El cuarto «MasterChef» es más de lo mismo… Pero por eso mismo nos preguntamos: ¿cuáles son los clichés que se repiten en esta nueva temporada?
A «MasterChef» le han bastado y le han sobrado tres temporadas para quemarse a sí mismo como formato. Y, oye, algún mérito tendremos que reconocerle al programa, porque lo mejor de todo es que ha conseguido quemarse en sus propios términos y no en los del formato original, que a su vez de quemarse a sí mismo ya entiende un rato. El programa comandado por Gordon Ramsay acababa cansando a causa de su malrollismo exacerbado y su competitividad desaforada… Pero el caso de la versión española de «MasterChef» ha sido otra cosa totalmente diferente que, me entristece decirlo en voz alta, ya no hay por dónde cogerlo.
Al fin y al cabo, nuestra versión patria del programa de cocineros amateur por excelencia ha zozobrado por dos motivos básicos… Primero, por su excesiva duración, apta para jubiladas que no tienen nada mejor que hacer que ver la vida pasar mientras esperan la visita de su amigui de la gabardina negra (y no olvidemos una cosa: ese es precisamente el target potencial de Televisión Española y el que justifica programas elefantiásicos de dos horas y media de duración). Y, segundo, por una tendencia excesiva hacia el machaque injustificado de los concursantes (en serio: tres cuartas partes de las veces en las que los presentadores echan broncas lo hacen porque toca y sin motivo aparente) y a la búsqueda de la lágrima facilona por la vía de los parientes muertos y las historias de superación (de nuevo: todo ideal para un público mayor de ochenta años).
Así que, llegados a este punto, ¿qué sentido tiene darle coba a la cuarta edición de «Master Chef«? Ninguna. Sobre todo porque, visto el primer programa, ese en el que resulta imperativo tragarse todos los castings interminables repletos de gente perturbada que confunde ser cocinero con engancharse alcachofas multicolores en el delantal para que te hagan un poco de caso (puro síndrome attention whore), lo único que queda claro es lo siguiente: se van a repetir los mismos patrones, los programas van a volver a durar más que las historietas de tu madre cuando le preguntas qué tal el día y empieza con «pues hace dos semanas en el mercado con tu abuela…«, el mal rollo seguirá siendo injustificado, el 96% de los concursantes tendrán familiares muertos que les visitarán a altas horas de la madrugada para decirles que ganen a toda costa… Y, en resumidas cuentas, lo habremos visto todo.
Aun así, y precisamente porque ya lo hemos visto todo, resulta interesante preguntarse: ¿qué clichés cumplen los nuevos aspirantes del cuarto «MasterChef«? Porque, la verdad, la cosa empieza a clamar al cielo y alguien podría decirle a los responsables del programa que busquen un poquito de variedad, porque esto es ya tan prototípico que empieza a parecer una nueva temporada de «Cuéntame«. Sea como sea, a continuación quedan cinco clichés que se vuelven a cumplir a la perfección en la nueva temporada de «Master Chef».
ÁNGEL, EL RURAL DE BUEN CORAZÓN. Parece ser que en Televisión Española siguen teniendo muy interiorizado el modelo de «Vente A Alemania, Pepe!«. Que les siguen chiflando Paco Martínez Soria y Alfredo Landa como modus vivendi. O eso, o es que piensan que este rollito todavía sirve de espejo en el que se puede ver reflejada la mayoría de la audiencia… Es por eso que el rollito rural pero de buen corazón siempre ha tenido su rinconcito en «MasterChef«. El hecho de que Juan Manuel ganara la primera edición siendo el epítome de camarero ceporro de bar de pueblo aficionado al plato combinado ya dio buena muestra de ello. Y lo mismo puede decirse de esa estirpe continuada por Cerezo, Cristóbal y Fidel, una casta que volvió a triunfar el año pasado con Carlos y su puesto de charcutería ambulante. Así que nada: señoras mayoras que sueñan con que el novio de su nieta sea de pueblo, su concursante favorito de este año va a ser Ángel, el friegaplatos. Y lo saben.
