Lo-fi… Esa etiqueta convertida en género que se asocia a cualquier sonido que provenga de una mente inquieta encerrada entre las cuatro paredes de una habitación (a poder ser, desordenada), de un garage o de cualquier lugar extravagante (¿Una caravana? ¿Un granero?) que, en apariencia, nada tiene que ver con un espacio musical adecuado, pero que sí resulta inspirador a la hora de sacar algo en limpio una vez iniciado el proceso creativo. En resumidas cuentas: cuanto más extraño parezca el entorno en que se haya construido una canción o un disco, mejor que mejor (lejos quedan los tiempos de la pulcritud indie de Pavement). A veces, ese condicionante viene dado, básicamente, por la falta de recursos, sobre todo en los tiempos de múltiples ajustes económicos (e ideológicos) que estamos viviendo, que obligan a llevar el denominado DIY a cotas inimaginables antaño en cuanto a las rudimentarias maneras de realizar música; circunstancia que no se refleja en el producto final, que en algunos casos es asombroso. Si no que se lo digan a Dylan Baldi, mente pensante de Cloud Nothings. Su biografía artística se ciñe punto por punto a los parámetros que caracteriza a la corriente lo-fi de hoy en día: personaje insultantemente joven (19 primaveras) y de aspecto desaliñado (como recién levantado de la cama) decide montar con tres colegas un grupillo con el que dar rienda suelta a su pasión por los guitarrazos destartalados y accede, casi sin querer, a esa categoría del neo-noise más o menos doméstico en la que se dan la mano Wavves, Women, Spectrals o los penúltimos en llegar: Oberhofer y The Babies.
Tras escuchar en medio de los estertores del pasado año la primera pequeña gran obra completa de Cloud Nothings, “Turning On” (Carpark, 2010), lo primero que venía a la cabeza era que el de Cleveland y compañía la habían registrado, probablemente, en un desguace cualquiera usando toda clase de cacharros oxidados convertidos en instrumentos musicales. Seguro que al bueno de Baldi le hubiese encantado que hubiese sucedido así… Pero la realidad es que, aun conservando esa pátina mugrienta y amateur, el sonido de ese conjunto de temas sueltos (al principio, publicados exclusivamente en cassettes desperdigados: toda una boutade tecnológica) se intuía calculado y resuelto con habilidad, porque una cosa es estrujar el pescuezo de un gato y aporrear un tambor de detergente para ver qué sale y otra muy diferente es despejar la x de la ecuación guitarra-bajo-batería con total libertad. Y eso es lo que hicieron Cloud Nothings en “Turning On”: jugar con el lo-fi a su antojo, rindiendo pleitesía a los ya nombrados Pavement o a Guided By Voices y acercándose a la velocidad de crucero de No Age o Lovvers.
Lo curioso del asunto, y más tratándose de un elemento (dicho con todo el cariño del mundo) de la talla de Dylan Baldi, es que el muchacho pudo haber recurrido a la ley del mínimo esfuerzo, haberse dejado llevar por la expectación levantada en el tramo final de 2010 y haber enfocado su álbum de debut propiamente dicho como un apéndice de “Turning On”: sólo tendría que añadirle tres o cuatro cortes nuevos y listo… Sin embargo, nuestro chico se sacó de la manga un disco de tracklist completamente inédito para el público en general, el homónimo “Cloud Nothings” (Carpark / Nuevos Medios, 2011). Eso sí, como suele pasar en los casos en los que una banda garagera (en el sentido más físico de la expresión) da el salto al estudio de grabación profesional, su sonido se pulió del mismo modo que un buscador de oro batea los sedimentos del terruño en pos del preciado metal. Esta analogía es bien simple, pero perfecta para capturar el fulgor que irradia este LP: una joya de elevado valor sonoro que posee la capacidad de contentar tanto a los que buscan la inmediatez melódica del pop como los riffs espídicos del rock, gracias a que engarza en su interior pepitas doradas como “Understand At All”, “Should Have” o “Forget You All The Time”. Con todo, el empeño de Baldi no es tanto encontrar el estribillo inmaculado e impactante, sino incrustar su propia personalidad en el pop / rock de baja fidelidad, para lo cual se desgañita hasta casi reventar la yugular a la hora de contar sus historias cotidianas encapsuladas en compactas miniaturas de alta densidad sónica (“Not Important”, “Heartbeat” o “Rock”).
Habrá quien no esté demasiado convencido con esta presentación / descripción pajillera, sobre todo si pone como excusa que la infatigable segunda parte de “Cloud Nothings” acaba semejando reiterativa porque el grupo no retira el pie del acelerador hasta que remata la última pieza del lote, como queriendo finiquitar cuanto antes la faena… De acuerdo, pero ese mínimo defecto no debe restarle méritos a un disco que, a pesar de que el frío nos seguirá atenazando y todavía quedan unos meses para que llegue el verano, tiene todas las papeletas para ser el complemento ideal de calurosas tardes playeras. Si ya lo dice la pareja totémica de todo este soleado micro-cosmos lo-fi popero / rockero, Bethany Cosentino y Nathan Williams: “summer is forever”.