Tyler Durden ha vuelto… Y, ojito, porque «El Club de la Lucha 2» no es una secuela al uso: es una novela gráfica capaz de joderte la cabecita loca.
Primero fue una novela. Más tarde fue la película basada en esa novela (película que, como todas las películas que se basan en libros, pueden acabar por pervertir parte del mensaje al obviar partes del discurso o, directamente, al realizar cambios más que significativos). Y, finalmente, el ciclo se cierra con una novela gráfica… «El Club de la Lucha» es uno de los mitos modernos más profundamente arraigados en el imaginario colectivo del nuevo siglo. Pero, un momento, siempre cabe preguntar: ¿qué es lo que arraigó? ¿La novela? ¿La película? ¿El personaje de Tyler Durden como concepto más allá de la novela y de la película?
«El Club de la Lucha 2«, historia pensada para ser desarrollada directamente en formato novela gráfica, es más que probablemente uno de los artefactos narrativos más endiabladamente complejos (y terroristas) que ha creado nunca Chuck Palahniuk. La historia arranca diez años después de los acontecimientos de la primera parte: Sebastian tiene un trabajo gris en la empresa contratista militar Levantarse o Morir, está casado con Marla y tienen un hijo llamado Junior. Tyler duerme el sueño de los (in)justos inducido por la medicación a rajatabla de Sebastian.
Todo esto sería una estampa norteamericana de ensueño si no fuera porque Palahniuk y su compinche Cameron Stewart (encargado de las portentosas ilustraciones de esta novela gráfica) deciden arrojar al lector hacia el argumento de «El Club de la Lucha 2» como quien arroja un cachorro indefenso a un río destinado a aniquilarlo a través del noqueo puro y duro. No es sólo que la historia se abra in media res, sino que las tácticas de saboteo gráfico de Palahniuk y Stewart van más allá de lo que el medio literario permitirá nunca al escritor y de lo que Hollywood permitió a una película que, al final, optó por ser lo más políticamente correcta posible, ofreciendo un discurso masticadito y listo para protagonizar carpetas de teenagers.
Chuck Palahniuk se permite rescribrir la historia que la película le robó… Y, por el camino, brillar con un fulgor frenético y genial que hacía tiempo que no se le veía en su propio medio novelesco.
Aquí no hay lugar para los espectadores facilones de «El Club de la Lucha«. Desde la primera página, esta novela gráfica se esfuerza en ahuyentar a los menos valientes: el argumento es un puzzle infernal desordenado por el propio diablo, mientras que las páginas (aunque preciosas) juegan continuamente con elementos (manchas, pastillas, drogas, pétalos) que tapan parte de la acción y parte de los diálogos. El efecto de «ruido» a través del que el lector percibe la historia sólo era posible en un medio como el cómic, con más posibilidades gráficas que la novela y con muchísima más libertad de la que Hollywood permitirá nunca a sus creaciones -o adaptaciones-.
Una vez vez el lector cree estar en posesión de un mínimo de seguridad con la que moverse por las cámaras internas de la historia de «El Club de la Lucha 2″, sin embargo, llega el momento en el que Chuck Palahniuk riza el rizo. Y lo hace de dos formas diferentes. La primera de ellas es asumiendo la certeza de que nunca podrá superar la «sorpresa» de los lectores / espectadores al toparse con la doble personalidad de Sebastian / Tyler. ¿Qué hacer entonces para que la historia esté a la altura? Llevándolo todo al siguiente nivel: en esta secuela, Tyler no sólo es la personalidad paralela del esquizofrénico Sebastian, sino que es una idea.
Palahniuk lo tiene claro: ¿existe algo más peligroso que una idea? ¡Ni mucho menos! De esta forma, Durden pasa de ser la pesadilla de Sebastian a ser un mito del inconsciente colectivo más jungiano. Un mito que existía antes de Sebastian y que existirá después de él (a no ser que alguien le pare). Un dios grecorromano de la destrucción empecinado no en crear el caos, sino en acabar con el orden establecido para crear una nueva sociedad post-capitalista en la que lo que primen sean los valores humanos (y masculinos) más primarios. Tyler es un mito que enloquece a sus acólitos en todo el mundo… Al igual que Tyler es un personaje con dimensión mítica que enloquece a los lectores y espectadores de todo el mundo.
El juego de espejos entre personaje que funciona dentro de los límites de la ficción creada por Palahniuk y el fenómeno literario y cinematográfico que opera en nuestro mundo real es brillante, estimulante y magistral. Y no se queda ahí, ya que la segunda forma en la que el autor riza el rizo es precisamente estableciendo un febril juego de transvases e interconexiones entre el mundo real y el mundo de «El Club de la Lucha«. Hacia la mitad de la novela gráfica, el propio Palahniuk aparece como miembro de un «Club de Lectura» que visita Marla. No será la única vez que aparezca: pronto empezará a recibir llamadas de los personajes que buscan «asesoramiento narrativo». Y, para más inri, todo el capítulo final de «El Club de la Lucha 2» acaba siendo un ajuste de cuentas del escritor con Hollywood. No entraré en spoilers, pero digamos que el bueno de Chuck se permite rescribrir la historia que la película le robó… Y, por el camino, brillar con un fulgor frenético y genial que hacía tiempo que no se le veía en su propio medio novelesco. [Más información en la web de Reservoir Books]