EMILIA, LA VIEJARRASCA. La primera edición de «MasterChef» vio clarito el filón: Maribel se convirtió en la heroína (pero heroína de verdad, de la droga que te destroza la vida) de las viejarrascas que creen que una esferificación es una puta mandanga de gentuza de ciudad, que la cocina molecular te la metes tú por el culo y que donde se ponga un puchero con bien de grasa que se quite un desgraciado como el Adrià. No lo digo yo, lo dicen todas las abuelas, que de agresividad suelen ir sobradas porque han vivido mucho, se las suda todo el coño y no hay quien las tosa. En esa línea también tuvimos a Churra (que era el prototipo de abuela que te avergüenza delante de tus amigos porque va de joven), Encina (que era la mar de maja pero que no sabía ni hervir un huevo) y, ahora Emilia, que es cuqui y tal, pero que no destaca por nada. Otra viejarrasca más.
JUAN, EL BOLLICAO. Lo jodido del cliché de niño cocinero es que no está aquí ni para que los niños se sientan identificados (porque, oye, los niños ya tienen «MasterChef Junior«), sino más bien para, de nuevo, atacar el corazón de toda abuela que desearía que su nieto estuviera concursando en Televisión Española en vez de estar por ahí fumando porros con sus amigos y haciendo quién sabe qué con la hija de la Manoli, que todo el mundo sabe que es un poco guarra.
En esta tradición ya brillaron Fabián, Mateo y, el año pasado, que a nadie le quepa duda de que Alberto estaba ahí precisamente para rellenar esta casilla de la declaración de la renta de «MasterChef» hasta que el niño les salió rana y les hizo un épico #LeonComeGamba. El fail vino dado en gran parte porque no puedes coger a un crío virgen pseudo-científico que dice que le gusta una chica cuando en verdad todos sabemos que le van los rabos como ingrediente principal de todos sus platos… Así que el programa ha aprendido la lección y este año tenemos a un clon de Fabián y Mateo. Abuelas, podéis respirar tranquilas.
ESMERALDA, LA PUTA LOCA DEL COÑO. Ya he dicho más arriba que «MasterChef» se ha ido especializando poco a poco en gente que no está muy bien de lo suyo. Basta con ver cómo van vestidos los aspirantes de los castings iniciales para darse cuenta de ello y llegar a la conclusión de que alguien que se pinta en el delantal «soy la mejor» con una brocha negra no está demasiado lejos del protagonista de «Taxi Driver«. Vamos, que está loca del coño a más no poder. Aun así, en «MasterChef» se empeñan en hacerse los ciegos ante estas ostentosas señales de alarma y cada temporada cae alguna loca del coño que te obliga a plantearte de forma muy seria qué carajo está pasando con la humanidad y hacia dónde vamos y tal.
Ahí estaba Celia, cuyo mayor problema no era ser vegana, sino tener un cacao mental de aquí no te menées. Ahí estaba también Sally, que de humildad y buen rollo no iba sobrada y que podría desestabilizar a un maestro zen con sólo mirarle. Y, claro, ahí estuvieron las dos mayores locas del coño de la historia del programa: Gonzalo el villano y Pablo el Candy Candy. Así que nada, sentémonos y preparémonos a disfrutar de esta montaña rusa, porque Esmeralda está aquí para hacernos explotar la cabeza (literalmente, a poder ser con un bate de béisbol mientras nos mira fijamente sin parpadear).
DAVID, EL RECLAMO HIPSTER. El momento en el que «MasterChef» riza al rizo es este: en la primera temporada se les escapó meter a algún reclamo hipster pero, de repente, se dieron cuenta de que gran parte de su público era ese precisamente. No sabían por qué. En Televisión Española se pusieron nerviosos. Llamaron a Gala González para que les explicara qué era un hipster. Y entonces lo decidieron: cada temporada debía tener, por lo menos, un reclamo hipster. De ahí salieron personajes míticos como Lorena la dj, Mireia la concejala del PSOE con acento murciano o Kevin, que se llamaba Kevin y eso ya le acreditaba como hipster. Para esta cuarta temporada, el fichaje de David se mira directamente en el espejo de otra concursante de la edición anterior: Andrea, también muy guapa, muy moderna, muy lo más… Pero que te hacía preguntarte para tus adentros si alguien puede seguir hablando con una polla en la boca. Y ojo, porque David es pesado como Andrea y está bueno como Andrea, pero el rollito barba de chaserona le puede valer un buen número de admiradores gays. Tiempo al tiempo.