuestro país de un libro como «Cómo Hacer Bien El Mal» de Harry Houdini parezca no sólo algo más que natural, sino plenamente necesario. De la mano de los siempre acertados Capitán Swing, este tomo viene prologado por sendos textos del mismísimo Arthur Conan Doyle, quien no necesita presentación alguna, y Teller, asistente de Penn Jillette además de mago y cómico. Palabras mayores, vamos.
Pero es que lo que hay dentro de «Cómo Hacer Bien El Mal» se merece ser prologado por todo lo alto. Publicado originalmente en 1906, este libro es una master class sobre la subversión: partiendo de diversas entrevistas con delincuentes de diferente pelaje y con policías que las han visto de todos los colores, Houdini construye un texto en el que la finalidad absoluta es dejar al descubierto los métodos más infalibles para cometer un crimen y salir de rositas, sin necesidad alguna de pagar por ello. «Cómo Hacer Bien El Mal» se complementa con otros textos del mismo autor en los que expone sus propios métodos de escapismo: no duda ni un segundo en enseñar las tripas de trucos más icónicos, a la vez que se muestra despiadado a la hora de exponer los trucos de algunos de sus competidores más encarnizados. En general, y pese a haber sido escrito hace un siglo, Houdini compone un manual perfecto para el escapista post-modero.