Los menos perservarantes podrán pensar que Jonathan Lethem ha huído de su propia sombra, de esa silueta alargada (alargadísima) que hace obligada la mención de su apellido cada vez que se habla de toda esa nueva oleada de autores literarios que están explorando los diferentes estratos de diferentes subculturas (a veces incluso ampliamente divergentes entre ellas, por mucho que se les meta en el mismo saco) como abono para una nueva narrativa que no sólo dignifica este material comunmente ninguneado, sino que además consigue que trascienda hacia propuestas complejas y, sobre todo, capaces de atrapar el zeitgeist de una época marcada por las imposturas vitales, el peter panismo recalcitrante y el escapismo variado. Michael Chabon y (en menor medida) Austin Grossman serían sus compañeros en el podio norteamericano, y por estos lares tenemos interesantes opositores como Laura Fernández o Pablo Muñoz. Pero nadie duda que «La Fortaleza de la Soledad» es probablemente uno de los exponentes de esta nueva literatura de mayor calado, ya que allá la historia de dos amigos que se encuentran un anillo que les proporciona superpoderes acaba siendo lo de menos a medida que ambos crecen y el desencanto se va apoderando de sus vidas. Habrá quien se acercase a «La Fortaleza de la Soledad» pensando que esto sería otro festín superheróico a lo «Pronto Seré Invencible«, pero lo cierto es que al fin y al cabo el libro de Lethem utilizaba este punto de partida de ciencia ficción como un macguffin en toda regla que acaba siendo aniquilado por un poderosísimo retrato generacional.
Pero, al fin y al cabo, «La Fortaleza de la Soledad» por lo menos tenía la excusa superheróica para triunfar entre los adictos a esa nueva literatura mencionada más arriba… Algo que, de entrada, falta en «Chronic City» (publicada en nuestro país por Mondadori). El punto de partida de la última novela de Lethem es la historia de Chase Insteadman, un antiguo actor infantil que vive de las rentas de una serie que protagonizó cuando era un niño y que en el presente vuelve a estar bajo el ojo público gracias a su prometida Janeth Trumbull, una astronauta atrapada en el espacio y aparentemente condenada a una muerte segura. Chase, sin embargo, vive esta relación de una forma enajenada y casi alienada, con la misma inexistente intensidad con la que se enfrenta a su día a día en un Manhattan en el que de pronto florece una amistad inesperada con Perkus Tooth, crítico cultural y reliquia de una época en la que el arte en Nueva York podía pasar por enganchar carteles por todas las calles con proclamas incendiarias y frases lapidarias. Juntos verán cómo todo a su alrededor se va desmoronando silenciosamente, con una desesperación sorda que no parece interesar a nadie. Para empezar, ni a ellos mismos. Da igual que cierta parte de Manhattan esté totalmente asediada por una niebla que nadie es capaz de determinar con certeza de dónde viene; a quién le importa que haya una especie de «tigre mecánico» que de vez en cuando causa estragos en la geografía urbana… Sólo hay espacio para la ambivalencia en una sociedad que tiene una amable versión del New York Times que es «war free» y donde proliferan las obras de un artista enigmático que se dedica a crear fallas geológicas en medio de la ciudad. Todo da igual porque nada tiene sentido.
Jonathan Lethem, como en «La Fortaleza de la Soledad«, vuelve a realizar un sublime retrato de una amistad entre dos hombres: Chase y Perkus. Pero en esta ocasión no parte de lo superheróico para dirigirse hacia lo naturalista. Esta vez, «Chronic City» sitúa su pistoletazo de salida en la (aparente) cotidianidad del protagonista para, poco a poco, ir tejiendo a su alrededor todo un conjunto de sucesos e interrelaciones sociales totalmente insólitas, tan atípicas que obligan al lector a echar mano del tópico «la realidad supera a la ficción» como un salvavidas o como un acto de fe necesario para disfrutar al cien por cien de la propuesta del autor. Al fin y al cabo, no es tan difícil conectar con un personaje como Insteadman, con esa abulia existencial que le obliga a matar el tiempo con la «chronic» (un tipo de marihuana) del título. E incluso es más fácil todavía epatar con Tooth, un ser en el que erupcionan múltiples obsesiones (rozando la compulsividad, como demuestra su fijación con Marlon Brando) y que se convierte en el ojo de un huracán conspiranoico demasiado verosímil. Chase y Perkus son dos caras de una misma moneda: son despojos de una sociedad que sólo puede crear eso, deshechos que basculan entre la insoportable levedad del ser como método para atenuar el dolor de una existencia sin rumbo y la paranoia patológica como medio de aferrarse a la vida, como herramienta para ordenar una realidad que se retuerce y se niega a ser ordenada.
Pero hay en «Chronic City» un premio para los más perserverantes, para esos a los que les ha dado igual que, en un principio, Lethem huya de su sombra subcultural. Y es que cerca del final del tomo, el autor realiza un giro narrativo de tal magnitud que es capaz de relativizar por completo lo que hasta entonces habíamos dado por supuesto como realidad incuestionable. La teatralidad de las relaciones sociales se revelan como un posible (y pésimo) guión surgido de la mente de unos cachorros de Hollywood; el localismo de esos habitantes que no conciben la vida fuera de Manhattan se desvela como un tablero de juego que puede que sólo sea un tablero de juego; y todos esos sucesos inexplicables que hemos intentado asimilar como verosímiles a lo largo de la novela te pegan una sonora colleja en la frente cuando queda al descubierto que las teorías de la conspiración a veces pueden ser reales… Pero Dios nos libre de creer que no es así. De esta forma, Lethem se marca en «Chronic City» un cierre excepcional que mira a los ojos directamente al «Niebla» de Unamuno, a todo el corpus filosófico de Kierkegaard e incluso a lo que pudo ser y no fue «El Show de Truman«. Eso sin contar la teoría más interesante: que, con la excusa de otro magistral retrato generacional, Lethem se ha marcado lo más parecido a un episodio excitantemente genial de «The Twilight Zone» en versión alta cultura.